poirier-venezuelaImpresiones de una reciente visita a Caracas en tiempos convulsionados.

poirier-venezuela-2Visitar por unos días la ciudad de Caracas, tal como me sucedió a principios de mayo, significa encontrarse con la enorme tensión que originó el dudoso resultado de las elecciones que llevaron a Nicolás Maduro a ocupar la presidencia y a negarse a todo posible recuento de votos. Impresionan la censura oficialista a la prensa y el atropello del gobierno sobre la oposición: cuando estaba anunciado que hablaría el líder Henrique Capriles por un canal de televisión, se anticipó Maduro en cadena, mientras en la ciudad se oían millares de cacerolas y bocinas que protestaron durante toda una hora contra el gesto del nuevo presidente.

Llegué al aeropuerto de Caracas el 1° de mayo, al día siguiente del vergonzoso ataque a los legisladores opositores por parte de los chavistas en el recinto de la Asamblea Nacional. Desde el aeropuerto, junto al mar, el camino a Caracas sube entre las laderas de las montañas hasta los 800 metros. A un lado y otro se extienden las infinitas villas miseria, algunas pintadas por el gobierno con vivos colores.

Hubo ese día manifestaciones y ausencia de noticias en los medios oficialistas, que son casi todos. El discurso de Maduro fue de una pobreza conceptual y de una violencia llamativas. Y ahora enfrenta también profundas desinteligencias dentro del oficialismo. Todo parece ocuparlo una retórica carente de conceptos, con un abuso de acusaciones que se repiten sin ton ni son, tales como “fascistas”, “burgueses”, “capitalistas”, “antipatriotas”… En efecto, en la famosa “esquina caliente” donde se manifiestan los pro Chávez, frente a la hermosa plaza central, una mujer primero y un hombre después descalificaban a todo opositor tildándolos de enemigos de la revolución. Afirmaban que ellos “tienen mucho amor” y que defienden a capa y espada “el proceso revolucionario”. Siempre aparece alguna oportuna cita de Simón Bolívar. En las calles, infinitas fotos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro van acompañadas por leyendas: “De tus manos brota lluvia de vida. ¡Te amamos!” o “Maduro, desde mi corazón” o “Chávez, te lo juro: mi voto es pa’ Maduro”.

La inseguridad es la más alta del continente: hubo 120 mil muertos en atracos y raptos en los últimos diez años. Hay desabastecimiento, faltan aceite, harina, azúcar, detergente para la vajilla y papel higiénico… En un restaurante del imponente Monte Ávila, desde donde se domina toda la ciudad,  se disculpó el mozo porque “por falta de insumos no hay cocina”. Recién al día siguiente probé en el desayuno las famosas arepas fritas de harina de maíz.

En la catedral están enterrados los padres de quien soñó la Gran Colombia, una de las familias más aristocráticas y ricas de su tiempo. Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco, nacido en Caracas el 24 de julio de 1783,  sufrió la temprana muerte de sus padres y fue educado por tíos. Muy joven se casó en Madrid con una dama española, que murió un año después en Venezuela. Bolívar sentía admiración por Napoleón, el emperador de Europa, y soñaba algo análogo para América del Sur. Vale la pena leer al respecto la novela de Gabriel García Márquez El general en su laberinto. Fue Bolívar quien, en septiembre de 1815, escribió desde Jamaica: “He arado en el mar y he sembrado en el viento”.

Fui a la catedral antes de visitar el Museo Histórico, y pude conocer la popular escultura  del Nazareno con su túnica de terciopelo morado bordado con oro, La última cena inconclusa, de Arturo Michelena, en la capilla de los cardenales. Y, más tarde, el monumento a Simón Bolívar con esa frase suya pronunciada después de un terremoto, que le encantaba a Chávez: “Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

El hombre fuerte, que está detrás de Maduro y es el referente de las Fuerzas Armadas, responde al nombre de Diosdado Cabello. El programa de gobierno, según se dice en los corredores, surge de Cuba. Nadie ignora que Chávez admiraba sin reparos a Fidel Castro y que Maduro se formó políticamente en La Habana. Venezuela (que tiene casi 20 millones de habitantes, de los cuales ocho radicados en la capital) está dividido en dos mitades irreconciliables. El dólar oficial se cotiza a 6.30 bolívares; en el cambio paralelo, a 23. La nafta es regalada: cuesta más una botellita de agua que llenar de combustible el tanque del automóvil. El tránsito de Caracas es endiablado; el subterráneo, en cambio, muy bueno aunque siempre atestado de gente. El plato típico es el “pabellón criollo”, con carne mechada y plátanos fritos. Se oyen todavía las canciones del mítico Simón Díaz. Las melodías caribeñas o llaneras están siempre presentes. La Virgen de Coromoto es la gran protectora de los humildes.

Muchos jóvenes, sobre todo los universitarios, se demuestran contrarios a Maduro, por la falta de libertades y de futuro. El actual presidente es seguidor de Sai Baba; su predecesor lo era de los ritos afro-americanos.

En los taxis hay que acordar el precio antes de emprender el viaje. Se pueden gustar los helados cubanos de fresa y chocolate en Copelia. Cuba envía además médicos, cuya preparación no convence a los profesionales venezolanos, y reparten medicamentos genéricos de industria desconocida. Uno tiene siempre la impresión de estar en un país militarizado, pero cuya delincuencia no sólo no desciende sino que crece.

En la conferencia que di sobre Francisco, el primer Papa latinoamericano, tuve ocasión de conocer personas de diferentes realidades eclesiales, jóvenes y adultos, religiosos y laicos. La entrevista que me concedió el nuncio apostólico, monseñor Pietro Parolin, me sirvió de mucho para entender algunas situaciones y, sobre todo, la compleja y tirante relación del Gobierno y la Iglesia.

Venezuela es un país potencialmente rico: tiene muchísimo petróleo, gas, minerales. Pero carece de industrias y debe importar todo tipo de productos. Más de la mitad de los puestos de trabajo son estatales.

Frente al hermoso Museo de Bellas Artes (con obras de Juan Gris, Georges Braque, Pablo Picasso, Diego Rivera, Marcel Duchamp, Fernand Leger, Umberto Boccioni, Emilio Pettoruti, Kasimir Malevich y Piet Mondrian o Alejandro Otero, entre otros) visité el de Ciencias, donde me ofrecieron estampas de Chávez con frases alusivas a la cultura y al desarrollo científico revolucionarios. Por la calle se interpretan escenas de teatro popular en contra de la colonia y en favor de la libertad del pueblo.

En la Feria del Libro, en la Plaza Francia, la mayor parte del material expuesto, que no era poco, se demostraba favorable a la oposición. Pude, sin embargo, comprar algunos volúmenes subsidiados por el chavismo, muy económicos y de apoyo al relato del régimen.

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