¿Por qué sorprendió tanto la renuncia de Benedicto XVI si se había expresado más de una vez sobre esa posibilidad, que además está contemplada en el Código de Derecho Canónico?

Capilla Sixtina, pintura de Ernest Descals

Capilla Sixtina, pintura de Ernest Descals

 Acaso por la relevancia histórica que significa tomar una decisión que atañe a la praxis y a la concepción misma del ejercicio de la autoridad del pontífice en la Iglesia católica. También sorprendió la distancia que separa el final de los dos últimos papados; Juan Pablo II jamás había contemplado esta posibilidad: “Sólo si Cristo se hubiera bajado de la cruz, yo tendría derecho a renunciar”. Los argumentos de Benedicto XVI son quizás más cercanos a la mentalidad contemporánea, y marcan un cambio radical para la Iglesia: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Y señaló que “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. El acento está puesto en el análisis racional de sus fuerzas y en su conciencia. Este Papa que no ha temido mostrar su debilidad, decidió ahorrarnos una repetición de la etapa final tan larga como preocupante de su antecesor, pero no se ha bajado de la cruz sino que ha sabido discernir y abrazar la cruz que hoy se le presenta.

Resulta parcial un análisis meramente sociológico o político del trascendental gesto. Se nos impone una apertura al misterio de la gracia, a la significación espiritual y teológica del paso emprendido por Benedicto XVI. Ciertamente la Iglesia es susceptible de ser considerada como otras instituciones, con sus razones y sus conflictos, con sus tradiciones y sus circunstancias políticas, pero no deberíamos perder de vista su íntimo carácter religioso.

Por otro lado, es temprano para entender si el pontificado de Benedicto XVI tuvo características más abiertas –en consonancia con sus años de joven teólogo y perito del Concilio Vaticano II– o por el contrario fue eclesiológicamente conservador, prosiguiendo la línea de Juan Pablo II. Algunos gestos indican tanto una tendencia como la otra. ¿Hay que considerar estas diferencias como una contradicción o puede hablarse de un anhelo de complementación?

Sin embargo, más que su renuncia sorprendió la justificación expuesta: considera que ha cumplido su etapa de servicio, que le faltan fuerzas, que tiene confianza en el Señor y en la responsabilidad del colegio cardenalicio, y en la participación de todo el pueblo de Dios. ¿No sería éste un modo de interpretar los signos de los tiempos, como querían Juan XXIII y Pablo VI? A partir de ahora, Joseph Ratzinger es obispo emérito de Roma y acompañará a la Iglesia en la oración y el estudio.

Escribía recientemente el periodista alemán Peter Seewald, muy cercano a Benedicto XVI, autor del libro entrevista Luz del Mundo: “Me gustaba su estilo pontificio, que su primer acto fuera una carta a la comunidad hebrea, que retirara la tiara de su escudo, símbolo del poder terreno de la Iglesia; que en los sínodos de los obispos invitase también a hablar a los representantes de otras religiones (…). Con Benedicto XVI, por primera vez, el hombre de arriba ha participado en el debate, sin hablar de arriba abajo sino introduciendo esa colegialidad por la cual luchó en el Concilio. Corregidme, decía, cuando presentaba su libro sobre Jesús, al que no quería anunciar como un dogma ni colocar el sello de la máxima autoridad. La abolición del besamanos fue [el gesto] más difícil de llevar a cabo. Una vez tomó del brazo a un antiguo alumno que se inclinó para besarle el anillo y le dijo: ‘Comportémonos normalmente’. Tantas primeras veces. Por primera vez un Papa visitó una sinagoga alemana. Por primera vez un Papa visitó el monasterio de Martín Lutero, un acto histórico sin igual”.

¿Qué comporta la renuncia? Mucho para la Iglesia. Porque si el Papa puede dar por concluida su tarea, ¿por qué se eternizan en sus cargos tantos dirigentes (religiosos y laicos), no dispuestos a dar un paso al costado y permitir una renovación generacional? Cuando el anterior prepósito general de los jesuitas, el holandés Peter Hans Kolvenbach, le explicó al Papa su deseo de renunciar al cargo, éste lo entendió.

Para la Iglesia de Roma, posiblemente se abran nuevas instancias, que bien podrían ser nada conflictivas y hasta saludables. Es una reformulación de facto del papado, más cercano a la concepción actual y –paradójicamente– más afín con el espíritu del Evangelio; en todo caso más alejada de la mentalidad medieval y renacentista.

¿Qué perfil debería tener el próximo Papa? De las propias palabras de Benedicto XVI se desprende que una edad y una energía que no son las de él ahora. Que tendrá que apuntar al Concilio Vaticano II y luchar por la transparencia de la curia, por la integridad moral del clero, por la siempre fecunda relación entre razón y fe. Además, no podrá dejar de atender las numerosas materias pendientes en el campo de la eclesiología, la teología moral, el lugar del laicado y de la mujer en especial, la situación de los separados vueltos a casar, el celibato obligatorio, las relaciones ecuménicas e interreligiosas, el trato con los no creyentes (recuérdese el “patio de los gentiles”), la paz y la ecología, la justicia y las relaciones internacionales.

Por otro lado, si bien es cierto que aparece sobredimensionada la representación europea en el Gobierno central de la Iglesia, poco importa la nacionalidad del nuevo Papa, sino más bien su percepción de cómo llevar adelante una transformación que contemple la reformulación de la curia romana, la descentralización del Gobierno supremo, una mayor autonomía de las conferencias episcopales y un mejor ejercicio de la colegialidad, el control de las finanzas de la Santa Sede, la eventual participación del pueblo de Dios en la designación de los obispos, la formación del clero y la libertad de investigación de los teólogos y los exégetas. En cuanto a las enseñanzas sociales de la Iglesia, quizás se debería poder ofrecer el perfil de un humanismo social, que fuera aceptado por creyentes y no creyentes.

Por más que determinados gestos y palabras de Benedicto XVI hayan sido valientes y acertados, acaso la secularización no deba leerse como la pérdida de la fe ni de las prácticas religiosas sino, en todo caso, como su recomposición en contextos contemporáneos. Uno de los rasgos de esa recomposición es el debilitamiento de la autoridad eclesiástica sobre los fieles y el paralelo fortalecimiento de la iniciativa individual en la definición de las creencias y las prácticas.

En su gesto profético final, el Papa se muestra como un ser humano: se cansa, sufre, no tiene todas las respuestas y se reconoce limitado. En este sentido, Benedicto XVI se colocó en las antípodas de cualquier integrismo o fundamentalismo. Quienes han tenido ocasión de compartir con él, tanto su condición de teólogo como de pontífice, más allá de sus carencias como hombre de gobierno y de su aparente académica frialdad, destacan la profunda mirada de fe, la penetración espiritual, la delicadeza de trato, el hábito de escuchar, la claridad de pensamiento, la ponderación reflexiva, la racionalidad argumentativa y la fidelidad a la propia conciencia.

En el año 2000, en un texto publicado junto al filósofo italiano y agnóstico Paolo Flores d’Arcais, Joseph Ratzinger reivindicaba “la racionalidad del cristianismo” en los planos religioso, metafísico y moral. En el famoso diálogo con el pensador alemán Jürgen Habermas en 2004, denunciaba las patologías de una razón sin religión y de una religión sin razón, postulando su necesaria correlacionalidad. En efecto, la relación entre razón y fe ha sido también la clave hermenéutica de su pontificado.

La Iglesia post Benedicto XVI tendrá que poner el acento en la distancia que media entre la necesidad de iluminar con el mensaje evangélico según los tiempos y, de manera simultánea, conservar su nitidez, sin dejar de predicar el Evangelio y la Resurrección de Cristo (“Si la sal pierde su sabor…”).

Sugerimos leer en www.revistacriterio.com.ar los artículos publicados en el número de abril de 2005 referidos a Juan Pablo II: “El Papa puede renunciar. ¿Debe hacerlo?” y La renuncia del Papa.

15 Readers Commented

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  1. Soy actualmente un Católico, Apostólico, Romano, laico converso a los 23 años…en un encuentro como el de Pablo…He vivido desde entonces (tengo 71 ahora) y con desempeños en Formación Universitaria en la síntesis razón y la fe católica dirigiendo una Universidad Católica en Argentina por cinco mandatos entre 1960 y 1989. Desde entonces dedicado a la actividad testimonial universitaria. Aun activo como consultor de organización sistémica universitaria. Aprendí de Juan XXIII, de Juan Pablo I, de Juan Pablo II y más aún -creciendo desde mi razón-fe como síntesis- desde los testimonios (muy bien reflejados en este artículo) de Benedicto XVI. Hemos sido guiados para «Dar razón de nuestra Esperanza»

  2. martha elvira on 3 marzo, 2013

    Desde mi condición de religiosa cercana a los 80 años, he comprendido perfectamente la decisión de Benedicto XVI porque sé lo que se siente… obviamente salvadas las distancias.
    La responsabilidad,el peso de la autoridad, la visión universal,la fuerte presión diaria a que es sometido por su cargo deben ser no solo fuertes, sino me permito decir aplastantes.
    Vivo esta renuncia como un magnífico testimonio de desprendimiento , de libertad interior, de búsqueda de la paz de la oración . Es un gesto simplemente humilde y un ejemplo para todos de generosidad respecto a sus obligaciones con la Iglesia universal. Quien dirige la Iglesia es el Espíritu Santo .Todos los demás somos sus instrumentos y es ser muy ubicado el darse cuenta de cuando ya no se puede seguir ,sobre todo cuando se es consciente de que puede seguir de otra manera aportando su lucidez,su profundo conocimiento ,su experiencia de Dios.

  3. Haciendo una reflexión desde lo puramente humano, a los 68 años, y con una dificultad cardiovascular que me limita en demasia, entiendo la experiencia de Benedicto XVI como fruto de la sabiduría propia de los años, el hoy Obispo Emérito de Roma, supo leer el sabio mensaje del cuerpo que con un “no puedo más” nos marca el final del camino de nuestra posibilidad, veo como una brillante decisión el saber hacer el paso al costado justo a tiempo, porque su “incapacidad de llevar adelante la barca de la Iglesia”, según el mismo manifiesta, no dejará consecuencias en el, si en la iglesia, la sabiduría de abdicar cuando es tiempo. Gracias por el artículo, muy profundo.

  4. Holger Zenklussen on 4 marzo, 2013

    Qué maravilloso momento para vivir en plenitud…
    el deber o más alla del deber????
    «siervo inútil sólo has cumplido con tu deber»
    Benedicto XVI nos impulsa a ir más allá del deber…
    a pasar de la acción a la contemplación como ámbito supremo
    magnífico momento para cada uno de nosotros
    TETELESTAI es la palabra clave para los hombres de Dios

  5. Graciela Moranchel on 7 marzo, 2013

    Muy buen artículo. Me pregunto si, luego del estupor inicial causado por la renuncia de Benedicto XVI, los cristianos debemos responder sólo con el desconcierto. Creo que, muy por el contrario, este acto (tal vez el único verdaderamente «inspirado» por el Espíritu en su pontificado), debe llevarnos a todos a un cambio de perspectiva.
    Ante todo, seria de esperar que esta acción del Papa no nos descentre de lo esencial. Porque lo más importante no es poner la mirada sobre la Iglesia, ni sobre el Papa, ni sobre la forma de gobierno eclesial, ni sobre los cardenales o el cónclave. Esas son cosas secundarias que sin embargo están tomando demasiado nuestra atención. Lo importante es poner a Cristo en el centro, volver a Él, cada uno desde su carisma, y desde allí prestar servicios al mundo, siendo sal y luz de amor para todos.
    Los múltiples problemas institucionales de la Iglesia deberán ser reflexionados por «todos» y modificados a la luz de la Palabra de Dios, con firmeza y valentía. Pero primero es necesaria esta «vuelta al Centro» primordial, esa «conversión» de la que nos habla Jesús en los textos cuaresmales, sin la cual caemos irremediablemente en la banalidad y en la pérdida de un genuino sentido de la fe.
    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  6. Felicito a «Criterio» por tan buen análisis y expreso mi total comprensión por la decisión de Benedicto XVI.

  7. Clara I Gorostiaga on 7 marzo, 2013

    En la segunda etapa de su pontificado creo que Benedicto XVI mostró un coraje poco común:por dar la cara ante el pecado de la pedofilia y, ahora, por enfrentar los prejuicios que trajo su renuncia. Pero, sobre todo, por la valentía y la libertad interiores que implica esta decisión.

  8. Jose Cayetano on 7 marzo, 2013

    Excelente artículo!

  9. romina on 7 marzo, 2013

    El final de un ciclo es el momento del balance, de presentar las aspiraciones y los resultados logrados con sus más y sus menos. Sería muy bueno que Benedicto XVI lo hiciera y que esto no fuera un secreto vaticano.

    Así contribuiría a evitar aquello que motivo su pesar en momentos anteriores cuando dijo que se habían «multiplicado deducciones, amplificadas por algunos medios de comunicación, del todo gratuitas y que han ido más allá de los hechos, ofreciendo una imagen de la Santa Sede que no se corresponde con la realidad», ya que también según sus palabras ocurre que “los medios no se utilizan para una adecuada función de información, sino para «crear» los acontecimientos mismos”.

    Cordialmente,
    Juan Carlos Lafosse

  10. Alberto José Arias on 7 marzo, 2013

    Nuestro Papa renunció, sí, pero lo hizo porque es valiente, el más valiente entre todos. Ratzinger nos deja un legado extraordinario y, especialmente, traspasa una difícil tarea a su sucesor. Es que, pese a su dignísimo y relevante cargo y a su enorme estatura intelectual, Ratzinger no pudo llevar a cabo las innovaciones que él citaba como necesarias, encontrando muchas resistencias en diversas corporaciones, en el mismo Estado Vaticano, (nótese que no digo «Iglesia»). Los cambios que se necesitan son, a mi entender: 1) Hay que reconocer como hijos de Dios a los divorciados, vueltos a casar civilmente, que no pueden comulgar, y es deber de sus confesores asesorarlos e indagar la auténtica causa de su divorcio civil, aconsejándolos acudir a un abogado canónico. 2) Hay que atemperar las normas procesales canónicas y facilitar las nulidades matrimoniales, admitiéndolas siempre cuando se comprueba la infidelidad o el abandono de uno de los esposos. Esto debe ser necesariamente así porque nunca jamás la causal es objetiva, como mal pretende la ley civil; muchas veces las culpas son compartidas, sí, pero siempre son subjetivas; pero hay otros numerosos casos en que la culpa es de uno solo de los dos y el –o la- infiel, o el pegador o el abandónico, se ven favorecidos en la ley civil y el no-culpable no encuentra solución en la ley canónica, porque los Cánones 1095/1098 establecen la sola nulidad por la causal ab-initio. Esto es incorrecto porque el que quiebra su juramento de fidelidad, o el que comienza a golpear sistemáticamente a su cónyuge o el que lo abandona a su suerte, no es la misma persona que se unió sacramentalmente en un consorcio permanente entre un varón y una mujer y su unión debe anularse por haber fallado el consentimiento (C. 1096). 3) No hay que abandonar a los niños, porque son todos iguales, los que nuestra Iglesia llama legítimos y todos los restantes también; hay que dejar de estigmatizarlos llamándolos «ilegítimos» o “espurios”, como si estuviesen lejos de Dios, (Cánones 1139 y cc.), porque somos todos iguales (Catecismo, 872, “Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo»); es decir, no hay que legitimarlos posteriormente a su nacimiento -como es cierto que se ofrece en el nuevo Código de Derecho Canónico- sino considerarlos a todos en un mismo nivel de hijos de Dios desde el instante de su bautismo, porque todos tienen un mismo nivel en la gracia de Dios, Nuestro Señor. Alberto José Arias.

  11. guillermo Rocca on 8 marzo, 2013

    Esperaba el comentario de «Criterio» sobre el tema, porque frente a tantos comentarios superficiales y muchas veces malintencionados, era necesaria una reflexión profunda sobre un tema tan importante. Los felicito por la claridad y la seriedad del análisis. Me permito, sólo, señalar un acto de Benedicto XVI, que a mi criterio abrió un camino fundamental para la Iglesia actual: que fue la convocatoria al Sínodo de la Nueva Evangelización. Porque, por un lado puso en evidencia la dificultad del mensaje único y universal y porque también puso en funcionamiento el colegiado de los obispos de todos los continentes. Son momentos de cambio, de crisis y de crecimiento. Por lo tanto, creo, que más que nunca, hay que confiar en la guía del Espíritu Santo en el Cónclave.

  12. Mercedes Mezzadri on 11 marzo, 2013

    Muchas gracias por este artículo, muy bueno

  13. Hugo Veinticcinque on 17 marzo, 2013

    Es muy …importante este análisis ya que se cumple lo eclesiástico que nos enseña a discernir el final de los tiempos. Es claro que éste Papa sabía que su misión estaba cumplida y la debilidad física signo de cansancio le permite tomar esta decisión sabiendo de las críticas y los playo de los análisis que vendrían. El sin embargo confió en Dios….y espera en su su sucesor.

  14. Jose Ramon Guevara on 21 marzo, 2013

    Excelente artículo. No puedo quitar ni agregar nada a la ponderación de quienes me preceden en sus comentarios.

  15. driving school ottawa on 10 agosto, 2013

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