Un crítico análisis sobre la sociedad y la Iglesia argentinas durante los años de la dictadura militar y los primeros años de la democracia.
El último aniversario del asesinato de monseñor Enrique Angelelli se enmarca en un acontecimiento de enorme importancia para la vida del país y de la Iglesia católica en la Argentina: aquellos juicios que comenzaron en 1985 con la intención de no dejar impunes los crímenes de la dictadura y llevar adelante una justicia restaurativa, punitiva y medicinal, llegan ahora a un cierto punto culminante con las condenas de los represores Menéndez y Estrella por el asesinato de Angelelli. En este marco, quisiera hacer algunas puntualizaciones, sobre todo porque aparecieron ciertos héroes en la última etapa del proceso judicial que no estaban en el libreto original y que se llevan algo de “éxito” sin merecerlo, según mi parecer.
El proceso judicial que investigó la muerte de Angelelli se inicia con la democracia, impulsado por la justicia civil. En 1986 el juez dictamina que se trató de un crimen premeditado y esperado por la víctima. Las leyes de impunidad cortaron el proceso judicial. Sus hermanos en el episcopado negaron siempre la tesis del asesinato, excepto tres o cuatro, los más comprometidos con las víctimas de la dictadura. Mientras la Conferencia Episcopal fue dirigida por el obispo más influyente de los últimos 40 años (el cardenal Raúl Primatesta) se sostuvo, como cuerpo, la tesis del accidente, y cualquier interpretación del caso iba en esa dirección.
A partir de 1998 se reabren las causas, pero la Conferencia Episcopal se negó a presentarse como querellante. Sólo lo hizo el obispado de la Rioja y recién en 2010, junto a los querellantes principales, y cuando resultaba conveniente que la Iglesia tuviera una cierta participación en el proceso judicial porque era cada vez más evidente que a Angelelli lo estaban perdiendo, por así decirlo. En definitiva, cuando ya se estaba definiendo no sólo el asesinato sino también sus autores, los obispos reaccionaron de forma más corporativa. Caso contrario habrían vuelto a “abandonar” a Angelelli por segunda vez, sólo que en esta ocasión, estando muerto.
El episcopado ahora puede hablar de “asesinato” cuando esa era una evidencia hace ya casi 40 años. Los elogios a Angelelli en los últimos diez años por parte de sus hermanos obispos apuntaban a su figura como pastor que dio su vida por las ovejas pero evitando siempre dos palabras: “mártir” y “asesinato”, como se ve en el comunicado de 2006 a los 30 años de su muerte (“la muerte lo encontró a él”, según los obispos). Un antecedente parecido fue el comunicado de 2001 por los 25 años, donde los obispos explícitamente se negaron a escribir algo comprometido; incluso el ala más conservadora renegaba de tener que hacer un documento por Angelelli y no por otros obispos. En la votación para elaborar ese brevísimo documento los “non placet” fueron muchos. Si bien el episcopado estableció una comisión para investigar su muerte (2006), la decisión llegó demasiado tarde, cuando la causa ya era parte del pueblo fiel y no de sus hermanos en el episcopado. Incluso esta comisión tampoco concluyó si se trató de un accidente o un homicidio.
Hace unos meses el papa Francisco envió dos documentos que aportaron a la causa judicial. Con respecto a esto hay que decir dos cosas: primero, son documentos que no resultan determinantes para la definición del proceso. A estas alturas, lo que los documentos revelan es lo que casi todo el mundo sospechaba. Si en cambio hubiesen llegado 15 años antes, tal vez habrían acelerado los tiempos. En cuanto al contenido, son reclamos de Angelelli al nuncio Pio Laghi por la persecución de la Iglesia en la Rioja. Lo que hizo Francisco, en todo caso, es no sólo aportar a la causa sino también dejar en evidencia a Laghi. El nuncio sabía todo, como todos. Por otro lado y aunque sin proponérselo, la documentación se refleja en aquella solicitada que algunos obispos escribieran en 1995 defendiendo a Laghi de las acusaciones de inacción en la época de la dictadura. Además, la entrega de documentación revela que el Vaticano posee archivos importantes para la resolución de conflictos. Sólo hace falta voluntad de querer cooperar con la justicia. El año pasado las Abuelas de Plaza de Mayo visitaron a Francisco y le pidieron que ayude con documentación para seguir en la búsqueda de los niños nacidos en cautiverio. Francisco prometió hacer lo que pueda.
El Vaticano sostiene una restrictiva visión del “martirio”. Sin embargo no siempre se atiene a su propia definición a la hora de otorgar el título. Según la doctrina de la Iglesia, mártir es aquella persona que es perseguida y sacrificada a causa de la confesión explícita de su fe. Pero este no fue el caso de san Maximiliano Kolbe. Sin embargo la Iglesia le otorgó el título de mártir. Nadie duda de que Kolbe merezca el título, pero lo de él, salvando algunas distancias, no es tan distinto a lo que les hicieron a los obispos Romero y Angelelli: ambos sufrieron persecución y ambos fueron ejecutados por la defensa de la justicia y los pobres en nombre del Evangelio de Jesucristo. La canonización de estos dos obispos seguramente será un hecho más tarde o más temprano. Pero otorgar el título de mártir contiene un potencial político que difícilmente el Vaticano esté dispuesto a asumir. Reconocer que Romero y Angelelli fueron mártires es un modo de reconocer también que dictaduras como las de El Salvador y la Argentina fueron lacras criminales teñidas de catolicismo, al menos en el caso argentino. Y para reconocer eso haría falta un Vaticano bastante valiente.
En síntesis: Angelelli pertenece al Pueblo de Dios y dentro de ese pueblo sus hermanos en el episcopado lamentablemente lo ven todavía de lejos. La Iglesia podría aún llevar adelante un proceso de reconciliación entregando documentación relevante como hizo Francisco: sería un aporte fundamental para restablecer nuevos lazos entre la Iglesia y la sociedad argentina. Además, la Iglesia necesita reconciliarse consigo misma y con sus propios miembros. Un proceso de beatificación, con un pedido explícito del episcopado argentino de que Angelelli sea considerado mártir, sería un avance para la credibilidad de la propia Iglesia y facilitaría procesos internos de reconciliación. En este contexto, tres preguntas: ¿la Conferencia Episcopal Argentina lo puede hacer?, ¿lo debe hacer?, ¿lo quiere hacer?
El autor es sacerdote, licenciado en Filosofía por la Universidad Católica de Córdoba y en Teología por la UCA.
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Join discussionEl populismo y la Iglesia…
El historiador italiano Loris Zanatta considera que los “fenómenos populistas” son la “forma moderna de representar un imaginario religioso antiguo”. Por ello, asegura que “los gobiernos populistas se transforman ellos mismos en religiones políticas”. Ahora bien, ¿qué papel juega en este sentido la Iglesia? Para Zanatta, los Estados con estas características y la institución católica se disputan el mismo “pueblo”, apuntan al mismo público. De ahí las diferencias entre ellos. Frente a esta situación, la Iglesia se siente desplazada de su lugar, sumado a la crisis profunda que vive el catolicismo en términos generales. Por esto, según el historiador, el nuevo papado de Jorge Bergoglio tiene el gran desafío de recuperar la relevancia social de la Iglesia en medio del creciente secularismo, que es más fuerte en Europa que en América Latina. En este sentido, Zanatta remarca las diferencias entre Francisco y Benedicto XVI. “Joseph Ratzinger es un hombre extremadamente inteligente que siempre fue consciente de que la religión católica se volvió una minoría. En cambio, Bergoglio viene de un catolicismo, en cierto sentido, triunfalista”, afirma Zanatta, para luego agregar: “asimismo, el Papa está totalmente insertado en una tradición antiliberal, y en esto tiene un discurso muy parecido al de los populismos. Basta leer sus homilías. En éstas les atribuye al capitalismo liberal, al capital financiero y a la globalización los males de la sociedad actual”.
En primer lugar quiero agradecer al P. Matías Omar Ruz por mostrarnos en detalle cuál ha sido la actitud y la conducta del Episcopado argentino frente al asesinato de Mons. Angelelli. Muy correcta su frase “dictaduras como las de El Salvador y la Argentina fueron lacras criminales teñidas de catolicismo”.
Esto no es nuevo, hace poco en un artículo sobre el artista León Ferrari me abstuve de comentar la fuerte similitud de la imagen de Cristo sobre un avión de guerra con el símbolo de la V con una cruz que usaron en sus aviones quienes bombardearon civiles en 1955. Al menos desde allí viene una Iglesia argentina capaz de justificar muertes de civiles inocentes mientras actuaba abiertamente en política.
Partamos de la base de que nadie en su sano juicio puede pensar que Angelelli fuera parte de organizaciones o hubiera propiciado actos violentos. Su preocupación fue siempre su pueblo y sus hermanos en el sacerdocio, a quienes buscaba defender y por quienes dio su vida.
Entonces todos lo sabían… La pregunta es por qué el Episcopado, como corporación y cada uno de los obispos – salvo las muy pocas y honrosas excepciones – aceptó encubrir este asesinato. ¿Cómo se explica que decenas de hombres que deberían ser ejemplos de honradez y de coraje se callen y se confabulen para ocultar el asesinato de uno de sus hermanos?
El Pueblo de Dios necesita saber qué sigue moviendo a los obispos a seguir negándolo y a esconder documentación valiosa para la justicia.
Los obispos hablaron siempre de “reconciliación” pero así escondieron la verdad y la justicia, transformando la palabra en una hipocresía a los ojos de la sociedad. Ahora sabemos que saben y que tienen documentos importantes ¿Aparecerán o seguirán encubriendo?
¿De dónde nace esta conducta? ¿Cómo se la explica? ¿Es quizá por esto que la Iglesia es abandonada por muchos que la perciben como aliada de poderosos y dictaduras?
Ahora tenemos un Papa que no solo ha colaborado con el proceso judicial sino que nos lo ha dicho con claridad y sin vueltas: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.” EG 49 ¿No es hora de pedirles a los obispos que salgan a la calle? Con todos sus riesgos y dificultades, esto es lo que Jesús y sus apóstoles hicieron.
Estimado Sr. Alberto Pujol,
¿Acaso el Papa Francisco está equivocado cuando sigue exactamente el camino de todos sus antecesores al señalar las causas de la exclusión, las guerras y la violencia en la sociedad? Que lo haga con muchísima más claridad y fuerza no ha cambiado el sentido del mensaje.
Lo contrario de populismo es elitismo. De esto hemos tenido suficiente en el mundo y sigue creciendo exponencialmente. Las élites globales, unos pocos miles de personas, imponen condiciones cada día más crueles al mundo entero para satisfacer su inagotable sed de poder. Esta idolatría del dinero es la que genera una «dictadura» «que ya no se aguanta», «injusta en su raíz».
Me alegro entonces de tener un Papa «populista», que ve esta realidad y nos llama a cambiarla.
Cordialmente,
jc
El análisis crítico del sacerdote Omar Ruz es útil. La reconciliación de la Iglesia consigo misma y con sus miembros es el supremo objetivo.
El ideal histórico de la Iglesia es lucha, y debe abrir cauce a la verdad histórica para dejar que corra, liberarla y hacer más historia. Que es existir.
Hay que creer en la búsqueda de la verdad, y en que la íntima moral nos hace mejor intencionados y mas fuertes frente a las presiones que oprimen. Espero, de corazón, que la CEA así lo entienda; iniciando acciones para una reconciliación interna.
Quedo agradecido al sacerdote Matías Omar Ruz, por tan profundo artículo.
Estimado Director, el camino del amor no es otro que el camino del perdón y de la reconciliación. «deja tu ofrenda en el altar y ve a reconciliarte con tu hermano», si comprendiéramos esto. Aprender a amar, es el camino por donde va Cristo, es un camino de fidelidad, de adhesión, de determinada determinación. Es mostrar el Reino, hacerlo gesto, hecho, vida. El ya pero todavía no. Es ser bien varón, y bien mujer.
La Iglesia es rostro de esta vida nueva, la del Dios que escucha el clamor de su pueblo y hace con el una alianza.
La Iglesia se hace Iglesia, volviendose toda entera hacia el Reino, no tiene que predicarse a si misma, su carta fundacional son las bienaventuranzas, los destinatarios son los pobres, no solo es una promesa a favor del pobre, sino que esta proponiendo algo mas: “Sean pobres”.
Así como no exaltar la sangre de los mártires, de los valientes alegres que siendo profundamente humanos, fueron fieles, y fieles por amor hasta dar la vida por el hermano. Ese fue Monseñor Enrique Angelelli, un pobre entre los pobres, viviendo en lo hondo de su corazón la Alianza del Padre, rostro del Reino. gracias