Suscitó no pocas sorpresas entre los entendidos en la materia la noticia de que el Vaticano, previo a la Asamblea general extraodinaria de obispos católicos de octubre próximo sobre el tema “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización”, enviara a todos los obispos del mundo un cuestionario para comprender mejor qué piensan los católicos a propósito de los temas más sensibles referidos a la familia. El cuestionario contiene preguntas sobre una gran cantidad de temas de actualidad: el impacto de las enseñanzas de la Iglesia y su aporte específico a las familias y a la visión cristiana del matrimonio, el pedido de datos estadísticos confiables sobre las parejas de hecho, las diferentes problemáticas relacionadas con el fracaso del matrimonio y la atención pastoral hacia las personas que viven en uniones homosexuales.
Que el tema de la familia es central en el pontificado de Francisco lo atestigua el hecho de que esta asamblea “extraordinaria” no será un capítulo cerrado en sí mismo.
En efecto, este primer acontecimiento tendrá continuidad en 2015 con un Sínodo “ordinario”, programado desde hace tiempo, y con el encuentro mundial del Papa con las familias en Filadelfia, Estados Unidos. Francisco no deja de invitar a los católicos, a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a atender las heridas de la humanidad, esas “periferias existenciales”, las angustias que ensombrecen el corazón de mucha gente: la familia es el primer lugar donde estas tensiones se manifiestan, a veces de manera grave, y transversalmente entre generaciones.
La sorpresa es de dos órdenes: en primer lugar, porque el cuestionario ha sido distribuido por el organismo vaticano que se ocupa del Sínodo de los obispos sin ninguna consulta previa al Pontificio Consejo para la Familia, lo cual ha implicado algunas incongruencias en las preguntas, como asimilar divorciados y separados. Es quizás el precio que hay que pagar por el tsunami que ha traído el Papa argentino a los palacios vaticanos.
Mucho más importante es el hecho de que con este cuestionario la Iglesia católica parece querer finalmente interrogarse e interrogar la conciencia de los cristianos de esta época antes de expresar el pensamiento del Magisterio. La antigua tradición eclesial de anteponer la ley a toda consideración pastoral, indiscutiblemente valiosa, no es por ello relegada, sino integrada en la confrontación con el “sentir común”.
La revolución digital, las redes sociales y las vastas comunicaciones mediáticas han ubicado desde hace tiempo en el centro de la atención, casi como una nueva ley social y comunicativa, el sentir de cada persona, acusando al mismo tiempo de oscurantismo e intolerancia el simple hecho de que un centro de poder espiritual proponga (incluso sin imponerlas) sus propias visiones sobre temas morales.
En el documento preparatorio de la Asamblea, la familia es definida como “fundamental experiencia humana personal, de vida matrimonial y de comunión abierta al don de los hijos”; definición ciertamente respetuosa de la tradición. Sin embargo, los católicos y los cristianos se encuentran hoy frente a una sociedad que ha cambiado enormemente las propias convicciones bajo el influjo de la teoría de género, por lo cual se propone extender el matrimonio también a parejas de mismo sexo, y a quienes consideran la fidelidad conyugal como una opción entre otras. No pocos observadores creen que de las respuestas al cuestionario se hará evidente una fisura entre la opinión pública católica y los dictámenes del Magisterio. Sin embargo, otros observadores creen que esta diferencia no será tan profunda. En todo caso, la iniciativa se presenta como muy estimulante porque mostrará que la Iglesia es menos monolítica de lo que podría pensarse y está más dispuesta a escuchar. Y también se espera que sea capaz de innovar sin abandonar el surco de la tradición evangélica.
El autor es Director de la revista Citta Nuova