Juan Carlos Pallarols se define como un buen artesano. Orgulloso descendiente de catalanes, su objetivo es difundir el arte argentino fuera de nuestras fronteras. Hoy recorre el país y el mundo invitando a cincelar el cáliz para el papa Francisco.
La casa de Pallarols queda en pleno corazón del barrio de San Telmo. Es una antigua casona que en otra época supo ser un hotel de inmigrantes y luego una despensa. En la década del ’70, invitado por un arquitecto amigo para trabajar en la feria de San Telmo, se enamoró del lugar: “Hace 40 años que vivo en el barrio. Me encanta”.
Grandes ventanales son los protagonistas de cada uno de los ambientes. En el primer piso se desarrolla toda la actividad laboral, en el segundo está su casa, y en la terraza hay un hermoso jardín, donde cuida sus plantas e invita a sus amigos a compartir la mesa: “Tengo una vida muy feliz. He pasado una vida maravillosa viajando, haciendo cosas, conociendo gente. Gracias a que muchísimas personas se detuvieron en algún momento a entregarme una palabra, una carta, una lección de una tarde, de un día… así aprendí todo lo que sé. Soy una persona común y corriente que ha tenido grandes maestros. Hoy puedo decir que estoy seguro de ser bastante buen artesano”.
En su taller un colaborador nos ofrece un mate. Pallarols muestra con orgullo un soplete del siglo XVIII que pertenecía a su abuelo y que él, junto a su padre, reparó. Acepta tomarse una foto con el soplete de su “Abi”. Los objetos y las herramientas se amontonan: cuchillos, mates, lapiceras, rosas, bandejas y platería. Sobre una mesa se destacan cuatro copas Zarifo en las cuales está trabajando. “Son para el campeonato mundial de Polo que se juega en La Dolfina; es el décimo año que hacemos el Trofeo Diamante. Este deporte es un verdadero orgullo y también sus jugadores”.
Sobre la misma mesa descansa el cáliz para el papa Francisco: “Es de plata. ¿Ves cómo quedan los golpecitos? Son golpes reales, no simbólicos. Son como diez millones de golpes. El diseño parece un pequeño enjambre. No es igual darle diez golpes en una mano que ir dando distintos golpes con diferente fuerza. Para mí va quedando lindo”. En otra mesa está la corona de la Virgen del Rosario de San Nicolás: “Ya está casi lista. Es para reponer la que robaron el año pasado”.
El trabajo del cáliz papal
Pallarols tiene la mirada tranquila y el trato amable; se toma su tiempo para explicar las cosas. Habla con mucho cariño y respeto de sus maestros: “Aprendí el oficio de mi abuelo con la excusa de fabricar carritos y cochecitos para jugar. Un día mi papá precisaba un ayudante (yo tenía 8 años), y me dio una chapa para tallar; ahí percibí que ya no estaba jugando. Pero nunca tomé conciencia de este oficio como un trabajo. Mi abuelo me ponía a revolver piedras, cantos rodados blancos, y me decía: ‘Revolvé estos porotos’; yo sabía que no eran porotos, pero también sabía que mi abuelo nunca me tomaba el pelo. Después me ayudaba a entender que lo importante era tener paciencia. Me contaba la historia de Job, que Dios lo puso a prueba mil veces y él siempre decía: ‘Dios me lo dio, Dios me lo quitó, alabado sea Dios’. Me enseñó lo importante: el encuentro de Dios con el hombre. Encontrarse y acercarse a él”.
En efecto, Pallarols se considera un hombre de fe. Durante su infancia vivió un tiempo prolongado en un convento. Su familia tuvo que desalojar la casa y sus padres, con nueve hijos, quedaron en la calle. Unos frailes amigos invitaron a los varones a vivir y comer en el convento. Los ayudaron a armar un taller en uno de los salones y además les encargaban trabajos bastante importantes. Recuerda esos años como una época difícil pero también de mucho agradecimiento.
Gran parte de sus trabajos actuales son pedidos de distintos miembros de la Iglesia católica. Así conoció a monseñor Jorge Bergoglio en los años ´90. Los contactó Dolores Vera, secretaria de Bergoglio en la Universidad de El Salvador. Buscaban a alguien que hiciera medallas de la Virgen Desatanudos: “Él había regresado de un viaje por Augsburg, en Alemania, y había descubierto una Virgen que era la desatadora de nudos. Es una persona de perfil bajo, de hablar muy bajito, un hombre de pocas palabras”.
Del momento de la elección como Papa le llamó la atención verlo alegre: “Mostró una actitud que no era la que él solía tener aquí. Días antes de que viajara a Roma lo noté muy cansado, bastante desmejorado con respecto a las últimas veces que había estado con él. Pero en el momento en que salió al balcón de la Plaza San Pedro, en cuestión de minutos, parecería transformado: comenzó a reír. Para los que tenemos fe eso es efecto del Espíritu Santo”.
Cuando el Papa comenzó a hablar de la pobreza y de caminar juntos, Pallarols puso manos a la obra para que la mayor cantidad de gente posible trabaje en el cáliz: “Me gusta que muchos participen en el trabajo de elaboración. Es importante compartir el espacio, el tiempo, las ideas. Por eso también hice los bastones de mando presidencial recorriendo el país”. Elaboró varios cálices para distintos Papas: Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI. En esta ocasión, conociendo la simplicidad y sobriedad de Francisco, opto por un diseño liso, amplio, que sirva para concelebrar, para compartir: “Voy a tratar de grabar en el bajo pie todas las ciudades del mundo por las cuales pasamos con el cáliz”.
Caminar juntos
Pallarols va con el cáliz donde lo invitan. Lleva recorrida gran parte de la Argentina y otros países. Según su “contador de golpecitos”, ya son diez millones, además de varias pilas de libros firmados. También conserva hasta servilletas y hojas de ruta de su último viaje en avión, donde una persona lo reconoció y le pidió cincelar el cáliz. Habló con el capitán, y con su autorización se puso a trabajar, y todos los pasajeros del avión quisieron participar: “La experiencia es muy emotiva. La gente llora, agradece, pide, reza, se comunica. El otro día vino una señora diciéndonos que se sentía muy mal. Habló un rato con nosotros, cinceló el cáliz y escribió dos páginas del libro de firmas. Cada uno escribe lo que siente, lo que necesita decirle al Papa. La verdadera obra está ahí. El cáliz es casi la excusa para movilizar a millones de personas a caminar juntos, como dijo Francisco. Creo que todo lo que tenga que ver con la fe y la tradición es bueno”. Se entusiasma cuando habla del momento de la entrega del obsequio: “Creemos que será alrededor del 13 de marzo de 2014, cuando cumpla el primer año del papado. Sé que se está organizando un homenaje con chicos de distintos colegios de la Argentina. Le van a cantar la Misa Criolla en varias lenguas: quichua, guaraní, toba, español. También es probable que vayan algunos músicos argentinos”.
La voz de la gente
Cuando realizó los bastones de mando presidenciales, los libros de firmas se convirtieron en elementos de vital importancia, como una manera de hacer llegar la voz de la gente.
Pallarols se pone serio y crítico cuando habla del aislamiento que percibe en quienes llegan al poder: “A mí no me lo cuenta nadie, yo lo he visto con Alfonsín, con Menem. Nadie les dice nada. Los vi en distintas situaciones, donde sus respectivos entornos les tapaban la realidad. Una vez, en una exposición de la cual yo participaba, vi cómo armaban el circuito y tapaban con carteles a los que se manifestaban en contra. Cuando gritaban o cantaban cosas lo mandaban al Tula para que les tocara el bombo y no se escuchara nada”. ¿Qué le dirán los libros al papa Francisco? “Lo que la gente siente y piensa. Va a tener la sensación de que hay muchos que lo quieren, que le agradecen, que rezan por él”.
La necesidad de compartir
Aunque sostiene que le cuesta mucho manejar la computadora, Pallarols tiene más de seis mil seguidores en su página de Facebook, y con ellos comparte un ida y vuelta que lo entusiasma muchísimo: “En la medida en que puedo trato de responder y compartir mi saber y mi tiempo. Trasmito mi conocimiento, mi forma de vivir con dignidad y alegría. Cuando me sobran materiales, trato de regalarlos… por ejemplo, tengo un sobrante de medallas de la Virgen, entonces los primeros cien que escriban en Facebook se las llevan. La gente lo necesita y también es muy agradecida. Voy contando la historia de mi vida, escaneo textos de mi padre, o de mi abuelo, por ejemplo, un cuaderno donde cuenta su visión de la vida y cómo se puede ser feliz con un oficio. Tengo necesidad de trasmitir estas cosas porque a mí me las regalaron y ¿por qué yo me voy a morir sin darlo a los demás?”.
La vida y su oficio le permitieron conocer lugares y culturas. Y compartir momentos especiales con amigos de otras religiones. Una vez hizo los cuarenta días de ayuno del Ramadán: “Fue una experiencia espiritual muy importante, donde la vida no dejó nunca de tener sentido, sólo por respirar, por mirar el cielo, los árboles. No es tan difícil creer en Dios”.
Diversidad de proyectos
Un trabajo que lo tiene muy entusiasmado es el reciclado y puesta en valor de los vagones de la línea A de subte. Junto con los arquitectos Guillermo Pinelli y María Elena Mazzantini está trabajando en la recuperación de dos vagones originales. “El concepto es dejarlos como eran. Nosotros nos ocupamos de lo que se llama ‘obra muerta’, es decir, el aspecto decorativo. Son aproximadamente doce vagones y se van a restaurar para que puedan seguir funcionando como paseo”, explica.
Otra idea ambiciosa que le gustaría poner en práctica es una escuela de artes y oficios en el barrio donde trabaja el padre Pepe Di Paola: “Tenemos la idea pero falta conseguir los fondos. Un chico con una herramienta en la mano difícilmente agarre un arma –dice–. Cuando empezás a soñar con lo que hacés es difícil que busques algo que te haga soñar de manera artificial. Tenemos que aprender a soñar despiertos. Esta vida es demasiado linda y hay que aprovecharla”.
Hace un tiempo un galerista norteamericano le propuso exponer en los Estados Unidos. “Estoy pensando en hacer una muestra sobre la importancia que se le da a los bienes materiales y cómo se descuidan los bienes absolutos. Estoy diseñando diez esculturas huecas que van a contener distintos valores absolutos de la naturaleza: la tierra, el aire, el agua, y en una de las esculturas voy a poner un millón de dólares falsos en diez mil billetes de cien dólares. Ese millón de dólares lo vamos a triturar en un minuto y lo vamos a convertir en un kilo de papel picado donde se podrá ver el plomo y arsénico tóxico de los billetes. La muestra se llamará ‘Pensá’”. Pallarols dice que es una idea que surgió hace tiempo, a raíz de la historia de un primo español de su abuelo: “Se había hecho un reloj pulsera de 250 gramos de oro. Durante la guerra, cuando el río Ebro estaba sitiado, su pueblo se quedó sin agua ni comida. Él ofrecía su reloj a cambio de un balde de agua, pero nadie aceptó. Hay que invertir en buenas acciones, porque esas las paga Dios”.