Con el Papa argentino, Europa cede su trono en el Vaticano y la periferia se traslada al centro. El fin del mundo ahora significa “aquello que llega al centro para hacerse escuchar” y también para “replantear la consistencia de la idea de esa centralidad previa”.
La Argentina se encuentra inmersa en un acelerado proceso de desactualización. En estos últimos diez años, ha venido dando pruebas, desde el Gobierno, de una pérdida agravada del rumbo republicano. No menor es su alejamiento de toda interdependencia con el mundo moderno. Distintas son y numerosas las consecuencias de ese empecinamiento en lo extemporáneo. Todas ellas han acentuado, dramáticamente, nuestra inscripción en la insularidad.
Más allá de un planteo apocalíptico, hay dos maneras de caracterizar lo connotado por la idea del fin del mundo. Una subraya la ya señalada propensión a la conducta aislacionista. La otra concibe el fin del mundo como proveniencia, como referencia de origen; como margen o periferia desde los que se tiende hacia el centro, desde los que se busca alcanzar el centro, y sobre los que se trata de atraer la atención del centro. Hoy, ese margen o periferia, encarnados en la figura de Francisco, toman la palabra, convocan al mundo. Más aún: con Francisco, el mundo quiere hablar desde su periferia. Haberlo consagrado Papa también implica disposición a oír a esa periferia, disposición a recurrir a ella, a hacerle lugar, a desplazarla hacia el centro.
Ahora bien, esa periferia, al ser reconocida y convocada, no sólo remite a un escenario geográfico. No connota sólo y ante todo latitud planetaria extrema, borde. Implica, principalmente, al ser reconocida y convocada, presencia de los problemas postergados, renegados, marginados. Reacción contra el silencio y la subestimación que envuelven habitualmente a la periferia, voz de lo marginal que se hace oír.
Francisco se muestra decidido a devolver la palabra a lo acallado, a lo subsumido en la intrascendencia, a lo relegado, a lo excluido. A todo lo que para él connotan los términos “pobre”, “pobreza”, “empobrecido”. De modo que, con Francisco, se subraya otra acepción del fin del mundo. El fin del mundo pasa a significar ahora aquello que llega al centro para hacerse escuchar y aun para replantear la consistencia de la idea de esa centralidad previa.
La de Francisco es, entonces, una palabra que viene a proponer una tarea: trasladar la periferia al centro. La vieja cruz de hierro al lugar ocupado hasta hoy por la cruz de oro. Los viejos zapatos al lugar del principesco calzado papal. La humildad del compromiso con la pobreza al núcleo de la práctica sacerdotal más encumbrada. La austera sencillez de la fraternidad con el carenciado, a la médula de la vocación religiosa. Se trata, en suma, de devolver la Iglesia al seno de Jesús.
Hay más: la Argentina pasa, de esta manera y a través del nuevo Papa, a cumplir un papel inesperado en la reconsideración crítica del porvenir de Occidente. En la promoción de cambios indispensables, tanto en la Iglesia como en su entorno. Francisco aspira a que nuestra civilización se interrogue sobre aquello que oscurece su futuro, tanto como sobre aquello que podría devolverle consistencia y claridad. ¿Está llamado Occidente a dejar de ser vanguardia espiritual en el mundo? ¿Pueden sus contradicciones actuales, y aun sus perversiones, provocar una disolución irreparable de su significado ético y cultural? ¿El eficientismo ha devorado en Occidente definitivamente a la ética? ¿Podrán sus valores decisivos y fundantes ir más allá de lo financiero, del consumismo, del auge del armamentismo? ¿Hasta qué punto podrá la Iglesia independizar su suerte de la que le toca correr al mundo secular? ¿Se recuperará la Iglesia y, con ello, contribuirá a alentar el renacimiento espiritual de nuestra civilización? La pregunta de Hans Küng ¿Tiene salvación la Iglesia?, ¿responde sólo a un arrebato retórico o convoca a un debate y a una acción inaplazables?
La Argentina encuentra, desde ya, estímulo y orientación en la voz de Francisco. El alcance de esa voz entre nosotros no sólo es decodificado en clave pastoral. Lo es también en clave política. Francisco es escuchado por nuestra gente como aquel que, diga lo que diga, le habla, siempre y simultáneamente, al país. Al país necesitado de rectitud; al país disconforme con el curso perverso de la administración pública. Al país que aspira a afianzar la organización republicana como base de los cambios imprescindibles que cabe realizar en pos del desarrollo y la justicia social. Ése es el alcance de la palabra de Francisco en el presente argentino. ¿Cómo olvidar que Francisco es Jorge Bergoglio? Acaso porque, en última instancia, la política es el escenario donde la espiritualidad pone a prueba su consistencia cívica.
Dos fuerzas perversas y preeminentes paralizan en la Argentina la reconciliación de la política con la ética indispensable: el narcotráfico y el juego. Las dos han envenenado la política. Tergiversada por la relación de dependencia con ellas, la política argentina corre el riesgo de rifar el papel que está llamada a cumplir en la recuperación republicana del país. Francisco lo sabe y lo padece. Lo sabe la Iglesia argentina. Ella y él son, ahora más que nunca, una sola voz, una sola advertencia.
Algo más cabe señalar. Francisco es un Papa convocado por el colegio cardenalicio para intentar responder a las motivaciones socioculturales profundas implícitas en la renuncia de Benedicto XVI. Las energías del Papa saliente estaban mermadas. Ello es indiscutible. Así lo advirtió él mismo, con excepcional lucidez, a principios de 2013. ¿Pero sólo se trata de una merma en su energía personal? ¿Cómo no mostrarnos proclives a pensar que la suya fue también la abdicación de un liderazgo católico europeo que se reconoció superado por los hechos? Un liderazgo que, al admitir su impotencia mediante esa renuncia, reconoce no saber ya cómo proceder frente a los desafíos de una Iglesia jaqueada por la corrupción y un mundo desorientado por la anomia.
Con la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Francisco, la Europa católica deja ver su extravío esencial y convoca a la América católica en busca de las respuestas imprescindibles. Por vez primera, Europa cede su trono en el Vaticano. No es una concesión. Es el fruto de una honda y luminosa autocrítica consumada en la persona de Benedicto XVI. El catolicismo americano tiene ahora la palabra. La tiene porque ya se ha hecho oír como valedera en el corazón de la Iglesia en tiempos previos a los actuales. Hay confianza en América, en lo más íntimo de ese corazón. En lo que América puede aportar, mediante categorías innovadoras y planteos originales, a la resolución de los males que desacreditan al catolicismo desde hace mucho. Se espera de Francisco, el Papa americano, la certera y sana complementación entre tradición y vanguardia. Se la espera como algo impostergable. La Iglesia puede contribuir de manera decisiva, mediante los cambios que introduzca en su propio cuerpo, a que sepamos si ella y Occidente tienen aún porvenir o solo tienen pasado.
Dijo el cardenal Carlo María Martini, en días todavía recientes: “Nuestra Iglesia tiene doscientos años de atraso, nuestra cultura envejeció, nuestros conventos están vacíos, nuestro aparato burocrático crece”. Francisco sabrá enfrentar este diagnóstico. Intentará reintroducir el aliento de la vida donde ese aliento languidece. Conoce las causas del mal. Conoce el empeño en la búsqueda del bien. Todo su desvelo consiste en devolverle actualidad, transparencia y firmeza a la Iglesia como expresión de apego a la justicia y la fraternidad entre los hombres. Con ello estará dándole a Occidente la posibilidad de volver a encontrar, en el catolicismo, que es uno de los fundamentos de su civilización, una fuente revitalizada de energía y perseverancia en el valor de la fe.
Quiero, por último, recordar que en el centro de la vocación social de quien hoy es Francisco, palpitan desde hace años los interrogantes en torno a la globalización, la bioética, los desafíos ecológicos, la educación y el derecho a la igualdad de oportunidades. No menos cabe decir de su inquietud frente al papel de la mujer dentro y fuera de la Iglesia, el problema de las vocaciones religiosas y el debate en torno al matrimonio sacerdotal. Muy suya es, asimismo, la reflexión constante sobre el vínculo apasionante e intenso entre fe y conocimiento y, una vez más, entre ética y política.
Sin duda, el papa Francisco es un líder inesperado. Tan inesperado como oportuno en un mundo acosado por la crueldad y el desaliento.
5 Readers Commented
Join discussionEs valiosa la visión de Francisco como voz de la periferia, de los desechados del mundo, de quienes nunca tuvieron voz, llevada al centro del mundo europeo.
Francisco busca producir cambios profundos en el mundo para quienes más lo necesitan. A pesar de lo que algún analista político sostiene, no se trata de una estrategia proselitista para recuperar feligreses y poder sino de “devolver la Iglesia al seno de Jesús”, tal como dice Kovadloff.
Por eso Francisco denuncia directa, precisa y claramente “la injusticia de raíz del sistema social y económico” y defiende el papel del “Estado como garante del bien común frente a quienes detentan el poder económico”.
Y por eso tampoco se queda en declamaciones, dice que “El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo.” (EG 204). Y sostiene que creer en el “derrame” es una burda ingenuidad.
Estoy citando sus palabras, por las cuales Criterio habla de “las incógnitas” que generan, tan claras sin embargo para quien quiera oírlas.
Francisco toca los temas centrales para la vida de los hombres de todo el mundo, Argentina incluida, y nos llama al diálogo y la acción. Nos pide cambiar profundamente nuestra sociedad, acabar con la crueldad y el desaliento. Respondamos a su llamado y pongamos manos a la obra.
Lamentablemente, el artículo comienza con una frase lapidaria, que define taxativamente que nuestro país se derrumba desde hace 10 años e incluye otras con adjetivos como “perverso” para calificar a nuestro gobierno, sin la más mínima justificación ni explicación. Además parecen injertadas a posteriori y mal emparchadas en el contexto.
Suponiendo que el Sr. Kovadloff fuera un científico, esto es un buen ejemplo de ideologización como dice Francisco: “…algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la propia ciencia. En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una determinada ideología que cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y fructífero.” (EG 243) Claro que la ideologización alcanza también a quienes no son científicos.
Una lástima, porque usar un artículo con sustancia para mecharle frases de este tipo lo desmerece mucho. Hace que sea leído en clave “antiK”, lo que “cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y fructífero”, tan necesario en nuestro querido país.
Completamente de acuerdo con este gran pensador que es Kovadloff, como católico me siento mas interpretado por él, eso demuestra que es un humanista de nota, y un hombre que sabe seguir en profundidad la actualidad aciaga de nuestro país. Espero que Su Santidad que tengo entendido que recibirá a CFK lo lea, ya que somos muchísimos los que hemos sufrido a este gobierno autoritario y corrupto, y nos cuesta comprender porque no asume nuestro Papa Francisco el rol que tuvo su predecesor el santísimo Juan Pablo II para denunciar los horrores del totalitarismo comunista, pero esta vez con los populismos latinoamericanos y de otros continentes, que han saqueado a sus países y producido mas miseria que todos los excesos de la economía de mercado.
Estimado Sr. Wetzler
De la lectura de Evangelii gaudium y de muchos otros documentos, homilías, discursos y mensajes de Francisco surge con claridad que él responsabiliza a la economía de mercado “injusta de raíz” de generar miseria y exclusión CRECIENTES en el mundo entero.
Esto puede corroborarse en las páginas de estadísticas de cualquier institución internacional como la ONU, el Banco Mundial, OXFAM e incluso el FMI. Puede también ver las cifras que cita Obama en su discurso sobre la necesidad de equidad en el sistema económico, publicada como comentario mío el mes pasado.
Además, en EG Francisco dice textualmente que el mercado “instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas.”, que no por invisibles dejan de ser totalitarias y afectar gravemente la libertad y la dignidad de los hombres.
Él nos llama a cambiar radicalmente este sistema económico cruel comenzando por generar una “cultura del diálogo”, escuchando al otro, evitando frases apocalípticas (tal como la califica el mismo Kovadloff) y agravios que hacen difícil cualquier intercambio.
Colaboremos en la construcción del sistema social y económico que nos pide Francisco.
Cordialmente,
jc
Muy buen análisis el de S.Kovadloff.-
Lo único que tengo para observar es que con relación a la ARGENTINA sus observaciones son sumamente leves.-
P.Ej.: «acelerado proceso de desactualización»
«pérdida agravada de la República»
«alejamiento del mundo moderno»
«conducta aislacionista».-
Ojalá fuera tan poco y tan sencillo !!!.-
La ARGENTINA es decir su sociedad, se encuentran inmersas dentro de una lógica (si es que se puede llamar así) rayana en la locura.-
Nada de lo que se hace o aquí sucede tiene parangón con conductas de otras sociedades o colectivos.-
Si a sus ciudadanos hoy por hoy no los une ni siguiera el lenguaje.-
Y aclaro que me muevo en ambientes mayoritariamente de educación terciaria o científica.-
Un país, una sociedad, una gente, que, acostumbrada a soslayar el tratamiento de sus problemas (los mediatos y los inmediatos), por mas de 100 años, acabó por convencerse que la realidad es el ombligo y que el ombligo son ellos.-
Difícil que esto se arregle con conversaciones.-
Perdón, me olvidaba,
con relación a la pregunta de H.KUNG sobre «LA SALVACIÓN DE LA IGLESIA», esta se responde con la garantía que brinda el Señor:
«Y LAS PUERTAS DEL INFIERNO NO PREVALECERÁN SOBRE ELLA»
«Y ESTARÉ CON USTEDES HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS».-
A pesar de los Papas y para gloria de D-s.-