Melancolía y frescura

La escritora canadiense Alice Munro fue elegida la nueva Premio Nobel de Literatura.

Para muchos críticos Alice Munro (Ontario, 1931) se presenta como una suerte de Anton Chéjov femenino y americano, porque ella, como el ruso, se muestra magistral en el clima de sus cuentos.

La diferencia entre el cuento y la novela no es sólo su extensión, sino también la tensión que supone y la pretendida perfección de la prosa. La novela permite, y hasta exige, dudas e imperfecciones: es lo más parecido a una existencia humana. El cuento, en cambio, es un fulgor, un momento, más que una historia; por eso puede aspirar a ser perfecto. En nuestra literatura habría que volver a Horacio Quiroga, a Jorge Luis Borges o a Julio Cortázar como supremos ejemplos.

Y acaso, también como en Chejov, en Alice Munro la vastedad del territorio (los enormes bosques canadienses para ella, como la infinita estepa para el autor de La dama del perrito) y cierta soledad le imprimen a su narrativa una mirada a la vez melancólica, resignada y paradójicamente fresca.

Esta mujer que vive retirada en un perdido pueblito rural sabe pintar como pocos la relación entre los seres humanos y la naturaleza (impresiona ciertamente su compenetración con los animales y las plantas, con la lluvia y el frío, con los lagos y los sembrados) y la sufrida aceptación de las frustraciones de la vida, sobre todo con una mirada que contempla una sufrida condición femenina.

En uno de sus últimos libros de cuentos (Escapada), es el primero de ellos el que da título al volumen. ¿Y quien se escapa? Son dos los personajes que huyen: la protagonista (Carla) y su inteligente cabra (Flora). Se trata de escapadas breves, para retornar luego al hogar: la granja y la casa rodante. Hay un marido distante y siempre sentado frente a la computadora, hay caballos cariñosos y tareas de campo durante todo el año, y hay complicidad entre la mujer y su cabra porque las dos hubieran soñado otros destinos, de haber podido.