Una excelente puesta de La Bohéme en el teatro Avenida y un libro de reciente aparición vuelven a colocar a Giacomo Puccini en el centro de la escena porteña.
En 2014 se cumplirán 90 años del fallecimiento de Giacomo Puccini. Compositor genial que con tan sólo doce óperas, si se incluyen las tres que componen Il Trittico, se lo considera el sucesor natural de Giuseppe Verdi. Aunque ajeno al verismo que luego dominaría la escena de la ópera en Italia, en sus personajes hay mucho de esa “realidad” atribuida de manera exclusiva a Ruggero Leoncavallo o Pietro Mascagni.
Sus melodramas son vigorosos y sus personajes de gran empatía, enlazados con una orquestación brillante y una música de matriz indudablemente italiana. Como Verdi, de quien se cumplen en octubre 200 años de su nacimiento, supo combinar la popularidad de la puesta teatral con la originalidad que convocaba al público cotidiano de la ópera.
La Bohéme se presentó en Buenos Aires en junio de 1896, a meses de su estreno en el Regio de Turín el 1 de febrero, que contó con la dirección de Arturo Toscanini. El relato de amor y vida bohemia en el barrio latino de París hacia 1830 atrajo de inmediato y su representación en la Argentina, que suma centenares, añade ahora una más –y muy singular–, realizada por la agrupación Juventus Lyrica.
El elenco que observó este cronista estuvo encabezado por Sabrina Cirera como una Mimi de refinada presencia, en tanto el resto del reparto cumplió con solvencia el exigente nivel dramático de la obra y la línea de canto plena de matices, donde se destacaron Darío Sayegh como Rodolfo, Fernando Grassi como Marcelo, e incluso el eficente Schaunard de Juan Feico junto a una correcta Laura Polverini como la casquivana Musetta. El escenario del teatro Avenida lució la escenografía de Gonzalo Córdova y brilló el vestuario –en particular en el segundo acto, que trascurre en la alegría de la Nochebuena en el barrio latino de París– a cargo de María Jaunarena. En la escena del Café Momus, el Coro de Niños Musizap, perteneciente a la Asociación de Orquestas Infantiles y Juveniles, dirigido por Federico Neimark, tuvo luz propia. En tanto, la régie de Ana D’Anna consiguió una amalgama intensa con la partitura, que ejecutó con igual nivel expresivo la orquesta, bajo la batuta de Antonio María Russo. Síntesis de una puesta donde la eficacia y el dinamismo resumen el retorno de una de las más populares óperas de la historia de la música a la escena argentina.
Dos curiosidades dignas de mención son que Puccini había nacido en la Lucca toscana como Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini en 1858 y pertenecía a la quinta generación de una familia de músicos. La segunda desmemoria es que estuvo en la Argentina.
La multitudinaria colectividad italiana acompañó al creador de Tosca y Madama Butterfly durante el mes y medio que duró su estadía en Buenos Aires luego de su arribo a puerto el 23 de junio de 1905. Había sido invitado por la familia Paz, que lo alojó en un lugar para huéspedes que tenía en el viejo edificio del diario La Prensa. Cuando asistió a la representación de La Bohéme en Buenos Aires, en el Teatro de la Ópera (en el mismo lugar donde se encuentra la sala que ahora lleva ese nombre sobre la calle Corrientes), el compositor tuvo que salir a escena una veintena de veces. El público deliraba. Por fortuna, el libro Puccini en la Argentina de Gustavo Otero y Daniel Varacalli Costas retrata esos días porteños. Recientemente otro periodista junto con la profusa investigación creó una novela donde Puccini vino a Buenos Aires a buscar a su hermano Michele, que había desaparecido aquí. Marcelo Zapata es quien firma El secreto de Puccini, que mezcla realidad y fantasía en derredor de aquella visita que la labor de estos certeros profesionales no permite dejar en el olvido.