El Papa supera la mirada tradicional de la Iglesia que asocia a la mujer con la maternidad o la vida consagrada. Francisco abre el juego y eleva el aporte que la mujer puede hacer a la institución y al mundo de hoy.Para Jorge Mario Nergoglio, hoy papa Francisco, la relación con la mujer no está configurada en términos de sospecha, dominación, o poder. Por el contrario, en términos de cariño o confianza. Él sabe que les debe mucho a las mujeres, que lo ampararon a lo largo de toda su vida. Y esa gratitud y reconocimiento se encuentran armoniosamente impregnados en su ministerio y en su teología.

El Papa aprecia en la mujer su sabiduría concreta que nace de una experiencia profunda y verdadera, anclada y enraizada en la realidad. Nada puede sustituir esa experiencia, ni siquiera toda la ciencia del mundo. Como obispo de Roma, en sus discursos y actitudes, ha dejado traslucir claramente esa confianza y ese cariño que pueden presentarse como una gran esperanza y apertura de perspectivas, no sólo para las mujeres sino para toda la Iglesia.  Cuando se le preguntó por la situación de la mujer en el mundo de hoy, el papa Francisco muchas veces se ha pronunciado favorablemente a una mayor valorización de la mujer.

En el avión que lo llevaba de regreso a Roma, después del viaje a Rio de Janeiro, declaró que una Iglesia sin mujeres es como un Colegio Apostólico sin María.  Pero incluso fue más allá: que el papel de la mujer en la Iglesia no tiene que ver sólo con la maternidad, como una matriarca en la familia, sino que es más fuerte. Y allí señala precisamente el ícono de María como Madonna, a quien la piedad cristiana llama la Virgen María; que es aquella que ayuda a la Iglesia a crecer. Es por ello que es más importante que los apóstoles y su ministerio.

Sin embargo, la gran novedad de lo que dice en la famosa entrevista en el avión, a nuestro parecer, tiene que ver con no limitar el papel de la mujer en la Iglesia. La importancia de esta afirmación reside en el hecho de que Francisco sale del tradicional encuadramiento de que todos los documentos y pronunciamientos de Papas anteriores hacen al referirse siempre a la maternidad o a la vida consagrada. Según esa concepción, se tiene la impresión de que no quedan otros espacios u otras posibilidades para la mujer fuera del casamiento, la familia, la maternidad o la consagración religiosa, pasando muy por encima al trabajo y a la profesión.

El Pontífice dice clara y textualmente que el papel de la mujer en la Iglesia no debe circunscribirse a ser madre, trabajadora. No se puede ni debe limitarla a eso. Reconoce asimismo que es necesario avanzar más en la explicitación del papel y el carisma de la mujer. De allí se puede inferir con propiedad y sin forzar los pronunciamientos del Pontífice  que cuando él dice que la Iglesia es madre y por ello el papel de la mujer es tan importante, no pretende confinar a la mujer al ámbito privado del hogar. O limitarla a las tareas domésticas tradicionales como coser, cocinar, limpiar o lavar… para los hombres.

Y enseguida lo ejemplifica bellamente con un hecho histórico que no deja lugar a la menor duda sobre su postura: cita el papel tan importante de las mujeres paraguayas en la reconstrucción del país. Vale recordar las palabras literales de Bergoglio porque tienen un enorme alcance: “Para mí, la mujer de Paraguay es la mujer más gloriosa de América latina…. Después de la guerra quedaron ocho mujeres por cada hombre y esas mujeres hicieron una opción difícil: decidieron tener hijos para salvar a la patria, la cultura, la fe y la lengua. En la Iglesia tenemos que pensar a la mujer en esa perspectiva de opciones arriesgadas, pero en cuanto mujeres”.

Creemos que los medios de comunicación y la Iglesia misma no deben atentar contra la importancia de estas palabras. El Papa legitima así una decisión que aparentemente y en el fondo no colisiona con la moral tradicional, con el matrimonio monogámico y la concepción y la crianza dentro de él. Admite una ética circunstancial donde las mujeres, a fin de mantener vivos sus países, sus pueblos y su cultura, optan por un bien mayor que exige ir más allá de la moral católica: tener también hijos por fuera de la institución matrimonial.

Pero lo más importante y nuevo de toda la reflexión de Francisco sobre la mujer es su visión pastoral universal, que percibe el peligro de las visiones reduccionistas sobre estos temas de moral sexual en relación con la mujer. Y dice:  “No podemos seguir insistiendo solamente en cuestiones referentes al aborto, el matrimonio homosexual, el uso de anticonceptivos. Es imposible”.

Lo que el Papa quiere decir es que la moral debe ser consecuencia del kerigma, del primer anuncio, propuesto con toda simplicidad, fulgor y entusiasmo. Una vez que este anuncio haya arribado a su destino, que es el corazón humano, todo el resto llega como consecuencia. Consecuencia que, si bien es importante, no manifiesta por sí solo el corazón de las enseñanzas de Jesús.

Las mujeres finalmente son liberadas por la actitud y las palabras del Papa de la eterna sospecha de ser ellas las responsables del mal y del pecado, de haber facilitado su entrada en el mundo y de poseer una corporeidad que es sede de peligrosas seducciones, provocando desvíos y errores que perturban la castidad de los monjes y el celibato del clero. Estos aspectos no deben ocupar el lugar central de la pastoral evangelizadora de la Iglesia –insiste–  y, por lo tanto, hombres y mujeres son llamados a entregar sus vidas para que el Evangelio conquiste al mundo y gane los corazones humanos.

Es alentador y nos llena de esperanza leer en la Evangelii Gaudium n. 103: “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones.  Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros que se expresa de un modo particular aunque no exclusivo en la maternidad.  Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos, y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque ‘el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral’ (Juan Pablo II) y en los diversos lugares en donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales”.

En ese aspecto el Papa trata, inclusive, con extrema delicadeza y sabiduría, el sensible tema del sacerdocio de la mujer. Dice que, a pesar de que no esté en discusión la ordenación sacerdotal para las mujeres, siendo el sacerdocio un signo de Cristo Esposo que se entrega a la Iglesia en la Eucaristía, no es legítimo ni posible que el sacerdocio se identifique con el poder. La mayor dignidad, afirma el Papa, nos llega del bautismo, accesible a todos. Lo cierto es que las mujeres en los tiempos de Francisco pueden alegrarse. Anuncia para ellas un tiempo de esperanza y renovación. Y ciertamente estarán a la altura de ese apasionante y gran desafío.

La autora es teóloga, profesora y ex decana do Centro de Teología y Ciencias Humanas de la PUC-Rio.

(Traducción de Alejandro Poirier)

2 Readers Commented

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  1. Enrique Endrizzi on 11 julio, 2014

    ¿No habrá sido un prurito de ‘ortodoxia’ haber colocado un NO en el párrafo que dice: «El Papa legitima así una decisión que aparentemente y en el fondo NO colisiona con la moral tradicional…»? Creo que el sentido es que SÍ colisiona y lo hallo muy bueno… Así como admitir una ‘ética circunstancial’, que hasta aquí era palabra por lo menos ‘tabú’…

  2. Graciela Moranchel on 15 julio, 2014

    Admirable el esfuerzo que hace María Clara Bingemer para rescatar de las palabras del Papa Francisco un mensaje positivo y esperanzador para las mujeres en la institución eclesial, que sin embargo, continúan siendo discriminadas, sin señales de ningún cambio efectivo y concreto, a más de un año del inicio de su pontificado.
    En la vida real, cotidiana de muchas comunidades cristianas de Buenos Aires al menos, observo con perplejidad un «retroceso» enorme con respecto al trato hacia las mujeres: conductas machistas de ciertos sacerdotes que no nos permiten desempeñar determinados roles en la liturgia o en los consejos pastorales, prefiriendo siempre estar rodeados de varones. Exagerada insistencia en afirmar que el orden sacerdotal fue instituido por Cristo en la última cena y que es voluntad de Dios que sólo sea conferido a varones (ningún teólogo «serio» puede sostener semejante afirmación al día de hoy). Afirmación de que las mujeres somos maravillosas y muy valoradas por la jerarquía católica. Pero que no tenemos potestad para decidir qué ministerio podemos desempeñar en las comunidades según nuestros propios carismas, sino que debemos esperar que nos delimiten bien «la cancha» para poder jugar al juego de la fe, etc.
    En fin: agradezco a María Clara su fineza para encontrar la «perla preciosa» en el pajar. Pero creo que falta muchísimo todavía para que las mujeres podamos ocupar el espacio al que estamos llamadas por Dios en nuestras comunidades.
    Mientras tanto, estoy convencida que debemos ponernos a trabajar con inteligencia e incansablemente, con espíritu de servicio y amor al prójimo, en la teología y en la pastoral, sin prestar tanta atención a las palabras del clero sobre nosotras. La institución eclesial sigue demasiado aferrada a la figura del sacerdote como dueño de un saber y un poder omnímodos. Debemos cortar el cordón umbilical con esta forma de infantilismo que nos exime de trabajar con responsabilidad y discernir nuestro propio modo de seguimiento de Cristo.
    Saludos cordiales.

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