El artículo del filósofo italiano fue publicado originalmente en el periódico L’Unità, fundado por Antonio Gramsci como órgano oficial del Partido Comunista Italiano. 61101_papa-francisco-viernes_santo Múltiples y graves problemas deberá afrontar el nuevo jefe de la Iglesia católica, comenzando por los asuntos internos del Vaticano –desde el banco Ior hasta las luchas intestinas entre las diferentes corrientes que dividen las jerarquías eclesiásticas–, que pueden ser modificados por el Papa para circundarse de honestos y eficientes administradores. Además, están los muy complejos asuntos que exigen gran autonomía de pensamiento y notable decisión innovadora. Me refiero al celibato eclesiástico, al sacerdocio de las mujeres, al control de la natalidad, al reconocimiento de la homosexualidad. Se trata de realizar transformaciones tan radicales que pondrían en discusión muchas relaciones, incluso las institucionales de la Iglesia católica con otras Iglesias cristianas y el mismo primado del obispo de Roma. Problemas antiguos que vienen del alto Medioevo y que la costra del tiempo histórico pareciera haber petrificado hasta el punto de que ni siquiera el Concilio Vaticano II supo o pudo rever.

Pero también estos últimos temas pierden espesor frente al problema al que está llamado el nuevo Pontífice por la decisión de su predecesor de dejar el trono de Pedro. Si los ojos del mundo hoy se dirigen a Roma, es porque esta vez la elección del Papa tiene una significación que supera los confines de una fe religiosa. El mensaje que Francisco dará con sus primeros actos de gobierno involucra no sólo a los católicos y a los reformados, a los cristianos y a los judíos, a los islámicos y a los fieles de otras y lejanas religiones, sino que abarca también a los no creyentes, a los que no pertenecen a ninguna iglesia, a los que no tienen un Dios ni muchos dioses. En cierto sentido, guarda más relación con estos últimos, porque el largo tiempo del secularismo –¿acaso existió alguna vez una religión no secularizada?–, al relacionar religión e historia, fe y política, llevó a la casi desaparición de la religión. A una difusa ausencia de fe, que no es ateísmo (éste es ya una elección y una decisión) sino indiferencia. Indiferencia que ha alcanzado al propio orden político, en cuanto se presenta privado de su fundamento esencial. El ocaso de la teología política, último logro de la secularización, significó y significa la afirmación del poder por el poder, es decir, el poder del más fuerte.

La mirada del mundo dirigida hacia el Vaticano, después de que se verificó la renuncia al poder (al poder más grande, al del Vicario de Cristo), es una mirada interrogativa: ¿Y ahora qué? ¿Qué tarea y qué designio se propondrá el elegido? ¿Intentará restaurar el poder teológico-político –como muchos, demasiados, esperan o incluso pretenden– o, por el contrario, tendrá en cuenta que el ocaso de la teología política cambia la misma figura del Papa, que vuelve a ser obispo entre obispos, y cuya autoridad residirá sólo en el testimonio de fe y de vida? ¿Será un Papa rey o un Papa franciscano?

El futuro del cristianismo se encuentra ante esta encrucijada. Algo que no afecta tanto al contenido doctrinal de la fe cuanto a su práctica, al modo en que la religión entre las religiones se presentará al mundo. Conocemos los problemas que tiene la Iglesia católica en países de mayoría islámica, y en el lejano Oriente; y también con la Iglesia ortodoxa de Rusia. Pero ya no es tiempo de tratados o concordatos; ya no es tiempo para que el Pontífice viaje como jefe de Estado. Tampoco es tiempo de evangelizar, de llevar la verdad de Cristo. Porque la verdad de Cristo es sobre todo pregunta y escucha: “¿Y ustedes quién dicen que soy?”. Es el tiempo de la escucha de las verdades de los otros, y de la acogida. No para cambiar y ser otros, sino para escuchar, para dar testimonio de la superiodad del misterio sobre la verdad.  Porque toda verdad es demasiado pequeña para estar a la altura del misterio que nos circunda y nos atraviesa. El cristianismo como afirmación de la religiosidad de toda religión. De todas, no sólo de las del Libro.

En la plaza de la catedral, frente al pueblo de Asís, Francisco se despoja del ropaje paterno dirigiendo a Pietro Bernardone las más graves palabras jamás pronunciadas por un hijo: “Ya no te llamaré padre”. El obispo lo cubre con su capa. Ciertamente no sólo para proteger al desnudo de la mirada de la multitud. Las rupturas con el pasado siempre son muy dolorosas; pero dan frutos. Vivimos tiempos difíciles y ásperos, pero de gran fascinación. Se advierte el palpitar de la historia.

Traducción de José María Poirier

1 Readers Commented

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  1. martha maidana on 21 agosto, 2013

    MAGNIFICO!! es un artículo esperanzador,abierto a nuevos horizontes, donde se puede respirar abiertamente.
    Habrá que tratar de que esta mentalidad penetre en los fieles porque entonces si se podrá dar testimonio de alegría, de esperanza cierta, de gozo en el Señor de vida plena y total.

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