La espiritualidad de San Ignacio de Loyola marca, en múltiples aspectos, el estilo que Francisco imprimió al primer año de su Pontificado.

Se han escrito muchos libros sobre el primer jesuita que llegó a Papa. Todos siguen el hilo biográfico y el proceso espiritual. Francisco mismo, en su entrevista a la Civiltà Cattolica, recordó la evolución de su personalidad, superando crisis externas e internas. Pero ahora que llegó a la cima, podemos preguntarnos si conserva un estilo jesuita, si se lo puede considerar un Papa jesuita o si está más allá, con una modalidad propia.

En realidad, todos los santos de la Compañía de Jesús han ido “más allá” del molde que parecía ser el tradicional. Tal es el caso de Pedro Fabro, recientemente canonizado, compañero de cuarto, en la Sorbona, de Ignacio de Loyola y de Francisco Javier. Y esto es válido para todos los santos. El franciscano san Buenaventura y el dominico santo Tomás de Aquino fueron más allá del estilo de sus fundadores. El verdadero maestro es el que ayuda a sus discípulos a ir más lejos que él.

El discernimiento ignaciano

En la Iglesia, en todas las religiones, se ha practicado siempre el don del discernimiento. En los Ejercicios Espirituales san Ignacio desarrolla el que se hace en función de las consolaciones y desolaciones, las alegrías y las tristezas que experimentamos. No es fácil aplicarlo sin un maestro que nos ayude a distinguir las consolaciones auténticas de las falsas. Todos los que ganan una guerra, viven una seudo consolación. La verdadera consolación se logra cuando se gana la paz. A eso apuntó Francisco en la guerra de Siria.

El Papa vivió una profunda desolación que lo llevó a la isla de Lampedusa, donde se alojan náufragos miserables. Su desolación se convirtió en consolación, al ver el impacto causado por su visita. La alcaldesa de la isla les dirigió una carta a los dirigentes europeos preguntándoles cuán grande debía ser su cementerio. Francisco comprendió entonces que había dado un buen paso al comenzar sus viajes no por las grandes ciudades sino por el borde de la Unión Europea, al que se aferran manos desesperadas.

Misionar en las fronteras

La Iglesia nació para evangelizar, en Pentecostés. Cada creyente recibe carismas especiales para emprender esa tarea, como san Pedro hacia los judíos y san Pablo hacia los “gentiles”. Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros, en París, sintieron el llamado para ir a misionar en el lugar más difícil, casi imposible, viviendo entre los turcos, en Tierra Santa. Lo mismo había hecho san Francisco de Asís cuando visitó al sultán de Egipto, mientras se desarrollaba la 5ª Cruzada. Pero el primer grupo de jesuitas no pudo navegar hasta Tierra Santa y se pusieron a disposición del Papa.

Ese carisma fundacional de misionar en las fronteras afloró en san Francisco Javier y en sus seguidores, como Matteo Ricci, que se convirtió en un sabio chino, experto en diversas ciencias. Y el papa Francisco insiste para que no nos quedemos encerrados en la Iglesia. Que vayamos hacia los otros cristianos, a todos los creyentes, incluso a los no creyentes, no sólo para lograr acuerdos puntuales, siempre bienvenidos, sino para construir juntos una sociedad con mayor paz y armonía. Sus amistades con pastores, rabinos y otros dirigentes son muy profundas. Y la simpatía general que ha despertado en el mundo implica un carisma especial para llegar a las fronteras.

Contemplativo en la acción

Todos vivimos atraídos por dos polos: el de la contemplación, que parece ser más espiritual, y el de la acción, más terrenal. Pero san Ignacio insistió en que no separáramos ambos niveles, con un rato para la oración y el resto del día en actividades. No cabe duda de que necesitamos momentos de oración frecuentes y retiros cada mes o año. Pero esos momentos son el trampolín para continuar en oración todo el día, actuando en la presencia de Dios, como aprendimos en los Ejercicios.

El papa Francisco celebra devotamente todas las mañanas, acompañado por algunos fieles. Pero lo interesante es verlo contemplativo todo el día. Cuando lavó los pies a los reclusos, entre ellos a una musulmana, se sentía como Jesús lavando los pies a sus discípulos. Al abrazar y besar a un hombre deforme, recordamos a Jesús tocando a los leprosos. Al acompañar a los chicos en un pesebre viviente, continúa la iniciativa de san Francisco de Asís. Se inspira en el ejemplo de la Virgen María, que vivió siempre en la presencia de Dios.

En todo amar y servir

Esta frase de los Ejercicios se convirtió en un lema de la espiritualidad jesuita. Francisco insiste en que no quiere una Iglesia con poder sino una comunidad para servir, sobre todo a los pobres. Evitar el poder político, mediante cargos o vínculos con el gobierno, y aceptar sólo el poder moral, de quienes sirven a los demás, como el del Premio Nobel Nelson Mandela. Y llama la atención que en los Estados Unidos, tanto los legisladores demócratas como los republicanos citen frases del papa Francisco, aceptando todos que no es un ideal vivir en un país donde unos tengan tanto y otros casi nada.

Francisco desea una Iglesia pobre, no para dar ejemplos morales a los demás sino para poder servir mejor a los pobres. Insiste en que no los dejemos para un “segundo tiempo”, después de ordenar las finanzas, atraídos por la teoría del desborde social. Ya en Buenos Aires comprendió que el trabajo en las villas es importante y sobre todo urgente. No enviaba a curas y monjas como misioneros. El mismo recorría esos pasillos.

Ignacio de Loyola se ocupó mucho de los pobres, y al mismo tiempo de los pobres culturales y sociales. Y el papa Francisco va en la misma dirección. Se preocupa por los divorciados y vueltos a casar, por los juntados, por los “matrimonios igualitarios”. No rebaja en nada los ideales del Evangelio. Más bien se abaja para acompañarlos. Y pone a toda la Iglesia en contemplación, en el próximo Sínodo, para buscar soluciones con la imaginación de la caridad.

El autor es jesuita y profesor en la Facultad de Teología de San Miguel

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