mejiaPublicamos aquí el testimonio de quien fuera director de CRITERIO cuando Carlos Floria se integró a la redacción.  Carlos Floria recorrió varios caminos en su larga vida. Los numerosos artículos publicados en ocasión de su muerte dan de esto claro testimonio, si hiciera falta. Y a propósito de esto y de lo que ahora me toca a mí escribir por amable invitación del director de CRITERIO, no debe oscurecer el hecho de que esos caminos, además de dejar su huella en el devenir de este mundo que sin embargo “pasa”, están sobre todo trazados y registrados en el otro, permanente. Es decir, ante Dios, ante quien nada pasa ni se pierde, sea lo que fuere de las memorias humanas, lábiles todas ellas y en buena medida fugaces. Por eso, lo primero que quise hacer, cuando me enteré del para mí inesperado fin de la vida terrestre de Carlos, fue ir a mi capilla romana y ofrecer al Señor el camino de esa vida, como unos años antes lo había hecho con el de su querida inseparable Yuyi.

Pero en seguida se me presentó ante la visión interior el momento inicial de nuestra larga relación, que lo fue, inútil repetirlo, con ambos. Y que coincide con el principio de la ininterrumpida relación de Carlos con CRITERIO.

Yo acababa de recibir la dirección de la revista, inseguro y vacilante, de las manos ilustres y universalmente conocidas de monseñor Gustavo J. Franceschi, el 31 de enero de 1955, en medio de la confusión y oscuro horizonte de ese año. El hasta entonces director colaborador de Franceschi, Luis Capriotti, había debido dejar la Argentina clandestinamente, con un pasaporte falso. Monseñor Franceschi le había dicho que me llamara y me confiara la revista, previo encuentro con él, unos días después. Él mismo, ya bastante enfermo, solo no se sentía capaz de hacer frente a la complejidad y múltiples responsabilidades de dirigir un periódico, prácticamente identificado con su nombre, y menos todavía en las circunstancias de esos tiempos. Y así me ví yo, de la mañana a la noche, sin ninguna experiencia periodística, con semejante herencia en las manos. La verdad es que, si hubiera podido, me habría echado atrás. Pero el grupo que entonces ayudaba a Franceschi me aceptó con gran apertura y plena disponibilidad. De todos ellos, no sé si alguno todavía pertenece a este mundo. Conste aquí de nuevo mi gratitud y mi sincero recuerdo: Felipe Freier, Juan Julio Costa, Basilio Uribe, Jaime Potenze y Silvia, su mujer, los fieles empleados. Y si olvido alguno, sepa generosamente perdonarme. Dos sacerdotes se prestaron a ayudarme: monseñor Rodolfo Luis Nolasco y monseñor Osvaldo D. Santagada. A ambos, todavía, gracias a Dios, vivos y activos, vaya una vez más la expresión de mi simpatía y agradecimiento. Y la revista habría sin duda podido ir adelante dignamente con este pequeño equipo, en parte recibido y en parte completado por mí.

Un día, a principios de 1957, llegó una carta a CRITERIO acerca de una película, analizada y comentada, de manera muy personal, aunque atendido el estilo de nuestros críticos cinematográficos de entonces, Jaime Potenze y señora. La carta estaba firmada también por una pareja: Carlos y Mabel Floria. Espero que, no obstante las varias mudanzas de sede de la revista, la carta haya sido conservada en algún archivo. Sería penoso que se hubiera perdido porque allí aparecía por primera vez el nombre que acabo de citar y que de allí en más quedaría asociado hasta ahora a CRITERIO.

La carta me llamó la atención. Los dos autores confesaban su audacia por haberla escrito y en parte la atribuían a la inconciencia de su juventud. Dije en seguida a los demás miembros del equipo: “Yo llamaría estas personas y, a primera vista, me parece que valdría la pena tenerlos presentes”. No me acuerdo si todos consintieron. Los llamé igual: había, además de una dirección, un número de teléfono en la carta. Así aparecieron Carlos y Yuyi por primera vez en la sede histórica de CRITERIO: Alsina 850, primer piso. Y yo fui, también por primera vez, huésped suyo en su departamento de entonces.

Nos entendimos en seguida. Y, por cierto, mucho más allá de cuanto la carta podía revelar de su capacidad de crítica cinematográfica. Las personas me interesaban y yo les interesé a ellos, joven cura, con pretensiones de exégeta, entonces profesor de Antiguo Testamento y materias afines en la también entonces joven Facultad de Teología, después incorporada a la Universidad Católica Argentina. Quiero decir que la revista fue la ocasión del encuentro, pero la perdurable amistad que nos ha unido todos estos años, aún después de mi traslado a Roma y la distancia que esto supone inevitablemente, nunca ha conocido altibajos. Uno los quería entrañablemente y ellos (y luego sus hijos) me pagaban con la misma moneda. Cuando les hice saber que me iba, llamado a trabajar aquí, Carlos generosamente me dijo: “Espero esto no se multiplique, no queremos quedarnos aquí desprovistos”. A lo cual yo debí responder: “Mientras estén ustedes, no habrá ningún vacío”. Y de hecho, nos encontramos después de mi venida a Roma, tantas veces y en tantas partes del mundo: en Washington cuando él fue huésped de la famosa institución cientítica que lo tuvo allí  varios meses; en París cuando era embajador ante la UNESCO y más de una vez en Roma misma. Siempre con Yuyi. Y el Señor dispuso que yo estuviera por unos días en Buenos Aires cuando ya se preveía el fin de los días de ella: la pude ver y conversamos, en absoluta lucidez y todavía de pie, animada y edificante como siempre. Tampoco quisimos despedirnos: estábamos y estoy seguro de que nos encontraremos de nuevo. Con los dos. Como, de nuevo por pura fortuna, pude celebrar en Santa Catalina la Misa por los ochenta años de Carlos.

CRITERIO tiene con él (y con ella inseparablemente) una deuda imposible de colmar. Cuando no se le confíaba un editorial, contribuía con su conocimiento de personas y de situaciones, a la redacción de los que otros redactaban. Sin firma, como era la tradición entonces. Y a su vez aceptaba con la mayor simplicidad ser corregido, incluso por mí, que de política argentina entendía poco o nada y tanto menos de historia del país, que en cambio de él aprendía. Y no sólo gracias a los volúmenes que todos conocemos y que ojalá  no dejen de serlo. Él apreciaba mi estilo, y se decía convencido de que a veces lograba que se expresara mejor y más claramente lo que él había escrito. Supongamos que fuera verdad.

Recién llegado a CRITERIO le confiamos el primer editorial de la nueva serie. Monseñor Franceschi, ya estaba bastante impedido –y después habría de fallecer en Montevideo, donde había ido a dar una conferencia sobre la familia–, y yo no tenía el coraje de comenzar otra serie de editoriales con mi firma, que pocos o ninguno conocían. La serie, sin firma, la comenzó Carlos cuando la instalación del gobierno constitucional con el presidente Arturo Frondizi, que había de durar casi l’espace d’un matin, dando lugar a varios editoriales más, la mayoría también obra suya. Hasta los justamente famosos que preveían el ocaso de la democracia y presentaban (si así se puede decir) la inauguración de la segunda dictadura militar en marzo de 1976. Creo que algunos de estos editoriales han sido después publicados en forma de volumen propio, lo cual prueba, si hiciera falta, que su valor era mucho más que ocasional. A la verdad, permanente.

No todo fueron rosas, desde luego. Más de un editorial excitó las iras de las autoridades del momento.O bien de quien formaba parte de ese grupo. O bien todavía, hería la sensibilidad de alguno de mis superiores eclesiásticos. Cada uno de los afectados expresaba a su modo su indignación o su rechazo. Yo, como director responsable, era el primer objeto de las reacciones negativas, hasta el punto de recibir una vez en la revista nada menos que una sentencia de muerte, ridícula en sí, si la muerte no se había ya para entonces convertido en un recurso habitual y cotidiano. Inútil decir que Carlos estuvo siempre a mi lado y junto a la revista en esas ocasiones difíciles y, por lo que toca a ciertas reacciones en el orden político, también preñadas de peligros. Más y mejor relacionado que yo, en ese ámbito, su presencia y su acción, con su mujer a su lado, estoy seguro que contribuyeron a calmar las posibles o reales tempestades.

Cuando fui informado de mi traslado a Roma, me propuse, con el acuerdo de todos los demás miembros del equipo, organizar lo que podría llamar una transición “democrática”: que el nuevo director de la revista fuera elegido por los mismos responsables. Mi secreta esperanza era que el nuevo director fuera un laico y que ese laico obviamente fuera Carlos Floria. Secreta esperanza,digo, muy en serio. No lo hubiera dejado traslucir de ningún modo, para que el resultado fuera de veras democrático, sobre todo en un momento cuando semejante procedimiento no era precisamente apreciado en la Argentina.

La votación no me dio la razón: la mayoría prefería al padre Rafael Braun, que era en verdad una de las figuras dominantes de nuestro pequeño grupo por sus indiscutibles condiciones humanas, sacerdotales e incluso profesionales.

Muy bien. Carlos Floria no fue entonces director de CRITERIO. Pero había marcado la revista para siempre. Y había también dejado huella con su mujer Yuyi, en mi vida. Y esto es lo que de veras importaba y de lo cual me siento inmensamente feliz de dar aquí y ahora testimonio.

En sí y para mí ha sido un camino cuyo término, como decía al principio, no vemos todavía porque está oculto a nuestros ojos, allí donde todos los caminos convergen.

El autor, hoy cardenal y residente en Roma, fue codirector de CRITERIO con Gustavo J. Franceschi a partir de 1955. Y heredó la dirección a la muerte de éste en 1957,  y ejerció el cargo hasta fines de 1977, cuando lo sucede Rafael Braun.


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  1. MARTINE on 21 marzo, 2013

    Una vez solamente lo crucé.El examen duró lo que dura un examen oral en turno LIBRE. Dcho Político en la UBA. Nunca olvidé a ese hombre risueño, contenedor y amable. Sé por qué lo recuerdo:seguramente por su alma bella.Pasaron más de 40 años. Es posible recordar un momento así? Y recordarlo siempre. Mi sincero homenaje a este Profesor que dejó huellas en mí, a pesar de haber estado con él tan poco tiempo.Gracias Dr. Floria.

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