La Fundación Sales presentó en la Academia Argentina de Letras la antología de poesía tradicional 25 poetas argentinos contemporáneos (la precedió otra de poesía renovadora y pronto editará la de poesía de las provincias). Las tres reunirán a 150 poetas. El presidente de la Academia, Pedro Luis Barcia, y el académico Antonio Requeni, antólogo del tomo de los poetas clásicos, comentan la obra para Criterio.

Panorama de la poesía argentina contemporánea

Celebremos. Conviene comenzar con este verbo el proyecto de la Fundación Sales que, a  través de Ediciones Papiro, lanzó un programa de antologías con un panorama de la poesía argentina contemporánea, inteligentemente abierto.

Se aprecian tres líneas: la primera, de Poesía renovadora, editada hace unos años con el avezado antólogo Osvaldo Svanascini. La segunda, Poesía tradicional, con Antonio Requeni de antólogo. La tercera –Poesía de las provincias– a cargo de Santiago Sylvester.

Cada línea traerá dos tomos. Las obras van a eslabonarse inevitablemente: dos poetas de la antología de Svanascini los hubiera querido incorporar Requeni: Molinari y Orozco. En la de Requeni hay poetas del interior, como Castilla, que anticipan la de Sylvester.

Subrayo un par de aciertos. El primero, el espacio, reducido a un cuarto centenar de poetas por tomo. Fernández Moreno hubiera dicho “a uno de los cuatro pétalos del trébol de la suerte”. Otro acierto, el tamaño de los tomitos los hace “amigables”, por decirlo con el único adjetivo humanizado creado por el mundo electrónico.

Su dimensión invita a llevarlos consigo. Una antología de 600 páginas, como alguna publicada recientemente, no es amical y le vence la mano a uno por su peso desbordado. Una tercera virtud: la tipografía nítida y legible invita a fluir, sumándose al fluir de los versos. “Fluyan como estas aguas nuestros versos”, decía Lugones.

La colección es cordial, al dejar un blanco en cada poeta para que el lector coloque lo que hubiera escogido, además de la propuesta del antólogo. Así hizo César Fernández Moreno con la antología de su padre. De 100 poemas prometidos, contenía 99; en el sitio final  ofrecía un espacio para copiar el que extrañaba el lector. No es mala idea.

El título de cada tomo –25 poetas argentinos contemporáneos– agavillará poetas contemporáneos; y está bien. Nunca se diga “poesía contemporánea”, expresión que me parece pleonástica –hay que utilizar estos términos para ser considerado académico–,  digamos redundante, porque como dice Ezra Pound, “clásico es un texto que tiene perenne lozanía”; así la poesía valiosa es contemporánea de todo lector.

La Fundación Sales se sorprendió por la excelente acogida de la primera antología, por aquello de que “la gente no lee poesía”. La expresión es inversa: como los hombres no leen poesía, no son gente.

Ante la ausencia del hábito de lectura lírica, cabe una responsabilidad a las universidades, a sus facultades de letras, en las que se convertido a la narrativa en la Literatura. Las carreras de letras no suelen introducir a los jóvenes profesores en la lírica –salvo en la española, cuando se da–, casi nunca en la hispanoamericana y menos en la argentina. Ese profesor incompleto no va a dar clases de lírica ni formará maestros en el género, y esto es más grave.

La primera antología de este panorama fue de Poesía renovadora en lo formal, la que cultiva el verso libre, de difícil factura, y el versículo –en realidad debió llamarse versoide– con sus dos movimientos cordiales de sístole y diástole, que decía Claudel.

Poesía de la ruptura formal y la vanguardia transgresora que, vengamos a casa, incluye cofrades nuestros: Molinari, Juarroz, Godino.

La segunda línea la asume esta antología requeniana (el hombre, mejor, su poesía, merece el adjetivo): Poesía tradicional (clásicos y neoclásicos). El adjetivo “tradicional” expresa, como dice Requeni, “fidelidad a las formas tradicionales del verso y el carácter de la  poesía”. Felicito a quienes eligieron a Requeni por su juicio ponderado alejado de lo banderizo. Cuando programó el libro, hizo sitio a un solo poeta vivo, Horacio Armani, entonces nuestro académico, como también lo fueron Banchs, Bernárdez, Borges, Calvetti, Estrella Gutiérrez, Fernández Moreno, González Lanuza, Mastronardi, Nalé Roxlo, Vocos Lescano. No está mal, once sobre 25 fueron gente de nuestra casa. La Academia supo elegir.

Requeni nos regala un espacio sereno y plácido. Coincido con la elección de cada poema, no con la mía actual sino con la que hice entre mis 15 y 18 años, cuando leía estos poemas en mi provincia natal. Los aprendía de memoria. Si bien es elogiable la voluntad de Requeni de excluirse de la antología, la deja incompleta. Por eso, sin visa ni permiso  editorial, elegí cuatro poemas suyos que podrían representarlo en esta antología. Actúo como antólogo del antólogo. Ellos son “La poesía”, “Un pájaro”, “Roma-Amor” y “El vaso de agua”. Así se hace justicia, aunque mi oficio de antólogo no emparde al de Requeni.

Pedro Luis Barcia

Regreso a los clásicos

Toda antología -dijo María Elena Walsh- es una “antojolía”. Los antólogos eligen autores y obras según criterios o gustos que no siempre hallan consenso. Esta “antojolía” representa  el regreso a poetas clásicos argentinos, por su adhesión a cánones estéticos y transparencia expresiva. No por antiguos sino por permanentes.

La obra privilegia la poesía lírica por sobre la filosófica o metafísica. Si bien desde Heráclito a Eliot lo poético y filosófico siempre se acompañaron, el rasgo más visible de la lírica es la emoción, a través del lenguaje creativo, revelador.

Oscar Wilde preguntaba: “¿Los enamorados dicen palabras de amor porque están  enamorados o están enamorados porque dicen palabras de amor?”

La poesía, como la belleza, no evoluciona, resplandece en la eternidad; lo que evoluciona o se renueva son las formas para alcanzarla. Todos los caminos son válidos pero la desintegración de las formas –principal característica del arte contemporáneo– hizo que el clima poético se enrareciera, se diluyera su tradicional estado de gracia y afectuosidad. Para muchos poetas lo que define el valor de un poema es la transgresión, la irreverencia y un rechazo a la expresión de sentimientos, como si fuera debilidad, blandura de espíritu.

No condeno la poesía de difícil acceso cuando nace de una necesidad auténtica. El poeta tiene derecho a la búsqueda y experimentación. No es el caso de proponer una retórica pasatista; sería absurdo pretender que un poeta escriba hoy como hace 100 ó 200 años; aunque utilice formas heredadas, el poeta, si lo es de verdad, reflejará el espíritu de su época. Bienvenidos los innovadores siempre que no crean que con ellos todo empieza. La cultura es continuidad o no es nada.

Cuando Arturo Prins me propuso realizar esta selección acepté con alegría. Significaba una responsabilidad, un homenaje a poetas cuyos versos tuvieron que ver con mi destino. En ellos encontré, durante mi lejana adolescencia, la justificación del amor por las palabras, por la sensualidad y la magia del lenguaje poético. Borges, citable siempre, recordó que a los diez años oyó a Evaristo Carriego, en la sobremesa familiar, recitar una poesía de  Almafuerte, y los versos dichos por aquel visitante de la calle Serrano le hicieron experimentar una revelación. El niño descubrió que las palabras, que servían para comunicarse, podían ser “pasión y música”. Hermosa definición de la poesía. A ella quisiera agregar la del poeta norteamericano Wallace Stevens: “La poesía es la felicidad del lenguaje”.

Los 25 poetas de este libro, cada uno en su estilo, manifiestan sentimientos –gozos y melancolías de la aventura humana–; invención de imágenes y metáforas; fluencia  armoniosa de palabras, en estrictos sonetos, en cadenciosos romances o en el ritmo interno de versos libres. Sus composiciones no se limitan a ser un encadenamiento de reflexiones, visiones oníricas o protestas sociales. Si abordan o rozan esas instancias, quedan superadas por su fulgor verbal, por el dichoso e inexplicable misterio que llamamos poesía.

Mi aspiración al ordenar esta antología fue que los lectores sientan, como quería Borges, la gozosa presencia de la belleza, de una iluminación reveladora.

Antonio Requeni

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