sinodoEl papa Francisco manifestó numerosas veces y de diferentes maneras su intención de valorar la colegialidad episcopal, signo e instrumento de la más amplia sinodalidad de toda la Iglesia. Y una confirmación importante de esta voluntad la dio participando personalmente en los trabajos del último consejo ordinario del Sínodo, a principios de octubre pasado. El obispo de Roma compartió la reflexión común, escuchando a todos y ayudando luego al discernimiento y las opciones que le competen en su ministerio petrino. Al vivir esta experiencia como uno de los miembros del consejo, me resultó natural pensar que el Papa nos esté guiando en un ejercicio concreto de esa colegialidad alrededor de Pedro y bajo su conducción, que torna viva y visible a la Iglesia “comunión”, tal como lo propuso el Concilio Vaticano II. En este espíritu hay que comprender el camino emprendido por el Santo Padre en función de la próxima Asamblea extraordinaria general del Sínodo: una escucha amplia y profunda de la vida de la Iglesia y de los desafíos que vive y que se le presentan, en un camino progresivo en dos etapas fundamentales para que los representantes de todo el colegio episcopal puedan madurar propuestas confiables para ofrecer al discernimiento de quien preside la Iglesia en el amor. Todo esto no sólo no le resta nada al papel del sucesor de Pedro, sino que exalta su rol de comprensión y de decisión última para el bien de la Iglesia y de la familia humana, a cuyo servicio de coloca. Con Francisco estamos llamados a caminar las sendas del Concilio y de sus enseñanzas sobre la Iglesia como comunión, imagen de la Trinidad, una en el amor, en la variedad de dones y de servicios que la enriquecen.

Con respecto al documento preparatorio del Sínodo, me permito subrayar dos aspectos. El primero se refiere a la atención prioritaria de la evangelización, a la que debe tender el ser y el hacer del pueblo de Dios. La Iglesia no existe para ella misma sino para gloria de Dios y salvación de los hombres. El segundo aspecto que me interesa destacar es la acentuación del perfil pastoral en la formulación del tema, en cuya perspectiva el Santo Padre nos invita a mirar el valor y los desafíos de la vida familiar hoy. Se podría definir este aspecto con las palabras que Juan XXIII anotaba en su diario, el 19 de enero de 1962, mientras se preparaba el Concilio: “Hay que verlo todo en la luz del ministerio pastoral, es decir: almas que salvar y edificar”. No se trata, en efecto, de debatir cuestiones doctrinales, por otra parte ya explicitadas por el Magisterio reciente, sino de comprender cómo anunciar el Evangelio de una manera eficaz a las familias en el tiempo que nos toca vivir, signado por una evidente crisis social y espiritual.

La invitación es a que toda la Iglesia se disponga a la escucha de los problemas y de las expectativas que tienen hoy muchas familias, manifestándoles cercanía y proponiéndoles de una manera creíble la misericordia de Dios y la belleza de su llamado. En un contexto de “modernidad líquida” (Zygmunt Bauman), donde ningún valor parece estable y la institución familiar es cuestionada, cuando no rechazada, resulta particularmente significativo mostrar las características profundamente humanizantes de la propuesta cristiana sobre la familia, que no se pone en contra de nadie sino exclusivamente a favor de la dignidad y la belleza de la vida de todo el hombre en cada hombre, para bien de la sociedad entera. Como ya habían afirmado los Padres del Vaticano II, la familia es una “escuela del más rico humanismo” en la que “distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social” (Gaudium et Spes).

La atención, la acogida y la misericordia son constitutivas del estilo que el papa Francisco propone para con todos, incluidas las familias heridas y todos los que se encuentran en situaciones irregulares desde el punto de vista moral y canónico. En efecto, insiste en “la misericordia divina y la ternura en relación a las personas heridas, en las periferias geográficas y existenciales”.

 

El autor es Relator General de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, Secretario General del Sínodo de los Obispos y Secretario especial de dicha asamblea).

 

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