El cambio de horario de la transmisión de los partidos centrales del llamado “Fútbol para Todos” es antipopular y da cuenta de que el único objetivo de la decisión es el rating televisivo.
Desde siempre el deporte ha estado ligado, con mayor o menor intensidad, a la política. En la misma Grecia antigua las olimpíadas abrían un cuarto intermedio en cualquier guerra. En aquel entonces primaba el deporte por sobre las confrontaciones bélicas y por sobre los políticos que las llevaban adelante; tal el rol central que tenía en el desarrollo de la persona y de la sociedad. A lo largo del tiempo se mantuvo esta relación, cambiando en algunos momentos el grado de valoración relativa. Son más que conocidos los ejemplos de la utilización de las Olimpíadas por la Alemania Nazi; también los boicots que se intercambiaron las delegaciones de USA y la ex URSS durante la guerra fría. Se revierte el orden y ya no es la gesta deportiva la que se impone por su propia importancia sino que apoya imperativos derivados de concepciones políticas, modelos ideológicos o ideales que conforman estructuras de decisión por sobre la competencia misma.
En estas páginas se describió la relación entre política e hinchadas de fútbol en torno del conflicto yugoslavo (Floria, Carlos; “Acción directa y barras bravas”, revista Criterio, abril de 2003). También hemos vivido y vivimos esa relación cercana y riesgosa entre punteros políticos y barras bravas de fútbol en nuestro país. La utilización de barras para hacer pegatinas, poner carteles en estadios y en algunos casos hasta participar de actos políticos o como fuerzas de choque ha sido perfeccionada con una altísima profesionalidad en los últimos años. Esto no es nuevo ni privativo de este gobierno, pero sí lo es la imaginación y falta de escrúpulos mostrada para someter el mundo del fútbol y ponerlo a sus pies.
Acaso la del fútbol sea una de las muestras más acabadas de los errores derivados de estatizaciones a mansalva y de la poca comprensión del rol del Estado en la vida de una comunidad y del concepto de subsidiariedad que debiera respetarse. Nadie puede dudar ya que el fútbol argentino goza de una estatización de facto por la cual pena y penará por unos años. Todo comenzó en agosto de 2009 producto de la tensión en torno a la renovación del contrato entre la AFA y TyC Sports, empresa en la que el Grupo Clarín tenía participación accionaria.
Con el apoyo mediático de un conocido relator de fútbol que en ese momento gozaba de cierta reputación positiva el Gobierno avanzó para brindarle una alternativa a la AFA y mejorar su contrato, a la vez que privaba de un negocio a su nuevo acérrimo enemigo. Fueron cuantiosas las explicaciones de varios funcionarios respecto de que el proyecto era autofinanciable y que no iba a ser deficitario para el Estado, dado que el Gobierno iba a administrar el contrato mejor que TyC Sports. Finalmente el fútbol argentino iba a librarse de un contrato leonino del monopolio mediático al cual poco le interesaban los espectadores; su único interés era maximizar las ganancias teniendo el mayor rating a expensas del público, cautivo de sus decisiones arbitrarias.
La promesa era ambiciosa: robustecer las economías de los clubes casi quebrados por la avaricia del multimedio y recaudar un monto de dinero en auspicios que permitiera incluso contar con excedentes para la “promoción del deporte olímpico”, tal como anunció la Presidente de la República por cadena nacional. No podía pensarse un mejor escenario. Pero tiempo después los amantes de este deporte sufrimos –pocas veces mejor empleado el término– el primer cambio de escenario: ya no eran anunciantes privados quienes llenaban con sus comerciales los entretiempos sino la Presidencia de la Nación, ocupando el espacio con propagandas e inauguraciones de diversa relevancia. Conservaba sí un auspiciante privado, y extrañamente se trataba de una empresa de capitales extranjeros con no pocos cortocircuitos con el Gobierno. A partir de 2010 se pierde la claridad de los números en los costos reales del proyecto para las arcas públicas, aunque se sabe lo que recibe la AFA: 600 millones de pesos en 2009, canon actualizado a 825 millones en 2011, monto fijo hasta la fecha. Es decir que en cuatro años el incremento en el canon percibido fue del 37,5%, bastante inferior aún a la estimación de la inflación que elabora con tanto esmero el INDEC. Ninguna negociación con un monopolio privado podría haber sido peor para la AFA. Los clubes lo saben: la gran mayoría con pérdidas extraordinarias, obligados a vender jugadores antes aún de su desarrollo deportivo. Los espectadores lo viven, con partidos que de espectáculo tienen principalmente la adrenalina de ver a jugadores corriendo más de lo necesario y dando pases generalmente a sus rivales.
Pero lo económico no lo es todo. Cabe imaginar que la política pública podría reforzar un acercamiento de las familias a los estadios para disfrutar sanamente del “espectáculo más lindo del mundo”, como suele decirse. El entonces Jefe del Gabinete de Ministros, que incansablemente aparecía en cuanto espacio se le presentaba para hablar sobre el tema, insistía en que “nuestro objetivo es fútbol. ¡El fútbol! Que lo vean todos, que todo el mundo pueda ver el fútbol”. Inmediatamente cabía pensar que se tratarían de mejorar las condiciones en que los espectadores presencian los partidos en los estadios, no en cuanto a las comodidades –responsabilidad de los clubes en todo caso– pero sí respecto de las condiciones en las que se desarrollarían los mismos, y por fin en favorecer la concurrencia de familias y la prohibición del ingreso de los violentos, lo cual pareció intuirse con el anuncio de una iniciativa que consistía en la toma de huellas digitales en el ingreso a los estadios. El sistema era una solución tan poco sofisticada para un problema tan complejo que ni siquiera funcionó en la prueba presidencial –en un significativo acto transmitido por… cadena nacional–: falló debido a un “exceso de cremas” en las manos de la primera mandataria, se dijo. Desde julio del año pasado al presente no volvió a mencionarse, ni hubo espacio en otra cadena nacional para realizar otra prueba. Todo el mundo futbolero sabe quiénes no debieran ni acercarse a los estadios para mantener el ambiente de fiesta que merecen los espectadores, por lo tanto la solución pasa por la determinación en la erradicación de los grupos violentos, no por tecnología de punta en los accesos a los estadios. El que va rutinariamente a la cancha sabe que a los únicos que palpan de armas, y varias veces, es a los espectadores que van de a uno o en pequeños grupos familiares. Los violentos son escoltados y nunca revisados; ingresan en grupos enormes a las canchas sin siquiera presentar sus entradas. Basta ver las crónicas policiales de enfrentamientos armados con gente que concurre en micros escoltados por la policía, ¿nunca se les ocurre revisar que no tengan armas guardadas allí?
La última propuesta del Gobierno a los amantes de un fútbol tan empobrecido es el cambio de horario del partido principal del domingo. Cuando cabe pensar que la propuesta sería adelantar el inicio de los partidos dado que en invierno no es saludable que las familias concurran a estadios abiertos de noche, resulta que es totalmente lo contrario. En verano, con casi cuarenta grados, se juega a pleno rayo del sol, “regando las tribunas” con las mangueras de los bomberos como única forma de soportar el calor. En invierno, el partido principal de la jornada se jugará después del “horario de protección al menor”. La iniciativa estuvo claramente defendida por el actual Vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires, que en su momento fue titular del Comfer y luego el primer coordinador de Fútbol para Todos: “El cambio de horario tiene que ver con la histórica competencia por el rating en un horario y canal 7 tiene un programa edificante y no sale a competir cortando manzanas o haciendo sorteos, sale a competir dentro de la lógica de un canal público”. Nunca un político supo resumir con tanta elegancia, frialdad y cinismo el peor costado del capitalismo. En nada nos importa como sociedad que los chicos que quieran ver a sus ídolos deportivos al día siguiente vayan con pocas horas de sueño al colegio, ni se nos pasa por la cabeza promover que, como antaño, la familia vuelva a los estadios. No nos interesa que a esa hora los que van a poblar las tribunas sean los abnegados “barras”, que apoyan a sus equipos en las buenas y en las mejores y destruyen todo a su alrededor en las malas. El objetivo es el rating; con claridad meridiana queda expuesto el objetivo central del Fútbol Para Todos, el sueño de los más oscuros capitalistas que piensan sólo en el rating y en mejorar sus ganancias. Ningún monopolio de multimedios logró este objetivo en pos de la maximización de sus ganancias; siempre se enfrentó a un Estado que aún rasgado y disminuido lo controlaba. Hoy nadie puede controlar los atropellos de un Gobierno que piensa sólo en el rating y en maximizar sus ingresos, siendo éste al menos su objetivo declarado.
Respecto del papel de la AFA, no deja de ser coherente con su historia en los últimos treinta años: el mismo presidente que cumplió losdictados del poder a fines de los ‘70 sigue cumpliéndolos ahora. Entre las expresiones del nuevo capitalismo salvaje progresista y los genuflexos de los dictados del poder de turno el fútbol queda atrapado en una maraña que lo aleja de la familia, de la gente común que trabaja de día y duerme de noche y lo acerca a unos pocos que no necesitan trabajar o estudiar, o al menos no lo hacen a la luz del día. Ejemplo elocuente del modelo de cultura en el cual estamos insertos.