schenoneSemblanza del académico Héctor Schenone (1919-2014), de fama internacional en la historia del arte barroco y del arte colonial hispanoamericano.

Héctor Schenone nació el 1º de enero de 1919. En 1941 publicó su primer artículo sobre la obra del pintor Miguel Aucell, en el diario La Prensa. En 1944 se recibió de Profesor Nacional de dibujo y pintura en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Fue discípulo de Pío Collivadino y Lino Spilimbergo. Dos años más tarde se graduó como Profesor de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Allí entabló una amistad, que duraría toda la vida, con Adolfo Ribera. En 1947, ganó una beca para estudiar en Sevilla y viajó por España, llevando como guía de su periplo el Viaje escrito por Antonio Ponz a fines del siglo XVIII.

Al año siguiente, escribió en co-autoría con Adolfo Ribera El Arte de la Imaginería en el Río de la Plata. Gracias a trabajos como éste y los de Torre Revello, es posible conocer datos preciosos, custodiados en el Archivo de la Curia Arzobispal hasta su destrucción en 1955.

Fue profesor en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, en cuyos Anales publicó más de una decena de artículos. Destaquemos también el trabajo de Schenone en el Instituto de Investigaciones Estéticas de esa Facultad, junto a Mario Buschiazzo, Ramón Gutiérrez y José María Peña.

Mencionemos las expediciones de Héctor al norte argentino, a Bolivia y Perú, lugares que conoció como pocos y en los que entabló amistades entrañables con Teresa Gisbert, José de Mesa, Pedro Querejazu, Elizabeth y Rosanna Kuon.

Desde 1957 y hasta su aprobación en el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires en 1963, junto a Julio Payró, Ernesto Epstein, Adolfo Ribera, José Antonio Gallo, Guillermo Thiele y, poco después, Nelly Perazzo, participó en la organización de una carrera de Historia de las Artes. En ese marco, organizó los cursos de arte barroco europeo e hispanoamericano.

Solía dar en los años 60 unas clases impecables y deslumbrantes sobre el barroco romano. Hay una pequeña historia al respecto. Un día supimos que Héctor se disponía a viajar por primera vez a Roma y nos resultaba increíble que nunca hubiera estado allí, o más todavía, que no hubiera transitado cien veces alrededor de los edificios, de las esculturas y de los ciclos decorativos que explicaba para nosotros. Schenone llegó a Roma en 1980 una mañana y se largó a caminar en busca de Sant’Andrea della Valle, de Sant’Andrea al Quirinale, de San Carlino. Iba sin plano, se lo había olvidado en el hotel (una de sus distracciones gloriosas), entró a Sant’Agnese, fotografió la Fuente de los Cuatro Ríos y salió de la Piazza Navona por la Via dei Coronari. De pronto, hacia la izquierda vislumbró, en el fondo de un vicolo que no figura en los mapas, el perfil de una columna y el dibujo terminal de una cornisa. Excitadísimo, dijo: «Ahí está Santa Maria della Pace«, y así era nomás, había identificado la iglesia de Pietro da Cortona por el alzado del orden arquitectónico en el costado más exiguo del edificio. Hay pocos ejemplos de una captación parecida, de una individualización de un objeto artístico a partir de tan minúsculo trazo. El ojo, el archivo de imágenes y la mente asociativa de Héctor Schenone, una leyenda de nuestra historiografía del arte.

Otro mitologema asociado a su nombre tiene que ver con el llamado “principio Schenone”, a cuya formulación, cada año más precisa, asistimos sus alumnos desde 1967 en adelante. En los cuatro tomos de Iconografía del arte colonial, escritos por Héctor, publicados hasta hoy y que abarcan la totalidad de la vida de los santos, la vida de Cristo y la existencia de María, nuestro maestro demostró de una manera  sistemática la vigencia de una práctica de derivación iconográfica en los talleres de arte de la América colonial que, a partir de grabados, se convertían total o parcialmente en pintura y relieve, o bien se fragmentaban y recomponían en un cuadro, en un retablo, al modo del patch-work. Tanto insistió, con razón, en este punto, que un buen principio de la tarea del historiador latinoamericano, ocupado en el estudio del arte colonial, es el de buscar tenazmente las fuentes grabadas europeas de cualquier representación religiosa americana. A dicho apotegma los investigadores hemos dado con justicia el nombre de “principio Schenone”. Él señalaba, no obstante, un solo topos, frecuente en la pintura cuzqueña y altoperuana entre finales del siglo XVII y mediados del XVIII, que se resistía a la aplicación del célebre principio, id est, los ángeles arcabuceros pintados en largas series de entre seis y diez criaturas celestes aladas, que visten trajes de etiqueta comunes en la Europa de Luis XIV, manipulan arcabuces, los apoyan sobre un hombro, apuntan con ellos hacia arriba del cuadro y les cargan la pólvora. Es común que esos escuadrones incluyan un abanderado y un tambor y que los designen nombres salidos de la tradición hebrea, inscriptos en la parte inferior de las telas, pero lo que define y separa a esos conjuntos de cuanto modelo europeo se haya indagado es definitivamente el arma de fuego que blanden los personajes. En procura de la solución del enigma, Mesa y Gisbert anudaron el tema a las listas de ángeles del Libro de Enoch, en tanto que un historiador peruano de la nueva generación, Ramón Mujica Pinilla, emprendió una de las investigaciones más fascinantes de la iconología latinoamericana. El tema sigue abierto.

En 1967 Schenone fue nombrado director del Museo Fernández Blanco, cargo que ocupó hasta 1974. Allí llevó a cabo una renovación profunda del ordenamiento, la clasificación y el contenido de las colecciones. Por primera vez instauró una política de compras, retomada luego durante las últimas gestiones del doctor Corcuera y del licenciado Cometti. Llevó adelante una reforma museográfica en la que cambió toda la manera de presentar la colección. Pero los arreglos en la capilla fueron utilizados arteramente en 1973-4 para desplazarlo de su cargo de director. El dolor profundo que el asunto le causó fue sólo restañado en 2008 por un grupo de alumnos suyos, en el que se destacaron Gabriela Siracusano, Agustina Rodríguez Romero, Patricio López Méndez y Gustavo Tudisco, quienes organizaron una muestra de la colección de arte que el propio Schenone había reunido, con paciencia y dificultad, entre 1947 y 1987.

Deben destacarse otros aportes suyos, imprescindibles y novedosos para la historiografía artística argentina: el trabajo de gran síntesis sobre el arte colonial hispanoamericano en nuestro territorio en los capítulos correspondientes de los tomos I y II de la Historia del Arte en la Argentina, publicada por la Academia Nacional de Bellas Artes; los cuatro tomos de la Iconografía ya citados, en los que el registro exhaustivo de las leyendas de las imágenes aqueropoiéticas en Sudamérica, imágenes hechas por una mano no humana (es decir, para las que se imagina la intervención de un ángel o un ser aún más alto a la hora de terminarlas), permitió escribir un nuevo capítulo de  la teoría del poder de las imágenes que había desarrollado, pocos años antes, David Freedberg.

Descuella también el relevamiento del patrimonio artístico nacional, concebido por Ribera y Schenone en el marco de la Academia y dirigido sólo por Héctor a partir de la prematura muerte de Adolfo en 1990. Esa labor se llevó a cabo en las provincias de Corrientes, Jujuy, Salta y parte de Córdoba. Fue fundamental el papel cumplido entonces por Iris Gori y Sergio Barbieri. Respecto de la ciudad de Buenos Aires, la Academia editó cuatro volúmenes de inventario patrimonial, dirigidos por Schenone y en los que colaboraron Isaura Molina, Elisa Radovanovic y Adela Gauna. Uno de los logros que también debemos a nuestro profesor en ese marco es el rescate del valor del arte religioso del siglo XIX en nuestra ciudad. Y no sólo del arte del catolicismo sino también del judaísmo, el cristianismo oriental y las iglesias protestantes.

Fue iniciativa suya la creación de taller TAREA junto a Ribera, Basilio Uribe y los directores de la Fundación Antorchas, Pablo Hirsch, José Oppenheimer, José Martini, Jorge Helft y Américo Castilla. En principio, ese taller se dedicó a la restauración del arte colonial en las iglesias y pequeños museos del norte de nuestro país. Héctor y Basilio desarrollaron un proyecto científico que implicó la incorporación de la química a los procesos de restauración. Schenone y Uribe sumaron entonces a Alicia Seldes al equipo. Ella fue la primera científica argentina que aplicó sistemáticamente las ciencias físico-químicas a la conservación. Schenone promovió así una base de datos única en el mundo sobre las técnicas de la pintura hispanoamericana. El actual Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural de la Universidad de San Martín “TAREA”es el descendiente directo de aquel proyecto inicial. Sólo hay que recordar la felicidad y la alegría enormes que Héctor sentía cada vez que regresaba al taller cuando ya se había jubilado.

Héctor Schenone falleció el 31 de mayo de 2014.

Un pasaje de la Apología que Erasmo dedicó al gran Reuchlin parece destinado a nuestro amigo: “¿Creéis que se haya de llorar la muerte de tan grande hombre? Ha vivido largo tiempo, si acaso la longevidad sirve para ser felices. Ha dejado recuerdos imperecederos de su virtud y amor hacia su familia y hacia todos los hombres que a él se acercaron. Consagró con sus buenas obras su propia persona a la inmortalidad. Suponemos que ahora, librado de las miserias humanas, goza del cielo y discurre” con San Francisco, su santo más amado.

Sólo nos resta transmitir con emoción el agradecimiento por el saber que Héctor nos prodigó, por la amistad con que nos honró, por la bondad de corazón y el afán de verdad con que iluminó nuestra ciencia. Su obra ha escrito varias páginas fundamentales en el libro de lo mejor de la civilización argentina. Parafraseando el dictum de Mitre sobre Rivadavia: todo historiador del arte en nuestro país transita por los libros que él escribió y las instituciones que fundó o contribuyó a engrandecer.

José Emilio Burucúa es historiador del arte, profesor en la Universidad Nacional de San Martín. Lucio Burucúa es traductor del italiano y del latín.

4 Readers Commented

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  1. Pablo Cárdenas Hilario on 24 septiembre, 2019

    Mi admiración al gran hombre Héctor Herminio Schenone, investigador e impulsor de valoración del arte especialmente religiosa a nivel internacional. Le escribo de Conayca, un distrito lejano de la provincia de Huancavelica, lugar al que probablemente llegaron sus emisarios por eño 1988 en la que fotografiaron la iglesia del pueblo de Conayca (Iglesia Santísima Trinidad de Conayca), que en base a ello el Dr. Schenone describió la forma y contenido de la iglesia colonial inaugurado el año 1693. Este trabajo muy técnico y de valor incalculable, no me queda sino agradecer infinitamente, y tengo la esperanza de contar con las fotografía de entonces y tal vez una descripción más ampliada, por cuanto posterior a 1988 la iglesia ha sufrido una serie de robos incluido el púlpito. Mil gracias por el aporte del Maestro.

  2. Pablo Cárdenas Hilario on 24 septiembre, 2019

    Mi comentario anterior la hice desde el distrito de Conayca, provincia de Huancavelica, departamento Huancavelica, país Perú. Gracias.

  3. Maria Elena Ross on 21 diciembre, 2020

    Un gran personaje! He abrevado de tres de sus libros sobre Iconografía Colonial. El último, el de María, no he podido conseguirlo.
    Lecturas obligadas para todo aquel interesado en la Iconografía Cristiana Colonial. Descanse en Paz. Un saludo desde Ciudad de México!

  4. Hola yo tengo un oleo q el maestro investigo quiero más información gracias

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