¿Es la noción de relato político un hallazgo contemporáneo en contradicción eventual con el discurso historiográfico?

In memoriam Gustavo Ferrari

Es mi propósito plantear algunas preguntas acerca de la socorrida noción de relato político, tal como se la emplea en el análisis periodístico y aún en el de raigambre académica, con cierta candidez cercana a la ignorancia.

Detalle de El Jardín de las delicias, de Bosch

Detalle de El Jardín de las delicias, de Bosch

El relato, así concebido, me parece que denota una intrusión lingüística, en reemplazo del concepto de “modelo” que, proveniente del pensamiento matemático o econométrico, expresó hasta el hartazgo la necesidad de una aparente precisión en la indagación sociohistórica. A su vez, se iba apagando el dudoso prestigio del vocablo “estructura”, tan caro a muchos intelectuales sesentistas y setentistas.

Pero, ¿es la noción de relato político un hallazgo contemporáneo en contradicción eventual con el discurso historiográfico? Me permito afirmar lo contrario y recurro a un testimonio curioso y cristalino. Es conocida la tenacidad con que Peter Johann Eckermann transcribía sus conversaciones con Goethe. El miércoles 15 de octubre de 1825, una década después del Congreso de Viena, Goethe tenía 76 años, en tanto que un joven profesor de apenas 30 llamado Leopold von Ranke se trasladaba de Frankfurt a Berlín, para emprender una meteórica carrera académica. El texto reza así: “Hoy encontré a Goethe de muy buen talante y tuve una vez más la satisfacción de oír de sus labios palabras llenas de interés. Tratamos de la situación de la literatura actual, sobre cuyo tema Goethe se expresó de la manera siguiente: ‘La causa de los males de la nueva literatura es la falta de carácter en la individualidades verdaderamente dedicadas a escribir y a investigar. Y es especialmente en la crítica donde se revelan las desventajas de esta falta de carácter, pues, o difunde lo falso dándolo por verdadero, o nos da alguna obra verdadera pero mezquina, sacrificando a ella algo  mucho más grande y útil. Hasta ahora el mundo creía en el sentido heroico de  una Lucrecia, o de un Mucio Scévola y esto nos permitía admirarlos y entusiasmarnos con su heroísmo. Pero ahora viene la crítica histórica y nos dice que aquellos seres no han vivido nunca, y que sólo deben ser considerados como fábulas que inventara el sentimiento heroico de los romanos. ¡Qué quieren que hagamos con una verdad tan pobre! Si los romanos poseyeren almas tan grandes para inventar esas fábulas, nosotros deberíamos también tenerlas lo bastante por lo menos para creer en ellas. Yo me había complacido siempre recordando aquel hecho trascendental del siglo XIII, cuando el emperador Federico III se hallaba empeñado en continuas luchas con el Papa y a causa de estas el norte de Alemania tuvo que sufrir el asalto de hordas asiáticas que invadieron estos países y consiguieron avanzar hasta Silesia. Pero el duque Liegnitz los derrotó en Schecken. Los asiáticos se dirigieron luego a Moravia y fueron abatidos también por el conde Sternberg. Estos valientes habían vivido dentro de mí como los grandes salvadores de la nación alemana. Pues bien, ahora viene la crítica histórica y dice que aquellos héroes se habían sacrificado inútilmente, porque las hordas asiáticas habían emprendido por propio impulso un movimiento de retirada. Con ello quedaba desvanecida una gran proeza nacional y nuestro corazón profundamente decepcionado´”.1

Notable muestra de la pugna entre el deseo del relato y la razón de la crítica histórica que hallaría más tarde en Nietzsche su cultor ultravitalista; la tensión verdad-deseo suele culminar en la amarga constatación colectiva que un novelista siciliano, Leonardo Sciascia, expresó así en su narración histórica El Consejo de Egipto: “…cada sociedad genera el tipo de impostura que, por así decir, se merece”.2

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Pero quizás ha llegado el momento de exhibir, aunque sea brevemente, el estatuto conceptual de la noción de relato. Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov definen al relato como “un texto referencial con temporalidad representada”, que para N. Friedmann se basa en algunas oposiciones binarias o terciarias: 1)  acción-personajes-pensamiento; 2) héroe simpático o antipático al lector; 3) una acción que el sujeto ejecute de manera absolutamente responsable y una acción que el sujeto padece; 4) el mejoramiento y la degradación de una situación3. Estos rasgos esenciales se advierten en los casos históricos de relatos sociopolíticos que examinaremos a continuación.

La profecía joaquinista (1145-1212) ejerció en Europa una notable influencia, como señala Norman Cohn en su obra En pos del milenio4. Joaquín de Fiore configuró un relato teopolítico y triádico de la historia: la edad del Padre o de la Ley, la del Hijo o del Evangelio y, por fin, la del Espíritu, época de amor, alegría y libertad. Entre 1200 y 1260 debería culminar el proceso salvífico, no sin temporarias vicisitudes. Cuando la rama rigorista de la orden franciscana adoptó esta doctrina, se evidenció la potencialidad de su mensaje.

Federico II de Suabia, nieto de Barbarroja, hombre cruel, brillante y premonitorio, fue considerado por muchos como el novus dux de la profecía del monje calabrés, hasta que después de su muerte en 1250, la intriga del relato alcanzó su punto máximo: vivit et non vivit, decía el pueblo palermitano de su errante fantasma normando aunque su cuerpo yaciera en una espléndida tumba de pórfido en la penumbra de la catedral de Palermo.

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Otro caso de relato político de sugestivo diseño ocurrirá en la incipiente Rusia del siglo XV. Nomen et omen –el nombre es un presagio– decían los romanos, locución que bien podría aplicarse al mítico prestigio del símbolo imperial de Roma.

Caída Constantinopla en 1453 y liberada Moscú de la presión del kanato de la Horda de Oro, casado el gran duque Iván III con Zoe (Sofía), una princesa bizantina en 1472, aparece el relato teopolítico urdido por el monje Filoteo de Pskov acerca de Moscú como la Tercera Roma. Manuel García-Pelayo ha sintetizado el relato: “Según Filoteo, el Imperio romano es eterno por ser el último de los profetizados por Daniel y es indestructible por haber nacido Cristo bajo él. Por su herejía apolinaria ha caído la Primera Roma; por sus pecados está la Segunda bajo el poder de los agarenos; pero queda la Tercera y última Roma y después de ella no  habrá más. Moscú, como Tercera Roma, construida  sobre siete colinas, es la única capital de la verdadera fe y del verdadero Imperio Cristiano al que han pasado todos los imperios y reinos de la Tierra, de un Imperio que, operando la salvación, se extenderá hasta el fin de los tiempos. Así, pues, con la doctrina de Moscú como Tercera Roma se cambia el centro del

oikoumene y se dotan de legitimidad las pretensiones imperialistas de Moscú. También para la Rusia de comienzos del siglo XVI la pretensión imperial había de ir unida al nombre mágico de Roma”5.

El águila bicéfala bizantina volará ahora alto en plena expansión moscovita e Iván III intentará introducir en su correspondencia con los Habsburgo el título de zar, extranjerismo híbrido del eslavo y el griego que Iván IV portará como oficial cuando sea coronado en 1547.

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Pero el relato político de mayor envergadura fue urdido lejos del mundo medieval. Me refiero al relato mítico de los Sabios de Sión. La construcción de este texto antisemita que transcribe las supuestas actas de una reunión en Basilea en 1897 –fecha del primer congreso sionista– en la que los sabios habrían organizado perversamente la dominación del mundo, tuvo una difusión universal.

¿Cómo se diseñó esta extraordinaria falsificación? Las investigaciones de Norman Cohn y de Pierre-André Taguieff han demostrado  que el texto fue compuesto en París durante 1900-1901 por el agente ocasional de la Okhrana, Matías Golovinski. El autor plagió en buena medida una extraña obra del abogado francés Maurice Joly, Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, publicado en Bruselas en 1864, y que constituye un alegato panfletario contra Napoleón III6.

La mordiente influencia de los Protocolos en el ámbito ruso, tan transido de antisemitismo, y su difusión masiva en la Alemania nazi, hicieron del panfleto un Instrumento de la judeofobia mundial. Yo mismo recuerdo que, siendo un adolescente, tuve acceso a una copia mimeografiada que circulaba entre los oficiales del Colegio Militar de la Nación. En la actualidad, existen aún fieles creyentes como el gobierno teocrático de la República Islámica de Irán.

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Permítaseme cerrar este primer capítulo con el recurso a una obra de extrema importancia en la literatura contemporánea: 1984, de George Orwell, publicada en 1949. La célebre distopía, último libro de este heredero de Swift, es una cantera abierta a múltiples interpretaciones; aquí nos ceñiremos a la estrategia del relato político en el seno del llamado colectivismo oligárquico atribuido a un tal Emmanuel Goldstein, teórico del Gran Hermano oceánico. “La mutabilidad del pasado es el eje del Ingsoc. Los acontecimientos pretéritos no tienen existencia objetiva, sostiene el Partido, sino que sobreviven sólo en los documentos y en las memorias de los hombres. El pasado es únicamente lo que digan los testimonios escritos y la memoria humana. Pero como quiera que el Partido controla por completo todos los documentos y también la mente de todos sus miembros, resulta que el pasado será lo que el Partido quiera que sea… En cualquier momento se halla el Partido en posesión de la verdad absoluta y, naturalmente, lo absoluto no puede haber sido diferente de lo que es ahora. Se verá, pues, que el control del pasado depende por completo del entrenamiento de la memoria. La seguridad de que todos los escritos están de acuerdo con el punto de vista ortodoxo que exigen las circunstancias, no es más que una labor mecánica. Pero también es preciso recordar que los acontecimientos ocurrieron de la manera deseada. Y si es necesario adaptar de nuevo nuestros recuerdos o falsificar los documentos, también es necesario olvidar que se ha hecho esto” 7.

Como se advierte, el relato político se yergue aquí como el modelo y la matriz de todo discurso absoluto, reescrito según los cambiantes intereses actuales, desde “los discursos, estadísticas y datos de toda clase”, según escribe Orwell.

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He aquí que estas precisiones se vuelven sobre sí mismas, pues se preguntan si el concepto de relato o narración no afecta sustancialmente el carácter autónomo de la disciplina histórica, borrando los límites entre la historia y la literatura ficcional. Tal parece la posición de un historiador y teórico como Hayden White, cuyas obras han tenido difusión en nuestro país. Robert Duran ha sintetizado así la pretensión de White: “White sostiene que cuando un historiador transforma una crónica (una simple lista de acontecimientos del pasado ordenados cronológicamente según el año en que tuvieron lugar) en una historia (una narración que organiza los acontecimientos en una totalidad comprensible con un comienzo, un medio y un final), los materiales se reconfiguran de manera inevitable en un proceso estético que White llama construcción de la trama (emplotment). La construcción de la trama significa no sólo que no existe una historia originaria, sino también que no existe algo así como una historia en general, es decir, historias tan infinitamente diferentes entre sí como las particularidades de los acontecimientos que relatan. Sólo existen historias de clases particulares, esos tipos de historias que constituyen el patrimonio de toda civilización y comunidad. Por lo tanto, construir la trama de los acontecimientos significa organizarlos y disponerlos según un tipo de historia reconocible, lo cual implica limitarse a los posibles tipos de historia de que dispone una cultura determinada. En Metahistoria, White plantea una reducción a cuatro arquetipos históricos (mythoi) derivados de Anatomía de la crítica de Northrop Frye: novela, tragedia, comedia y sátira”8.

Pero la historia así concebida plantea inmediatamente el problema del relativismo. Aunque White parece no renunciar al concepto de verdad, un gran historiador italiano, Carlo Ginzburg, ha escrito: “Orientado por una lectura de izquierda de la obra de Gentile (o al menos de una parte), el dejo casi gentiliano que se advierte en los escritos de Hayden White a partir de ‘The Burden of History’ –un manifiesto por una nueva historiografía, publicado en 1966– parece menos paradójico. Puede comprenderse fácilmente la resonancia (así como la intrínseca debilidad) de este ataque a las ortodoxias historiográficas liberales y marxistas.  Entre finales de los años sesenta y comienzo de los setenta, el subjetivismo –incluido el subjetivismo extremo– tenía un tenor netamente radical. En una situación en la que deseo era

considerada una palabra de izquierda, realidad (incluida la insistencia en los “hechos reales”) tenía un aire decididamente de derecha. Esa perspectiva y su simplismo, por no hablar de un carácter suicida, se muestra hoy en día superada por completo: en el sentido de que las actitudes que implican una sustancial fuga de la realidad ya no son privilegio exclusivo de exiguas fracciones de la izquierda.

Todo ello debería estar presente en cualquier intento por explicar la fascinación, verdaderamente peculiar, que en nuestros días circunda, aun por fuera de los ámbitos académicos a las ideologías escépticas. Entretanto, Hayden White se ha pronunciado “contra las revoluciones lanzadas desde arriba como desde abajo de la jerarquía social”9.

Que la representación sociohistórica de la realidad expresada en obras propiamente literarias es una tradición, tal como Erich Auerbach lo ha probado en Mímesis, es indudable desde Homero hasta Flaubert y Borges. Otra cosa es sostener, como hace Alasdair MacIntyre en su libro Tras la virtud, o como escribe Paul Ricoeur en Tiempo y narración: que la narratividad “determina, articula y califica la existencia temporal”10. Más allá de estas afirmaciones, resulta notable que, a mi criterio, la más profunda descripción de la tarea historiográfica y de su pretensión de verdad, haya sido expresada por una novelista. Así se manifestó Marguerite Yourcenar: “Las reglas del juego: aprenderlo todo, leerlo todo, informarse de todo… Rastrear a través de millares de citas la actualidad de los hechos: tratar de reintegrar a esos rostros de

piedra su movilidad, su flexibilidad viviente. Cuando dos textos, dos afirmaciones, dos ideas se oponen, esforzarse en conciliarlas más que en anular la una por medio de la otra; ver en ellas dos facetas diferentes, dos estados sucesivos del mismo hecho, una realidad convincente en tanto compleja, humana en tanto múltiple… Deshacerse de las sombras que se llevan con uno mismo, impedir que el vaho de un aliento empañe la superficie de un espejo; atender sólo a lo más duradero, a lo más esencial que hay en nosotros, en las emociones de los sentidos o las operaciones del espíritu como puntos de contacto con esos hombres que, como nosotros comieron aceitunas, bebieron vino, se embadurnaron los dedos con miel, lucharon contra el viento despiadado y la lluvia enceguecedora y buscaron en verano la sombra de un plátano

y gozaron, pensaron, envejecieron y murieron”11.

1- Jean Peter Eckermann, Conversaciones con Goethe, Barcelona,J.Gil, 1946, tomo 1, pp 139-40.

2- Leonardo Sciascia, El Consejo de Egipto, Barcelona, Tusquets, 2004, 2· ed., p.136.

3- Osvald Ducrot y Tzvetan Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974, pp. 337-343.

4- Norman Cohn, En pos del milenio, Barcelona, Barral, 1972 / Karl Löwith, Historia del mundo y salvación, Buenos Aires, Katz, 2007, cap. VIII.

5- Manuel García –Pelayo, Mitos y símbolos políticos, Madrid, 1964, p. 77 / Carsten Goehrke y otros, Rusia, Madrid, Siglo XXI, 1975, pp. 115-117.

6- Norman Cohn, El mito de los Sabios de Sión, Buenos Aires, Candelabro,  s. f. / Pierre-André Taguieff, Les Protocoles des Sages de Sion, París, Berg-Fayard, 2004.

7- George Orwell, 1984, Barcelona, Destino, 1997, pp. 207-208, trad. de Rafael Vázquez Zamora.

8- Hayden White, La ficción de la narrativa, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011, Prólogo de Robert Doran, p.35.

9- Carlo Ginzburg, El hilo y las huellas, Buenos Aires, FCE, 2010, pp.316-7

10- Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, Barcelona, Crítica, 1987 / Paul Ricoeur, Tiempo y narración, Madrid, Cristiandad, 1987, tomo I, passim. Del mismo autor v. La memoria, la historia y el olvido, Buenos Aires, FCE, 2004.Marcelo Montserrat, “ La Argentina, ¿relato inenarrable?”, en el libro Usos de la memoria, Buenos Aires, Sudamericana, 1996, pp. 224-237.

11- Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, 4· edición, pp. 347-348, traducción de Julio Cortázar y Marcelo Zapata.

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