Alejadas de la permanencia en las carteleras porteñas que supieron tener durante los ’60, las cinematografías checa y polaca gozan sin embargo de gran vigencia. El cine, sin embargo, enfrenta nuevos desafíos ante el desarrollo del mundo on-line. El lector memorioso recordará que en otro tiempo Buenos Aires contaba con el indudable privilegio de exhibir cinematografías de, prácticamente, todo el mundo. Así, junto con el cine de Hollywood, se alternaban en las pantallas los nombres fundamentales del cine italiano, francés, alemán y español. También el cine mexicano, japonés, y de manera singularmente poderosa, el que conformaba el antiguo bloque soviético con Rusia, Polonia y Checoslovaquia como sus máximos exponentes aunque, de tanto en tanto, también brillaba alguna gema proveniente de Hungría o Bulgaria, como la inolvidable Cuerno de cabra de Metodi Andonov. Pero en diferentes momentos, dadas las sucesivas restricciones a la libertad de expresión y con una economía en caída libre, esos contactos fueron espaciándose. Si embargo, no significa que estos países olvidaran la producción que los hizo célebres, aunque la apertura democrática no haya derivado en una sostenida difusión en el plano internacional merced a una lógica extrema dentro de las leyes del libre mercado. En tiempos donde el arte resigna su sitial en favor de las denominadas industrias culturales, el cine refuerza su condición de mercancía. O como anota inteligentemente Régis Debray en su Vida y muerte de la imagen: “En cuanto el deseo suplanta a la necesidad y la mercancía alcanza su ‘estadio estético’, creativos y creadores se fusionan. Arte y publicidad libran el mismo combate. Aquí, la promoción de la obra se convierte en la obra, el arte es la operación de su publicidad”. Aciagos tiempos que confirman una decadencia cultural.
Una experiencia singular desarrollada en los festivales de Gdynia, en Polonia, y en Uherské Hradiště, en Chequia, empero permiten ciertas esperanzas: hoy el cine de estos países es tan importante como lo fue en aquellos dorados sesenta, incluso sin olvidarse de los veteranos maestros. En la última edición del Festival de Cine de Karlovy Vary, su director artístico Karel Och lo confirmaba al referirse a la proyección de ¡Al fuego, bomberos!, clásico de Miloš Forman: “Fue una de las más frescas de todo el festival de Karlovy Vary. Y la tenía en mente al comparar las películas clásicas con las contemporáneas. Este proyecto de rescatar clásicos del cine checo lo hacemos por segundo año consecutivo en el festival, antes fue Marketa Lazarová de František Vláčil. Lo bueno es que de esta forma los jóvenes pueden verla con extraordinaria calidad y seguramente, muchos, por primera vez”.
En la polaca ciudad de Gdynia, que visitamos en 2011, tiene lugar un festival dedicado al cine de su país que permite conocer a esa brillante producción. El reciente estreno de El molino y la cruz, de Lech Majewski –ver CRITERIO Nº 2383– confirma la actualidad de un cine que contiene la fresca labor de jóvenes realizadores junto con la activa presencia de quienes hicieron escuela: hace tan sólo unos meses Agnieszka Holland conseguía una nueva nominación al Oscar por su contundente In Darkness, vista aquí sólo en el Festival de Mar del Plata. En ese entonces, Andrzej Wajda estaba por iniciar el rodaje de una película sobre Lech Wałęsa, a la sazón, vecino de Gdynia en la ciudad de Gdańsk que junto con Sopot conforma el triolet polaco de cara al mar Báltico. Otra película injustamente olvidada por el público en su estreno argentino puede verse en formato hogareño. Tiene la firma del no menos maduro Jerzy Skolimowski, quien con Essential Killing entrega una obra de gran vuelo cinematográfico y profunda densidad temática, al adentrarse en el ambiente que devuelve a un hombre al estado de naturaleza hobbesiano.
Pero esta importante, aunque frágil, presencia de cinematografías distantes, también se encuentra bajo la constante amenaza de Internet, que en un doble juego permite conocer mucho de aquello que nunca podrá verse aunque, asimismo, facilite la piratería de lo sí puede conocerse en salas que no escapan a su propia reconversión. Al respecto, Och señala: “Estamos preparándonos para la llegada definitiva del cine digital. En comparación con el año pasado hemos tenido un 500% más de copias en digital. En el futuro la multiplicidad de formatos nos traerá muchos problemas a todos”.
A todo este Estado transitorio alude un libro reciente de Lorena Cancela y desde su título nos explica esta mutación: “El cine esta perdiendo así una de sus virtudes: la de ser, como lo definió Paul Virilio, una ‘iluminación pública’”. Añade la autora: “No es menos cierto que en algunos casos las nuevas tecnologías acentúan el hecho de dudas frente a las certezas que pueden darnos las imágenes”. En Uherské Hradiště, los jóvenes acampan con sus carpas convirtiendo a ese festival en una suerte de Woodstock de películas. Cambia, todo cambia, pero no todo está perdido.
El autor es Diseñador de Imagen y Sonido por la UBA y becario en estudios eslavos por la Universidad Carolina de Praga.