Entrevista al español Andrés Torres Queiruga, profesor de Teología en el Instituto Teológico Compostelano y de Filosofía de la religión en la Universidad de Santiago de Compostela, a propósito de la Notificación de los obispos españoles en la que le señalan que su teología no es conforme a la doctrina oficial de la Iglesia y siembra confusión entre los fieles.–¿Qué sintió al recibir la notificación sobre algunas obras suyas de parte de la Comisión episcopal española para la doctrina de la fe?
–Tristeza, porque abrigaba una pequeña esperanza de que en el último momento se abriese un plazo para un verdadero diálogo teológico. Tristeza también por un procedimiento que se ha hecho no sólo sin suficiente seriedad teológica sino sin esa sensibilidad humana y fraternidad eclesial que debe caracterizar las relaciones dentro de la Iglesia.
–El texto dice que ha habido un diálogo amplio con usted, ¿es cierto?
–Eso es lo más triste del caso. Según se me ha informado, el procedimiento empezó en 1998 y hasta 2012 no se ha buscado ningún tipo de diálogo conmigo. Al final, mediante una llamada de mi arzobispo, se me informa de que está ya apunto de ser publicada la notificación y, gracias a su insistencia, se habla por primera vez de un posible diálogo, preguntándome si yo estaba dispuesto. Contesté que lo deseaba con interés. Una llamada telefónica del Presidente de la Comisión para la Doctrina de la Fe llevó al acuerdo de un encuentro, que se celebraría la víspera de la reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, donde se iba a proponer la aprobación del documento. Se me dijo además que la decisión de publicarlo ya estaba tomada y que sólo cabría hacer matizaciones o aclaraciones de detalle. Acepté a pesar de todo.Pero al día siguiente, dándome cuenta de que, en definitiva, eso podía quedar en un trámite para legitimar el procedimiento, escribí una larga carta al Presidente. En ella le decía que debíamos aprovechar la ocasión para tomar en toda su seriedad una situación en la que se jugaba con el honor de un teólogo dedicado toda su vida a la teología y con el prestigio de su obra. Empezaba recordando que no se trataba de examinar coincidencias o discrepancias en teología, pues eso pertenece al legítimo pluralismo teológico, sino de ver si en mi teología había algo que directamente lesionase la fe de la Iglesia o que con argumentos serios y contrastados implicase esa lesión. E insistía sobre todo en dos condiciones para un diálogo justo: que los participantes estudiasen en serio el tratamiento de los problemas en mi obra y que todos buscásemos la verdad y sólo la verdad. Le pedía incluso que al comienzo manifestásemos –yo el primero– de modo expreso ante Dios que queríamos cumplirlas, y que, si no era posible por falta de tiempo, se podría aplazar la reunión. La reunión se dio el día señalado, con la asistencia del Presidente, un obispo de la comisión, un teólogo invitado y el secretario. Duró unas dos horas y el tono fue cordial: se hicieron algunas aclaraciones y se constataron algunas diferencias entre mis explicaciones teológicas y manifestaciones del magisterio ordinario. El teólogo reconoció expresamente que en su opinión todo estaba dentro del legítimo pluralismo de la teología actual. Mi sorpresa fue recibir a los pocos días una carta del Presidente diciéndome que durante la reunión “descubrimos que algunas de sus propuestas teológicas son incompatibles con la fe de la Iglesia católica, tal como ésta ha sido legítimamente formulada por su Magisterio auténtico”.
– Bajo severa crítica está el punto de partida de su vasta publicación teológica: el nuevo paradigma para reformular el dogma. ¿Que entiende por reformular?
–La utilización que el documento hace de “nuevo paradigma” no deja de ser curiosa, como si fuese un invento mío y no algo de uso muy extendido. Pero es verdad que mi pensamiento está muy determinado por la convicción de que el cambio operado por la Modernidad –al que Jaspers atribuía un rango semejante a los acontecidos con el paso al Neolítico o con el “tiempo eje”– es tan radical que, como dijera Paul Tillich, ha “conmovido los cimientos”. No se trata de acomodarse sin más a la Modernidad, sino de reconocer lo que en ella constituye avance irreversible. En concreto, el punto central es para mí el descubrimiento de la “autonomía” de la creación. Algo que el Vaticano II no sólo reconoce sino que lo proclama con extraña solemnidad, afirmando que tenerla en cuenta constituye una exigencia “absolutamente legítima” tanto en lo referente a las “cosas creadas” como a la “sociedad misma”. Lo único que pide es que eso no lleve a desvincularla de su dependencia y referencia al Creador.Personalmente estoy convencido de que, si no logramos ese equilibrio, la fe resulta incomprensible para la cultura actual; y que para los hombres y las mujeres de hoy Dios acaba apareciendo como enemigo de su libertad y su realización, según decía el primer ateísmo, o como algo indiferente e invisible. Esta preocupación decide el núcleo más vivo y fundamental de mi teología, que por eso se mueve siempre entre dos polos: “repensar” los conceptos de la teología, desde el reconocimiento de la autonomía de las criaturas, y “recuperar” la experiencia originaria, haciendo patente su constitutiva relación con Dios. La “reformulación” es una consecuencia. La idea de la creación-por-amor se me hecho cada vez más viva y esencial, casi como un axioma radical para la comprensión actual de la fe. Ella permite respetar la autonomía, no sólo alejándose del deísmo clásico del Dios arquitecto o relojero que, creado el mundo, se retira a su cielo, sino también del “deísmo intervencionista”, tan incrustado en el imaginario piadoso y aun teológico. Me refiero a la imagen de un Dios que está en el cielo, pero que interviene de vez en cuando o bien de modo espectacular con milagros o de modo más o menos oculto cuando acude en nuestra ayuda porque se lo pedimos o lo movemos a compasión con nuestras súplicas y sacrificios. Hablo del “imaginario”, por eso soy consciente de que estoy incurriendo en cierta caricatura; pero creo que es preciso llamar la atención sobre ello, porque aquí radica una de las tareas más urgentes para una teología y una piedad actualizadas.La creación-por-amor nos orienta hacia el Dios que, creándonos y sustentándonos, está habitando y promoviendo con amor incansable –“mi Padre trabaja siempre”–. Es el Dios de Jesús, que no precisa entrar en el mundo para intervenir porque está siempre dentro y activo, moviendo el mundo a través de sus leyes y solicitando sin cesar nuestra libertad para dejarnos ser y realizar por Él, acogiendo su llamada y prolongando su creación: “Estoy a la puerta y llamo”.
–Lo acusan de haber distorsionado siete elementos de la fe de la Iglesia. Partamos del primero: la relación entre el mundo y el Creador. ¿Qué deformaciones encuentra la Comisión?
–Ahí está el equívoco que considero fatal. La hermenéutica empleada en el documento no es satisfactoria, por no calificarla de gravemente deficiente. No sólo tiene en cuenta únicamente una parte pequeña de la obra, sino que la interpreta desde una perspectiva ajena a la misma: desde un imaginario más bien extrínseco e “intervencionista”. Mi teología habla del Dios que nos está creando por amor; pero la Notificaciónla interpreta a veces como si yo lo presentase como lejano y pasivo; y otras como no suficientemente distinto del mundo; esta es la primera vez que alguien me interpreta así, y confieso que me resulta incomprensible. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que me encuentro entre los teólogos que más tiempo y más esfuerzo reflexivo han dedicado a esclarecer la relación Creador-criatura (mi libro Recuperar la creación es sólo una muestra), como a fundamentar epistemológica y ontológicamente la necesidad de afirmar el carácter estrictamente personal de Dios. Dios como Abbá constituye un leit-motiv de toda mi teología e insisto en que perder o disminuir el carácter personal de Dios representaría una pérdida irreparable no sólo para el cristianismo sino para las religiones orientales y para la humanidad.
–También le cuestionan la relación entre naturaleza y gracia, entre creación y salvación. ¿Qué pensamiento es el que no coincidiría con la doctrina de la Iglesia?
–Si atendemos a la experiencia radical que todos buscamos esclarecer, me parece simplemente falso. Si atendemos a su repensamiento, es claro que propongo una comprensión nueva, centrada en la creación-por-amor, que ve toda la creación como un acto amoroso de Dios, que nos ampara y promueve desde el nacimiento a la muerte, desde el comienzo de la historia hasta su final. Los conceptos “creación” y “salvación” son distintos. Pero desde la discusión teológica suscitada por la obra de H. de Lubac, para una teología actualizada, debiera estar claro que reflejan la misma realidad.En este sentido, más importante es la necesidad de aprovecharla discusión para repensar el esquema de la historia de la salvación. En la imaginación colectiva se ha incrustado una sucesión que hoy induce efectos terribles, acaso irreparables, para la fe de muchas personas: creación en un paraíso – pecado de los primeros padres – terrible castigo divino para los miles de millones de sus sucesores inocentes – perdón mediante el sacrificio reparador de la cruz -tiempo de la Iglesia – desembocadura escatológica con premio o castigo. Sé que estoy simplificando, pero es difícil negar la eficacia terrible de ese esquema, que hace ver el mal como un castigo divino y un mundo que, si Dios quisiese, podría ser un paraíso. Esto enlaza con el duro problema al que he dedicado mi último libro, titulado Repensar el mal, porque creo que este problema, si continúa mal resuelto –un Dios que podría pero no quiere evitar el mal del mundo– puede envenenar nuestra imagen del verdadero Dios anunciado por Jesús.En cuanto al esquema aludido, ya desde san Ireneo la tradición dispone de una visión más acorde con el auténtico dinamismo de la revelación bíblica: creación por amor de una criatura inevitablemente imperfecta – crecimiento en la historia, que es constitutivamente historia de pecado humano y de incansable gracia divina (esto quiere enseñar la doctrina del “pecado original” y la inmediata promesa de salvación) – culminación en Cristo de la historia de revelación, gracia y salvación – vida de la Iglesia – esperanza escatológica.
–La Comisión también rechaza su interpretación del concepto de Revelación, que usted no entiende como algo “dictado” sino más bien como un “caer en la cuenta” de lo que ya está en la persona. ¿Por qué?
–Ha sido mi primer intento serio de conjugar la autonomía, en este caso la de la subjetividad humana, con su constitutiva referencia a Dios. Por eso distingo dos momentos fundamentales (que tal vez por mi culpa no todos los intérpretes han percibido bien).El primero es la experiencia originaria, el primer descubrimiento por el “profeta” (todas las personas que han hecho avanzar la revelación en la historia). Partiendo del Dios que, creándonos por amor, está siempre tratando de dársenos a conocer (¿no lo hacen todos los padres con sus hijos e hijas?), me parecen claras dos cosas: 1) que Dios está siempre y con todo su amor tratando de manifestársenos, para que todo hombre y toda mujer, toda cultura y toda religión, descubran su presencia y comprendan lo que Él es y quiere ser para nosotros; y 2) que los límites, oscuridades, errores o malas interpretaciones no dependen de que Dios se oculte o no quiera revelarse, sino que son consecuencia inevitable de la limitación humana, sea porque no podemos, sea porque no queremos (la “dura cerviz” de que a veces habla la Biblia). Por fortuna, de vez en cuando alguna persona, por circunstancias externas o cualidades internas, “cae en la cuenta” de lo que Dios, en su amor irrestricto, está tratando de manifestar a todos, y se produce la “revelación”: “El Señor estaba aquí y yo no lo sabía”, exclamó Jacob “despertando del sueño” (obsérvese el simbolismo). Cuando la Biblia se lee en esta perspectiva, resulta maravilloso ver cómo se van produciendo los grandes descubrimientos. Y obsérvese que esto no “reduce” la revelación a un mero proceso encerrado en la inmanencia humana (como me atribuye la Notificación), sino todo lo contrario. No se descubre a un Dios que está quieto o a quien se sorprende cuando trataba de esconderse. Se “cae en la cuenta” de la llamada insistente de Alguien que no tiene otro interés que manifestarnos su amor y animarnos a acoger su salvación. Lo descubrimos porque, y sólo porque, Dios está manifestándosenos y dándonos la capacidad de comprenderlo en la medida en que lo permite nuestra limitación o no lo impide nuestra resistencia. Por eso la revelación auténtica es vivida y percibida como gracia y respuesta a una iniciativa divina: como “palabra de Dios”.Desde aquí se abre el segundo momento: el de la acogida libre y responsable de la revelaciónuna vez acontecida. Ahora resulta más fácilmente comprensible, porque en realidad responde a una estructura universal de nuestra comprensión. Siempre el descubrimiento primero es difícil y acontece en una persona o una circunstancia muy determinada. Pero cuando sucede y es comunicado a los demás, entonces todos pueden de alguna manera percibirlo por sí mismos. Todos los físicos veían caer manzanas, pero Newton fue el primero en “caer en la cuenta” de que ahí se anunciaba la gravitación universal. Cuando lo publicó, todos pudieron verlo, y verlo por sí mismos: aceptaron la gravitación gracias a que se lo dijo Newton, pero ya no simplemente porque se lo dijo él, sino porque ahora ya la veían ellos por sí mismos. ¿No es esto lo que los samaritanos dijeron a la Samaritana: “No creemos por tus palabras, porque nosotros mismos lo hemos escuchado”? (Jn 4,42). Pues bien, acudiendo a Sócrates, quien afirmaba que igual que su madre con las parturientas –maia, comadrona, practicadora de la maieutikétechne– tampoco él introducía las ideas en sus oyentes, sino que los ayudaba a darlas a luz. Creo que comprender el anuncio revelador como una mayéutica constituye la mejor manera de explicar su carácter potencialmente universal y la posibilidad de acogerlo sin romper la justa autonomía humana, evitando convertirlo en simple fideísmo o asylumignorantiae (Pannenberg).Dios está sustentando, habitando y agraciando a todos con el mismo amor que al profeta: este no descubre algo que Dios sólo quiere manifestarle a él, sino a todos igual que a él. A la humanidad le costó mucho, y sigue costándole, comprender que Dios no es una presencia que controla, juzga y condena; pero cuando Jesús en la parábola insuperable del Hijo Pródigo supo escuchar lo que real y verdaderamente Dios estaba tratando de decirnos en su presencia viva y amorosa, también nosotros podemos “verlo”, comprender que es así, que eso es lo que nos está manifestando a través de nuestro ser más íntimo y nuestra humanidad más auténtica, que no podía ser de otra manera, si Él es amor y su misericordia es infinitamente superior a la nuestra (“porque yo soy Dios y no hombre”). Para no caer en fácil idealismo, conviene añadir que el proceso puede ser muy difícil e incluso fracasar: podemos no verlo, podemos resistirnos o dudar entre interpretaciones alternativas. Sucedió también entonces y sucederá siempre: lo importante es que la oferta no coloca al oyente ante un salto ciego o una imposición autoritaria (recuérdese el reproche de Bonhöffer a Barth: “come, pájaro, o muere”), sino ante una propuesta “verificable” (dentro, claro está, del modo especifico de verificación que le corresponde).Pero es preciso todavía concretar algo muy importante: se trata de mayéutica histórica. Basta con pensar que en la revelación Dios está activamente presente creándonos por amor, promocionando nuestro ser y ayudándonos a realizarlo hacia su posible plenitud, para comprender que se trata de la llamada hacia adelante, del anuncio de lo nuevo, de un auténtico “nuevo nacimiento”. Todo esto está dicho con más claridad y mucha más extensión en mi libro Repensar la revelación. Por eso considero totalmente infundado el temor de la Notificación a que esta visión pueda llevar a la negación de que Dios “establezca una relación viva con el hombre en la historia, en la que cabe una Revelación de Dios con nuevas palabras y obras que culmina en la Encarnación”.
– La Comisión además señala que la propuesta del llamado “pluralismo asimétrico” para comprender la relación del cristianismo con las otras religiones no está conforme con la doctrina expresada, por ejemplo, en la DominusIesus.
–En cuanto a la teología subyacente, debo reconocer que la coincidencia no es exacta. Pero tomada en la perspectiva desde que la propongo –Dios que crea por amor y nuevo concepto de revelación– mi teología expresa íntegramente la misma fe que quiere defender la Instrucción papal. Hay que tener en cuenta además que la categoría de “pluralismo asimétrico” forma red con otras dos –inreligionación y teocentrismo jesuánico– en cuya relación se aclara y completa su significado. Si Dios ama con idéntico e infinito amor sin “acepción de personas”, y si a todos quiere revelar su amor de Abbá, padre-madre, me parece que debemos admitir que toda captación viva y concreta de su presencia es revelación real, en la justa medida en que es acertada. Por eso la revelación es un proceso histórico, que va purificándose y profundizándose. De hecho, observarlo en la misma Biblia, desde las primeras tradiciones y los primeros escritos del Antiguo Testamento hasta su culminación en Jesús el Cristo constituye uno de los estudios más apasionantes. En su contexto y en su medida, en cada religión se realiza un proceso semejante. Por eso hay verdad en todas ellas, como expresamente reconoció el Concilio, y por tanto también revelación, aunque el Concilio no llegó a usar para ellas esta palabra. En este preciso sentido, todas las religiones son verdaderas: esa es la verdad del pluralismo. Pero, dicho esto, un mínimo de realismo histórico muestra que no todas son ni pueden ser igualmente verdaderas. De ahí la propuesta de pluralismo asimétrico. Yo respeto la convicción de los creyentes de otras religiones, pero creo que lo revelado en todo el destino de Jesús de Nazaret es, dentro de la historia, lo definitivo e incluso insuperable.Claro que esta enorme afirmación no puede ser una presunción apriórica, sino una constatación modesta y a posteriori, es decir, a la que se llega –o puede llegarse– comparando en lo posible la visión que las distintas religiones ofrecen de Dios y a su luz, del destino humano. Personalmente, igual que lo pensó la tradición cristiana desde el mismo Nuevo Testamento, creo tener motivos suficientes para poder hacer esa afirmación. Ese es el sentido de la calificación de “asimétrico”. En mi opinión y siempre que se parta de una lógica de la gratuidad, donde lo que se descubre en una religión pertenece a todas por igual y sin privilegio de ningún tipo, esta visión hace posible conjuntar, por un lado, la confesión de Jesús como el Cristo –a eso alude el “teocentrismo jesuánico”– y, por otro, el respeto y la colaboración fraternal con las demás religiones. Añado que en el encuentro no se trata de substituir, sino de compartir, ofreciendo lo que se tiene para que, si así se acepta, pueda ser incorporado como enriquecimiento o purificación de la propia religión. Ese es el significado de la “inreligionación”, que quiere completar el de inculturación, para evitar el peligro de respetar la cultura pero sustituir la religión. Dado que en su realización histórica la plenitud revelada en Cristo está siempre en construcción, también el cristianismo se enriquece en el diálogo. Hay un ecumenismo en acto, más real y más rico que el teórico de los congresos, apreciación en la que por cierto se mostraba concorde el cardenal Martini la única ocasión en que tuve la suerte de charlar con él en nuestra ciudad de Compostela.
–Puede haber sido coincidencia, pero recibió la Notificación el viernes de pasión. La Resurrección constituye desde hace algunos años el centro de su investigación teológica, desarrollada al profundizar en los estudios de grandes exegetas. La Comisión tampoco acepta sus posiciones en este tema.
–Pienso que la fecha fue elegida, con cierta prisa estratégica, para aprovechar la dispersión de la gente en Semana Santa. Pero es cierto que el tema de la resurrección preocupa a la Comisión. En realidad, en este punto, tan central, es donde más claro aparece el equívoco que está en el fondo de su reacción: la confusión entre fe y teología, entre lo que es la confesión común y lo que son las distintas teorías teológicas. El documento reconoce expresamente que confieso y mantengo “que Jesús no había quedado anulado por la muerte, sino que él mismo en persona seguía vivo y presente, aunque en un nuevo modo de existencia”. Es obvio que esto debería bastar para eliminar toda sospecha en materia de fe, y en el libroRepensar la resurrección distingo claramente las dos partes: la primera referida a la confesión y la segunda al proponer una interpretación teológica, con la advertencia expresa de que todo lo que en esta parte se dice es una opinión teológica, discutible como todas, y que por eso mismo en modo alguno pretende cuestionar la fe confesada en la primera. Pero la Notificación, desde el presupuesto continuado de identificar la fe con su teología implícita, ve amenaza o negación de la fe común en cuanto aparece discrepancia con su teología. Y recuérdese que al comienzo deja ver cuál es esta teología al dar por supuesta su concepción: “la resurrección de Jesucristo como milagro susceptible de pruebas empíricas”. Y la norma con la que miden mi posición es el Catecismo de la Iglesia católica, continuando así con la confusa mezcla del juego lingüístico catequético con el estrictamente teológico.La preocupación se centra en los problemas de las apariciones, del sepulcro vacío y de la resurrección en la muerte. No es posible alargarse en el detalle.En cuanto a las apariciones, mi insistencia está en el carácter transcendente del Resucitado, ya exaltado a la Gloria; carácter que lo sitúa por encima de las leyes del espacio-tiempo. La consecuencia que entonces me parece correcta y coherente es que alguien que puede estar en cualquier sitio del planeta donde dos o tres se reúnen en su nombre, que se hace presente en una eucaristía celebrada en el corazón de África y en un trabajo por la justicia en Manhattan, no puede resultar accesible a nuestros sentidos, que responden a estímulos físicos. Más aun: creo que postular apariciones empíricas –sólo de ellas hablo– para asegurar la objetividad y realidad de la resurrección, lejos de asegurar su verificabilidad específica la hace imposible, pues implícitamente incurre en la “falacia empirista” de exigir pruebas físicas para una realidad trascendente. Esto se ve claro cuando se habla de la existencia de Dios (a cuya Gloria pertenece ya el Resucitado): recuérdese el famoso Júpiter tonante cuya aparición empíricamente registrable Hanson creía necesaria para creer. En otro lugar lo expreso así: Exigir pruebas físicas […] sería epistemológicamente tan incorrecto como exigirlas para la existencia de Dios; ontológicamente contradiría su presencia universal al espacio y a la historia; y teológicamente “sería grotesco llegar así a la consecuencia insoslayable de que los primeros que anunciaron la fe no creyeron, pues mediante el ver se les dispensó de la fe” (Kasper, Jesús, el Cristo,Salamanca 1976, 173).La cuestión de la tumba vacía hoy es considerada por muchos teólogos como sin conexión intrínseca con la fe en la resurrección. Me parece que la lectura de las citas que aduce la misma Notificación muestra que mi opinión –no certeza dogmática– resulta más coherente con el misterio y evita dificultades de muy difícil solución de otra manera, sobre todo la extraña situación de tres días en que existe un cadáver mientras Cristo está vivo y que en la mañana del tercer día ¿ese cadáver desaparece, es transformado en algo no físico, es aniquilado…?En cambio, siguiendo la sugerencia joánica de la “exaltación” (hýpsosis) en la cruz, del “morir hacia el interior de Dios” –aludido por Rahner y Küng– todo cobra coherencia: resurrección como exaltación y glorificación, revelación y fundamentación definitiva para la fe de que el “Dios de vivos” nos acoge a todos en nuestra muerte y que ha estado acogiendo desde siempre a todos sus hijos e hijas. ¿Tiene sentido pensar que Dios ha estado esperando cientos de miles de años para empezar a resucitar sólo a Jesús en el año 30, y esperar después hasta el fin del mundo para resucitar a todos? Creo que, al menos como propuesta teológica, que no pretende imponerse a nadie, todo esto merece ser considerado, dialogado y discutido.
–Los dos últimos puntos se refieren a la escatología. Usted negaría que deba distinguirse entre un estado de alma separada y una resurrección final, mientras que documentos de la Iglesia afirman la sobrevivencia, la subsistencia después de la muerte de un elemento espiritual dotado de conciencia y voluntad. En suma, usted no aceptaría la fórmula clásica de la resurrección de la carne.
–Me parece que, por otros caminos, la resurrección en la muerte retoma la visión bíblica de la realidad unitaria de la persona. No me gusta hablar de un “elemento espiritual dotado de conciencia y voluntad”, sino de la persona viva, como de hecho lo confesamos de Cristo. Resucita la persona, sólo que glorificada en la comunión con Dios. Esa es la maravilla que quiere expresar la “resurrección de la carne”, expresión quequiere afirmar la identidad personal: no otro ser, ajeno a sus relaciones de cariño íntimo y fraternidad universal, sino ella misma, la que se fue construyendo en su historia única e irrepetible. En segundo lugar, su estar ya libre de las trabas del espacio-tiempo. Hablar de “carne” es significativo para indicar esa identidad y advertir que los resucitados no son seres angélicos, sino verdaderamente humanos que han llegado a ser los que son porque se han realizado en una historia concreta, corporal (“carne” como Leib, no simplemente como Körper, según enseña la fenomenología). Para mí esta visión ha supuesto una nueva y gozosa comprensión de la comunión de los santos, muy unida al redescubrimiento del precioso y consolador significado de la celebración eucarística de la muerte: maravilla de la comunión con Cristo y con nuestros difuntos, y alimento de la esperanza en la resurrección, de la última y definitiva esperanza.
–Finalmente, usted no distinguiría entre el momento de la muerte personal y el de la Parusía, que entendería como plenitud de la historia del mundo.
–Sólo en cierto modo. Valoro mucho el realismo y la densidad de la historia. Justamente desde la comunión de los santos aparece una incompletud de la bienanventuranza, una real preocupación por los que todavía caminamos en la necesidad y el trabajo del tiempo, una espera de la gloria definitiva en la comunión final cuando “Dios será todo en todos”. Creo que también en los bienaventurados del cielo hay una real y humanísima esperanza.
–Mientras la catolicidad es invitada a vivir el año de la fe como momento de intensa espiritualidad, estas intervenciones despiertan perplejidad en muchos.
–Yo ya no sabría vivir si no es continuando en la preciosa tarea de repensar la fe para ayudar, empezando por mí mismo, a la recuperación de la confianza y la apertura al Deus humanissimus, que, en expresión que me gusta publicar, “sólo sabe, sólo puede y sólo quiere amar”. En este sentido, aunque, como se lo había dicho a los responsables, he creído en conciencia deber manifestar públicamente la defensa ante una crítica que no me parece justa ni acertada, quiero terminar también con palabras de agradecimiento. En el aspecto personal el tono de la Notificación ha procurado ser respetuoso y, sobre todo, al principio describe bien mi intención: “presentar una imagen de Dios que, en lugar de suscitar miedo, permita reconocerlo como ‘todo amor’, y una imagen del cristianismo que le permita no ser excluido del diálogo cultural y religioso”. En definitiva, la fraternidad cristiana es mucho más honda y poderosa que lo que puede hacer pensar nuestras discrepancias.
La entrevista fue publicada por la revista italiana Il Regno, en el número 8 de 2012.
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Join discussionExcelente entrevista a Andrés Torres Queiruga, un teólogo que sigue ayudando a muchos a «pensar» la fe con un discurso teológico serio y actual, y que nos invita a «hacer carne» el Misterio de Dios de modo profundo. Su lectura nos está ayudando a volver a la «experiencia fundante» de la Iglesia primitiva, y a madurar en nuestro itinerario espiritual como cristianos. Sus aportes son valiosísimos y merecen ser difundidos.
Lamentable la actitud de los obispos integrantes de la Comisión española de la doctrina de la fe. No están a la altura, ni del ministerio que desempeñan, ni de la obra de este gran teólogo español.
Yo no tengo autoridad ni conocimientos suficientes para juzgar la calidad de los integrantes Comisión Española de la Doctrina de la Fe, la notificación de ella al teólogo Torres Queiruga, ni la del teólogo, por lo que declino todo juicio de valor.
Pero fiel a la Iglesia, respeto su autoridad.
La mención del Año de la Fe,en el último párrafo del artículo, me induce a reproducir la primera parte de lo siguiente:
HOMILÍA DE LA MISA “PRO ELIGENDO” DEL ENTONCES CARDENAL DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO, JOSEPH RATZINGER concelebrada por 115 cardenales electores.
“En este momento de gran responsabilidad, escuchamos con particular atención cuanto el Señor nos dice con sus mismas palabras. De las tres lecturas quisiera escoger solo algunos aspectos, que nos atañen directamente en un momento como este. La primera lectura ofrece un retrato profético de la figura del Mesías- un retrato que recibe todo su significado desde el momento en el que Jesús lee este texto en la sinagoga de Nazareth, cuando dice: “Hoy se ha cumplido esta escritura” (Lc 4, 21).
Al centro del texto profético encontramos una palabra que -al menos a primera vista- parece contradictoria. El Mesías, hablando de sí, dice ser enviado “a promulgar el año de la misericordia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios.” (Is 61, 2). Escuchamos, con gozo, el anuncio del año de misericordia: la misericordia divina pone un límite al mal- nos ha dicho el Santo Padre. Jesucristo es la misericordia divina en persona: encontrar a Cristo significa encontrar la misericordia de Dios. El mandato de Cristo se ha convertido en mandato nuestro a través de la unción sacerdotal; somos llamados a promulgar -no solo con palabras sino con la vida, y con los signos eficaces de los sacramentos, “el año de misericordia del Señor”. Pero ¿qué quiere decir Isaías cuando anuncia “el día de la venganza para nuestro Dios”? Jesús, en Nazareth, en su lectura del texto profético, no ha pronunciado estas palabras- ha concluido anunciado el año de la misericordia. ¿Ha sido tal vez este el motivo del escándalo que se dio después de su prédica? No lo sabemos. En todo caso el Señor ha ofrecido su comentario auténtico a estas palabras con la muerte de cruz. “Él cargó con nuestros pecados en su cuerpo sobre el leño de la cruz…”, dice San Pedro (1 Pe 2, 24). Y San Pablo escribe a los Gálatas: “Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose a sí mismo maldición por nosotros, como está escrito: Maldito quien pende del leño, para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham pase a las gentes y nosotros nos revistamos de la promesa del Espíritu mediante la fe” (Gal 3, 13s).La misericordia de Cristo no es una gracia a buen mercado, no supone la vanalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y sobre el alma todo el peso del mal, toda su fuerza destructiva. Él quema y transforma el mal en el sufrimiento, en el fuego de su amor sufriente. El día de la venganza y el año de la misericordia coinciden en el misterio pascual, en el Cristo muerto y resucitado. Esta es la venganza de Dios: él mismo, en la persona del Hijo, sufre por nosotros. Cuanto más somos tocados por la misericordia del Señor, tanto más entramos en solidaridad con su sufrimiento- nos hacemos disponibles para completar en nuestra carne “aquello que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col 1, 24).Pasamos a la segunda lectura, a la carta a los Efesios. Aquí se trata en sustancia de tres cosas: en primer lugar, de los ministerios y de los carismas en la Iglesia, como dones del Señor resucitado y ascendido al cielo; entonces, de la maduración de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como condición y contenido de la unidad en el cuerpo de Cristo; y, en fin, de la común participación al crecimiento del cuerpo de Cristo, es decir de la transformación del mundo en la comunión con el Señor. Detengámonos solo sobre dos aspectos. El primero es el camino hacia “la madurez de Cristo”; así dice, simplificando un poco, el texto italiano. Más precisamente deberíamos, según el texto griego, hablar de la “medida de la plenitud de Cristo”, a la que somos llamados a llegar para ser realmente adultos en la fe. No deberíamos permanecer niños en la fe, en estado de minoridad. ¿Y en qué consiste el ser niños en la fe? Responde San Pablo: significa ser “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…” (Ef 4, 14). ¡Una descripción muy actual! Cuantas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuantas corrientes ideológicas, cuantos modos de pensar… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido no raramente agitada por estas olas, botada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo y así en adelante. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza cuanto dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a arrastrar hacia el error (cf Ef 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, viene constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar “de aquí hacia allá por cualquier tipo de doctrina”, aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos hodiernos. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus ganas. Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Es el la medida del verdadero humanismo. “Adulta” no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Es esta amistad que nos abre a todo aquello que es bueno y nos dona el criterio para discernir entre el verdadero y el falso, entre engaño y verdad. Esta fe adulta es la que debemos madurar, a esta fe debemos guiar el rebaño de Cristo. Y es esta fe -solo la fe- que crea unidad y se realiza en la caridad. San Pablo nos ofrece a este propósito -en contraste con las continuas peripecias de aquellos que son como niños llevados a la deriva por las olas- una bella palabra: hacer la verdad en la caridad, como fórmula fundamental de la existencia cristiana. En Cristo, coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad sería como “un cimbalo que tintinea”(1 Cor 13, 1).
Vamos ahora al Evangelio, de cuya riqueza quisiera extraer solo dos pequeñas observaciones. El Seños nos dirige estas maravillosas palabras: “No os llamo más siervos… mas os he llamado amigos” (Jn 15, 14). Tantas veces sentimos que somos
-como es verdad- solamente siervos inútiles (cf Lc 17, 10). Y, no obstante esto, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos dona su amistad. El Señor define amistad en un dúplice modo. No hay secretos entre los amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha del Padre; nos dona su plena confianza y, con la confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de la cruz. Se confía a nosotros, nos da el poder de hablar con su yo: “este es mi cuerpo…”, “yo te absuelvo…”. Confía su cuerpo, la Iglesia, a nosotros. Confía a nuestras débiles mentes, a nuestras débiles manos su verdad- el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio del Dios que “tanto ha amado el mundo que ha dado a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Nos ha hecho sus amigos- y nosotros ¿cómo respondemos?
El segundo elemento, con el que Jesús define la amistad, es la comunión de las voluntades. “Idem velle- idem nolle”, era también para los Romanos la definición de amistad. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis aquello que os ordeno” (Jn 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que expresa la tercera petición del Padre nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Causa verdadera «perplejidad» la decisión recientemente tomada por el arzobispo de Rosario José Luis Mollaghan quien ha prohibido las conferencias de Andrés Torres Queiruga a realizarse en el mes de octubre en las instalaciones de un colegio de los Hermanos Maristas.
El justificativo de esta medida es que supuestamente, las enseñanzas de Torres Queiruga distorsionarian la verdadera fe de la Iglesia «dado que sus enseñanzas no siempre son compatibles con la interpretación auténtica que ha dado la Iglesia a la Palabra de Dios escrita y transmitida» (sic).
Creo que estos prelados, además de tener un concepto de la teología tan cerrado que se limitaría a ser un mero «comentario» de los documentos del Magisterio, sin posibilidad ninguna de profundizar más allá de la letra del Catecismo, también ostentan un marcado desprecio del Pueblo de Dios, tratando a los creyentes como niños de jardín de infantes que no sólo no pueden pensar por sí mismos en cuestiones de fe, sino que tampoco pueden nutrirse con la enseñanza de quienes tanto iluminan hoy día el mensaje de la Revelación, como el profesor Torres Queiruga.
Sinceramente creo que los cristianos no debemos enrolarnos en ninguna actitud «obediente» cuando se toman estas medidas arbitrarias y sin fundamento, y seguir promoviendo y participando de estos encuentros tan ricos y que hacen tanto bien a nuestra vida espiritual, más allá de lo que autorice o no el clero de turno.
Por otra parte, cristianos y teólogos esperamos que la Sociedad Argentina de Teología (SAT) se expida sobre el particular, y nos cuente cuál es su postura ante estas decisiones vaticanas que afectan tanto no sólo el honor de las personas implicadas, sino la vida de la Iglesia en general. El silencio de la SAT llama la atención. Sería bueno que publicara una declaración aclarando cuál es su posición frente a lo que ha pasado tanto con el teólogo argentino Ariel Álvarez Valdés, como ahora mismo con el español Andrés Torres Queiruga, prohibido en instalaciones católicas del suelo argentino. Un absurdo total que esperamos se rectifique de inmediato.
Animo a creyentes y no creyentes a participar de las conferencias que el profesor Andrés Torres Queiruga dará en Argentina este mes. Se esté o no de acuerdo con su teología, siempre es un regalo poder escuchar a un teólogo tan serio y que ha dedicado toda su vida a repensar el Misterio de Dios desde una visión actualizada y profunda de los Evangelios.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
Profesora y Licenciada en Teología Dogmática
Totalmente de acuerdo con el comentario de la lic. Graciela Moranchel.
El clero trata a los fieles como niñitos a los que gusta señalar lo que tienen que pensar, cómo tienen que vivir, a quiénes tienen que escuchar, a qué conferencias tienen que asistir.¡Pero si ya es el colmo!¡Ya cansan, señores clérigos!
La iglesia se está vaciando gracias a la conducta de ustedes. Los cristianos queremos vivir en la adultez. Queremos que nos dejen pensar y decir lo que se nos da la gana, y queremos vivir la fe como consideramos que es mejor para nuestra vida, sin que nadie pretenda imponernos nada. ¡Abrase visto que justamente monseñor Mollaghan nos venga a pretender señalar como perjudicial para nuestra salud espiritual una conferencia del teologo Torres Queiruga!Vaya, vaya…
No sabía que Queiruga iba a venir a Argentina. Pero ahora que lo sé, iré a escuchar sus interesantísimas conferencias y me nutriré de ellas con mucho interés.No me perderé ninguna, mal que le pese al clero.