Publicamos la exposición del embajador Marcelo F. Colombo Murúa en el marco del panel sobre la visita del papa Francisco a Tierra Santa que se realizó en el Jockey Club de Buenos Aires.

Algunos afirman que la religión, que ha sido un obstáculo político en la región, ahora –a partir de los gestos del Papa y especialmente de la histórica y exitosa invitación a los Presidentes de Israel y Palestina a orar por la paz en el ámbito del Vaticano-, puede convertirse en una herramienta de cambio de actitudes que, eventualmente, conduzca a la paz tan ansiada por muchos y tan esquiva hasta ahora. Para adelantar una opinión soy de los que cree que el intento del Papa Francisco, pese a que no está exento de riesgos que no deben subestimarse, es una iniciativa novedosa planteada con una visión estratégica de enorme significación que aún no puede valorarse en toda su dimensión y con gran coraje, susceptible de promover un cambio favorable en la actitud de los pueblos y dirigentes involucrados directamente en el conflicto, que permita reencaminar el proceso de las negociaciones en la búsqueda de una paz justa, permanente, comprensiva y estable.

Es evidente que la paz sólo será posible si nace en el fuero interno del ser humano, en el corazón del hombre. No es posible que resulte de una imposición externa porque no sería sólida ni permanente; debe existir una convicción muy fuerte a nivel de la conciencia íntima de cada persona que la paz es ante todo un imperativo categórico, que conviene a todos y que es solo en un ámbito de paz y tranquilidad que los pueblos enfrentados van a poder realizarse espiritual, política y económicamente dentro de un marco de seguridad, garantizada para ellos y sus vecinos. Y para lograr generar un espíritu esencial de paz, me parece que la oración colectiva, el método propuesto por el Papa, es el ejercicio más adecuado.

En consecuencia, cabe concluir que un desarrollo y generalización favorables de la histórica iniciativa de Su Santidad, podrían convocar la adhesión de gobiernos y pueblos involucrados, como también reorientar y revitalizar las negociaciones y los arreglos de paz que, de otro modo, serán muy difícilmente alcanzables.

Los que estamos presentes esta noche aquí hemos tenido el privilegio de escuchar la muy interesante presentación del Dr. Norberto Padilla, sobre los antecedentes y algunos pasajes de la histórica visita del Santo Padre a Tierra Santa, y los apasionantes testimonios del Rabino Abraham Skorka y del representante Islámico Sr. Omar Abboud, quienes acompañaron al Papa Francisco en su peregrinación, sobre los momentos culminantes de la misma. Esos testimonios son únicos e inéditos y nos permiten comprender la importancia de la presencia y la acción del Papa en esa región, mirando hacia el futuro. Las tres disertaciones fueron enmarcadas en el ámbito religioso. Voy a procurar, cumpliendo el pedido del Dr. Padilla, enfocar mi presentación en el ámbito político, lo que nos va a permitir comprender el contexto y las circunstancias –a veces complejas-en que se desarrolló esta peregrinación del Papa Francisco, como también su trascendencia en el porvenir.

Para ello pensé que es oportuno hacer un repaso de la situación, de su génesis, desarrollo y evolución hasta llegar a la situación actual y poder así fundar una opinión en cuanto al  impacto y posibles repercusiones de esta visita que ya ha marcado un hito histórico.

El conflicto palestino-israelí, que es el conflicto central del Medio Oriente, arranca muy atrás en la historia, con las luchas religiosas y de poder, que dan origen a la diáspora del pueblo Judío, obligado a alejarse de su cuna en territorio de palestina,  y a convertirse en un pueblo errante. Pero ese pueblo conservó su fe y su unidad a lo largo de la diáspora, y nunca perdió su vocación ni sus esperanzas de regresar y restablecer su libertad política. Esto dio origen a los llamados derechos históricos del pueblo judío, por los que comparten esta visión.

Del siglo XV al XIX el territorio de palestina estuvo bajo la dominación del Imperio Otomano. En conocimiento del reclamo de los derechos históricos del pueblo judío las autoridades Otomanas no lo autorizaron durante largo tiempo a hacer pie dentro de sus posesiones. Recién en 1881 el Imperio autorizó a los judíos a establecerse en su territorio, salvo en palestina, adonde se les permitía ir solamente en peregrinación, pero no a instalarse, en resguardo de la situación de los habitantes allí existentes.

Ya se había producido una primera ola de inmigración judía a ese territorio, patrocinada por el Barón de Rotschild, cuando el periodista austro-húngaro Theodor Herzl, ante cuya tumba el Papa rindió el sentido homenaje que nos comentó hace un momento el Rabino Skorka, impresionado por las discriminaciones que sufrían los judíos en Europa, especialmente notables en el proceso al Capitán judío Dreyfus en París, publica en 1896 su libro “Der Judenstaat” (el Estado Judío), abogando por la creación de un Estado para el pueblo judío. Esa propuesta resultó aprobada por el Primer Congreso Sionista Mundial de Basilea en 1897, el cual decidió ubicar al Estado por nacer en Palestina, desechando otras ideas, como la de establecerlo en la Argentina –lo había sido planteado a modo de alternativa en el libro de Herzl, quien -dicho sea de paso fue el fundador del Sionismo político- o en el Africa, otra de las posibilidades entonces consideradas.

Durante la Primer Guerra Mundial, el acuerdo secreto Sykes-Picot, suscripto entre Francia y Gran Bretaña, entre otras cosas colocaba a Palestina bajo el control británico, lo que se confirmó con el posterior Mandato otorgado al Reino Unido por la Sociedad de las Naciones. También se produce la Declaración de Lord Balfour, Ministro británico de Relaciones Exteriores, quien comunica mediante una carta del 2/11/17 al Barón de Rotschild, que el gobierno de Su Majestad era favorable y simpatizaba con las aspiraciones judías sionistas de establecer en Palestina “un hogar nacional para el pueblo judío” por lo que haría lo necesario para facilitar el logro de ese objetivo.

Varias olas de inmigración de colonos judíos a Palestina se sucedieron entre las dos guerras, mientras la situación en el terreno se deterioraba, cada vez más seriamente, por las dificultades que planteaba la convivencia entre estos y la población árabe local, lo que derivó primero en hechos de violencia, y luego en una guerra civil no declarada durante la 2ª. Guerra Mundial. En 1939, a la época de su iniciación, la situación generalizada de violencia ya se le escapaba de las manos a Gran Bretaña. Las cosas empeoraron aún más en sus postrimerías y después de la guerra, a raíz del holocausto y los horrores sufridos por los judíos en Alemania y Europa, lo que hizo imparable una nueva y fuerte ola de inmigración a Palestina. Se calcula que en 1947 vivían en su territorio cerca de 600.000 judíos y más de 1.000.000 de árabes.

La guerra civil no declarada, determinó la intervención de la ONU, de reciente creación entonces. Durante el debate sobre la situación, el representante soviético pronunció un impactante discurso el 26/11/47, cuya parte pertinente voy a leer porque ilustra sobre los motivos de la ONU para tomar cartas en el asunto. Cito “El estudio de la cuestión palestina, comprendida la experiencia del Comité Especial, ha probado que hebreos y árabes no quieren o no pueden vivir juntos. (…) si estos dos pobladores de Palestina –ambos con raíces históricas en esta región- no pueden convivir en el marco de un Estado único, no queda más remedio que formar dos Estados, uno árabe y otro hebreo…”.

Surgió así la Resolución No. 181 sobre la Partición de Palestina, aprobada por la Asamblea General el 29 de noviembre de 1947, solo 3 días después del discurso recién evocado, por 33 votos a favor (EEUU y URSS entre otros), 13 en contra (Egipto y grupo árabe) y 10 abstenciones entre ellas la Argentina. Los árabes la rechazaron alegando que nunca aceptarían la partición con el desmembramiento de ese territorio, ni el establecimiento de un Estado Judío, al que consideraban una fuerza colonial y exógena.

Sobrevino luego el retiro de Gran Bretaña el 15/5/48 ante una situación que se había tornado inmanejable y el establecimiento, el día anterior, es decir el 14 de mayo de 1948 del Estado de Israel, por medio de una proclamación solemne de David Ben Gurión. Esto fue seguido por la invasión árabe y la que Israel llama guerra de la independencia. Los Acuerdos de Rodas del 23/2/49 pusieron fin al conflicto armado: resultado, el 78% del territorio quedó bajo control de Israel, mientras la Resolución de la ONU le había otorgado el 55% del mismo, aunque más tarde esto sufrió algunas modificaciones. Como consecuencia de ese arreglo 600.000 palestinos tomaron el camino del exilio, aunque algunos permanecieron en territorios controlados por Israel.

Gaza fue anexada por Egipto, la margen occidental del Jordan, incluyendo a Judea y Samaria, pasaron a Transjordania que adoptó entonces el nombre de Reino Hachemita de Jordania, el cual también tomó control sobre el Este de Jerusalén. La Ciudad Santa quedó dividida así entre árabes e israelíes; su casco antiguo, que es la parte amurallada, quedó bajo control internacional, para garantizar el libre ejercicio del culto a judíos, musulmanes y católicos en la cuna de las tres religiones. El Estatuto de la ciudad de Jerusalén quedó definido en la Res. T/592 del Consejo de Administración Fiduciaria de las Naciones Unidas del 4 de abril de 1950.

La situación de los palestinos que tomaron el camino del exilio, nunca se solucionó hasta el presente. No tienen protección de Estado alguno, los países árabes que los han aceptado en sus territorios no les reconocen la nacionalidad, salvo Jordania, con lo que han quedado reducidos al status de apátridas. Son parias, que se instalaron sucesivamente en Jordania, Líbano, Túnez y otros países árabes como Kuwait, en condiciones muy precarias, donde a veces viven hacinados en campamentos.

Se sucedieron varias guerras  -la de la independencia, la de los seis días y la de Yom Kipur como las principales- dos intifadas o revueltas populares palestinas, varios intentos de negociar una paz satisfactoria, donde cabe anotar por su importancia los Acuerdos de Oslo, la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 y sus derivaciones, sin que se hayan encontrado fórmulas para un arreglo definitivo y general, aunque se lograron algunos avances significativos como los Tratados de Paz firmados entre Egipto e Israel en 1979, o el rubricado entre Israel y Jordania en 1994, ambos con ayuda y patrocinio norteamericanos. Cabe agregar el reconocimiento de la Organización para la Liberación Palestina, como contracara por la remoción de la negación del derecho de Israel a existir de los estatutos de esa organización, y la autorización a la Autoridad Nacional Palestina, surgida de aquella, para instalarse en Gaza y Cisjordania con su propio autogobierno.

Llegamos a la actualidad, donde existen dos enclaves, dentro del territorio de Israel, bajo administración civil palestina, Cisjordania en la margen occidental del Jordán y la Franja de Gaza, gobernados por distintos regímenes los de Fatah y Hamás, que hace poco concluyeron un acuerdo de unificación, que ha causado ya algunas repercusiones internacionales no muy positivas. En la primera, existen una infinidad de asentamientos de colonos israelíes, bajo jurisdicción y protección de Israel que construyó un extenso muro para su seguridad, donde como ya señalaron mis colegas del panel, el Santo Padre se detuvo para un momento de recogimiento y oración. Son dos territorios separados, desconectados, que no tienen comunicación entre sí, sino a través del territorio israelí. En esas condiciones resulta sumamente difícil el establecimiento de un Estado Palestino sustentable, lo cual haría indispensable una compleja negociación de territorios, para compensar a palestina las áreas ocupadas por asentamientos israelíes, un corredor bajo garantía internacional que permita la comunicación entre los dos enclaves y, en fin, una serie de arreglos sobre seguridad que ofrezca garantías tanto a Israelíes como a palestinos, regreso de los refugiados palestinos y solución de una cantidad de problemas prácticos que plantea la situación. Y no hay que olvidar la negativa incidencia de los odios y resentimientos en ambos bandos, derivados de la sangre derramada a causa de las guerras y la violencia que han asolado la región durante todos estos años.

Cabe concluir que los lineamientos y condiciones a reunirse para viabilizar eventuales soluciones conducentes a la paz, debieran ser los siguientes:


1)      Contextos internacional y regional favorables.

2)      Liderazgos fuertes en todos los actores. Cuando pienso en líderes fuertes me vienen a la mente hombres como Sadat y Rabín. Aquí me voy a detener para una breve explicación. Ustedes recordarán que el Presidente Egipcio Anwar el Sadat, tomó en septiembre de 1977 la histórica decisión de realizar una visita a Israel; ello demandó un coraje realmente extraordinario porque significaba presentarse ante un ambiente hostil. Sin embargo, se presentó ante la Knesset, abogando por la necesidad de hacer la paz entre los dos países, y ese fue el impulso inicial de los Acuerdos de Camp David concluidos al año siguiente, y del Tratado de Paz firmado en 1979, que todavía se encuentra vigente en nuestros días.

En cuanto al ex Primer Ministro de Israel Itzak Rabín, cabe recordar su antigua militancia en la “hagana” el grupo armado secreto israelí que había actuado en la época del mandato británico; es decir que era un hombre de acción, fogueado en la guerra. Más tarde culminó una carrera militar destacada como comandante en jefe de las Fuerzas Israelíes durante la guerra de los seis días. Un jefe militar distinguido con todos los méritos. Un buen día decidió retirarse de la vida militar e incorporarse a la vida y la acción política, donde por su formación, antecedentes y carácter, era considerado uno de los “halcones”, es decir de los duros respecto de la paz. Sin embargo, con el tiempo comprendió que Israel no tenía futuro, sino a través de una paz completa, que le permitiera proyectarse y liberar todas sus energías creadoras. Y se convirtió, adoptando una actitud favorable a la paz con una fuerza y convicción extraordinarias.

En su momento, tuve el honor de acompañar al Canciller Guido Di Tella en su visita a Israel, que tuvo lugar en julio de 1995, como miembro de su delegación. Las negociaciones de paz se desarrollaban tan satisfactoriamente en ese momento, que las propias autoridades Israelíes aconsejaron iniciar la visita con un encuentro con Yasser Arafat, en Gaza, y así se hizo. Al día siguiente 25 de julio en que estaban programadas las audiencias con las autoridades políticas de Israel –Shimón Peres era el Canciller, Itzak Rabín el Primer Ministro y Natanyahu, Presidente de la Knesset- el país amaneció en un estado de conmoción impresionante debido a la voladura de un ómnibus en Tel Aviv, con un saldo de varios muertos e innumerables heridos; la sensibilidad de la sociedad israelí era enorme frente a los atentados terroristas, por lo que pensamos que el programa de entrevistas caería o se postergaría. No fue así; el protocolo de la oficina del Primer Ministro avisó a la Embajada que el Premier Rabín recibiría al Canciller a la hora prevista, pero que la audiencia sería acortada en tiempo ya que el Primer Ministro debía concurrir al lugar del atentado y ocuparse de la tragedia. Recuerdo muy vívidamente que al entrar al despacho de Rabín y luego del intercambio de saludos de estilo, este le dijo a Di Tella “Mire Canciller, el horror de esta mañana, es el resultado de una acción criminal de los que no quieren la paz. No sabemos todavía quiénes son; se están realizando las investigaciones correspondientes; pero a nosotros no nos van a mover ni un milímetro del camino hacia la paz que nos hemos propuesto y que esperamos lograr a muy corto plazo. Le pido que transmita esto al gobierno Argentino”. Retomo mi razonamiento; líderes de la enorme calidad de los hombres que acabo de recordar, son los que se requiere para lograr la paz. Hombres capaces de fijar una línea y sostenerla con la fuerza de una convicción profunda, logrando el apoyo del pueblo. Hombres que, como Sadat o Rabín, puedan ser capaces de marcar rumbos con una energía que les permita llevar adelante su política, aún enfrentado oposiciones o circunstancias adversas. Y la tercera condición, sería la siguiente:
3)      Un proceso negociador equilibrado con apoyo de los principales actores internacionales, dentro del cual un objetivo inevitable sería el establecimiento de un Estado Palestino viable que conviva con el Estado de Israel, los dos dentro de fronteras seguras y garantizadas internacionalmente.

La generosa y oportuna iniciativa de Su Santidad el Papa Francisco en el marco de esta problemática, concebida desde su profunda humanidad, con sus gestos históricos, el coraje y la determinación que le conocemos, viene a sumar un liderazgo fuerte e incuestionable en el ámbito religioso y espiritual, que es el único que no ha sido suficientemente explorado como instrumento de búsqueda de la paz.

El diálogo interreligioso que ha venido practicando con nuestros amigos del panel, cuya inspiración se manifestó en el hecho inédito de que estos distinguidos representantes de las otras dos religiones monoteístas fueran incorporados a la comitiva papal -como lo puso recién de relieve el Sr. Abboud-, puede obrar a mi juicio, como un catalizador de un espíritu de unión que favorezca las difíciles negociaciones futuras. Todos esperamos confiados que este fuerte liderazgo del Santo Padre aporte un elemento decisivo para lograr la tan ansiada y esquiva paz en esa región y en el mundo, y convierta así en realidad la apelación a la paz contenida en los saludos judío Shalom y musulmán Salam u aleikum, que la paz esté con todos ustedes.

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