Un recorrido por las películas que mejor reflejaron el horror y la locura de todo conflicto bélico a partir de la Gran Guerra, a casi un siglo de 1914.
¿Inútiles? Pero necesarias.
Hace ahora cien años, buena parte del mundo disfrutaba una bonanza que parecía eterna. Cierto que había una sangrienta revolución en México, masacres en Turquía, injusticia en todas partes, pero la ciencia y la técnica avanzaban, el progreso se afirmaba, el arte se expandía, las comodidades se imponían. Era la famosa Belle Epoque. Pocos podían prever en enero de hace cien años que apenas seis meses más tarde todo ese mundo empezaría a resquebrajarse. El ideal positivista se daría de bruces contra una realidad: la Primera Guerra Mundial.
La Guerra del 14 lanzó 70 millones de soldados de seis imperios, siete reinos, tres repúblicas y varias colonias a la lucha, una cifra nunca imaginada. Más de 9 millones murieron en el frente. Muchos más quedaron tullidos. Las tierras, devastadas. Al término de semejante desgracia, los sobrevivientes crearon la Sociedad de las Naciones, con la finalidad de evitar nuevos conflictos. Fueron 57 los países adhirieron a esa nueva esperanza. Corría 1919. En 1939 la Segunda Guerra Mundial ya era un hecho.
Vayamos a lo nuestro. ¿Cuál fue en aquel entonces, y cuál fue a lo largo del tiempo la actitud del cine a propósito de la Guerra del 14? En esa época el biógrafo, como se le decía, estaba en franca expansión. Su influencia también era impensada. Hubo múltiples e inmediatos noticieros, documentales, también relatos épicos y de aventuras que pintaban al enemigo como bestia. Con la paz siguieron pululando esos relatos, pero también aparecieron los recuerdos más amargos, y reproches ácidos a los propios superiores y al país que alentó irreflexivamente a sus hijos hacia el camino de la muerte. Más tarde, otras generaciones agregaron el humor, a veces sarcástico, a veces simplemente frívolo. Mencionemos sólo algunos títulos, que tuvieron y todavía tienen peso, y acaso sirvan para aprender algo, alguna vez en la historia del mundo.
El primero, excepcional, Civilization (1916), producido por un creador de westerns, Thomas Ince. Aparece allí el propio Jesucristo, que obliga al Kaiser a recorrer los campos de muerte y los hogares desamparados, hasta hacerlo reflexionar y arrepentirse. Un sueño de piedad, apenas un año antes de que los Estados Unidos también entraran en la guerra.
Luego, Armas al hombro, donde Chaplin, bromeando a medias, critica las jerarquías militares y la vida en las trincheras; Los cuatro jinetes del Apocalipsis, sobre novela de Vicente Blasco Ibáñez (melodrama algo ridículo en la versión de 1919, pero no en la de 1962, sobre una familia de origen argentino dividida por la guerra); El gran desfile, de King Vidor; Cuatro de Infantería, de Wilhelm Pabst; Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone, sobre novela del alemán Erich María Remarque. Y Remordimiento (Broken Lullaby), basado en la pieza de Maurice Rostand El hombre que yo maté. En este film un soldado descubre que el enemigo que acaba de matar innecesariamente, sólo por la inercia del combate, era músico igual que él. Angustiado, cuando puede visita a los padres del muerto, diciéndose su amigo de lejanos tiempos. El final es tremendamente emotivo y sencillamente sublime. El director es Ernst Lubitsch, más conocido como autor de comedias.
En vísperas de la Segunda Guerra hubo dos obras francesas excepcionales: La gran ilusión, de Jean Renoir (1937), con militares de ambos lados entendiéndose como seres humanos, y Yo acuso, de Abel Gance (1938), donde un día de tormenta un veterano invoca a todos sus compañeros, que se levantan de las tumbas, cruzan caminos y ciudades, y con su sola presencia reclaman la paz a los gobiernos. Los efectos especiales eran algo básicos, pero el efecto emocional de la película es tremendo. Desgraciadamente, en 1939 empezó la Segunda Guerra, que fue todavía peor que la Primera, y el cine se convirtió otra vez en patriotero. Después, de a poco, volvió a criticar el absurdo del militarismo y de la guerra. Así, la novela Senderos de gloria, de Humphrey Cobb, tuvo sus versiones norteamericana (La patrulla infernal) y alemana (Bericht einer offensive), que impulsaron obras igualmente duras, como Por la patria, de Joseph Losey; Uomini contro, de Francesco Rosi; Johnny tomó su fusil, de Dalton Trumbo (espantosa historia de un bulto con vida arrumbado en un hospital militar); Gallipolli, de Peter Weir (el sacrificio inútil de miles de hombres obedientes hasta la muerte).
A veces, la crítica se ocultó bajo la risa. Por ejemplo, La gran guerra, del maestro de la comedia a la italiana Mario Monicelli (1959), que empieza provocando carcajadas y termina anudándonos la garganta; Oh, qué bella guerra, de sir Richard Attenborough (que también hizo épicas); y Rey por inconveniencia, de Philippe de Broca, donde un soldado cae en un manicomio cuyos internos resultan más lógicos que los oficiales al frente de las tropas.
Actualmente, es posible que las películas más valiosas sobre la Primera Guerra sean las francesas. Citemos, por ejemplo, La vida y nada más (un alto oficial debe seleccionar los restos de algún infeliz para convertirlo en el “soldado desconocido” del monumento nacional), Capitán Conan (inadaptación del combatiente en tiempos de paz), ambas de Bertrand Tavernier; Joyeux Noel, de Christian Carion, sobre el espontáneo armisticio de la Navidad de 1914, cuando los enemigos confraternizaron durante algunas horas; y Amor eterno (Un longe dimanche de fiancailles), de Jean-Pierre Jeunet, mezcla de humor, inocencia, espanto, aventura, intriga, con un final romántico distinto y superior a lo que uno se imagina, sobre una chica que busca a su novio después de la contienda.
Postdata: Caballo de guerra, de Steven Spielberg, otro excelente film que también mezcla inocencia, espanto y aventura, esta vez sobre un muchachito que busca a su animal en medio de las balas y el desorden. De nuestro lado, y no habiendo todavía una versión argentina de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, sólo cabe citar tres escenas: Hugo del Carril mirando con preocupación un desfile belicista en el París de La cumparsita, Carlos Gardel entonando “Silencio en la noche”, de Le Pera y Pettorossi, en Melodía de arrabal, y Narciso Ibáñez Menta recitando en Almafuerte los versos más terribles que el poeta lanzó sobre el káiser de Alemania: “Te reclaman los archivos de lo eterno:/ vida eterna, fuego eterno, llanto eterno,/ sin Plutarcos,/ sin siquiera la sonrisa de Caín el fratricida:/ dolor pleno, dolor sumo, dolor puro/ por los siglos de los siglos;/ y en aquella angustia eterna, / tú y Satán”.
Los versos corresponden al poema “Apóstrofe”. El corazón, como el de Gardel, era naturalmente francófilo. Hijos argentinos de franceses, pero también hijos argentinos de ingleses y alemanes, fueron en esos años a luchar por la patria de sus padres. Quién sabe si los restos del soldado desconocido que están bajo el Arco de Triunfo no pertenecen a uno de ellos. Quién sabe, también, si estas películas sirvieron aunque sea de mediana advertencia contra las guerras. Pero había que hacerlas, aunque pareciera inútil.
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Join discussionEsperemos que todas las películas mencionadas, y otras más, ya que es prácticamente imposible en tan poco espacio hacer una lista exhaustiva, hayan contribuido, y lo sigan haciendo, a tomar conciencia de cuán destructiva es la guerra. Y que, al mismo tiempo, todos los que somos cristianos neotestamentarios podamos hacer honor a la obra reconciliadora que vino a realizar Jesucristo. Una reconciliación que es abordada de manera profunda y clara en Efesios 2:13-18 y que implicó (según manifiesto en mi obra «Una iglesia unida», publicada en 2010 por Editorial Dunken) estos siete aspectos: 1. Puso a sus discípulos cerca de Dios (2:13). 2. Derribó toda barrera entre los seres humanos (2:14). 3. Eliminó la validez de las leyes ceremoniales (2:15a). 4. Creó una humanidad que vive en paz (2:15b). 5. Reconcilió doblemente a los hombres (2:16). 6. Anunció las buenas nuevas sin ninguna discriminación (2:17). 7. Hizo posible el acceso a Dios de todo ser humano (2:18).
Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez.
Master y Doctor en Teología (SITB).
Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
Licenciado y Profesor en Letras (UBA).