Vivencia y reflexiones de un miembro del consejo de redacción de Criterio que se encontraba en Italia durante los últimos terremotos de Emilia Romaña.En mayo pasado, la región de Emilia Romaña, en Italia, sufrió cuatro terremotos sucesivos, en torno a los seis grados de la escala Richter cada uno. Los acomodamientos posteriores, de menor intensidad aunque sensibles, fueron muchos. Dos semanas de una permanente pesadilla, día y noche, para miles y miles de personas. Los muertos fueron más de cuarenta, además de centenares de heridos. Los daños materiales de todo tipo, ingentes, realmente graves.
Se vieron afectados pueblos y ciudades de entre 10 y 50 mil habitantes, en la zona oriental, con varias localidades importantes de la provincia de Módena gravemente dañadas, como Finale Emilia y Carpi. Además de edificios y baluartes históricos de gran valor cultural, como palacios, fuertes, torres, iglesias, basílicas y edificios públicos, las viviendas particulares y los lugares de trabajo sufrieron daños irreparables. Esa región de Italia no sufría terremotos de tal índole desde hacía cientos de años. Si bien casi toda la península es de peligro sísmico, en algunos casos de muy alto riesgo, Emilia Romaña se contaba entre las de riesgo medio o bajo.
Varias ciudades quedaron tan dañadas que hasta la mitad de sus viviendas no pueden ser utilizadas sin gravísimos peligros para sus ocupantes, por lo que deberán ser reemplazadas. Fábricas y talleres quedaron arrasados al punto que no podrán reanudar su actividad por meses, quizá años. A los daños materiales se suman pérdidas de actividad en sectores importantes de la economía emiliana, una de las más avanzadas y diversificadas de Italia (automóviles, autopartes, agroindustria, cerámicas, construcción, biomedicina de alta tecnología, etc), con daños a futuro que se miden en miles de millones de euros.
Hasta aquí, la crónica sintética. Ahora, lo central: he sido testigo de un modelo de humanidad, de sensatez, de coraje y de solidaridad que desdice muchas falsas y malquistadas retóricas acerca de Italia, como sociedad y gobierno, y de los italianos, como idiosincrasia. La inmediatez y solidaridad, el coraje y la sensatez de quienes sufrieron esa desgracia natural, la organización y eficiencia de la asistencia a los sufrientes ciudadanos, y el rescate de valores humanos, culturales, sociales y económicos que se pusieron en evidencia hicieron pensar que, muy al contrario de la fácil y banal imagen que suele difundirse de Italia –por cierto, también en varios medios de nuestro país–, la realidad es bien diferente, más bien contraria a esa distorsión.
Italia es un país bastante bien preparado para afrontar grandes desastres naturales. Su difícil geografía, muy montañosa, densamente poblada, climáticamente inestable, además de sísmica, suele provocar catástrofes casi todos los años. Incendios forestales, inundaciones, desmoronamientos de terreno, deshielos súbitos, más una cuota inusual de terremotos –toda la península está ubicada sobre una superposición o “choque” de placas geológicas continentales– son moneda corriente. El Estado cuenta con varias organizaciones, civiles y militares, obligatorias y voluntarias, que proveen el socorro requerido. En éste caso, varias decenas de miles de personas recibieron alojamiento y se levantaron muchas carpas provisorias. Además, los organismos técnicos controlaron en cuestión de horas la muy vasta y compleja red de infraestructuras de servicios, tales como ferrocarriles –especialmente los de alta velocidad, que son mayoría en la red– rutas, acueductos, cloacas, gas, electricidad, comunicaciones, etc.
Pero el gran valor a destacar fue el humanitario, porque prevaleció la sensatez, el equilibrio y el coraje por sobre el llanto o la pura lamentación. La gente pide ayuda para poder reanudar a la brevedad el trabajo, la capacidad de producir y la habitabilidad de sus viviendas, para retornar a ellas. El Estado, tanto el central como los regionales, provinciales y municipales, no perdieron el tiempo, como ocurrió en otros casos, en acusaciones ideológicas y políticas cruzadas, sino que buscaron cómo adecuar sus recursos, en algunos casos limitados (los municipales) a la grave situación. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, y el papa Benedicto XVI viajaron hasta Módena para asegurar a la población el apoyo del país y de la Iglesia y alentar un pronto regreso a la normalidad.
Si éste texto luce como una loa, es porque quiere serlo. Muchas veces, demasiadas, hay que tolerar la lectura de artículos con juicios y opiniones acerca de Italia –y no sólo de ella, que nos es tan cercana, sino de tantos otros– que son de gran injusticia, sobre todo para su pueblo. Hemos vivido instalados en la ignorancia y la falsedad durante décadas, generaciones, sin alentar un estudio serio y veraz de la realidad. La liviandad y la banalidad han predominado. El ejemplo de Emilia Romaña debiera servir para empezar a cambiar tales prejuicios.
Varias regiones del norte de Italia (Veneto, Las Marcas) vivirán desde ahora en la incertidumbre de cuándo volverán a padecer otro terremoto. Los sismólogos no pueden pronosticar fecha alguna, ni tampoco el grado de intensidad. Pero sí pueden decir –y lo hicieron– que esta historia no ha concluido; que de una cosa se puede estar casi seguros: habrá más terremotos.
Merece una explicación el título. Los habitantes de varias ciudades, muchos de ellos sin poder regresar, por seguridad, a sus propias casas, debiendo reconstruirlas, en la mitad de los casos, totalmente. Además están acosados por la inseguridad de su futuro económico, hasta que puedan retomar la actividad; y padeciendo la incomodidad de vivir en lugares provisorios, o peor aún, con la incerteza de cuándo podrá suceder el próximo terremoto. Sin embargo pusieron en práctica una idea que resume su desafiante coraje ante el infortunio. Imprimieron carteles, posters y remeras que dicen, “Io non tremo”. Es decir, “Yo no tiemblo”.
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Join discussionAquellos que hemos vivido en forma directa los estragos provocados por un terremoto no podemos más que admirar el espíritu observado por el autor del artículo. En mi caso particular me hace acordar las hermosas palabras expresadas en el Salmo 46:1-2a: «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza; nuestra ayuda en momentos de angustia. Por eso no tendremos miedo, aunque se deshaga la tierra» (Versión Popular, «Dios Habla Hoy»).
Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez.
Dr. en Teología (SITB).
Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM).
Licenciado y Profesor en Letras (UBA).