¿En qué pensamos cuando hablamos del pueblo? ¿En qué consiste el pueblo del que hablan los políticos?
Una manera de abordar el concepto de pueblo es la de los estudios de opinión, que procuran extraer de los indicadores los vaivenes del sentir popular. De alguna suerte de verdad han de ser portadoras las encuestas, a juzgar por el asiduo empleo que de ellas hacen políticos, empresarios y periodistas.
Otra expresión aparece en las manifestaciones en las plazas y calles. Siendo que las sociedades modernas son predominantemente urbanas, se trata de un indicador que no se puede soslayar, aunque los márgenes de interpretación sean menos precisos que los que ofrecen las encuestas.
Entre los argentinos, la plaza de Mayo ha sido un “pueblómetro” desde los albores de su historia política hasta el día de hoy. Sin embargo, no siempre la convocatoria a la plaza ha sido completamente espontánea y, por lo tanto, reflejo de un sentir auténtico que no necesitara de estímulos por vía de amenazas, prebendas o alguna forma de manipulación.
En cambio, pocos dudan de que no fuera auténtica expresión de una voluntad sincera la masiva salida del pueblo a las calles con ocasión de las muertes de Evita y de Alfonsín, o en las peregrinaciones a Luján, San Cayetano, el Señor de los Milagros y otras expresiones de piedad popular.
Particularmente expresiva de la voluntad del pueblo de la Nación Argentina es la Constitución Nacional y sus normas e instituciones, que indican claramente las metas y los límites que aquella voluntad popular se autoimpone. De esta manera, por ejemplo, la parte del pueblo que circunstancialmente es mayoría se obliga al respeto de los derechos de las minorías que son tan pueblo como la parte más numerosa. El recurso al epíteto de “vendepatria” suele ser indicativo de unaviolación de los derechos de quienes opinan de una manera que no es,en la coyuntura, “políticamente correcta”.
La noble política convive con la permanente tentación de apropiarse del pueblo, de interpretarlo en exclusiva, de seducirlo ofreciéndole el cielo en la tierra, de endiosarlo, de hacerle creer que es infalible, sobre todo si se pliega a su doctrina, relato o utopía.
A su vez, los honestos políticos luchan contra la tentación defomentar el culto a la personalidad,que al presentarse como providencial,puede erigirse en un penoso sucedáneo del respeto a la ley. En estos casos, un fuerte y costoso aparato de propaganda suele acompañar los períodos en que se cede ante aquella tentación.
La debilidad de un sistema efectivo de partidos políticos favorece el surgimiento de lecturas paternalistas de distinto signo. Mientras que algunos contraponen pueblo versus ciertas elites u oligarquías a las que se atribuyen intereses inconfesables, otros sostienen visiones iluministas que consideran al pueblo como un sujeto pasivo o vacío de condiciones que lo habiliten a ser protagonista lúcido en la promoción de sus propios intereses.
El pueblo, donde conviven el trigo y la cizaña, es siempre heterogéneo y responde a aquellas tentaciones con distintas formas y tendencias contradictorias, que incluyen dosis entremezcladas y variables de sabiduría, consentimiento, resignación y rebeldía. Entre nosotros, además, el pueblo padece la violencia que también anida en su seno, oportunamente denunciada desde la Iglesia.
Con todo, la expresión popular periódica y cambiante más certera es la de las urnas. Curiosamente, se trata de una expresión muy compleja en sus motivaciones, muy limitada en su contenido, y muy trascendente en sus consecuencias.
Las motivaciones electorales del pueblo no son solamente resultado del cálculo racional.El proceso decisorio lleva también a emitir el voto como un acto de confianza.
Los políticos, que lógicamente procuran ganar las elecciones, trabajan intensamente por ser convincentes en el mismo terreno, el de las motivaciones de confianza.Esto lleva a considerar la confianza que ha de depositar el pueblo como el resultado de un proceso donde cuenta la trayectoria de los candidatos y otros elementos como su competencia, sus realizaciones, sus propuestas, su discurso, su imagen, su coherencia, su credibilidad, su compromiso y su honestidad.
Cierto es que en las elecciones también suelen existir márgenes de fraude. En esos casos se da el supuesto de una relación espuria entre el candidato y una porción del pueblo votante. Allí no funciona la confianza sino la corrupción en diversas formas. En algunas de ellas, una parte del pueblo es cómplice al aceptar una dádiva o una prebenda y el resto del pueblo, víctima. En otras, todo el pueblo es víctima y una parte doblemente víctima, ya que es objeto de castigos si no se amolda a la voluntad del candidato que lo amenaza.
A medida que el pueblo argentino se acerca una vez más a las elecciones es bueno repasar la trayectoria y ejemplaridad de los ciudadanos que se presentan como candidatos y su capacidad de suscitar la confianza por su idoneidad y ejemplaridad.
Es bueno también que los ciudadanos que forman el pueblo superen su condición de meros habitantes y asuman sus responsabilidades: que tanto los electores como los elegidos sean fieles a la verdad, respetuosos de la justicia, defensores de la libertad, amantes del diálogo y hacedores de paz.
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Join discussionNo, No, Señor Espeche. Un hombre de leyes y de fe como Ud., no debería recurrir a los “estudios de opinión” para concretar un concepto de pueblo. Eso lo hacen los políticos con pocas convicción en sí mismo, y en el pueblo que desconocen. Tienen necesidad de perseguir la opinión popular, y adelantarse a hacerla propia para lograr permanencia (o votos).
No, y tampoco no. Una manifestación en plazas y calles no es expresión de un pueblo. Es un indicador que no define al pueblo de ninguna manera. Solo expresa un estado de ánimo de un grupo frente a una realidad que los afecta. La foto elegida por la redacción, con cartel que dice “Peronismo militante”, podría haber dicho “Conservadores Militantes”; aunque, imagino que es muy difícil conseguirla.
El concepto de pueblo merece mayor profundidad y análisis, y menos parcialidad.
Es frecuente que aquellos que profesan no temerle a la muerte, ni a creer en la inmortalidad del alma, recurran a todo tipo de práctica supersticiosa cuando están frente a la muerte. Brota de ellos su “esencia” verdadera, solo queda la cosa. La “persona”, que es la careta con que el actor antiguo cubría su cara para representar un personaje, desaparece.
Somos personas en cuanto a sujetos miembros de una sociedad civil, libre e igualitaria. Y subyacente a la persona queda el hombre que come, duerme, procrea y sufre, el” hombre cosa”. Y el “hombre cosa” es el de carne y hueso, de donde sale el salvaje (que hay muchos en nuestra sociedad, y de diversos colores políticos). Estimado Sr. Espeche, le comunico a Ud., a los “Conservadores militantes” y especialmente a los miembros del Consejo de Redacción, que son “pueblo” y son “hombre cosa”; igual que yo y todos los argentinos.
El “hombre cosa” poderoso acosa al “hombre cosa” indigente, y lucha por más y mejor (pasto?). Coinciden y comulgan en el mismo materialismo los “conservadores del capital” con los “revolucionarios sociales”. Ninguno concibe el valor infinito de la personalidad; los derechos personales son letra muerta para ambos.
Nuestro consuelo es que con la acción civil y política, que consiste en formarnos una personalidad, logremos dominar al “hombre cosa” que solo piensa en el hartazgo.
Y aquí, nuevamente, surge nítidamente la acción comprometida y evangélica del papa Francisco, mostrando un camino.
Mi querido amigo:
Muy interesante tu reflexión. Me pregunto, sin embargo, si no se extraña a los partidos políticos que aglutinaba voluntades y ejercían docencia y daban orientación a la ciudadanía (término que prefiero a la de pueblo, por razones que exceden este breve comentario).
Lo mas importante, sin embargo, me parece, es la necesidad de que quienes aspiren a gobernar digan las cosas por su nombre y que no oculten que generar bienestar para todos no es una tarea sencilla.
Cordiales saludos,
Con solo consultar el Diccionario de la lengua publicado por la Real Academia Española ya nos damos cuenta de la polisemia del término «pueblo». En efecto, las acepciones que aparecen en su 21a edición así lo demuestran: «Ciudad o villa. 2. Población de menor categoría. 3. Conjunto de personas de un lugar, región o país. 4. Gente común y humilde de una población. 5. País con gobierno independiente». Si tomamos en cuenta que, como cualquier otra persona, los miembros de la Academia están condicionados por sus propias ideologías al desarrollar su labor lexicográfica, no debe sorprendernos que lo estén también, y quizás en mayor grado, los políticos, periodistas, pensadores y científicos sociales cuando se refieren a «pueblo».
Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
Doctor en Ciencias Sociales (UBA)
Doctor en Teología (SITB).
Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
Licenciado y Profesor en Letras (UBA).
compendio doctrina social de la iglesia número 386″lo que caracteriza a un pueblo es compartir la vida y los valores,fuente de comunión espiritual y moral».número 395″el sujeto de autoridad política es el pueblo,considerado en su totalidad como titular de la soberanía».