Francisco, papa ignaciano, a la escucha del sensus fidei fideluim pone en dinamismo a la Iglesia.

Sin lugar a dudas las palabras y gestos del Papa están disfrutando de una grande y positiva repercusión en los creyentes y en la opinión pública en general. Como algunos señalan, quizá se esté exponiendo demasiado e incluso sea algo imprudente; Dios lo sabrá. El hecho innegable es que, con su sencillez, franqueza y sentido de lo humano, ha abierto puertas y ha renovado la esperanza de muchos. En términos ignacianos, nos está regalando un tiempo de “consolación espiritual”.

A partir de la reciente entrevista publicada por la revista La Civiltà Cattolica, algunos aspectos pueden ayudar a valorar con más claridad lo que está aconteciendo con sus declaraciones.

Espiritualidad ignaciana

A lo largo de toda la entrevista se percibe, más o menos explícitamente, el hondo conocimiento y apropiación por parte de Francisco del carisma de Ignacio y de la espiritualidad que brota de los Ejercicios Espirituales. Esto puede observarse en varios pasajes, pero claramente en las referencias al “discernimiento” y a la búsqueda incansable de la voz de Dios en medio de las circunstancias históricas  (“reconocer los signos de los tiempos”).

A cualquier religioso que es ordenado obispo se lo promueve a una misión concreta en la Iglesia, mayor a la debida por el voto de obediencia al superior religioso (provincial o general), por lo que su pertenencia a la orden o congregación se transparenta en la formación, afectos y carisma recibidos. La espiritualidad ignaciana que el Papa testifica como don sencillo y valioso es un tesoro regalado por Dios para toda la Iglesia, un llamado a nutrir, fortalecer y animar la vida de fe de las distintas vocaciones y carismas.

Parece oportuno, entonces, destacar esta realidad de una espiritualidad que está al alcance de todos los cristianos y que no se limita sólo a los que son jesuitas o a quienes trabajan con ellos. Al definir al Papa como “jesuita”, podría uno inclinarse a pensar que su rica espiritualidad no está al alcance y al servicio de todos en la Iglesia, y no es así.

El sentir del pueblo fiel

Frente a las preguntas vinculadas con las temáticas eclesiales más conflictivas, el sucesor de Pedro ofrece respuestas que muchos ansiábamos escuchar desde su cátedra. Se trata de afirmaciones que invitan al diálogo y suscitan esperanza, que son un estímulo para quienes han querido (¡y aún quieren!) abrir nuevos caminos para tornar más humana y universal nuestra fe.

Sus palabras, motivadoras y sugerentes, son invitaciones en el orden de las posturas pastorales que debemos asumir. A su vez invitan, acertadamente, a poner a la persona y la misericordia de Dios en el centro de nuestro accionar. Nacen de una cercanía y una escucha del sentir en los fieles de a pie, en la gente que vive el día a día.

Algunos podrían echar de menos referencias más explícitas a la necesidad del progreso en las estructuras; ya que la dimensión estructural ha sido reconocida por la Iglesia en su rico magisterio social y latinoamericano. El cambio, entonces, llega también por una reforma de las estructuras institucionales: reformas en las estructuras de gobierno y en la gestión de la Iglesia; mayor participación, más efectiva y plural en las parroquias, diócesis, conferencias episcopales; estructuras de gobierno donde se encuentre reflejada la variedad de vocaciones, de realidades culturales, de experiencias históricas para hacer posible la presencia del Resucitado, y que pueda acontecer un efectivo auditus fidei: una escucha no meramente formal, sino empoderamiento efectivo de un Pueblo de Dios que ha madurado en su compromiso y co-responsabilidad eclesial; una escucha que no dependa de la autoridad eclesial de turno.

Sin embargo, el obispo de Roma, además de recoger con claridad el sentir del pueblo fiel, ha dejado “entrever” algunas posibilidades de progreso en las estructuras. En la entrevista, habla de la sinodalidad, de la participación de la mujer y refiere a la autoridad del “Pueblo de Dios”. Hay laicos, esposos y esposas, consagrados y consagradas, padres, madres, abuelas y abuelos, jóvenes… que esperan ser escuchados y que están descubriendo en el Papa un pastor que los conoce y los comprende.

Nos pone en movimiento

Francisco invita insistentemente a volver al corazón del mensaje cristiano: el anuncio de Jesucristo, la misericordia del Padre. A reconocer, vivir y anunciar la primacía del amor gratuito de Dios. A no desconocer que la buena nueva de la Salvación (una vida de comunión con Dios) acontece en y a través de lo más frágil, lo marginal, lo débil, lo que está en la frontera, las víctimas de nuestra realidad.

Estas palabras, para muchos, son efectivas, sanadoras y llenas de esperanza. Pero también son, para algunos sectores eclesiales, “peligrosas”, “revolucionarias” y, por ello, muchas veces silenciadas. Pero no hay duda de que estas frases nos ponen en movimiento a la hora de comunicar el Evangelio. Son manifestaciones que, tal vez para muchos, requieren de cambios doctrinales que las respalden. La religión tiene (y es bueno que así sea) un momento dogmático y otro doctrinal que nace del dogmático (Francisco lo deja muy en claro cuando invita a comenzar toda predica con la misericordia de Dios). Por ello se hacen necesarios cambios en la doctrina de la Iglesia (moral matrimonial, sexual, inculturación de la liturgia, etcétera) si no queremos generar una “esquizofrenia” entre la vida pastoral y la realidad doctrinal.

Muchas otras cuestiones podrían señalarse a partir de esta larga e interesante entrevista. Ir más allá de las palabras será complicado para Francisco, sin lugar a dudas. Dada su complejidad, los cambios y las reformas requieren una formulación correcta y una implementación apropiada. Para esto se necesitan tiempo y amplias consultas. Tendremos que ser pacientes y perseverantes. Nos queda apoyar, animar y celebrar lo que ya va aconteciendo. Sumarnos a esta búsqueda de “ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”, que no espera los cambios por parte de los caudillos, que confía en sus frágiles y humildes mediaciones. Se nos ofrece a todos poder ser constructores cautos de esta nueva realidad. Poco a poco, el Padre –por  Cristo y en el Espíritu– está haciendo realidad el Reino de Dios en la tierra.

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  1. Bien señala Castells Daverede que resulta deseable que a raíz de los cambios impulsados por el papa Francisco se logre «una escucha no meramente formal, sino empoderamiento efectivo de un Pueblo de Dios que ha madurado en su compromiso y co-responsabilidad eclesial: una escucha que no dependa de la autoridad eclesial de turno». Esto me provoca dos reflexiones. La primera, que ya desde fines de la quinta década del siglo I, tiempo en que se supone que escribió Pablo a los cristianos de Roma, se observa que la fe cristiana se basa en el oír atento al mensaje del evangelio: «La fe entra por el oído, escuchando el mensaje del Mesías» (Romanos 10:17, «Biblia del peregrino»). La segunda, que conforme observamos en Efesios 3:6, los gentiles que llegamos a creer en el Hijo de Dios fuimos constituidos «coherederos y miembros de un mismo cuerpo y juntamente partícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Nuevo Testamento Trilingüe). Es decir que, simultáneamente los cristianos somos co-herederos de las riquezas espirituales que proceden de nuestro Padre celestial; co-miembros del cuerpo de Cristo, que es la iglesia; y co-partícipes de las promesas que se desprenden de las buenas noticias de salvación. En este sentido no hay nada más igualitario que la fe cristiana en sus orígenes y sería bueno que los cristianos de hoy, en todas sus ramas, así lo entendamos y practiquemos.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Teología (SITB).
    Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
    Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
    Licenciado y Profesor en Letras (UBA).

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