Una meditación teológica que combina el lenguaje del testimonio personal con la hermenéutica de algunos hechos y textos.
“El viento sopla donde quiere” (Junan 3,8)
“Vino del cielo… una fuerte ráfaga de viento” (Hechos 2,2)
“¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!” (Aparecida 548)
En 2005, antes del cónclave, le entregué una carta manuscrita al cardenal Jorge Mario Bergoglio, mi obispo hasta hace unos días. Le decía que, así como en 1978 el Papa vino del este y se llamó Juan Pablo II, era tiempo de que llegara un Papa del sur al corazón de la Iglesia católica.
Entonces fue elegido Benedicto XVI, el segundo Papa surgido en el centro de Europa y elegido, se ha dicho, con unos 84 votos, después de que Bergoglio dispusiera renunciar a los 40 que había recibido. La transparencia de su mirada y la hondura de su palabra siguen resonando. Su última encíclica sobre la fe (no el texto anunciado para la Pascua) fue la lúcida renuncia conforme con lo que siempre creyó, dijo y pensó. El gesto inédito abrió el espacio del sucesor de Pedro para una nueva etapa con pontificados más breves. Me manifesté sobre el sentido teológico de su dimisión en el artículo “La racionalidad amorosa del cristianismo”.[1]
Desde el 11 de febrero, en conversaciones privadas o mails reservados, de los cuales hay testigos, expresé que el nuevo Papa, si salía de América latina, iba a ser Bergoglio. Dejo para otra ocasión las razones objetivas y las intuiciones subjetivas que me llevaron a esta afirmación, que mantuve hasta la mañana del 13 de marzo en la Facultad de Teología de la UCA, donde soy profesor desde hace décadas y fui decano de 2002 a 2008.
Aquí me referiré sólo a dos aspectos del papa Francisco vinculados a su arraigo en la Iglesia regional latinoamericana que peregrina en la Argentina. El primer aspecto es que llega del sur del sur, “casi del fin del mundo”, aunque fue votado por cardenales de todos los continentes y se dice que pasó los 90 votos. El segundo es su figura pastoral, puesta de manifiesto en tantos gestos y palabras. Sin conocer las razones de su elección, sospecho que se ha buscado, entre otras cosas, un buen pastor que impulse la nueva evangelización. Al menos, esa es la figura que imaginé en una entrevista que me hizo Radio Vaticana el lunes 12, horas antes del cónclave.
Viento de Dios desde el sur del sur
En 2007 fui perito teológico en la Conferencia del episcopado latinoamericano y caribeño celebrada en Aparecida, Brasil. Trabajé con Bergoglio en el Documento de Aparecida porque él presidió la Comisión de Redacción. Fue elegido por mayoría y despedido con aplausos.
En 2012 se celebró en Roma la XIII asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización. Los delegados de la Conferencia episcopal argentina, con el aval de su presidente, me pidieron que los acompañara. Además, como miembro del equipo teológico del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), fui requerido para servir a los sinodales latinoamericanos.
Cuando le comuniqué a mi obispo las razones que veía para dedicar meses a este servicio, le dije que era importante que la Iglesia de América latina expresara su rostro y su voz para mostrar que la nueva evangelización es un desafío a todos los continentes, de un modo especial a los que están en el sur. Le expresé que había curiales romanos y obispos europeos que querían centrar el diálogo en la crisis que afecta directamente a Europa para, desde allí, bajar líneas a los demás. Bergoglio me llamó rápidamente y me animó a colaborar sobre todo por esta última razón. El Sínodo nos confirmó: no fue sólo para la nueva evangelización de Europa sino de los cinco continentes porque la situación europea no es el desafío mayor que tiene la Iglesia. Ya era hora de comenzar a reducir las asimetrías nortes-sur en el interior de la Iglesia.
En el Sínodo, los obispos de África, América latina y Asia hicieron grandes aportes, más sugestivos que los europeos y norteamericanos. Ellos representaron a los miembros sureños del Cuerpo de Cristo. La mayoría son pobres para este mundo pero ricos en la fe, como dice el apóstol Santiago (Sgo 2,5). Francisco está confirmando la opción del amor por los pobres de Cristo.
Antes del Sínodo escribí: “está soplando el Viento de Dios a través de los vientos que se cruzan desde el Sur”.[2] Cuando terminó, en la entrevista que me hizo Radio Vaticana, afirmé: “en el Sínodo sopló el viento del sur, tanto del este como del oeste”. Podría nombrar aportes de argentinos y otros latinoamericanos, pero recuerdo sólo dos intervenciones: por África, la de Monsengwo, de Kinshasa; por Asia, la de Tagle, de Manila, la diócesis más numerosa de Asia, en Filipinas, el tercer país católico. Hay que seguir el camino del cardenal Luis Tagle, de 56 años.
En esos días sinodales, en la soledad de mi cuarto en la curia de los jesuitas, maduré otras convicciones. Una: Benedicto XVI podía renunciar al concluir el Año de la Fe. Otra, que expresé a un obispo polaco en casa de amigos comunes: deben concluir los 35 años de pontificados de Europa central. Por eso no di crédito a las versiones de papables húngaros ni austríacos.
Un Papa argentino y latinoamericano
Varios escenarios sitúan a la Iglesia regional latinoamericana en el presente y en el futuro de la Iglesia y del mundo. La elección del papa Francisco implica tanto su figura única en el colegio cardenalicio como su pertenencia teológica, espiritual, pastoral y cultural a América latina.
1) El eje político-cultural del siglo XXI, que se movió por siglos en torno al Mar Mediterráneo y luego en torno al Océano Atlántico, hoy gira hacia el Pacífico, donde se hallan América y Asia. En la modernidad, los jesuitas evangelizaron ambos continentes con distinto destino histórico.
2) El 67% del catolicismo mundial vive en los tres continentes del sur del mundo: África, América latina y Asia. En torno al 40% vive en Latinoamérica y sólo un 23% en Europa.
3) En el plano lingüístico-cultural, el castellano es la primera lengua hablada en el catolicismo, la segunda en el Occidente y la cuarta del mundo (inglés, chino, bengalí, español). El 90% de los hispanohablantes vivimos en América y el 95% de los que hablan portugués viven en Brasil.
4) En su unidad plural, América latina es la región más homogénea del mundo y, en su peculiar identidad, une el oeste y el sur, es occidental y sureña, tiene lo mejor y lo peor de ambos mundos. A pesar de guerras fronterizas y de la violencia política es una zona de paz.
5) América latina es la región más urbanizada. Ocho de cada diez habitantes vivimos en zonas urbanas; la gran mayoría de ellos residen en nuevos barrios suburbanos, mestizos y pobres. En este marco nuestra Iglesia ha promovido una nueva pastoral urbana (Aparecida 509-519) que está siendo reflexionada, sobre todo, en México, Brasil, Argentina y Colombia, en donde se encuentran las mayores regiones metropolitanas: México DF, San Pablo, Buenos Aires, Río de Janeiro, Bogotá.
6) América latina pertenece al sur pobre del mundo que está creciendo. No es el continente más pobre pero sí el más desigual y parece estar iniciando una nueva fase de su integración regional.
7) La Iglesia católica es la única institución presente en todo el espacio y todo el tiempo de América latina desde 1492. Según la agencia Latinobarómetro, en 2011 ella seguía ocupando el primer lugar en la credibilidad pública, con un promedio del 64% en el total de América latina.
8) Desde 1955 nuestra Iglesia creció en la comunión pastoral y delineó su figura regional. La Conferencia de Aparecida expresó su “rostro latinoamericano y caribeño” (A 100), como se notó en la XIII asamblea del sínodo, en la que la mayoría de nuestros sinodales trabajaron unidos.
9) Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia latinoamericana no sólo se ha planteado el qué y el para qué sino también los varios cómo de la nueva evangelización. La recepción del Concilio fue mediada por la Evangelii nuntiandi. Si la Constitución pastoral Gaudium et spes fue recibida por la II Conferencia de Medellín en 1968, la exhortación pontificia tuvo su recepción en Puebla en 1979. De Puebla a Aparecida, nuestra Iglesia profundizó una pastoral misionera.[3]
10) En Aparecida, conferencia en la que Jorge Bergoglio tuvo una actuación destacada, impulsó un intenso movimiento misionero para compartir la vida plena en Cristo con los pueblos. El primer Papa latinoamericano, con su tonada porteña, expresa nuestro estilo pastoral.
La evangelización y la reforma de la curia
Francisco confirma que necesitamos un pastor bonus, un buen pastor que ame a su pueblo con el poder del servicio, y no un mero vir ecclesiasticus, un eclesiástico que haga carrera, ame el poder y se apaciente a sí. Un papa que trasmita los sentimientos del corazón de Jesucristo, que conozca a cada uno por su nombre y dé su vida “para que tengamos Vida en abundancia” (Juan 10,10).
Un papa que asuma lo mejor de los carismas de sus predecesores: el espíritu profético de Juan XXIII, el discernimiento prudencial de Pablo VI, la alegre sonrisa de Juan Pablo I, la comunicación personal y popular de Juan Pablo II, la serena y profunda reflexividad de Benedicto XVI.
Un pastor centrado en Cristo, el Dios-Hombre, que vive en su Padre y unido a todos sus hermanos. Un papa que, estando en el corazón de Dios, porque “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), desde allí se vuelque al corazón del Pueblo de Dios que camina en el seno de la humanidad contemporánea para mostrar que “lo más importante es el amor” (1 Corintios 13,13). Como José, el obispo de Roma cuidará con ternura a Cristo y a María, a la Iglesia, la humanidad y la creación.
Francisco será un papa del Concilio Vaticano II (1962-1965). Debe proseguir el programa de renovación de la Iglesia en un espíritu de servicio y diálogo, porque la Iglesia es “la sirvienta de la humanidad” (Pablo VI). La misión es testimonio y atracción; no es cruzada ni marketing ni proselitismo ni triunfalismo. Bergoglio invitaba a superar la tentación eclesial de centrarse en sí mismo, la autorreferencialidad. Una de sus variantes es el clericalismo que vive la autoridad no en forma evangélica, como un servicio al pueblo, sino como un poder que se sirve del pueblo.
Francisco tiene todos los rasgos de una autoridad capaz de gobernar la curia romana con ejemplaridad, inteligencia y firmeza. Urge reformar sus estructuras al servicio de la colegialidad entre los obispos y la comunión entre las iglesias, y cortar sus nudos de corrupción, rivalidad, burocracia, dinero y poder. En una carta personal sobre el cónclave que le envié el 25 de febrero, un día antes de su partida a Roma, le dije: “Vos nos trajiste la Virgen que Desata los Nudos”.
Francisco será un Papa de la nueva evangelización. Tiene devoción por la exhortación Evangelii nuntiandi (El anuncio del Evangelio) de Pablo VI (1975), que ambos enseñamos en las clases de teología pastoral. Él, antes, en el Colegio Máximo de San Miguel; yo, en la Facultad de Teología de Villa Devoto. Una frase del Documento de Aparecida resume la alegría que renueva el espíritu misionero de la Iglesia latinoamericana. La oración expresa el corazón de Bergoglio: “comunicar y compartir el don del encuentro con Cristo por un desborde de alegría y gratitud” (A 14).
Una objeción escuchada para su elección fue la edad. Desde el 11 de febrero traté de mostrar dos hechos. Uno, nuevo: la renuncia de Benedicto XVI al ministerio petrino ejercido en forma vitalicia inicia una era de pontificados con duración acotada. El otro, antiguo: Juan XXIII fue elegido en 1958, como Francisco, a los 76 años, para un período de transición, y en sólo cinco años inició el Concilio que mostró el resplandor de una aurora cuya luz no puede disiparse entre sombras y que debe seguir hasta la plenitud del mediodía para que el sol de Cristo ilumine con la fe y entibie con el amor la vida de los seres humanos en un mundo globalizado y fragmentado.
En el nombre Francisco se unen la fraternidad y el espíritu de reforma de san Francisco, patrono de Italia, y la figura jesuita y misionera de san Francisco Javier, patrono de la misión en Asia. El Papa eligió el nombre del Pobre de Asís por la pobreza y la paz. La sencillez que Bergoglio siempre vivió se une al hecho de querer una Iglesia pobre para los pobres, más cerca de Dios y de los más chicos. La paz llevó a san Francisco, el hermano universal, en plena cristiandad medieval, a rechazar las cruzadas y dialogar con los hermanos musulmanes. Su figura mansa, actualizada por Juan Pablo II en los encuentros interreligiosos de Asís, es el signo que asume el nuevo Papa para promover el diálogo con todos, sobre todo con el Islam, por la paz del mundo.
El 3 de junio se cumplirán 50 años de la muerte de Juan XXIII. Hay semejanzas entre el Papa Bueno y Francisco: ambos muestran la sencilla y bondadosa humanidad de nuestro Dios.
[1] Cf. C. M. Galli, “La racionalidad amorosa del cristianismo”, Vida Nueva (Cono Sur) 6 (2013) 38-39.
[2] Cf. C. M. Galli, “En la Iglesia sopla un Viento del Sur”, Teología 108 (2012) 101-172.
[3] Cf. C. M. Galli, Dios vive en la ciudad”. Hacia una nueva pastoral urbana a la luz de Aparecida, Buenos Aires, Ágape, 2012 (segunda edición corregida y aumentada), 69-153.