El nuevo Papa puede ayudarnos a renovar los vínculos entre fe y sociedad, a partir de su experiencia en estas latitudes.
En América latina estamos viviendo un cambio de paradigma en los vínculos de la religión con la sociedad. Vamos pasando de un esquema pre-moderno o tradicionalista, el de la Argentina “católica”, a un paradigma moderno, el de una sociedad pluralista y “secularizada”. Creo que el papa Francisco puede ayudarnos a encontrar el camino adecuado en este cambio, no porque disponga de una varita mágica para indicar la dirección. Él, como pastor en esta región, ha buscado ese camino y diría que continúa buscándolo, ya que no existen fórmulas absolutas que se puedan aplicar automáticamente. Los principios éticos son universales en el espacio y permanentes en el tiempo, pero su aplicación está condicionada por la diversidad de circunstancias.
Ante las leyes de reforma del Código Civil, ¿hasta dónde podemos admitir la autonomía de las entidades políticas y sociales, autonomía reconocida por la Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II? ¿Podría la Iglesia enfrentar iniciativas del Gobierno a riesgo de ser considerada una columna de la oposición? Un destacado senador oficialista dijo que los obispos deberían recordar las palabras de Jesús, de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, es decir, que no opinen. Ahora bien, sin entrar en polémicas con el gobierno ni con la oposición, veamos cinco aportes del papa Francisco, que expuse brevemente en el homenaje que le hicimos, el 30 de abril, en las Facultades de San Miguel.
Actuar con libertad evangélica
Un primer aporte del papa Francisco sería el de la libertad evangélica, o “parresía”, en griego, que se manifestó en los apóstoles de la comunidad cristiana primitiva. Las amenazas y los azotes no los asustaban, al contrario, los alegraban. Y el cardenal Bergoglio no se asustaba porque sus palabras resultaran poco gratas al gobierno o a la oposición. Los obispos argentinos han reconocido que, en las últimas décadas, no siempre siguieron fielmente este principio de la libertad evangélica. Algunos apoyaron a militares “católicos”, hace medio siglo, pagando así tributo al paradigma pre-moderno de la Argentina católica. Más grave fue la actitud de otros al iniciarse el Proceso militar (1976), que pretendía luchar contra el comunismo internacional. Con honrosas excepciones, hubo momentos de silencio en el episcopado, que resultaron ser cómplices. Por todo ello, nuestros obispos pidieron perdón en más de una ocasión. Al padre Bergoglio le tocó actuar como provincial durante aquellos años terribles y fue aprendiendo por experiencia, no por deducción, lo que significa la libertad evangélica. Y aprender por experiencia equivale a avanzar entre aciertos y errores, como se progresa en la investigación científica.
Discernir la oportunidad
Un segundo aporte del papa Francisco sería el de discernir bien la oportunidad de las palabras y las acciones. Lo invitaron a que beatificara al cura Brochero, en julio, haciendo una escapada desde Brasil, donde estará en la Jornada Mundial de la Juventud. Pero prefirió no venir a la Argentina antes de las elecciones legislativas de octubre. Cada frase suya tendría una doble traducción, desde el Gobierno y desde la oposición. Y poco después de esas elecciones tampoco parece prudente, porque el 10 de diciembre asumirán los electos y las discusiones rondarán sobre cuánto le faltaría al oficialismo para los dos tercios y la re-reelección de Cristina. Como vemos, este principio del discernimiento de la oportunidad, que el Papa adquirió en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, equilibra al anterior, para evitar las imprudencias de quienes desean cantar verdades, caiga quien caiga.
Tejer redes de amistad
Un tercer aporte del papa Francisco es saber entretejer redes sociales, que no son meramente de respeto sino incluso de amistad. La sociedad pluralista exige que nos respetemos los que pensamos de modo diferente y que no nos tratemos como enemigos cuando somos adversarios. Este es un defecto muy argentino, que se percibe tanto en el fútbol como en la política. El respeto es el mínimo requerido, excluyendo todo tipo de agresión. Pero el simple respeto puede llevar a ignorarnos mutuamente y esa ignorancia impedirá las acciones comunes necesarias para salir adelante. Por ese motivo, el simple respeto queda, en realidad, por debajo del mínimo indispensable.
Esto lo comprendió el cardenal Bergoglio, que no se limitó a la cordialidad en la relación con los no católicos: estableció relaciones muy afectuosas con los evangélicos, los judíos, los musulmanes, los no creyentes. Muchos de ellos lo consideran un amigo. En el reciente mensaje enviado a los budistas por su fiesta del Vesakh, el cardenal Tauran les dijo: “El papa Francisco, en el comienzo de su ministerio, reafirmó la necesidad de diálogo y de amistad entre los seguidores de diferentes religiones”. Diálogo y amistad. El diálogo interreligioso evoluciona hacia la amistad interreligiosa. El diálogo entre teólogos evoluciona hacia la amistad entre teólogos, que no renuncian a su oficio. El papa Benedicto XVI desarrolló este criterio en sus relaciones con los obispos ortodoxos. El Papa actual generaliza ese principio. La lección entonces de Francisco es que la sociedad pluralista no se basa en la delimitación de áreas, para que cada uno no se sienta invadido por el otro, sino en el acercamiento amistoso y afectuoso al hermano. No construir murallas sino tender puentes es lo que constituye una tradición de la vocación jesuita, la del padre Jorge Bergoglio.
No conformarnos con el mal menor
Un cuarto aporte del papa Francisco sería el no conformarnos con el principio del mal menor. Este principio es indispensable para limitar, en lo posible, el número de víctimas en una guerra y en otras circunstancias. Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae (nº 70), advertía que un diputado católico podría votar una ley de despenalización parcial del aborto, para evitar otra notoriamente más grave. Pero del contexto y de otros documentos surgía que más importante que el criterio de la cantidad –es decir, que haya menos abortos– es el criterio de la calidad, es decir, el mensaje que estamos transmitiendo sobre el valor de la vida. Las bombas atómicas sobre Japón evitaron que el número de muertos se triplicara, según los expertos militares. Pero aunque haya habido menos muertos por la rendición de Japón, la bomba atómica nos estremece y actualmente es un arma prohibida. En síntesis, el principio del mal menor no se aplica simplemente en función de la cantidad sino ante todo de la calidad.
Bergoglio ponía el acento en transmitir, sin temor, la fe íntegra en el Evangelio, en no “achancharnos”, como solía decir. Tolerar algo intermedio, como un mal menor, no es para respirar tranquilos por no haber caído más abajo. Cuando soportemos otra tormenta, no nos conformaremos con que haya menos ahogados que en la tormenta anterior. El Evangelio de las Bienaventuranzas no es una invitación a la mediocridad. La construcción de la Patria Grande, en América latina, no se realiza cediendo cada uno un poco para lograr acuerdos, sino aportando cada uno más, a partir de sus creencias y sus convicciones. Si estadísticas confiables dieran que ha disminuido el número de pobres e indigentes, comprenderíamos que el gobierno festejara el éxito descorchando una botella. Pero aún en ese caso, las personas de buen corazón no tendrían nada que celebrar. Mientras haya una mamá en la vereda que cubra a sus chiquitos con una frazada, sentiremos que nuestro colchón no es tan cómodo. Mientras haya villas de emergencia, Francisco no se sentirá cómodo en los amplios aposentos pontificios.
Apoyarnos en las ciencias sociales
Un quinto aporte del Papa tiene que ver con reflexionar a partir de las conclusiones de las ciencias sociales, en realidad de todas las ciencias, lo que implica una estrecha colaboración con los laicos. En el nuevo paradigma de una sociedad secularizada, exponemos nuestras convicciones acompañadas por análisis de expertos de reconocida competencia. No le pedimos al no católico que comparta nuestra fe sino que busque la verdad, con el apoyo de las ciencias y la orientación de la filosofía. La Academia Pontificia de Ciencias está presidida por un científico protestante, el suizo Werner Arber, designado por Benedicto XVI. Ahora bien, en nuestro país, según un reciente informe del Indec (24 de abril), la pobreza ha descendido durante el año 2012: hay ahora un 5,4% de pobres y un 1,5% de indigentes. Es decir, sólo hay 2,2 millones de pobres, lo que equivaldría a un avance fundamental sobre la pobreza.
Recordemos que caen en la indigencia los que no pueden cubrir la Canasta Básica Alimentaria (CBA), para subsistir. Un número aun mayor, incluyendo a los indigentes, está en la pobreza porque no cubren la Canasta Básica Total (CBT), sobre todo el transporte, para poder ir a trabajar. El cardenal Bergoglio no era experto en estadísticas pero apoyó el trabajo científico del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina. Según esta entidad, a esos números hay que multiplicarlos por cinco. En el país no hay sólo 2,2 millones de pobres sino 11 millones, que es el 27,5% de la población. Con estas cifras no estamos criticando al gobierno, no nos encolumnamos con la oposición. Sólo pedimos que analicen los datos del Observatorio Social y nos hagan observaciones, si los encuentran erróneos. La luz de la verdad nos ilumina a todos cuando está encendida por el fuego del amor, en particular por los pobres e indigentes. El papa Francisco puede ayudarnos a buscar todos juntos la verdad, porque estamos movidos por un mismo afecto solidario, como se vio en las inundaciones de La Plata.
El autor, jesuita, es profesor en la Facultad de Teología de San Miguel.
1 Readers Commented
Join discussionMuy interesante perspectiva y mirada!!!
Creo que cada uno podemos hacer algo desde nuestro propio lugar (empresas, escuelas, ONG; etc.) para renovar los vínculos entre fe y sociedad, a partir de nuestra tarea cotidiana. Francisco puede servirnos de buen ejemplo y eso no exime a cada uno en su propio lugar de trabajo y de familia.