Algunas consideraciones históricas sobre las políticas genocidas del Estado argentino hacia los Pueblos Originarios.
El artículo publicado en la revista Criterio (6/2013), La cuestión del genocidio mapuche, toca un tema muy complejo y muy caro a nuestra historia de la Patagonia. Los cientistas sociales podemos ponernos o no de acuerdo en aplicar determinadas categorías como la de genocidio, pero es importante que seamos precisos en el uso de los conceptos y que analicemos las fuentes para deconstruir y reconstruir con seriedad y precisión un relato histórico sobre las poblaciones originarias “que tradicionalmente no fueron respetadas en sus culturas y en sus derechos y que fueron desvalorizadas y ocultadas”[1].
La historia de los pueblos originarios no está escindida de la historia argentina, forma parte de nuestra común historia. Consideramos como pueblos o naciones a los “grupos étnicos o etnias que pueden no haber alcanzado, o al menos expresado [una] conciencia nacional, pero están sin embargo unidos por vínculos raciales, lingüísticos, culturales o nacionales que los distinguen de otros grupos similares y a través de los cuales sus miembros adquieren conciencia de compartir una identidad común” [2]. Hasta el momento en que los pueblos originarios del sur fueron incorporados por la fuerza en el Estado argentino, tenían una autoridad política constituida y reconocida, capaz de conducir independientemente sus relaciones exteriores y a quienes se les reconocía existencia y legitimidad como interlocutor. Basta recorrer la clásica y vasta compilación de Levaggi[3] y los textos de Briones y Carrasco, para dar cuenta de ello[4]. Estos tratados eran instrumentos del derecho internacional que reconocían la existencia de entidades políticas soberanas. De hecho, una de las consecuencias más importantes de la anexión de los territorios del sur y la sumisión de sus habitantes fue el fin de los tratados celebrados con las naciones originarias y el progresivo deslizamiento semántico de los indígenas –de soberanos a étnicos[5]– que supuso la imposición administrativa de una nueva identidad nacional y la pérdida de soberanía de las naciones indias[6]. No hubo, a lo largo del siglo XIX, una relación unívoca entre indígenas y pobladores de origen europeo, sino vínculos comerciales, paces y episodios de guerra.
Una explicación lineal de los estallidos de violencia en la frontera se limita a ver a los malones como “hordas de salvajes” que sembraban el pánico y atentaban contra la “civilización”. Esta caracterización posiciona de forma automática la lectura desigual de la historia del sur: los indígenas maloneaban, los blancos organizaban campañas de defensa de la frontera. ¿Era para la población argentina una preocupación la “inseguridad de la frontera”? Definitivamente no lo creemos. Si analizamos los intereses económicos de la élite gobernante de fines del siglo XIX y los mecanismos de reparto de la tierra posteriores a las campañas, observaremos que esa preocupación era sectorial[7].
La consideración inmediata del Estado argentino sobre los territorios habitados por los pueblos originarios del sur, fue que estos dibujaban “fronteras internas” y sus habitantes eran, por lo tanto, “rebeldes internos”[8]. Así se justificó, tras la conquista, su incorporación forzada a la “ciudadanía” en condiciones de subalternidad[9]. La responsabilidad del despojo, del reparto de familias, de los campos de concentración, de la reclusión en Museos como vestigios vivientes tiene nombres y apellidos y forman parte de decisiones políticas.
Si de la acción institucional se trata, aquí sería saludable también revisar el rol de la Iglesia católica, que como institución, no escapó a las acciones y opiniones pendulares de la sociedad civil con sus variaciones y matices. Las campañas militares fueron acompañadas por miembros de la Congregación salesiana. Su fundador, Juan Bosco, sostuvo que tanto la Argentina como Chile llevaron adelante “tres siglos de guerra de exterminio, masacran sin piedad a quienes encuentran y a muchos han hecho prisioneros”[10]. Los relatos inmediatamente posteriores de los mismos Salesianos dan cuenta del horror ante sus ojos y el mismo monseñor Costamagna llamó “bárbaros” a los soldados. Tras las campañas, los indígenas confinados en la isla Martín García eran asistidos por sacerdotes que acompañaban la política de reclusión y reparto de las familias[11].
Pero, a pesar de ciertas actitudes a favor de los indígenas que en algunos casos “amortiguaron” el golpe brutal, otras acciones de la Iglesia fueron fieles a la política y la sociedad de su época. El comportamiento “pendular” se sigue observando en las acciones evangelizadoras que intentaron paliar la miseria; trataron de comprender lenguas y costumbres ajenas pero también arrasaron con sus creencias y la cultura de un pueblo para imponer una cultura y una religión a la que consideraban legitima, verdadera e integradora. Integración por fuera de los márgenes sociales, donde los indígenas “infieles” bautizados nunca fueran considerados “ciudadanos católicos” sino “indígenas conversos”[12].
Finalmente, unas palabras sobre el polémico concepto del genocidio aplicado a los pueblos originarios del sur. En primer lugar, hay que ser precisos en relación a la aplicación del término, ya que la mayor parte de los autores que aplican este concepto hablan del genocidio de los pueblos originarios de Pampa y Patagonia[13] y no solamente del pueblo mapuche. Llamarlo “cuestión” vuelve a colocarlo en aquel relato infundado y mitificador de la historia, que construye estereotipos y genera narrativas históricas que pueden ser tan devastadoras como las acciones que tras ellas se ocultan.
El crimen de genocidio se encuentra caracterizado en el artículo 2 de la Convención para la Prevención y la Sanción del delito de Genocidio, aprobada por la ONU en 1948, como “actos perpetrados por el Estado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”, describiendo en su definición las distintas acciones posibles: matanzas, lesiones, sometimiento intencional, traslados y desmembramientos. Después de lo anteriormente descripto, sostenido por estudios citados y en base a documentos, no hace falta seguir explicando por qué las acciones llevadas a cabo por el Estado argentino finisecular pueden ser consideradas genocidas.
La historia de la Patagonia, atravesada por la tragedia de la historia de los pueblos originarios sureños, es una herida que no ha cerrado, entre otras cosas, por la misma violencia con que se abrió. Como cientistas sociales, debemos asumir la responsabilidad de desarticular las ideas que han sustentado un relato de la historia basado en negaciones o atribuciones estigmatizantes hacia los pueblos indígenas. La cuestión no pasa sólo por “proteger a los pueblos originarios” como si se tratase de un “deber moral” sino de ser justos y serios con la historia, maestra de vida. Se trata de un compromiso con la justicia y con la sociedad toda, que necesita construir una historia integrada en su diversidad cultural y generar genuinos caminos de construcción colectiva.
[1] Navarro Floria, P y M.A. Nicoletti, Los que llegaron primero. Historia indígena del Sur argentino. Buenos Aires, Deauno Documenta, 2008.
[2] Stavenhagen, R, The Ethnic Question. Conflicts, Development, and Human Rights, Tokyo, United Nations University Press, 1990, p.1.
[3] Levaggi, A, Paz en la frontera, Buenos Aires, UMSA, 2000.
[4] Briones, C y M. Carrasco, Pacta sunt Servanda. Capitulaciones, convenios y tratados con indígenas en Pampa y Patagonia (Argentina 1742-1878), Buenos Aires, IWGIA, 2000.
[5] Bechis, M, “Instrumentos para el estudio de las relaciones interétnicas en el período formativo y de consolidación de los estados nacionales”, en Hidalgo, C y Tamagno, L (comp), Etnicidad e Identidad, Buenos Aires, CEAL, [1984] 1992, pp.82-120.
[6] Roulet, F y P. Navarro Floria. “De soberanos externos a rebeldes internos: la domesticación discursiva y legal de la cuestión indígena en el tránsito del siglo XVIII al XX”, Tefros, 3-1, (2005).
[7] Bandieri, S, “Del discurso poblador a la praxis latifundista: la distribución de la tierra pública en la Patagonia”, Revista Mundo Agrario (11), 2005.
[8] Navarro Floria, P. (coord. y coautor), Paisajes del progreso. La resignificación de la Patagonia Norte, 1880-1916. Neuquén, EdUCo/CEP, 2007. La obra de Pedro Navarro Floria se encuentra en www.patagoniapnf.com
[9] Nacach, G, La deriva de la alteridad entre las lógicas de raza y clase en la Patagonia: El censo de 1895 en el contexto del proceso de incorporación diferenciada de los indígenas. Tesis Doctorado, UBA, 2011.
[10] Bosco, G e Barberis, G, La Patagonia e le Terre Australi del Continente Americano, Roma, LAS, 1988, p.158.
[11] Nagy, M y A. Papazian, “Prácticas de disciplinamiento indígena en la isla Martín García hacia fines del siglo XIX”. V8. Nº 1 y 2. Tefros,2010.
[12] Nicoletti, M.A, Indígenas y misioneros en la Patagonia, Buenos Aires, Continente, 2008.
[13] Delrio, W. et al. “Reflexiones sobre la dinámica genocida en la relación del Estado argentino con los pueblos originarios”. II Encuentro Internacional Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas. UNTF, 2007; Bayer, O. et al., Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios, Buenos Aires, El Tugurio, 2010; Lenton, D et al., “Genocidio y política indigenista: debates sobre la potencia explicativa de una categoría polémica”, Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana,2011; Roulet, F, “Genocidio en las Pampas: crónica de una polémica abortada”. http://argentina.indymedia.org/news/2005/02/264061.php, 2005; Navarro Floria, P. “El debate historiográfico sobre la conquista de la Patagonia en el contexto de la democracia argentina pos dictadura”, II Jornadas de Historia de la Patagonia, G. Roca, 2006.
6 Readers Commented
Join discussionExcelente. Y lo mejor es el final: «..ser justos y serios con la historia, maestra de vida. Se trata de un compromiso con la justicia y con la sociedad toda, que necesita construir una historia integrada en su diversidad cultural y generar genuinos caminos de construcción colectiva.»
Es lamentable que desde posiciones académicas se siga presentando esta visión absolutamente sesgada del proceso histórico referido. El fundamento de la misma sea probablemente una infantil extrapolación del actual pensamiento occidental basado en una suerte de anacrónica culposidad ligada al vacío de sentido interno y el consumo y fascinación para con lo exógeno. Pensamiento que desde ya denota una importante impronta paternal, llamando a «reparar» moralmente al vencido. Es posición dominante en el pensamiento europeo en general, así como en latinoamérica y las mismas comunidades, que se han nutrido de él. Basta con el ejemplo de la organización Mapuche con sede en Londres.
La relación con los diferentes grupos indígenas en la Argentina tuvo episodios de guerra y momentos de pacto. Ya desde principios del Siglo XIX el estado realizaba incursiones para combatir los malones o entablar negociaciones. Las diferentes tribus (sobre todo las patagónicas, de preponderancia nómade y cazadores – recolectores)jamás fueron un orden estable en el tiempo, ¡y mucho menos estados soberanos! Sí tuvieron acuerdos y sumisión a diferentes caciques temporalmente (como con el caso de Calfucurá), ¡pero jamás territorios delimitados como si fueran esados nacion! Es notable que haya que aclarar esto. Luego, deberíamos llamar a los Araucanos «genocidas» por diezmar a los Tehuelches y aculturizarlos, o llamar así a los Huiliches y a los Borogas por llevar a cabo procesos similares. Es absolutamente absurdo aplicar esa categoría a un momento histórico donde la estabilidad muchas veces se definía con las armas. La existencia del malón está documentada. Es impresionante que investigadores que se dignan de llamarse como tales nieguen la importancia de dichas situaciones de violencia. Llegaron a existir ciudades devastadas. Luego, las diferentes culturas indígenas también ejercieron procesos de guerra entre sí, y hasta llegaron previamente desde otras areas de la tierra, como los europeos. ¿Intereses? ¿Acaso los diferentes pueblos a lo largo de la historia no los han tenido? Ciertamente el estado Argentino, una vez pacificada la frontera sur, dispondría de aquellas tierras. ¿Acaso deberíamos culpar al Imperio Inca por disponer de las tierras de los Diaguitas y otras culturas andinas? O, yendo aún más lejos, ¿los Españoles deberían acusar a los pueblos de origen Celta por aculturizarlos en tiempos prerromanos? Todo este proceso de moralismo de consumo propio del deplorable estado actual en la cultura dominante no hace más que, justamente, reproducir aquello que el artículo dice criticar: presenta una visión simplista, añiñada, naif, superficial de la historia, académicamente falta de rigurosidad y de una tendenciosidad que incluso subvierte la propia realidad de las diferentes culturas indígenas, que estaban lejos de presentar esa imagen romántica que esbozan estos pseudoestudios. Basta recordar la cantidad de alianzas existentes entre ciertas fracciones indigenas y el estado argentino frente a otros grupos indigenas para demostrar la falsedad de la simplificación, como ocurrió con buena parte de los Catriel y con Colliqueo. Esta representación de lo indígena atenta verdaderamente contra la posibilidad de un natural reconocimiento, porque está cargada de artificiales reivindicaciones. El resto de la sociedad Argentina sentirá más distancia aún en tanto se mantenga este falso espíritu «reparador». Lamento mucho que la Revista Criterio de lugar a este tipo de estudios que sólo han de traer confusiones en la percepción histórica, y a fomentar absurdas reivindicaciones enquistadas en complejos de superioridad e inferioridad indistintamente, que luego dan lugar a infantilidades como la voluntad de quitar las merecidas estatuas al General Roca y hasta incluso a cuestionar patéticamente a la figura de Cristóbal Colón, personaje sin cuyo quehacer directamente haría imposible la existencia de la Argentina y el resto de latinoamérica como tales.
Mi posición esta muy cerca de la del señor Mario Gomboso. Lo felicito, por no prestarse a encasillar el tema de los pobladores del Sur, como un verdadero crimen genocida. La ocupación de todo el territorio heredado de España debía se completada para llevar los servicios que gozaban los nacionales a todo el territorio recuperado. He criticado en mis libros, el método aplicado, pero no existía ninguna mínima forma de estado organizado por parte de los escasos ocupantes de dichos territorios. De los intereses en juego sólo Monseñor Aneiros tuvo una posición equidistante y civilizada. Las reinvindicaciones actuales tienen un contenido político eminente y no pueden ser tomadas de otra manera.
Estimado Sr. Sarramone,
Quizás debería considerar cual fue el «contenido político eminente» del relato histórico dominante hasta hace muy poco, quienes lo hicieron y cuales fueron los objetivos que los llevaron a construirlo. Está a la vista quienes se beneficiaron y quienes pagaron por causa de esa lectura de nuestra historia.
Cordialmente,
jc
Estimado Sr. Gomboso,
Como puede Ud. comprobar, hoy día estamos en «un momento histórico donde la estabilidad muchas veces se define con las armas.» Lo que nos pone a todos en riesgo.
De hecho, no hemos sufrido recientemente una epidemia de asesinatos a control remoto de «terroristas» y «daños colaterales» en Siria gracias a la decidida intervención del Papa y otros líderes mundiales, entre ellos nuestra presidenta.
Cordialmente,
jc
Estimado señor Marco Gamboso:
Comparto prácticamente todo lo que ha escrito más arriba salvo por lo siguiente: en mi opinión es correcto y útil que la Revista Criterio publique artículos como el que estamos comentando. Correcto porque hace efectivo el principio democrático de facilitar la divulgación de las ideas por la prensa (todas las ideas que cuenten con un mínimo de sustento lógico y de respeto por el otro y por lo diferente). Útil porque el gran público, el público desinteresado, puede formar criterio propio a partir de la variedad y solidez de los argumentos que se oponen.