Recuerdos de la mediación del ex presidente argentino en Venezuela en 2002, cuando después de un intento de golpe de estado, se logró pacificar el país que ya lideraba Hugo Chávez.
Raúl Alfonsín y Hugo Chávez fueron sin lugar a dudas dos de las figuras de mayor impacto político en sus respectivos países y en el subcontinente sudamericano, dos hombres muy diferentes que marcaron profundamente la historia de la región y que sin duda seguirán siendo una referencia en el futuro. Este artículo intenta preservar la memoria de los encuentros mantenidos entre ambos con motivo de la gestión de buenos oficios realizada por Alfonsín para buscar una salida institucional a la crisis política que sufría Venezuela.
Los años 2002 y 2003 fueron decisivos para la supervivencia del proyecto de Hugo Chávez en Venezuela. En un contexto de creciente polarización, la democracia en dicho país se vio amenazada primero por un golpe de estado, que fue rechazado por la masiva movilización popular y la reacción de los sectores de las fuerzas armadas leales al gobierno legítimo, y luego por un paro empresarial iniciado el 2 de diciembre de 2002, que llevaba como exigencia la renuncia del Presidente o la realización de un referendo consultivo. Esta última acción política empresarial logró paralizar la actividad económica y su principal empresa, PDVSA, fuente generadora de la mayor parte de los recursos del país.
El gobierno de Chávez corría un riesgo grave ante el estrangulamiento económico que el paro empresarial generaba y que se sumaba a una muy compleja situación económica. La extrema polarización política y su desestabilizador impacto económico afectaban no sólo a Venezuela sino que tenían impacto regional e inclusive global. Brasil y Cuba habían apostado fuerte a la permanencia del gobierno de Chávez y los Estados Unidos veían afectado su suministro de petróleo cuando se había embarcado en la trágica aventura de la guerra de Irak.
La gravedad de la situación y sus implicancias internacionales derivó en que se generaran diversas iniciativas para encontrar una salida institucional que impidiera un conflicto fratricida en Venezuela. Entre ellas la impulsada por Brasil: crear un grupo de países amigos de Venezuela (en la que participaron también Chile, México, España, Portugal y los Estados Unidos) y a la cual el canciller argentino Carlos Ruckauf no quiso sumarse, dado que consideraba que la salida de Chávez era la mejor solución. Cuba también se opuso al Grupo de países amigos de Venezuela, aunque por razones diferentes, pues sostenía que el grupo serviría meramente para hacer presión sobre Caracas y que dicha iniciativa iba a ser manipulada por Washington para desestabilizar al gobierno de Venezuela.
En ese contexto de particular tensión y amenaza para el funcionamiento democrático de Venezuela, el ex presidente Raúl Alfonsín argumentó ante el entonces presidente Eduardo Duhalde que la Argentina no podía desentenderse de lo que ocurría en un país de América del Sur que había tenido una actitud generosa durante los difíciles años de la dictadura militar y que se veía amenazado de quiebre institucional. Así, le propuso realizar una misión de buenos oficios a fin de acercar al diálogo a la dividida sociedad venezolana. Duhalde comprendió la significación de la misión y decidió respaldarla.
Alfonsín actuaba en su carácter de Vicepresidente de la Internacional Socialista y miembro del Centro Carter y contaba con el respaldo de los presidentes Eduardo Duhalde, Ricardo Lagos y Lula da Silva. Luego de recibir la aceptación de Caracas para realizar la misión, el Alfonsín inició una serie de gestiones internacionales para garantizar su éxito. Entre ellas, las conversaciones telefónicas mantenidas con Lagos a fin de analizar la situación venezolana antes de la partida hacia Caracas, ocasión que aprovechó para expresarle también el orgullo que sentía por la valiente posición mantenida por Chile en las Naciones Unidas, oponiéndose a la intervención norteamericana en Irak. El diálogo con el gobierno de Brasil fue permanente. Alfonsín instruyó para que se informe a la Embajada de Brasil en Buenos Aires sobre los objetivos y alcance de la misión. Cabe señalar asimismo que en su regreso de Caracas, Alfonsín se reunió con Lula da Silva, en Brasilia, para transmitirle personalmente los avances logrados.
No obstante los respaldos mencionados, la principal fortaleza de Alfonsín era que todas las partes en Venezuela reconocían sus credenciales como un hombre comprometido con los valores de la república, la democracia y la justicia social; los derechos humanos y las libertades individuales; la paz, la integración regional y la no interferencia en los asuntos internos de una nación soberana.
Su mera llegada generó una gran expectativa en una sociedad profundamente dividida. En el marco de su misión, Alfonsín demostró su particular y natural predisposición al diálogo. De manera incansable se reunió con los principales dirigentes políticos, las más representativas figuras del Congreso y del Poder Judicial, ministros del Poder Ejecutivo, en particular con el Canciller, gobernadores de algunos de los principales Estados, los máximos representantes del mundo empresarial, sindical y de los movimientos sociales, máximas autoridades de la Iglesia Católica y en dos oportunidades con el presidente Hugo Chávez.
El diálogo entre Alfonsín y Chávez fue particularmente fácil; rápidamente corrió una corriente de empatía entre ambos. Había mucho que en realidad los unía. Ambos eran figuras carismáticas, con mucho sentido del humor, que irradiaban calidez y seguridad. Eran políticos profundamente comprometidos con sus ideales, transparentes y valientes.
Hubo también elementos comunes en sus trayectorias políticas. Ambos marcaron sus respectivas épocas, siendo precursores y promotores de profundas transformaciones que tuvieron dimensión regional. El presidente Alfonsín, en soledad, rodeado de dictaduras militares, ante serias amenazas internas e internacionales y, tal vez, en el contexto de mayor dificultad política y económica de nuestra historia, inició el proceso de democratización y de defensa de los derechos humanos que se expandió luego a toda América del Sur, cimentando además en su camino el actual proceso de integración regional, sustentado en la paz y la solidaridad entre naciones hermanas. Hugo Chávez, también en soledad, en el momento de mayor fortaleza del proyecto neoliberal, enfrentó a poderosos intereses internos e internacionales para reducir sensiblemente la pobreza y la inequidad y otorgar dignidad a los sectores más sumergidos de su país, representando además la aspiración de autonomía para los pueblos de la región.
La primera reunión tuvo sólo dos testigos: el canciller de Venezuela, Roy Chaderton Matos, y quien escribe esta nota, y tuvo lugar en un austero salón comedor donde compartieron una comida simple pero generosa. El presidente Chávez, con suma calidez, presentó a la señora que se encargó de preparar el almuerzo, destacando que había sido una de las primeras en salir armada en el marco de la masiva movilización popular en la defensa de su gobierno durante el intento de golpe de estado. En ese contexto, cada gesto de Chávez y cada comentario de Alfonsín tenían particular significación.
Chávez, entrando rápidamente en tema, señaló el papel que tuvieron las élites políticas de su país, la jerarquía de la Iglesia Católica y diversos gobiernos extranjeros –entre ellos los Estados Unidos y España– en el intento de golpe, destacando que su vida corrió peligro cierto.
El diálogo fue franco y abierto. Ambos analizaron el contexto internacional y la situación política en Venezuela. Hubo múltiples coincidencias en la crítica a la guerra de Irak, en la necesidad de oponerse al ALCA y fortalecer la integración latinoamericana, y de impulsar reformas profundas sociales en un continente tan marcado por la desigualdad. Pero también en el marco de su diálogo se vislumbraron diferencias que respondían tanto a diferentes concepciones políticas, relacionadas a la valoración que otorgaban a la república y a la democracia, como a experiencias históricas nacionales y personales. Había mucho respeto pero se hacía evidente que habían elegido caminos diferentes en la búsqueda de muchas aspiraciones compartidas.
Chávez era ante todo un militar aficionado a la historia; encarnó –en este punto en convergencia con la visión neoliberal en su país– una crítica a las deficiencias del modelo democrático venezolano y al funcionamiento de los partidos políticos, que consideraba ineficaces para asegurar la efectiva participación popular, en un país que mantuvo por décadas la continuidad democrática con alternancia, pero cristalizó la inequidad. Para Chávez el sistema democrático venezolano no había servido de plataforma de transformación; era percibido como un obstáculo al cambio y por ello lideró un intento de golpe de estado. Para él, impulsar una transformación exigía la concentración del poder político y económico. En dicho marco las fuerzas armadas cumplirían el papel de instrumento tecnocrático principal del Estado y el llamado constante a elecciones y referendos brindaría el elemento legitimador.
Para el ex presidente Alfonsín, un político de raza y jurista, la democracia republicana era la base indispensable sobre la cual podía construirse todo lo demás. Cómo lo señaló en una oportunidad durante los terribles años de la dictadura militar, precisamente en Caracas, “la ausencia de una democracia formal representa para muchos la diferencia entre la vida o la muerte”. La historia personal de Alfonsín estaba marcada por la lucha a favor de la defensa de los derechos humanos, por la oposición a la dictadura militar y por la recuperación y consolidación de la democracia. Para él, la construcción de una sociedad más justa exigía la distribución de poder político y económico a los diversos actores sociales y no su concentración. En consecuencia, creía profundamente en la división de poderes, en el sistema federal y en la necesidad de fortalecer la infraestructura de participación –partidos políticos, sindicatos, organizaciones no gubernamentales – para que ganen en autonomía. En efecto, lo consideraba indispensable para que los progresos y transformaciones sociales se consolidaran y perduraran en un camino hacia una mayor igualdad.
Ambos eran profundamente antiimperialistas pero había límites que Alfonsín no estaba dispuesto a cruzar. Durante el encuentro, el ex presidente argentino criticó sin contemplaciones la invasión de Irak y mencionó la valiente posición asumida por Chile en el Consejo de Seguridad, pero le recomendó a Chávez no vanagloriarse de su amistad con Sadam Hussein, señalando que el jefe de Estado de Irak era “un terrible dictador”. Chávez otorgaba claramente prioridad a la lucha contra el imperialismo por sobre la defensa de la república.
Asimismo, Alfonsín mencionó que los empresarios españoles habían recomendado al gobierno de Aznar sumarse a la invasión norteamericana en Irak, entre otras razones, porque consideraban que ello los protegería luego en el ALCA. Para los empresarios españoles la constitución del ALCA permitiría a los Estados Unidos desplazar la influencia europea de América del Sur y ello exigía acumular buena voluntad en Washington. Tanto Chávez como Alfonsín coincidieron que el ALCA constituía una amenaza para el proceso de integración regional y para un proyecto de desarrollo autónomo en América del Sur.
Alfonsín le confió a Chávez su reconocimiento al comandante Fidel Castro por el papel que tuvo en la década de los ‘80 para ayudar a consolidar el proceso de democratización en América del Sur. Destacó que Fidel ayudó a desactivar un movimiento guerrillero en Chile que tenía efectos desestabilizadores en toda la región. Y le comentó que, luego de dejar el gobierno de nuestro país, en una conversación telefónica, le propuso a Fidel que cuando se retirara del poder lo visitara, pero que este último con picardía le respondió: “¿Para qué vamos a esperar tanto?” El mensaje subyacente de Alfonsín era evidente.
La misión generó un espacio de diálogo y logró descomprimir algo la tensión en un país muy polarizado. Las conversaciones con el Presidente de la Corte Suprema de Venezuela permitieron vislumbrar una salida institucional a la crisis, que luego se articuló con la realización del referendo presidencial en 2004, con el triunfo de Chávez, quien se consolidó en el poder por una vía democrática e institucional prevista por la Constitución de su país.
Raúl Alfonsín, junto con los ex presidentes James Carter, Alejandro Toledo y Nicolás Barleta, fueron observadores por el Centro Carter, contribuyendo al éxito de dicha elección. El doctor Raúl Alfonsín dejó el gobierno argentino en 1988 pero continuó siendo un referente moral hasta el final de su vida, colaborando para que se consolide la democracia, la plena vigencia de las libertades y los derechos humanos en nuestro país y en toda la región. Falleció rodeado del respeto y del cariño de la gran mayoría de su pueblo, que supo valorar la tarea realizada, y el reconocimiento de dirigentes políticos de toda la región, entre ellos el propio Hugo Chávez.
Chávez falleció en el poder, rodeado también del cariño de la mayoría de su pueblo y del respaldo de todos los dirigentes políticos de la región. Es de desear que los logros de su Gobierno en materia social puedan consolidarse y completarse con el fortalecimiento de las instituciones y de la infraestructura de participación democrática de Venezuela.