Papado vitalicio, burocracia de la curia y soberanía del Estado Vaticano son algunos de los aspectos que deberá modificar Francisco para mantener la adhesión de los primeros días. La renuncia de Benedicto XVI modificó la histórica concepción del papado vitalicio. Si bien la dimisión papal está prevista, de 265 papas sólo tres renunciaron entre 1045 y 1415. ¿No debería, ahora, extenderse al obispo de Roma, al Pontífice, la obligación de retirarse a los 75 años que tienen los obispos? ¿Por qué esta obligación recayó sobre todos y excluyó a uno? La idea del Papa vitalicio, ahora quebrada, fue la razón.

La edad promedio de los papas elegidos en el último medio siglo –desde Juan XXIII (1958), de 76 años, hasta Francisco, de la misma edad– es de 70 años. La Iglesia eligió papas de edad avanzada durante siglos, con algunas excepciones en períodos breves. La edad promedio de los líderes electos de las iglesias Anglicana, Apostólica Armenia, Copta, Ortodoxa Rusa, Ortodoxa de Antioquía y Greco-Católica Ucraniana es de 55 años. El gobierno de instituciones tan complejas exige energías que la ancianidad no posee.

La gerontocracia papal anida en otra idea que no desarraiga: que el Papa deba surgir de los cardenales, casi todos obispos de mayor edad. Hasta Benedicto XVI, cuando se despidió, les dijo que entre ellos estaba su sucesor, siendo que las normas sólo exigen que el elegido sea obispo y si no lo fuera, sea ordenado de inmediato; más aún, piden que se vote “a quien, incluso fuera del Colegio Cardenalicio, se juzgue más idóneo para regir la Iglesia universal”. Claro que la estructura del papado requiere candidatos con conocimientos de la burocracia de curia, pues la excesiva centralización de Roma quita autonomía a las iglesias locales.

El Papa, además, atiende cuestiones ajenas a su misión religiosa como soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, el país más pequeño del mundo pero país al fin. ¿Qué necesidad tiene la Iglesia de tener un banco, emitir moneda o sostener representaciones diplomáticas donde las iglesias locales expresan su presencia y universalidad? El Pontífice conduce una Iglesia por mandato evangélico y un Estado por circunstancias históricas. ¿Qué fundamento bíblico tiene esta doble función?

Habría que modificar la condición de Estado que tiene la Ciudad del Vaticano y adoptar una forma de territorialidad espiritual, religiosa que, si no existiera, habría que idear. En el horizonte de los cardenales electores, habría entonces candidatos con otras condiciones para ejercer el liderazgo de la Iglesia de Pedro. Porque de eso se trata, de un liderazgo espiritual, moral, religioso. Francisco de Asís, ante un papado también bifronte, generó una acción evangelizadora que dio nueva cara a la Iglesia de entonces, lo cual no quiere decir que ésta se desencarne del tiempo. La Iglesia es a la vez espiritual y temporal, pero debería acotar la función política y acrecentar su misión profética. No habrá reforma de la curia si no se renueva el papado. Aquélla es consecuencia de éste.

La renovación debería establecer que los cardenales electores representen proporcionalmente en el Colegio Cardenalicio a los fieles de cada lugar. América latina alberga hoy la mayor cantidad de católicos, pero Europa predomina en el número de cardenales. Que el nuevo Papa no sea europeo –sólo 11 no lo fueron en 2000 años– ayudará a este cambio. La influencia de Europa, sus estilos, formas de poder y gobierno, penetraron fuertemente.

En sus primeros días, Francisco tomó actitudes más propias del Nuevo Mundo. Él posee una afinada percepción de lo que la gente rechaza de ciertas formas eclesiales. Por eso las evita y logra adhesiones. Pero cuando asuma sus responsabilidades le será difícil llegar al pueblo de Dios sin esta renovación.

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