Para Francisco, el anuncio del Evangelio y la experiencia cristiana tienen consecuencias sociales. El amor a Dios debe expresarse también en el funcionamiento de la economía y sus consecuencias, atendiendo principalmente las necesidades de los excluidos.“Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo, pero si pregunto por qué los pobres están mal y pasan hambre, me dicen que soy comunista”. Esta frase del recordado obispo brasileño Helder Camara es muy actual. Algunas reacciones contra el papa Francisco luego del lanzamiento de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium y, particularmente, con motivo de su dura carta al Foro Económico Mundial en Davos, lo calificaron como un “papa marxista”. La historia se repite… Cuando Francisco acaricia a los pobres y les brinda asistencia, muchos se conmueven hasta las lágrimas, pero cuando habla y denuncia las causas estructurales de la desigualdad y la exclusión, los sentimientos cambian “porque el Papa se mete donde no debe”.
Al comenzar estas líneas sobre los aspectos económicos del texto nombrado celebro que las palabras más fuertes sobre los desafíos que el mundo presenta en relación con la situación económico-social se encuentren en el capítulo cuarto, titulado “La dimensión social de la evangelización”. Allí señala que tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienen que suscitar consecuencias sociales y que nuestra respuesta de amor a Dios no puede consistir solamente en una suma de pequeños gestos hacia los necesitados como si fuera una “caridad a la carta” para tranquilizar nuestras conciencias (EG 180). Una auténtica fe –que nunca es cómoda ni individualista– implica un profundo deseo de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra (EG 183). El diagnóstico económico-social que recorre el documento se suma a muchas voces de organizaciones de la sociedad civil de presencia internacional como Oxfam que, en su informe del mes de enero del año en curso, denuncia que una reducida élite se beneficia de las reglas políticas en detrimento del resto del mundo, una pequeña élite que podría caber en un vagón de tren y que acumula la misma riqueza que la mitad de la población más pobre del planeta. Con esta constatación, el papa Francisco no puede ser menos que implacable. Algunas de sus afirmaciones: “No a la economía de la exclusión. Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la Bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. (…) Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres, pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. (…) Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.
Para Francisco el sistema económico actual es injusto porque en la economía predomina la ley del más fuerte, siendo una “nueva tiranía invisible, a veces virtual”, dominada por un “mercado divinizado”, en el que imperan la “especulación financiera, una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta”. El Papa critica a aquellos que “todavía defienden las teorías del derrame, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada en los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”, recalca.
Es importante detenernos y explicar cuál es el fundamento ético de este sistema injusto que el Papa nos invita a cambiar. La base del utilitarismo, desde hace más de 150 años, determinó que la esfera de la economía no tenía que superponerse con la esfera de la política y de la ética. El argumento para sostener esta afirmación era que la política y la ética son importantes, pero la economía tiene poco o nada que ver con ellas porque “la política es el espacio de los fines” y “la economía es el espacio de los medios”. Por eso, al economista sólo se le debe exigir que busque los mejores medios y los más eficaces para alcanzar los fines. Pero como los fines son determinados por la política democrática, ésta le pide al mercado que realice esos determinados fines y, así, la economía no tiene nada que ver ni con la ética ni con la política. Esta teoría se impuso y ha tenido (y tiene) un impacto enorme. Aún hoy seguimos encontrando en los principales libros de estudio la definición de que “dada la escasez de medios y recursos, la economía es la ciencia que debe buscar los medios más eficientes para alcanzar los objetivos fijados”. Hace aproximadamente 40 años, cuando aparece el fenómeno de la globalización, se produce un cambio que aún no se ha comprendido suficientemente. Por un lado permaneció la tesis de la separación entre la economía y la ética, pero se produjo un cambio de 180 grados entre lo económico y lo político, es decir que la economía se transformó en el reino de los fines y la política en el reino de los medios. Esto quiere decir que la globalización invirtió la relación causal y el mercado se convirtió en el regulador de la vida política. Así, la política se ha dejado expropiar una función que, aunque con dificultades, desde Aristóteles en adelante siempre existió.
Observemos la cuestión de la crisis mundial: grandes corporaciones bancarias fueron las causantes de la crisis y los gobiernos de los países del norte tuvieron que recurrir a los fondos aportados por la ciudadanía a través de sus impuestos para salvar a los bancos. Podemos señalar algunas de las consecuencias de esta inversión de la relación entre fines y medios:
1) colocar a la eficiencia como el principio rector fundamental de la economía. Según este criterio, una empresa social o cooperativa es “perdedora”;
2) el haber “mercantilizado” los bienes comunes: agua, tierra, bosques, espacio público, conocimiento, información, cultura, participación democrática, en aras de la eficiencia, pero éste no es “el valor” en virtud del cual sacrificar la libertad y la igualdad;
3) el aumento de las desigualdades: antes se hablaba de países pobres y países ricos, pero esta clasificación ha perdido buena parte de su entidad porque las desigualdades se verifican también dentro de los así llamados países avanzados. Cuando las desigualdades aumentan las sociedades no sólo se fragmentan sino que también se polarizan social, cultural, económica y espacialmente.
El actual mercado capitalista opera según la “competencia posicional”: el que gana, gana todo y el que pierde, pierde todo. Por lo cual, los que siempre traccionan son los más poderosos, los que manejan el poder de la información y no sólo del dinero. En este sentido, es necesario incorporar nuevas categorías en economía tales como la solidaridad, la reciprocidad, el don, no como parte de la filantropía, sino en todo el proceso económico: mientras se producen los bienes, mientras se distribuyen y mientras se comercializan.
La política tiene que volver a ser el ámbito de los fines y la dirigencia política, aspirar a ser gobierno para pensar en los pueblos con un enfoque de “proyecto de país” y no como un “proyecto de poder”.
Hemos perdido la visión del bien común, de pueblo, de nación, de familia humana. El capitalismo nos ha infundido la noción perversa de que la acumulación de riqueza es un derecho y el consumo de lo superfluo, una necesidad. El pensamiento económico del papa Francisco junto con el de los que construyen el bien común no necesita alabanzas retóricas ni aplausos, requiere de un firme compromiso y una acción sostenida para generar cambios tanto en la coyuntura como en el diseño de más largo plazo.
Ya san Agustín observaba: “Hay un lamento que se escucha por todas partes: ¡los tiempos que vivimos son duros, pesados y miserables! Vivamos rectamente y cambiarán nuestros tiempos. Los tiempos no hieren a nadie. Los heridos son hombres; los causantes de las heridas, hombres también. Cambiemos nosotros, los hombres, y cambiarán nuestros tiempos”.
La autora es Doctora en Economía del comportamiento y Directora del Programa Internacional sobre Democracia, Sociedad y Nuevas Economías (UBA/Seube)
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Join discussionComienzo por manifestar mi alegría y agradecimiento a Criterio, que con artículos como este presenta una visión fuera de su línea de pensamiento neoliberal. Sumo el hecho de levantar los comentarios en tiempos más razonables, dando una posibilidad de que haya debate.
Luego felicitar a la Dra. Cristina Calvo por la claridad de su artículo que nos muestra el pensamiento de Francisco sin distorsiones y nos enfoca en la necesidad urgente de cambiar las estructuras de pecado, comenzando por nosotros mismos. Excelente comenzar citando a Helder Camara!
¿Por qué el pensamiento de Francisco es “provocador”? Porque incita a pensar de una forma diferente, radicalmente distinta de la que se impuso en los últimos 40 años, cuando los “criterios de la cultura neoliberal [fueron] tan naturalizados, [que] creímos que eran evangélicos”. Que buen trabajo hizo Ayn Rand! Cuanto poder se alineó para lograrlo!
Tiene razón cuando describe como la economía se impone a la política, a la que subordina, relegándola al papel de ejecutora. Por eso cualquier gobierno que genere poder a partir de la gente y no del sistema económico es rechazado violentamente, se lo acusa de “populismo” y se usan todos los medios para evitar que tenga éxito. Por supuesto que la ética no existe en este esquema donde vale todo. Es así como “Hemos perdido la visión del bien común, de pueblo, de nación, de familia humana.”
Comparto que no se necesitan elogios y me sumo entusiasmado a quienes se comprometen y buscan producir los cambios en nuestra sociedad que la orienten hacia la solidaridad, la equidad y la justicia, hacia el evangelio en definitiva. Esto requiere espacios de debate, de poner en común esfuerzos e ideas. Si no lo hacemos los católicos ¿quién podemos esperar que lo haga?
Paul Krugman cita a C. Stross, un escritor de ciencia ficción.
«Hemos sido invadidos por organismos alienígenos: las corporaciones globales.
Estas no comparten ninguna de nuestras prioridades. Son organismos colmena repletos de trabajadores que entran y salen de ellas, pero que cuando están dentro subordinan todas sus metas a las de la corporación.
Estos seres persiguen solo tres objetivos: crecimiento, rentabilidad y evitar el “dolor”, es decir pleitos, procesamientos y especialmente caídas en el valor de los accionistas.
Las corporaciones tienen una esperanza de vida media de alrededor de 30 años, pero son potencialmente inmortales.
Viven sólo en el presente, teniendo en cuenta muy poco el pasado (gracias a las regulaciones de contabilidad a corto plazo) e ignorando completamente el futuro menos inmediato.
Así, generalmente exhiben una sociópatica falta de empatía con nosotros los humanos.»
La Pastoral Social de la arquidiócesis de Buenos Aires organizó un encuentro de reflexión sobre la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio), la primera del papa Francisco, para celebrar el primer aniversario del pontificado de Jorge Bergoglio.
La actividad se llevará a cabo el martes 25 de marzo, a las 19, en el Auditorio de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la calle Uriburu 781, de la ciudad de Buenos Aires.
Participarán como disertantes el padre Diego Fares, sacerdote jesuita y conocedor de las matrices de pensamiento del papa Francisco, y el licenciado José Paradiso, sociólogo, especialista en relaciones internacionales y con gran experiencia en la docencia, actualmente en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
También lo harán la doctora Ana Zagari, filósofa y decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Salvador (USAL) y el licenciado Carlos Leyba, economista y figura de reconocida trayectoria en el ámbito público para cuestiones económicas.
El responsable de la Pastoral Social arquidiocesana, presbítero Carlos Accaputo, confirmó que fueron invitados diferentes actores de la vida pública, tanto de la Ciudad como de nivel nacional, además de autoridades políticas de diversas extracciones, dirigentes sindicales, representantes empresariales, referentes sociales y culturales.
Mayores informes en: pastoralsocialbue@gmail.com y teléfonos: (011) 4383-5168/1107