La teóloga brasileña, ex decana de la Facultad de Teología de la Universidad Católica en su ciudad y asidua colaboradora de esta revista, se refiere a la formación y la espiritualidad jesuíticas en la persona de Francisco. papa-francisco-81Francisco, el papa Bergoglio, es primero en muchos sentidos. Es el primer Papa latinoamericano, el primer Papa argentino y el primero que lleva el nombre del santo de Asís. Es asimismo, y no menos importante, el primer Papa jesuita. La orden fundada por Ignacio de Loyola nunca le había dado un Papa a la Iglesia. En parte por ser relativamente nueva, con menos de 500 años de existencia. También por ser numerosa y poderosa, lo cual le hizo ganar muchas simpatías en todo el mundo, y a la vez muchos enemigos. Estos últimos tenían miedo de que un Papa jesuita pudiera hacer crecer exponencialmente la fuerza de la Compañía de Jesús.

Pero llegó el día. Francisco, como eligió ser llamado el cardenal Jorge Mario Bergoglio, es jesuita. Ingresó joven a la Compañía, recibió su formación en la Argentina y en Chile. Ocupó todos los cargos importantes en la Compañía de Jesús en su país: maestro de novicios, provincial y rector del Colegio Máximo, antes de ser obispo auxiliar y luego arzobispo de Buenos Aires. Esto muestra cuán profundamente está marcado en su espiritualidad y en su modo de ser por los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.

Espiritualidad cristocéntrica y esencialmente misionera, que encuentra en el discernimiento del espíritu el camino para buscar y encontrar la voluntad de Dios, a fin de ponerla en práctica en la vida diaria. Espiritualidad que moviliza los afectos y la voluntad en la dirección del querer de  Dios, que enseña a tomar decisiones en plena libertad sin la influencia de afecciones desordenadas. Espiritualidad que entiende que el espíritu debe ejercitarse así como el cuerpo a fin de encontrar agilidad y flexibilidad para responder a las invitaciones divinas, apelando a la libertad para que ésta se mueva en dirección a un mayor servicio y alabanza a Dios nuestro Señor.

El nuevo Papa se encontrará con innumerables desafíos. Algunos son administrativos y surgieron con más fuerza al final del pontificado anterior, especialmente en relación a la transparencia en la comunicación interna de la curia, las finanzas del Vaticano, etcétera. Otros tocan la propia imagen de la Iglesia como tal, alcanzada por terribles escándalos de pedofilia. A todos ellos deberá responder con la “indiferencia” –nombre ignaciano para la libertad interior–, que le permitirá enfrentar los conflictos y esfuerzos que el proceso en su conjunto ciertamente le acarreará.

La espiritualidad ignaciana busca convertir a aquel que vive la experiencia de los Ejercicios Espirituales en otro Cristo que pueda andar por el mundo con las actitudes y los gestos del propio Jesús, pobre y humilde, que pasó por la vida haciendo el bien a todos, especialmente a los más oprimidos y necesitados. En este sentido expone al que realiza el ejercicio a la contemplación incesante de ese Jesús, en los misterios de su infancia, de su vida interior, de su vida pública, su pasión, muerte y resurrección. El deseo de Ignacio es que el ejercitante quede totalmente embebido y configurado por la persona de Jesús a fin de que todos sus sentimientos, acciones y decisiones estén imbuidas por el espíritu del mismo Jesús, siguiendo obedientemente a su persona, haciendo la voluntad del Padre. Por esto, en el momento de asumir una misión o un trabajo pastoral, el criterio debe ser si eso conduce a la mayor gloria de Dios, es decir, al bien más universal, que necesariamente es más divino. A la vez debe predisponerse con absoluta libertad, deseando sólo que se haga la voluntad de Dios y que su reino crezca en este mundo.

Esta es la espiritualidad que vive el nuevo Papa, dentro de la cual se comprende que haya aceptado la misión que le fue conferida por la elección de sus hermanos cardenales como una oportunidad de ayudar a la Iglesia en este difícil momento, con el fin de alcanzar el bien más universal y más divino. Se entiende igualmente su estilo de vida: pobre, simple, con una cruz de hierro en el pecho y sin más ornamento que la túnica blanca de los papas. Finalmente es entendible el motivo de alegría en su primera comunicación con los fieles reunidos en la Plaza San Pedro, con tamaña simplicidad y despojamiento.

Más aún, se percibe en su persona y en su discurso la sólida formación teológica que recibió en la Compañía. Se presentó como obispo de Roma, a lo que fue elegido en primer lugar por el cónclave, para ocupar la silla de San Juan de Letrán (la catedral de Roma). Su magisterio ordinario es ser obispo de Roma y pastor de los católicos que allí viven. En su primera aparición les dijo: “Y ahora iniciamos este camino, obispo y pueblo… este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside todas las Iglesias en la caridad”. De esta manera explicó el sentido de su función universal como Papa.

Inclinando su cabeza, pidió una oración al pueblo por su persona y por su ministerio. Fue un gesto típico de alguien formado en la escuela de Ignacio de Loyola, cuya mayor aspiración es seguir y servir a Cristo pobre y humilde. Esperemos que la fidelidad del nuevo papa Francisco a los Ejercicios que lo formaron lo ayude a ser un Papa según el corazón de Dios: pobre y humilde, pero también lleno de ardientes deseos de conducir a la Iglesia como un pastor, siguiendo siempre la dirección de la voluntad de Dios y buscando la implantación de su Reino de amor y justicia. Este será su secreto y también, y especialmente, su fuerza.

El artículo fue publicado en el periódico brasileño Testemunho de fé.

Traducción de Eduardo López Rivarola

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