En tiempos en los que la humanidad demuestra mayores potencialidades pero tolera situaciones graves de desigualdad y humillación, Francisco busca “agitar las conciencias».
Como era de esperarse, la publicación de la exhortación Evangelii Gaudium, el texto para la Jornada Mundial de la Paz del 1° de enero 2014 y el mensaje al World Economic Forum de Davos del 21 de enero 2014 suscitaron una imprecisa toma de posiciones, en gran medida no favorables. ¿Por qué? La cuestión es simple: al Papa no le preocupa identificarse con una línea de pensamiento en la que todos puedan encontrar un vestigio de su propio punto de vista. En todo caso, lo suyo es de carácter profético, pero de quien no pretende anticipar el futuro sino denunciar el presente. Un filósofo de las ciencias diría que el de Francisco no es un ejercicio de “ciencia normal” sino de “ciencia revolucionaria”, que propone un paradigma diferente al dominante. El fenómeno de la globalización y el de la tercera revolución industrial tornan urgente y necesaria una nueva actualización de principios y valores a la luz de las res novae de un mundo en rápida transformación. Este precipitarse de transformaciones obliga a reflexionar para elaborar y profundizar las intuiciones que Francisco presenta en su exhortación. El pontífice pretende agitar las conciencias frente al escándalo de una humanidad que, al tiempo que dispone de potencialidades cada vez mayores, no logra vencer algunas llagas estructurales que humillan la dignidad de la persona. Nos llama a no detenernos en la errónea convicción de que las magníficas suertes progresivas de los mercados y de las finanzas puedan llevarnos, casi de manera determinista, a un futuro mejor. La economía no tiene un piloto automático y la tesis de Smith, según la cual una mano invisible armonizaría los egoísmos individuales en función del bien común, es válida bajo condiciones tan improbables que finalmente no se verifican en la práctica. La competencia, que aporta beneficios a los consumidores, no es el resultado natural de la interacción de las fuerzas del mercado sino que sólo puede conseguirse con la labor anti oligopólica de las autoridades.agitar las conciencias”.
En este contexto la enseñanza social de la Iglesia ofrece una perspectiva que apunta a una economía inclusiva, sustentada en la justicia y en una cultura de la gratuidad. Con las enormes posibilidades de que se dispone gracias al progreso tecnológico y de las conciencias, nuestras sociedades pueden actuar mejor, mucho mejor, si son fieles a la idea de valorar la persona humana. En esto tenemos que reflexionar en la vigilia de un momento importante como la conclusión en 2015 de la época de los Millennium Development Goals y del comienzo de las definiciones de los nuevos Millennium Sustainable Goals que deberían indicar la dirección y los objetivos de los próximos años.
¿Cuáles pueden ser los pilares de un pensamiento, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, para entender el fenómeno de la economía capitalista de mercado tal como se presenta hoy? El Papa no se refiere a un modelo abstracto de economía de mercado tal como se describe en la mayor parte de los manuales de texto. Francisco demuestra haber comprendido bien que a partir de los últimos treinta años, luego de los efectos de la globalización y de la tercera revolución industrial, se verificó una inversión en la relación entre economía y política. En efecto, la economía se ha convertido en un fin y la política en un medio. No era así en los siglos precedentes cuando la política, en cuanto acción organizada responsable del bien común, señalaba los fines que la sociedad debía alcanzar y al mercado se le exigía buscar los medios más eficaces para alcanzarlo. El Papa parece proponer que se pongan las cosas en su sitio.
Consecuentemente surge la propuesta a buscar una salida a la sofocante dicotomía que enfrenta la tesis neoliberal (según la cual los mercados casi siempre funcionan bien y no necesitan intervenciones que los regulen) con la tesis neo-estatista (que sostiene que los mercados casi siempre fracasan y que por lo tanto corresponde confiar en la mano visible del Estado). Precisamente porque los mercados, que son necesarios, a menudo no funcionan bien se requiere intervenir en las causas que llevan a esa situación, sobre todo en el ámbito financiero, antes que en sus efectos. Este es el camino que privilegia quien defiende la economía civil de mercado, ámbito en el cual parece moverse el Papa en sintonía con las enseñanzas de sus dos últimos predecesores.
El mercado no es sólo un mecanismo para regular los intercambios. Es sobre todo un ethos que induce a cambios profundos en las relaciones humanas. Por ello la insistencia del Papa en el principio de fraternidad que tendría que encontrar un lugar adecuado en el funcionamiento del mercado y no fuera de él. Obsérvese que Bergoglio no ataca la riqueza en sí ni se declara a favor del pauperismo, como escribió algún observador apresurado. Por otra parte, ello sería incompatible con la idea cristiana de creación y con lo que Juan XXIII ya había precisado en la Bula Gloriosam Ecclesiam. El juicio se refiere más bien a los modos en los cuales la riqueza es generada y a los criterios con los cuales es distribuida. Modos y criterios que un cristiano no puede dejar de someter al juicio moral.
Otro pilar del pensamiento de Francisco es la tesis conocida como “el efecto derrame”; tesis que se desprende del aforismo según el cual “una marea que sube eleva todas las embarcaciones”. Imagen utilizada, según parece, por el norteamericano Alan Blinder. Si se cree en ella uno no debería preocuparse por la distribución de réditos y riqueza ya que finalmente todos estarán mejor; lo importante es aumentar el tamaño de la torta. Si bien es cierto que las gotas de riqueza que caen hacia abajo favorecen también a los pobres, al considerar la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, la pregunta que debe plantearse es otra: ¿es moralmente aceptable que quienes están últimos en la jerarquía social, aunque puedan mejorar su posición, vean aumentar la distancia que los separa de quienes están arriba? Esto es lo que ha sucedido en el curso de los últimos treinta años.
En efecto, el Papa demuestra comprender lo que muchos observadores y estudiosos simulan no ver: que la pobreza absoluta y la desigualdad son dos cosas diferentes. La globalización ciertamente ayudó a disminuir la pobreza absoluta pero hizo crecer de manera preocupante a “los pobres relativos”, los que ganan menos de la mitad del rédito per cápita de la comunidad a la que pertenecen. Por ello combatir la pobreza absoluta, lo cual está muy bien, no puede ser enarbolado como la solución frente a las desigualdades sociales. Mientras en el primer caso alcanza con intervenir en los mecanismos redistributivos (por ejemplo impuestos, filantropía, etc.), si se quieren reducir las desigualdades hay que intervenir en los mecanismos de producción. Y esto incomoda. ¿Por qué? Por la secreta (o mejor, mantenida en secreto) razón de que estorba a lo que Joseph Schumpeter (1912) llamó el verdadero motor del capitalismo: la “destrucción creadora”. El mercado capitalista debe “destruir”, es decir, eliminar empresas y personas para poder crecer indefinidamente. En los excluidos se pensará después, con programas asistenciales. La economía civil de mercado nunca podrá aceptar la darwiniana destrucción creadora que reduce las relaciones económicas entre personas a relaciones de cosas.
Y entonces, ¿qué se debe hacer? Hay muchas maneras de reaccionar frente a los desafíos del siglo XXI. Por un lado, lo que podríamos llamar el “fundamentalismo del laissez-faire”, que sostiene una transformación tecnológica por sistemas auto-regulados con la abdicación de la política y, sobre todo, la pérdida de una acción colectiva. No es difícil advertir los riesgos de autoritarismo que se derivan.
Por otra parte, está la visión neo-estatista que postula una fuerte regulación por parte del gobierno. Se trata de revivir, incluso parcialmente racionalizadas, las áreas de intervención pública en la economía y en las esferas sociales. Resulta claro que así surgirían efectos no deseados que podrían llevar a verdaderos desastres en los países emergentes.
Por último, la estrategia más afín a la Doctrina Socia de la Iglesia: la que tradicionalmente fue llamada doctrina civilis y luego doctrina socialis (León XIII). Son cinco los pilares en los que se asienta:
a-El cálculo económico es compatible con la diversidad de comportamientos y de tipologías institucionales. Por lo tanto es necesario defender a las empresas más débiles para asegurar el futuro. Lo cual significa que el filtro de selección debe estar presente pero no ser demasiado sutil. El mercado global tiene que ser un lugar en el que las variedades locales puedan mejorarse, rechazando las visiones deterministas.
No debemos olvidar que la globalización nivela inevitablemente hacia abajo las instituciones que existen en cada país. Las reglas del libre intercambio chocan con la variedad cultural y consideran las diferencias institucionales como un obstáculo. Es esencial vigilar a fin de asegurar que el mercado global no constituya una amenaza a la democracia económica.
b-La aplicación del principio de subsidiariedad a nivel internacional. Se exige que las organizaciones de la sociedad civil sean reconocidas y no autorizadas por los Estados. Dichas organizaciones deberían cumplir una función más importante que la mera advocacy o denuncia: tendrían que desempeñar un rol en el monitoreo de las actividades de las empresas multinacionales y de las instituciones internacionales. ¿Qué significa en la práctica? Las organizaciones de la sociedad civil tendrían que cumplir roles y funciones públicas. En particular, pudiendo ejercer presión sobre los gobiernos de los países más importantes para suscribir un acuerdo que no permita el imprevisto retiro de los capitales de los países en vías de desarrollo.
c-Los Estados nacionales, en particular los que pertenecen al G8, deben encontrar un acuerdo para modificar las constituciones y los estatutos de las organizaciones financieras internacionales, superando el Consenso de Washington, creado en los años 80 después de la experiencia latinoamericana. Se requieren reglas que traduzcan la idea de que la eficiencia no se genera sólo con la propiedad privada y el libre comercio, sino también con políticas de competencia, con transparencia, con transferencia de tecnología, etc. La aplicación de esta visión parcial y unilateral por parte del FMI y del Banco Mundial tiene como desafortunadas consecuencias el exagerado endeudamiento y el castigo financiero.
Debe recordarse que en una economía financieramente ahogada la presión inflacionaria marca una brecha entre los depósitos nacionales y las tasas de interés, obligando así a las empresas nacionales a pedir préstamos en el extranjero, mientras los ahorristas son tentados a depositar sus fondos en el exterior.
d-Las instituciones de Bretton Woods, la UNDP y demás agencias internacionales deberían ser presionadas por las organizaciones de la sociedad civil para incluir entre sus parámetros de desarrollo los indicadores de distribución de la riqueza humana, además de los indicadores que midan el respeto de las especificidades locales. Estos indicadores deberían ser considerados tanto en la elaboración de las clasificaciones internacionales como cuando se preparan planes de intervención o de asistencia.
La presión debe ser ejercida a fin de obtener la aceptación de la idea de que el desarrollo merece ser ecuánime, democrático y sustentable.
La falta de instituciones (¡no de burocracias!) a nivel global hace que muchos problemas actuales sean difíciles de solucionar, en especial el ambiental. Mientras los mercados son cada vez más globales, el panorama institucional transnacional es aún el del mundo de postguerra. Se podrá objetar: ¿no hay suficientes tratados internacionales como contratos nacionales para regular las relaciones entre los individuos? La analogía puede llevarnos por mal camino, porque los contratos estipulados dentro de un país pueden ser aplicados por el Estado de esa nación, pero no existe una autoridad transnacional capaz de hacer respetar los tratados entre Estados.
En su conjunto, es difícil pensar cómo el actual estado de cosas pueda continuar. Mientras el mercado, en la gran variedad de sus formas, ya es global, la configuración de los gobiernos sigue siendo sustancialmente nacional o, al máximo, internacional.
Lo que se necesita es que las organizaciones gubernamentales internacionales estén constituidas por gobiernos nacionales (un ejemplo de red intergubernamental de reguladores nacionales es el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea con representantes de 27 autoridades nacionales de vigilancia bancaria). Que no exista un único orden jurídico global y completo, y menos un gobierno global, no implica que sea imposible concebir regímenes reguladores globales constituidos por actores como las organizaciones intergubernamentales y las ONG que se ocupan de estos temas y de problemas que no pueden ser afrontados o resueltos solamente por gobiernos nacionales.
e-Finalmente, un rico tejido de experiencias no-utilitarias debe ser creado para contar con una base que sirva para pensar modelos de consumo y, en términos más generales, estilos de vida que permitan establecer una cultura de reciprocidad. Para ser creíbles, los valores deben ser practicados y no sólo expresados. Lo fundamental es que quienes acepten encaminarse hacia una sociedad civil transnacional sepan que deberán comprometerse para crear organizaciones cuyo modus operandi gire en torno al principio de reciprocidad.
Puede afirmarse, en conclusión, que la búsqueda de un modelo para humanizar la economía comporta una pregunta referida a las relaciones que habría que profundizar y saber responder adecuadamente si se quieren evitar importantes efectos colaterales. En efecto, el buen funcionamiento de un sistema económico depende del hecho de que ciertas concepciones y ciertos estilos de vida hayan alcanzado o no una posición dominante. Las conductas individuales están integradas en una red pre-existente de relaciones sociales que no pueden explicarse como un simple vínculo, tal como los economistas tradicionales siguen sosteniendo. Más bien se trata de uno de los factores que impulsan para alcanzar los objetivos y las motivaciones individuales.
El papa Francisco es consciente de que el secularismo está tratando de dejar de lado al cristianismo en el discurso público para tornarlo intrascendente. Y reacciona con fuerza ante las tentativas del capitalismo global, entendido como modelo de orden social, para imponerse como una suerte de religión inmanente.
El intento de no mostrar en toda su realidad la naturaleza religiosa del capitalismo global se da principalmente de dos maneras. Por una parte, las decisiones de contenido moral se presentan en términos técnicos (los derechos humanos fundamentales deben ser limitados por razones de eficiencia). Por otra, los temas técnicos con respecto a los medios (como la opción entre “más mercado” o “más Estado”) son presentados como si se tratara de cuestiones ideológicas. Esforzarnos por desenmascarar proyectos de esta naturaleza es una manera de demostrar la importancia intelectual y la capacidad de perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia en el mundo actual.
El autor es Profesor de Economía Política en la Universidad de Bolonia y en la John Hopkins University.
3 Readers Commented
Join discussionExcelente artículo. Habiendo leído la Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDIUM, no he hallado nada que contradiga los principios del Código Social de Malinas, por lo cual estimo que el pensamiento papal los ratifica, teniendo en cuenta en las características y consecuencias de la economía social de este tiempo.
Bravo¡ Muchas gracias Sr Zamagni.
Felicito al Consejo de Redacción por su decisión de publicar este artículo. Dignifica y eleva el nivel de la Revista Criterio.
El Sr Zamagni hace una descripción muy acertada y constructiva de la realidad frente al desafío del papa Francisco. Las bases están planteadas para iniciar la discusión de un ordenamiento económico menos desigual. La llamada “economía civil de mercado” está enunciada y a disposición de todos los especialistas de buena voluntad, para formarla o deformarla a gusto.
esto se ve clarisimo en laudato si