Un argentino ejemplar

Pedro, Lino, Cleto, Clemente, Sixto…milenios después, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benito XVI y, venido desde el fin del mundo, Francisco. Desde los primeros gestos, cuando se asomó al balcón de San Pedro, frente al gentío alborozado, abrazado por la columnata del Bernini, se mostró con fuerza la impronta de la espiritualidad y sencillez evangélica del nuevo obispo de Roma. Con ellas se despertó en el mundo, dentro y fuera de la Iglesia, una esperanza grande.
Para nosotros, el impacto fue singular. Antes de ser Papa, Francisco era ya un argentino ejemplar. De allí deriva un motivo de satisfacción, pero se trata más bien de una responsabilidad. Así como se hablaba del Papa polaco, podrá hablarse del Papa argentino.
Los cristianos de esta parte del fin del mundo debemos examinar nuestra capacidad y disposición para transformar aquella esperanza en conductas individuales y sociales congruentes con los valores que profesamos.
Los signos de los tiempos que se muestran en estos acontecimientos extraordinarios que comenzaron con la renuncia de Benedicto XVI nos obligan a pensar, como él mismo decía, que los signos de los tiempos también hay que realizarlos.
Ser fieles a la esperanza supone ser fieles a la verdad. Los argentinos debemos revisar nuestra relación con la verdad, de la misma forma como debemos revisar nuestra relación con la ley.
El ejemplo de sencillez, cordialidad, cercanía y agudeza para señalar el nudo de los problemas que nos aquejan, debería inspirarnos para acercarnos con ojos y corazón abiertos a las llagas todavía abiertas entre nosotros. Debemos hacer honor a las aspiraciones que nuestro nombre evoca.
Como el cardenal Bergoglio solía hacerlo en su tierra, ahora lo hace Francisco en el mundo: pide que recemos por él. Hagámoslo cada día y dejémonos llevar por el vendaval del Espíritu que se ha levantado.