Los traspasos generacionales tienden a ser cada vez más rápidos. En pocos años se delinean las  características que definen a los protagonistas jóvenes. Y en no mucho tiempo más algunos de ellos estarán en condiciones de tomar decisiones que nos atañen a todos. Aspectos de un debate que, tarde o temprano, también se instalará entre nosotros.

El primer día del año 2010 fue probablemente intrascendente para muchos, pero coincidió con la fecha de retiro del mundo laboral de los miembros más adultos de la generación de Baby Boomers, que cumplían 65 años. El resto de los nacidos en esa generación irán alcanzando la edad de retiro a un ritmo acelerado hasta el 2030. Estos hombres y mujeres hoy dominan el panorama de decisiones: mercado laboral, inversiones, investigaciones, presencia en organismos internacionales, etc. Como líderes mundiales y jefes de las compañías más importantes a nivel global, parecen estar preocupados no tanto por su futuro personal sino por los que tendrán que hacerse cargo de lo que ellos dejen. ¿Quiénes son sus herederos naturales? La Generación Y, conocidos como Millennials.

La idea de bautizar con un nombre a las distintas generaciones es un invento moderno para intentar dar un orden a la más reciente historia humana y advertir que hubo una coherencia en el desarrollo de los acontecimientos. Miles de personas nacen todos los días, y la noción de atribuir características homogéneas a los que comparten una franja de tiempo es una generalización precaria. Esto se aplica tanto a los Millennials como a cualquier otra generación. Incluso los jóvenes de la Argentina no comparten muchas de estas características, pero aun así no es imposible incluirlos entre los miembros de esa generación.

Nacidos entre 1980 y 2000 y criados en medio de veloces avances tecnológicos, redes sociales e híper-conectividad, es habitual ver a los Millennials caminar inmersos en sus smartphones o escuchando música, enfrentando la vida con una aparente ligereza que los mayores interpretan como desinterés o apatía. Los Boomers desconfían de los Millennials, los consideran superficiales o quedados y, sobre todo, les preocupa qué pasará con el mundo cuando estos jóvenes lo hereden.

Hay muchos mitos y especulaciones en torno a estos nuevos jóvenes. La opinión pública se divide entre quienes creen que representan una esperanza para la sociedad y quienes los ven como perezosos y egocéntricos. Por ejemplo, en su portada del pasado mes de mayo, la revista Time los rebautizó como Me Me Me Generation (Generación del yo yo yo),y consideró que padecen el síndrome de personalidad narcisista tres veces más que los Boomers.

Una filosofía peculiar

Quizás una de las razones por las que nos resulta difícil emitir un juicio equilibrado tiene que ver con su peculiar filosofía de vida. En cuanto al trabajo, tienden a no considerarlo un fin en sí mismo sino sólo un medio para mantenerse, y es infinitamente menos importante que su tiempo libre. Parecería que les causa profundo rechazo la idea de estar toda su vida trabajando en la misma compañía o viviendo en el mismo lugar, y que les resulta absolutamente ajena la empinada escalera de ascensos corporativos. En efecto, las tareas repetitivas o monótonas suelen aburrirlos y, en general, prefieren hacer lo que les gusta a tener un salario abultado. Y no nos estamos refiriendo a jóvenes con su futuro económico asegurado, una inclinación a la vida bohemia o sumergidos en la pobreza, sino a gente que estudia y trabaja dentro del sistema.

En apenas estas pocas líneas ya es posible deducir por qué a los mayores nos cuesta comprender a la nueva generación: los puestos por los que los Baby Boomers daban su vida hoy ni siquiera son codiciados, tampoco importan ciertas reglas de etiqueta y ni la experiencia infunde el respeto de años atrás. En efecto, los Millennials son partidarios de la integración horizontal y de aplicar conocimientos propios para resolver problemas de formas poco convencionales, ya que están convencidos de que la variedad y el cambio enriquece los procesos: pueden renunciar a un trabajo porque están hastiados y a la vez también creer que a la empresa le conviene renovar su gente. Coinciden en la meritocracia, es decir, no consideran que un individuo deba ser juzgado por su curriculum, sus referencias o el tiempo que lleva en la compañía, sino por sus logros y capacidades. Este aspecto suele interpretarse erróneamente como falta de obediencia hacia los que tienen más experiencia, o incluso como una actitud de superioridad y prepotencia, pero el mensaje profundo sería otro:“Cada gramo de su respeto tiene que ser ganado, pero una vez que se logra, se entregan ferozmente”. Así se expresa Cam Marston, experto en integración generacional en el trabajo y escritor del libro Generational insights (que puede traducirse como “percepciones generacionales”). Marston sostiene que para liderar a esta generación los empleadores deben hacerlo con el ejemplo, demostrando que tienen las aptitudes necesarias para mandar, porque los nuevos jóvenes no valoran las políticas de gerontocracia.

En lo personal, se los acusa de cínicos, casi nihilistas, de pensar sólo en sí mismos. Sin embargo, un estudio realizado por The intelligence group, una compañía de research para empresas de alto nivel, reveló que el 56% de los Millennials aceptaría percibir un salario más bajo a cambio de trabajar en algo que ayude al mundo. Además, seis de cada diez aseguró sentirse preocupado por la situación de la sociedad, y personalmente responsable de hacer algo para mejorarla. En la Argentina este fenómeno también se visualiza en la adhesión sin precedentes de los jóvenes a ONGs como “Un techo para mi país”, la preocupación por el medio ambiente o el surgimiento de nuevos grupos misioneros y hasta viajes de egresados solidarios. Incluso se podría decir que las marchas multitudinarias y la resurgida militancia política es, de alguna manera, una señal de involucramiento y preocupación por la sociedad.

A nivel laboral, los Millennials se mantienen fieles a sus ideales, y rara vez harían algo con lo que no están de acuerdo por cumplir con una orden. El resultado suele ser, por un lado, trabajadores apasionados que aman lo que hacen y, al mismo tiempo, jóvenes que circulan de puesto en puesto sin asentarse hasta encontrar el que les calce. En nuestro país esto se aplica también a los estudios universitarios, y a los índices de deserción cada vez más altos. Es común ver a los alumnos cambiar de carrera o universidad varias veces. Difícilmente se verá a esta generación trabajar o estudiar con desgano, odiando en secreto su tarea cotidiana.

En cuanto a la comunicación, al haberse criado de la mano de internet, tienen una empatía global y son conocedores del poder que adquiere un individuo informado. No separan sus vidas en bloques, como hacían las generaciones anteriores: en su cuenta de Facebook agregan tanto al guardia de seguridad como al CEO de la compañía en la que trabajan, y comparten las mismas cosas con ambos. El networking, que tanto cuesta asimilar a los mayores, es tan natural para ellos como lo era antes darse una palmada en la espalda. Esto les da una gran ventaja a la hora de coordinar grupos o estrechar relaciones entre jefes y subordinados, en un mundo laboral donde parecen querer romper con las jerarquías y las burocracias.

Es cierto que los Millennials pueden parecer egocéntricos o que tienen una respuesta para todo, pero en realidad se saben jóvenes, se sospechan ingenuos, y acaso sea ésta una forma de ocultar sus inseguridades. Saben que no pueden cambiarlo todo desde sus computadoras y celulares. Entienden que hace falta más de una generación con buenas intenciones y creatividad para mejorar el mundo que los rodea. Necesitan que los mayores les enseñen a liderar, los ayuden a distinguir lo temporal de lo eterno, lo aparentemente noble de lo perenne.

Si los adultos están realmente preocupados por el futuro, deberían confiar en ellos. Están a tiempo: tienen casi dos décadas por delante para ayudar a esta nueva generación a canalizar su potencial. Habrá que hacer esfuerzos: los primeros deben escuchar con humildad, y los segundos, enseñar sin condescendencia.

3 Readers Commented

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  1. Un tema de gran interés, digno de un abordaje interdisciplinario. Como uno de los que vamos avanzando poco a poco hacia el momento de la jubilación comparto la inquietud sobre cómo han de guardar las nuevas generaciones lo que a muchos de nosotros nos ha costado tanto. De allí que pida a Dios en oración que ilumine a nuestros jóvenes.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Dr. en Teología (SITB).
    Dr. en Ciencias Sociales y Lic. y Prof. en Letras (UBA).

  2. Juan Carlos Lafosse on 6 julio, 2013

    Sería interesante que el editorial incorporara un análisis de las causas de los comportamientos de los jóvenes Millennials “que estudian y trabajan dentro del sistema” y no son ni ricos ni pobres.

    A nadie se le escapa que en todo el mundo, no solo en Argentina, los cambios en la sociedad postindustrial hacen que sea imposible para los jóvenes sostener un hogar de clase media sin contar con dos sueldos. Esto hace que trabajen más y gasten más para poder proveer “más” a su familia. Ese “más” impacta sobrevaluando la vida laboral y desvalorizando las relaciones personales y todas las responsabilidades asociadas.

    En parte por esto mismo, las relaciones de pareja son “líquidas”, como describen Bauman y Sennett, no son estables hasta edades bastante más altas que antes y los hijos llegan mucho más tarde, porque los jóvenes quieren vivir experiencias – como viajes y vacaciones – que saben les serán impagables cuando los tengan.

    En el mundo del trabajo, a partir de los años 70 las Gerencias de Personal (con mayúscula) se fueron transformando en áreas de “recursos humanos”, lo que no es un dato menor ya que sincera su visión neoliberal de la persona. Nos define explícitamente como insumos, a utilizar según la conveniencia de las empresas.

    Como cualquier otro “recurso”, se optimiza su uso, por ejemplo organizándolo en grupos de trabajo flexibles “liderados” y “motivados” mediante estrategias diseñadas por especialistas en . . . “recursos humanos”. Es muy común, por ejemplo, prometerle “al equipo” premios importantes por el cumplimiento de metas objetivamente inalcanzables y luego hacer recaer sobre ellos la “culpa” de fallar. En algunas corporaciones tecnológicas como Google, usan recursos increíblemente sofisticados para lograr que sus “recursos” estén apasionados (¿y obsesionados?) por su trabajo.

    Pero para la mayoría de los jóvenes, las condiciones de trabajo son difíciles y aburridas, los horarios excesivos, las tensiones fuertes y los accidentes laborales muchos. Además en el mundo entero están los precarios, más baratos, que se despiden apenas se puede prescindir de ellos. Acá son Monotributistas (con suerte!) que van desde médicos que cubren guardias extenuantes hasta inmigrantes que tienden cables entre azoteas del microcentro sin usar sus elementos de seguridad porque cobran por trabajo y no pueden perder el tiempo que les lleva protegerse.

    Es difícil poner interés personal – “apasionarse” – con un trabajo duro y “líquido” y por eso en la mayoría de los jóvenes hay muy poco compromiso hacia las empresas. Las que a su vez no lo tienen en absoluto con sus “recursos”. Esa carrera en una misma empresa que comenzaba desde abajo y terminaba con la entrega de un reloj ya no existe, quizás más que de rechazo de parte de los jóvenes debemos hablar de realismo. Los compromisos se adquieren con tiempo y respeto y nada de esto se les concede a los “recursos”, que lógicamente valorizan más su tiempo libre.

    Los datos alentadores respecto de la actitud altruista de los Millennials se corresponden con los que menciona Mario Bunge, que reproduje en un comentario al artículo “Expectativas, incertidumbres y ciclos” del número del pasado Mayo/2013. A Dios gracias, los seres humanos somos muchísimo mejores que lo que nos quiere hacer creer el neoliberalismo.

    Y esta es una base muy sólida para ser optimistas, sobre todo en un momento en el que, saliendo del corset de la ortodoxia neoliberal, se generan tantas nuevas propuestas para construir un mundo más humano, sostenible y equitativo.

  3. Nixtons on 4 septiembre, 2014

    Viva el colegioooooooooooooo y el estudio

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