desarollo-rural-tamaulipasReflexiones a partir del Congreso internacional sobre la vida rural realizado en Roma en 2012. “El hambre y la inseguridad alimentaria son un escándalo y un insulto a Dios nuestro creador y a sus pobres hijas e hijos”. La cita pertenece al papa Benedicto XVI y fue recordada por el cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, en la inauguración del Congreso mundial sobre la vida rural, organizado por el International Center for development oriented Research in Agriculture (ICRA) en Roma. Asistir al Congreso fue una oportunidad única ya que he dedicado gran parte de mi vida profesional al desarrollo agrícola argentino. Además de reconocer la problemática del hambre en el mundo, me permitió apreciar desde esa perspectiva la posición privilegiada de la Argentina como proveedor de alimentos.

El foco del Congreso fue la familia rural, lo cual introduce y destaca el factor humano dentro de la problemática productiva. Turkson insistió en que el desarrollo sustentable de los países pobres requiere un sostenido esfuerzo en al menos tres ejes complementarios: aporte de capital y tecnología para el incremento cuantitativo y cualitativo de la producción, participación e involucramiento de las poblaciones locales y cuidado del medio ambiente. Estos objetivos interdependientes exigen articular acciones y marcos regulatorios, tanto de carácter nacional como continental, ya que exceden los marcos y estímulos del mercado. Todo un desafío  planteado por un cardenal que nació y vive en África, un continente con el mayor porcentaje de familias campesinas pobres, que pasan hambre, a pesar de que muchos de sus países tienen un alto potencial de producción de alimentos, todavía no explotado.
La agricultura mundial está sujeta a cambios profundos y a la vez provoca importantes transformaciones. La necesidad de abastecer a una población que en el año 2050 será de 9.000 millones significará proveer el doble de alimentos que los actuales. Y no será un crecimiento lineal, debido a la mejora en la dieta de una amplia clase media que se incorpora a la vida urbana, como ya se verifica en los últimos años, principalmente en Asia y América latina. Cabe destacar que no menos del 50% del aumento requerido de  producción hasta 2050 será para atender el consumo incremental de los países emergentes.

Por otra parte, la agricultura tiene hoy otras demandas que compiten con los alimentos, como es la producción de biomasa para energía y otras restricciones que la afectan tales como el cambio climático, la disponibilidad del agua potable y el deterioro de los suelos, particularmente frente a la competencia que significa su disponibilidad por el crecimiento de las grandes ciudades. Son desafíos que se dan en forma simultánea en un mundo globalizado, donde se aceleran los cambios, los estímulos del mercado son insuficientes, las soluciones regionales no bastan y los organismos internacionales tienen dificultades para adaptarse a la nueva realidad.

Diferencias entre regiones

La agricultura comenzó en el mundo en las zonas templadas, como nuestra pradera pampeana, donde es más sencillo producir. El avance de la agricultura en los últimos años ha sido extraordinario y se debe, principalmente, a la incorporación productiva de  zonas subtropicales. La tecnología con mayor aporte de capital permitió transformar bosques y suelos ácidos con exceso de lluvia y altas temperaturas en zonas productivas. En Latinoamérica, Brasil es el país que lideró y continúa haciéndolo. Pero este desarrollo sólo pudo realizarse por el incremento significativo y generalizado en el precio de los granos. Como contrapartida, provocó serios problemas en el medio ambiente y en muchos casos desplazamientos de las familias rurales hacia las grandes ciudades.

El desarrollo agrícola es distinto en cada país en función de su cultura, densidad de población, situación política, medio ambiente y potencial de producción. No es comparable el desarrollo de la agricultura china, país comunista, con el de la India, país democrático, aún teniendo ambos altísima densidad de población. Muchos de  los países africanos, al sur del Sahara, tienen alto potencial de producción, todavía no desarrollado, con familias campesinas pobres que subsisten importando la mayoría de sus alimentos. Rusia y Ucrania también tiene alto potencial, pero después de tantos años de comunismo les cuesta ser eficientes, en parte por la dificultad de adaptación al nuevo orden de miles de familias campesinas que antes formaban parte de poco eficientes cooperativas rurales. Lejos de esta situación se encuentran los productores de Europa Occidental, los Estados Unidos y  Canadá.  Y Latinoamérica presenta situaciones distintas entre sus países.
Más allá de estas enormes diferencias, los grandes desafíos que plantea el desarrollo agrícola sustentable están presentes en todos los países. Y aunque hoy se producen suficientes alimentos para abastecer a la población mundial, aún sufren hambre habitantes de vastas regiones del mundo, particularmente en África, porque no se ha resuelto eficientemente la logística y la distribución. Resulta claro que los grandes temas de la producción y distribución de alimentos, crecimiento de la producción y desarrollo de la familia rural no pueden quedar librados a las señales del mercado y trascienden por su naturaleza las fronteras.

Actores involucrados

Los gobiernos son los primeros responsables de crear instituciones que velen por el bien común y fomenten el desarrollo agrícola sustentable. Pero la amplitud del desafío requiere también el concurso de los organismos internacionales, con la potestad de hacer cumplir las regulaciones necesarias para resolver las asimetrías regionales y apostar al bien común de la población actual y futura.

El aporte de la Iglesia en este sentido ha sido muy importante. No sólo por los miles de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos con las familias campesinas, sino por sus documentos, que han ido orientando a los cristianos y a todas las personas comprometidas con el bien común. Resultan iluminadoras las reflexiones de Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate (N°27), que sintetizan admirablemente el espíritu de las reflexiones del Congreso: “El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional. El problema de la inseguridad alimentaria debe ser planteado en una perspectiva de largo plazo, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socioeconómicos que se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar, para asegurar así también su sostenibilidad a largo plazo. Todo eso ha de llevarse a cabo implicando a las comunidades locales en las opciones y decisiones referentes a la tierra de cultivo. En esta perspectiva, podría ser útil tener en cuenta las nuevas fronteras que se han abierto en el empleo correcto de las técnicas de producción agrícola tradicional, así como las más innovadoras, en el caso de que éstas hayan sido reconocidas, tras una adecuada verificación, convenientes, respetuosas del ambiente y atentas a las poblaciones más desfavorecidas…”.

Las posibilidades argentinas

En comparación al resto, en la Argentina contamos con alta capacidad de producción no sólo en la pradera pampeana sino también en el norte y en las economías regionales. Tenemos todas las posibilidades para, además de incrementar la producción, cuidar el medio ambiente y ampliar el desarrollo de la agroindustria, pudiendo alimentar a todos los argentinos y exportar alimentos elaborados de primera calidad para una población 9 ó 10 veces superior a la nuestra.

El crecimiento de nuestra pradera pampeana se ha dado con el trabajo conjunto de una vasta red de pymes, que se entrecruzan y producen en forma muy eficiente. Me refiero a los productores, a los contratistas rurales, contratistas de cosecha, empresas proveedoras de insumos, acopios, empresas fumigadoras, de logística, etc. Nuestro desafío es replicarlo en el norte del país, incorporando y acompañando a las familias campesinas para que ellas también sean artífices del desarrollo, propiciando su permanencia en los pueblos de origen. Otra riqueza que debemos exportar es nuestro desarrollo tecnológico. Estoy seguro de que nuestra forma de producción y conocimientos pueden ser muy útiles para el desarrollo de otros países, especialmente en África.

El autor es miembro de la Comisión de Justicia y Paz del Episcopado.

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