Maquiavelo (Los tiempos de la política) de Corrado Vivanti Buenos Aires, Paidós, 2013.

“Que siempre ha habido chorros,

maquiavelos y estafaos.”

Enrique Santos Discépolo

Cambalache (1934)

Siempre también han existido almas piadosas prestas a denostar a Nicolás Maquiavelo, bajo la estricta condición de no haberlo leído nunca. Yo mismo accedí a la obra del florentino por su flanco teatral. Siendo muy joven, con aquel talante tiernamente transgresor de mi generación –recuerdo que en su momento apoyaría la fórmula Matera-Sueldo–, asistí a una espléndida representación de La mandrágora, en un teatro experimental porteño. Poco después, me deleité con Los maquiavelistas de James Burnham, pulcramente editado por Emecé, libro que aún conservo casi 60 años después. Por fin llegué al Príncipe y a los Discorsi, sin obviar al Arte de la guerra, hito insoslayable entre Sun Tzu y Clausewitz.

Frente a mis estudiantes fui forjando mi propio Maquiavelo. Que dé maravillado ante la lección humanista impartida en la carta a Francisco Vettori, escrita el 10 de diciembre de 1513 –hace casi 500 años– en el exilio de Sant’ Andrea in Percussina, en la cual oscila entre Petrarca y Suetonio y confiesa que “durante cuatro horas no siento ningún  aburrimiento, olvido toda angustia, no temo a la pobreza, no me desconcierta la muerte. Todo mi ser se transfunde en ellos”. Ellos, los perennes clásicos grecorromanos de la biblioteca de quien se definía como istorico, tragico e comico. La segunda apelación del florentino siempre me pareció netamente expresada en el capítulo xxv de El príncipe, que trata de la fortuna en las cosas humanas: “Creo que de la fortuna depende la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros dirigir la otra mitad, o casi”. A pesar del epílogo machista –genuinamente epocal–, Maquiavelo brinda una equilibrada antropología política entre la virtù y el azar, que debería ser fuente de permanente meditación.

La nueva biografía que comentamos cumple con todos los requisitos del género: hondo conocimiento de los textos bien ritmados al compás de los vaivenes vitales, una precisa descripción de los contextos sociopolíticos y una empática apreciación de la dramaturgia maquiaveliana, que tanto entusiasmaba a Guicciardini y al mismo papa León X.

Quizás esta biografía no tenga la fibra sugestiva de La sonrisa de Maquiavelo urdida por Maurizio Viroli, singularmente apta para acercarse a Nicolás, pero nos muestra cabalmente al hombre y su circunstancia. Por otra parte, ¿cuál es el más auténtico Maquiavelo? ¿Es el teórico de la economía de la violencia, según Sheldon S. Wolin; el republicano crítico de  Claude Lefort o el acendrado de J. Pocock; el padre del nacionalismo moderno, analizado por Gerhard Ritter; el pensador que funda el bien en el mal, como afirma Pierre Manent; el historiador a veces contradictorio que estudió nuestro José Luis Romero? Si la palabra polisémico no se hubiera vuelto un tanto kitsch, bien se podría aplicar a quien está enterrado, en diagonal con la tumba de Galileo, en la basílica florentina de la Santa Croce.

En 1514, cuando Maquiavelo pensaba ofrecer El Príncipe a Lorenzo de Medici, duque de Urbino, Durero concluía su célebre calcografía Melancolía I, mirada premonitoria sobre la incipiente modernidad, con sus compases, su esfera y su inquietante poliedro, como si presintiera que los sueños de la razón engendran monstruos, al decir de Goya. Era la época en que el conquistador español Vargas Machuca podía decir: “A la espada y al compás, más y más y más y más”.

En la dedicatoria de El Príncipe, Maquiavelo –il Machia de sus jóvenes amigos de los Orti Oricellari–, alude a su lunga esperienza delle cose moderne, pero al final de su vida, y Durero lo habría acompañado, recurriría una vez más a su amado Petrarca: “arrepentirse y conocer claramente / que cuanto gusta en el mundo es breve sueño”.

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  1. Rodolfo Maurino on 9 octubre, 2013

    No podemos negar el talento y la capacidad analítica de Nicolás Macchiavello, demostrado en todas sus obras y especialmente en “El Príncipe y sus discursos” que llevó a influenciar de manera poco común a las clases dominantes de Europa y del mundo a partir de siglo XVI, algunas de sus observaciones fueron tomadas como principios sobre la base “conditio sine qua non” para lograr el éxito en la conducción política de los gobiernos. Un éxito que con el paso de los siglos parece haber alterado su contundencia. Observemos el escenario de su mayor influencia: Europa. Toda la historia estuvo dominada de manera permanente por innumerables guerras y sus funestas consecuencias, donde la dirigencia se mostraba haber asimilado en gran parte las enseñanzas de Macchiavello, si ponemos atención en la historia, Francia estuvo en guerra durante más de trescientos cincuenta años de manera continua proceso que finalizó con la guerra con Argelia cuy termino se debió a la influencia de los Estados Unidos de América. Finalizada la segunda guerra mundial en 1945, Europa lleva ya más de sesenta y seis años de paz, debida a un pensamiento más generoso que supera las observaciones de Macchiavello, ningún país europeo concibió para sus vencidos un plan de ayuda como lo fue el Plan Marshall, hay en esto un pensamiento que no obedece a la analítica del ”Principe”. Macchiavello exaltaba las palabras de Virgilio: Rex dura et regni novitas me talia cogunt moliri et late fines custode tueri” y relata más adelante en el mismo capítulo XVII el carácter de Aníbal Barca y el de Escipión El africano. Aníbal era un líder de mano dura que durante toda la Guerra Púnica no tuvo un solo acto de protesta por parte de su staff, en cambio Escipión recibía frecuentemente actos de rebeldía de sus hombres, era un hombre muy duro sin duda, pero sabía en qué punto se debía aplicar la crueldad y en qué punto demostrar generosidad, condición que Aníbal con toda su extraordinaria astucia, adolecía. El hecho contundente es que Escipión venció a Cartago salvando la caída del mundo romano y las causas fueron debidas en gran medida a actos generosos como la liberación de la prometida de Alucio y no a una permanente dureza. Vale examinar y profundizar los conceptos vertidos en “El Principe” en las circunstancias actuales.

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