El autor, obispo y teólogo, miembro del Consejo asesor de Criterio, presenta el mensaje inicial de Francisco desde diferentes perspectivas: a los católicos, a los cristianos, a los miembros de otras religiones y a los no creyentes. El artículo fue publicado por Il Sole 24 Ore. bebe La Iglesia no deja de sorprender. Como decía uno de los grandes Padres de la fe en los primeros siglos, san Juan Crisóstomo, “ella es más alta que el cielo y más grande que la Tierra, nunca envejece, su juventud es eterna”. Así ha demostrado serlo una vez más, en este sorprendente cónclave donde la pluralidad de hipótesis y los diversos juegos mediáticos de apuestas llevaban a pensar en un colegio cardenalicio más bien desorientado y hasta dividido. Sin embargo, en apenas poco más de un día, he aquí el nuevo Papa. Un signo de fuerte unidad, un mensaje lanzado a la “aldea global” por esa realidad que habita en todos lados sabiendo conjugar universalidad e identidades locales, globalización y presencia fiel entre la gente de todas las latitudes, lenguas y culturas: la Iglesia católica.

Por otra parte, la espera del mundo entero, representada por miles de periodistas acreditados en el Vaticano, permitieron participar en tiempo real a hombres y mujeres de todos los rincones de la Tierra de lo que sucedía en la Capilla Sixtina y en el balcón de las bendiciones. Así conocimos las imágenes, más elocuentes que las palabras, de la multitud que esperaba en la Plaza San Pedro y del nuevo Papa que se asomaba con simplicidad y asombro ante Roma y el mundo. Todo permitía comprender que lo que sucedía tenía una significación que trascendía a la comunidad católica y al pueblo de los creyentes. Intentaré entonces mirar al nuevo sucesor de Pedro desde diferentes ángulos, dejando que la profundidad del corazón se revele en los días que seguirán.

La primera mirada no puede ser sino la de la fe. Francisco, Jorge Mario Bergoglio, es el elegido de Dios. El nombre que ha querido –él, jesuita, opta por el nombre del Pobre de Asís– es un programa, el mismo que inspiró el estilo de vida del arzobispo de Buenos Aires, hoy Papa. Un hombre de vida austera, cercano a los pobres, amado por su gente y respetado incluso por quienes temen la libertad evangélica. Un pastor que habla con simplicidad e inmediatez, y que le pide al pueblo que rece por él antes de dar, como obispo de Roma, la bendición urbi et orbi. En la fe, el papa Bergoglio se presenta por lo que ha llegado a ser, desde el más correcto punto de vista teológico: el pastor de la Iglesia de Roma, que por designio divino preside en la caridad a todas las Iglesias del mundo. Hermoso y conmovedor su insistir en la relación con la Iglesia concreta de la que es obispo. No menor es la mirada que el mundo le dirige: el primer sucesor de Pedro que llega de América latina, el continente con el más alto número de católicos, pero también con situaciones dramáticas de pobreza y de desigualdad. Si, como dijo, “los hermanos cardenales fueron a buscar al nuevo obispo de Roma casi al fin del mundo”, no hay duda de que este hecho transmite un mensaje de luz y de esperanza a todos los pobres de la Tierra, a todas las situaciones que esperaban cambios de justicia y nueva atención. Francisco será el obispo de la gente pobre, el servidor de los humildes, el amigo de los pequeños, que así sabrá contagiar paz y esperanza verdaderas a todos. Es el Papa que ayudará a la Iglesia a dar respuestas a las preguntas decisivas que un teólogo latinoamericano, de gran profundidad espiritual y por él bien conocido, así explicaba: “¿De qué manera hablar de un Dios que se revela como amor en una realidad signada por la pobreza y la opresión? ¿Cómo anunciar al Dios de la vida a personas que sufren una muerte prematura e injusta? ¿Cómo reconocer el don gratuito de su amor y de su justicia a partir del sufrimiendo del inocente? ¿Con qué lenguaje decir a tantos que no son considerados personas que sí son hijos e hijas de Dios?” (Gustavo Gutiérrez). El papa Francisco responde con su sonrisa y con la simplicidad de sus gestos a estas preguntas, recordándonos que Dios alcanza todos los corazones, habla todas las lenguas y está cercano a todo dolor porque el suyo es el idioma del amor.

La mirada que dirigirá a este Papa el resto de los cristianos no puede ser sino de gran confianza. Ha sido claro desde sus primeras palabras: no se quiere presentar sino como un hermano, obispo de la Iglesia que preside en el amor, decidido a evangelizar con nuevo empuje sobre todo al pueblo de la ciudad de Roma, y así entonces ofrecer un servicio de testimonio y de caridad a las demás Iglesias. Se trata de lo que desde hace años el diálogo ecuménico y la eclesiología del Vaticano II solicitaban para pensar en un ministerio universal de unidad para todos los discípulos de Cristo. Es así: un amanecer de luz y de esperanza para quien vive la pasión de la unidad entre los cristianos. También los creyentes de otras religiones podrán mirar a Francisco con confianza: ha dicho que quiere ayudar al vínculo entre nosotros y a la fraternidad entre todos. Su franqueza, su profundo sentido de Dios llegará a muchos corazones y abrirá caminos de diálogo y de encuentro inéditos. También quien no cree podrá hallar en los gestos y en las palabras de este testigo de Cristo a un amigo de los hombres; este obispo de Roma es siervo de los siervos de Dios, y ofrece un mensaje. Estoy seguro de que todos se sentirán respetados y recibidos, comprendidos y amados por él. La Iglesia y el mundo necesitaban un hombre así.

Traducción de José María Poirier

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