La universidad argentina, heredera de la Reforma de principios del siglo XX, exhibe tantas luces y sombras como la democracia.“La letra mata, el espíritu vivifica”. Mi padre solía aplicar a las cuestiones más diversas esta frase, de profunda sabiduría. Me viene a la mente cuando reflexiono sobre los problemas que la tradición de la Reforma universitaria nos plantea hoy a quienes –formados en ella– nos sentimos incómodos con muchas cosas hechas en su nombre. Los dilemas aparecen sobre todo examinamos el lugar de la universidad pública –la privada tiene otra lógica– en una sociedad y un régimen político democráticos. Quienes venimos de la tradición reformista tratamos de encontrar una respuesta adecuada a los reclamos, tan comunes, de democratización de la universidad, sin sacrificar lo esencial: la búsqueda de la excelencia académica.
La democracia y la Reforma nacieron juntas, a principios del siglo XX, cuando la reforma electoral de 1912 casi coincidió con el estallido en Córdoba en 1917. La ley Sáenz Peña estableció las normas de un sufragio obligatorio, creíble y competitivo. La Reforma universitaria propuso construir una comunidad universitaria auto gobernada, abierta a los nuevos aspirantes y también a los nuevos saberes e ideas. Cada una a su modo, fueron expresión del vasto proceso de democratización social, integración y movilidad que conformó la llamada “sociedad de clases medias”. Ambas contribuyeron a formar una ciudadanía enraizada en esa sociedad democrática. La ley compelió a su ejercicio. La Reforma amplió la formación de ciudadanos educados y críticos, y también de dirigentes políticos, que hicieron sus primeras armas en la política estudiantil.
A partir de ese feliz comienzo, la democracia y el reformismo universitario vivieron avatares parecidos. La democracia tomó un rumbo escasamente republicano, más bien plebiscitario y fuertemente faccioso. Desde 1930 el orden institucional sufrió intervenciones militares cada vez más prolongadas. Dictatoriales o democráticos, restauradores o renovadores, los gobiernos extendieron su mano sobre las universidades, desplazaron o repusieron bloques enteros de profesores y –al igual que en la política nacional– alimentaron las facciones y el revanchismo.
En ese vaivén, las universidades no lograron constituir la comunidad auto gobernada imaginada por la Reforma. En 1956 hubo un buen intento. Su estatuto estableció la autonomía y el cogobierno tripartito, y sobre esa base se construyó una universidad de alta calidad y con capacidad para aportar al debate público. Esos años de excepcional brillo de la universidad concluyeron dramáticamente en 1966, no sólo por el golpe militar sino también por una fuerte politización, que afectó la vida académica. Desde entonces, en los años setenta y los ochenta la intolerancia y la violencia avanzaron sobre la política y sobre la universidad.
Las cosas cambiaron en 1983, para el país y para la Universidad. La democracia institucional y plural se instaló como forma y como ideal. La universidad se normalizó, de acuerdo con las bases de la Reforma: autonomía y cogobierno de los tres claustros. Los concursos docentes renovaron el claustro de profesores y se elevó la calidad de la enseñanza. Un testimonio de ese renacer fueron las nuevas camadas de jóvenes doctores que nutrieron las filas del Conicet. Otro fue el de las camadas de nuevos dirigentes políticos, formados en la militancia universitaria.
¿Final feliz? No tanto. En el país, la democracia institucional llego paradójicamente cuando la sociedad perdía sus atributos democráticos y el Estado se desmoronaba. Luego de la ilusión inicial, fue reapareciendo en los gobiernos el viejo estilo plebiscitario, faccioso y poco republicano. En el nuevo mundo de la pobreza se formaron pocos ciudadanos conscientes. Los gobiernos, sin limitaciones institucionales, pudieron “producir” el sufragio utilizando los recursos del Estado. Poco queda hoy de la ilusión democrática inicial.
En 1983 la universidad canalizó muchos de los anhelos democráticos. De ella se esperó excelencia, compromiso y sobre todo inclusión, tres valores fundamentales en la Reforma universitaria. Pero pronto la crisis social y estatal planteó a la universidad nuevos problemas, y aquellos principios, sin perder su virtud, comenzaron a resultar insuficientes, contradictorios y hasta limitativos para solucionar los nuevos problemas. Entre otros varios, igualmente significativos, quiero señalar dos que hacen directamente a la cuestión de la universidad en democracia: el ingreso y el cogobierno.
El “ingreso irrestricto”, que remite a los principios de la Reforma, plantea hoy dos problemas: la capacidad de los ingresantes para afrontar estudios universitarios y la limitada capacidad de la universidad para recibir a todos los aspirantes. El pronunciado deterioro de la educación primaria y media y el creciente abandono de los criterios de exigencia y mérito ha reducido notoriamente la competencia de los egresados del ciclo medio. Muchos de ellos, aunque habilitados para cursar la universidad, tienen serías deficiencias en competencias básicas como lectura y escritura. Surge así una tensión entre quienes reclaman legítimamente por su derecho a ingresar, y la aspiración de la universidad a impartir una educación de excelencia, que requiere, como punto de partida mínimo, esas competencias. Desde la perspectiva democrática de la Reforma, los exámenes de ingreso son poco admisibles, y mucho menos luego de la experiencia de la dictadura. Finalmente, el test de la capacidad se transfiere a los cursos iniciales, que cumplen esa tarea con enormes costos presupuestarios y académicos, pero dejando la buena conciencia democrática a salvo.
El ingreso irrestricto también plantea el problema de la disponibilidad de recursos –académicos o edilicios– para atender la demanda de todos los aspirantes. Al igual que en otros campos, el derecho de los ciudadanos choca con la capacidad cada vez más reducida del Estado para ofrecer servicios adecuados. Salvo excepciones, la universidad admite el derecho a ingresar de todos, así sea a costa del deterioro de la calidad de la enseñanza. La forma democrática se salva, pero en realidad lo que se hace es distribuir democráticamente una enseñanza degradada.
El segundo problema es el sistema de gobierno universitario. El cogobierno de tres claustros, que concreta uno de los postulados de la Reforma, presenta problemas parecidos a los del Estado nacional frente a los grupos de interés. El claustro de profesores fue tradicionalmente el ámbito de facciones que disputaban por el poder y el presupuesto. Idealmente, los otros claustros deberían acotar estas rencillas, hacer transparentes las decisiones y coadyuvar a la excelencia académica. Pero no es así. El claustro de graduados es el espacio de los docentes jóvenes, que pueden utilizar el poder administrativo para impulsar su carrera académica, al margen de los méritos. Un botín son los cargos docentes rentados provistos sin concursos. Las agrupaciones estudiantiles aspiran a financiar sus cuadros con el presupuesto universitario. Una secretaría de publicaciones, con el monopolio de la venta de apuntes, constituye el botín principal en las elecciones estudiantiles. La colusión entre estos distintos intereses constituye el meollo de la política universitaria, a menudo encubierta con discursos fuertemente ideológicos.
El ideal del gobierno democrático puede así chocar con el de la excelencia académica. La lógica del número no siempre concurre con la del mérito y el saber. Ambas se cruzan en la forma de designar a los docentes. La tradición de la Reforma es clara: los cargos deben proveerse por concurso de antecedentes y oposición, públicos y transparentes. El impulso a los concursos docentes, fuerte en 1983, no llegó a conformar en la comunidad universitaria una real convicción acerca del valor y a la vez la fragilidad del procedimiento de los concursos, y la necesidad de cuidarlo. Es habitual que cada uno utilice los recursos de poder para presionar sobre el resultado. Los concursantes suelen utilizar todos los recursos reglamentarios para deslegitimar un resultado desfavorable. Quienes gobiernan la universidad pueden incidir de varios modos, desde la designación del jurado hasta el destino de las impugnaciones. Un nuevo profesor concursado es un nuevo votante, en un universo limitado, y esto pesa a la hora de la tramitación.
Así, la universidad de la democracia, que ha recogido el legado reformista, muestra tantas luces y sombras como la democracia misma. Tiene realizaciones notables, que enorgullecen a todos los universitarios, y también una llamativa tendencia al estancamiento y la parálisis. Los problemas del ingreso atentan contra la idea de excelencia. El gobierno tripartito canaliza y alienta la puja distributiva y subordina el mérito académico a la política. Cualquier cambio es considerado una amenaza a las posiciones conseguidas. El gobierno tripartito resulta básicamente conservador, en momentos en que muchas cosas de la universidad deben ser reconsideradas con urgencia. Conviene pues reflexionar sobre el legado de la Reforma, así como, en otro orden, convendría reflexionar sobre los problemas de la democracia.
En su momento, la Reforma planteó de manera novedosa el papel de la universidad en una sociedad democrática. En su espíritu se trataba de la inclusión, la renovación de las ideas y la reflexión sobre la sociedad y sus problemas. Esto se tradujo en algunos principios fuertes, como el concurso, el cogobierno y el ingreso libre. Hoy aquellas fórmulas han cristalizado, son manipuladas y desnaturalizadas y se encuentran protegidas por una suerte de tabú que impide discutir los nuevos problemas.
Así, el mensaje de la Reforma sobre la democracia es hoy ambiguo: por un lado, el espíritu que incita a la transformación ordenada y reflexiva; por otro, la adhesión literal a sus formulaciones históricas. Quienes nos sentimos –aunque un poco incómodos– herederos de la Reforma, deberíamos atrevernos a revisar sus premisas, apartarnos de la letra y recuperar su espíritu.
El autor es historiador e investigador principal del CONICET.
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Join discussionCoincido parcialmente con lo afirmado por el Dr. Romero. Digo parcialmente porque, en lo que va de la Reforma universitaria a la actualidad, la universidad se multiplicó de una manera muy grande, tanto desde la gestión estatal como desde la gestión privada. Por lo tanto, y aquí manifiesto un disenso, tal vez no sea tan sencillo simplificar hablando sobre «la universidad», sino que seguramente sería más correcto hablar de «algunas universidades»; es notable aun para personas legas que los modos de gestión y las producciones varían mucho de según cada universidad; y aún dentro de una misma universidad, según la unidad académica o facultad.
Hace mucho que pienso, siguiendo a Thomas Kuhn, que uno de los defectos que a veces muestra la vida universitaria es esa suerte de autocomplacencia y autoconvicción de la excelencia; ignorando, o pretendiendo ignorar, que el saber que sostiene está ligado necesariamente a voluntades políticas y económicas. Es decir, la financiación de la investigación, que teóricamente produce conocimiento, obedece a reglas que son ajenas a la investigación y la subordinan.
Creo que ignorar ese vínculo entre quienes pretenden regir el paradigma del saber y quienes lo financian; y ese no- vínculo entre una universidad y las preocupaciones del hombre común, que en definitiva forman parte del mismo todo, es sumamente peligroso. No sólo para el saber en Argentina, sino para el saber en cualquier lugar del mundo. Empezando por el primer mundo.
Es posible que parte de las ambigüedades del legado de la Reforma se deban también a la ambigüedad que la Reforma misma tuvo en su seno, ya que en ese movimiento cohabitaban diversas valoraciones sobre el pasado, el presente y el futuro de la Argentina; como creo que hoy cohabitan diversos significados sobre aquello que llamamos «Argentina». Desde la valoración de lo español, lo indígena americano, hasta la valoración de lo europeo. En eso sí coincido: el gobierno tripartito, los concursos, no dicen nada si se reducen a meros mecanismos separados de un espíritu original que es, considero, si debemos servir a los argentinos concretos o a los argentinos abstractos. Lo demás, posiblemente, se dé por añadidura.
Señor Alberto Romero, uno de los problemas que tiene su descripción, es que usted lo que hace es presentar la realidad como una abstracción, es decir, como si la propia realidad atentara contra la propia realidad. Que la democracia y las formas institucionales en general estén deterioradas no es una razón de una nota. No es una razón de una investigación algo que está claro como el agua, como que usted esté escribiendo en esta revista. Aquí la pregunta no está en ¿cómo se degradó? Sino en que nuestra degradación no está puesta en discusión como forma concreta que nos llevó a la propia degradación. Usted y yo y todos somos la forma de la degradación, y eso no aparece en la nota. No aparece en la nota que el problema no son los gobiernos o los cogobiernos, es decir, sus representaciones, sino que para discutir a sus gobiernos y sus representaciónes se tiene que avanzar en una conciencia que no se mire así misma como una conciencia libre, sino que lo que tiene que hacer es avanzar en reconocerse en lo que es, que su conciencia libre es la forma que tiene su conciencia enajenada. Y esto no está en discusión porque usted quiere volver atrás, porque otros vuelven atrás diciendo que quieren avanzar y porque unos y otros tienen el mismo punto de partida: se presenta o se les presenta que no tenemos más determinaciones que las que se nos presentan de manera evidente.
Y eso es la carrera de historia, este sentido tiene y aquí está el deterioro, no en el deterioro por sí mismo, sino en lo QUE USTED NO DICE ni se le ocurre mencionar, que cuando uno se enfrenta al análisis de lo que le ocurre a una sociedad, y mira su gobierno, lejso está de haber compendido la necesidad de existir de lo que existe, de lo que se expresa allí.
Usted ha sido un desbancado de los lugares de poder, y es cierto que usted tenía un orden que usted llama «excelencia académica» y tambien es cierto que los que vinieron después, criticándolo a usted, se han quedado con menos de lo que usted tenía, y también es cierto que eso menos que tienen quizás pueda ser más potente que lo mucho que usted, solo porque en su deterioro, tienen menos «cerradas» sus preguntas que lo que usted llama «excelencia académica». Solo porque existe la potencialidad de poder avanzar en otro sentido, es que su aporte es bien tomado. Porque la excelencia académica es ser usted, de nada sirve la «excelencia académica» como usted la plantea para que esa «excelencia académica» siga existiendo. Hay que celebrar que eso que usted llama «excelencia académica» no aparezca sino en la forma de una nota en la revista criterio, porque de lo que se trata, es de poner nuestra conciencia y nuestra voluntad para poder producir valor de la manera más potente y revolucionaria.
Pero todo esto ¿por qué no brota de la conciencia de un investigador? Porque justamente, su conciencia científica tiene el límite de que se reafirma en la lógica que lo hace ser lo que es. Y una vez más, mientras usted siga llorando porque ya no hay más pajaritos verdes en el campo para cazar, la realidad impone que si el conocimiento científico no nos permite enfrentarnos a un aula donde desde antes de nacer ya lo hacemos deteriorándonos, de nada sirve el conocimiento científico. Y ni usted ni los que no están con usted se les presenta la necesidad de enfrentarse a uno mismo como siendo lo que somos, la unidad de la que constituímos parte. Se presenta y se sigue presentando a la sociedad donde el voto era secreto y obligatorio como una exterioridad, que si bien es progresista, de lo que se trata es de discutir el ayer que está puesto en el hoy.
Si a usted le sigue pareciendo terrible todo esto, imagínese qué haríamos los que nunca pudimos tener la posibilidad de usted para estudiar. Somos ese deterioro que a usted le da asco, habla de derechos y de público, pero de lo que se trata es yo soy usted y a usted le gustaría cortarse el brazo, es decir, eliminarme a mí y a todo lo que usted considera podrido, en vez de discutir que somos una unidad y que esta podredumbre somos todos y que la discusión es de qué manera hacemos para enfrentarnos a todo esto, si es subestimando como lo hace usted, (y sus críticos) a las potencias de las fuerzas productivas del trabajo social discutiendo un plan de reformas de la carrera de historia y de todas las carreras universitarias o se quedan llorando una reforma y una realidad que no quieren aceptar.
Lo peor que de las formas institucionales es que sus investigadores las cosifican como si fueran instituciones que brotan de la divinidad o de uno no sabe donde. Lo peor de todo este deterioro, es lo que no está diciendo, es lo que falta plantear aquí, que no se reduce a una ingreso o etc. cuando uno discute el jardín de infantes está discutiendo la universidad, usted no lo ve porque no me ve como yo lo veo a usted, con las mismas potencialidades para desarrollarme, y déjeme aclarar que sus críticos tampoco lo hacen, los que usted denosta por la universidad que tenemos, parten de los mismos lugares que usted, y se les presenta que tienen que discutir con usted, mientras tanto, nos seguimos deteriorando con universidades cada vez más vacías, porque si esto es lo que se produce, vamos, está bien.
jfg
Me preguntaría las luces y sombras de nuestra democracia, diría más sombras que luces, contaminaron a la «Universidad de la democracia» o fue a la inversa o fue simultanea…?
Me preguntaría también si cabe hablar de «Universidad de la democracia»
Diría más bien que la Universidad no puede o no debe ser «democrática», es como si dijéramos que un hospital debe ser democrático…
La democracia en definitiva es el gobierno del pueblo y por el pueblo a través de sus representantes, pero no gobernamos todos, gobiernan nuestros representantes. Más aun gobiernan nuestros representantes eligiendo a funcionarios “idóneos” como lo manda la Constitución.
Pues bien la Universidad debe estar gobernada por las personas idóneas que designe el poder político a través de un régimen preestablecido, pero va de suyo que en este caso la virtud debe ser la idoneidad, no la cantidad de votos que pueda reunir una o más personas.
Ocurre que hoy la Universidad también es un botín político, más bien partidario que es más grave.
Lo mismo está pasando con el Poder Judicial democrático, en el que la idoneidad, salvo excepciones, está siendo remplazada por la obsecuencia y la adhesión.
En fin hablar de la Universidad de la democracia pienso que aun confunde más las cosas
Siempre es bienvenida la autocritica, aunque sea escasa.-
Como se puede hablar de luces y sombras, con relación a la democracia ?.-
Para mi, hay solo sombras.-
Y esto no quiere decir que comulgue con los regímenes militares, los cuales unieron a la tradicional ineficiencia argentina, la torpeza y la crueldad.-
Pero, desde la ley Saenz Peña a la fecha, y especialmente desde la década de 1950, lo que tuvo que soportar la sociedad y la inteligencia argentina, fue y es inaudito.-
En cuanto A LA REFORMA UNIVERSITARIA, basta comprobar como fue descendiendo la representatividad de los apellidos de los profesores y dirigentes que se sucedieron en los claustros universitarios para caer en la cuenta de lo que aquella significó.-
1)- En 1920 los profesores de viejo cuño conservador fueron enfrentados por un grupo de estudiantes reformistas
2)- Entre otros: Carlos SANCHEZ VIAMONTE y Julio V. GONZALEZ, José M MONNER SANZ, Florentino SANGUINETTI, Emilio BIAGOSCH y Mariano CALIENTO (en Córdoba Deodoro ROCA).-
3)- (1925) que lograron entronizar a Ricardo ROJAS en el Rectorado
4)- (1930) Alfredo L. PALACIOS llega al decanato
5)- (1943) Golpe de Estado disuelve la FUA y el peronismo expulsa profesores incluso a Bernardo HOUSSAY.-
6)- (1955) José Luis ROMERO, Risieri FRONDIZI, José BABINI, Jorge ORGAZ, Vicente FATONE, Santiago MONTSERRAT, Ricardo M ORTIZ, Manuel SADOSKY, Florencio ESCARDO y Luis MUNIST.-
7)- herederos y testigos de esas épocas quedaron «flotando» personalidades tales como: Emilio GIBAJA, Néstor GRANCELLI CHA, Rene BALESTRA, Ernesto WEINSCHELBAUM, Félix LUNA, Guillermo JAIM ETCHEVERRY y Gastón BORDELOIS.-
8)- luego de que desaparezca el «último de los mohicanos», mas nada quedará de lo que supo ser la orgullosa universidad del sur de américa (hoy día, ni la UBA, ni ninguna universidad de las privadas, forma parte del ranking de las 400 mejores casas de estudios terciarios del mundo).-
HOY EN DIA LOS CLAUSTROS:
son en realidad, claustros de CONTENCIÓN de juventudes que a partir de los 18 años acceden al mercado laboral y no consiguen empleo (los políticos prefieren tenerlos en las aulas que en las calles fumando marihuana o tomando alcohol.- Eso es lo que ellos sostienen).- Claro que, TENERLOS EN LAS AULAS significa «A CUALQUIER COSTO», y esto a su vez, a saber: pasando por alto la instrucción antecedente; ingreso irrestricto, sin límites, cantidades y gratuito; baja o nula exigencia en cuanto a la promoción de las materias; docentes con escasa o nula preparación, etcétera.-
Ya, en la época en que cursé estudios comprobé (1970) la facilidad con que se «regalaban» o «robaban» exámenes y promociones.-
Según me informan, al día de la fecha, ésto se agravó en grado sumo.-
Los espacios físicos universitarios, son mayormente, modestos, sucios y desorganizados.-
Los alumnos, macilentos y mal entrazados (en mi época de saco y corbata).-
Se abandonaron «LOS TRATADOS» en provecho de «APUNTES» y «RESÚMENES».-
Nada dejaron de la UNIVERSIDAD ni los REFORMISTAS, ni los POLÍTICOS.-
Los egresados, por lo común, carecen de toda preparación y constituyen un riesgo para la población.-
Los PREMIOS NOBEL fueron resultante de la educación previa a la reforma y/o resulta injusto se los atribuya la universidad post-reformista.- (Entre otros, MILSTEIN completó su instrucción en el exterior).-
Y al país no le fue mejor.-
Coincido plenamente con el comentario y aun me parece algo suave. La situación actual es de un detrioro más que alarmante, donde el saber ha quedado relegado a los que con muchísimo esfuerzo tratan de avanzar en el verdadero conocimiento. Lo principal de tiempo y lecturas se lo lleva el viento de la confrontación que nos está sumiendo en un estado casi pre-lógico donde la opinión reina sobre lo serio y riguroso del estudio.
Muy bueno el artículo, que estimula muchas reflexiones. Me permito compartir algunas conclusiones que he sacado:
La ecología social enseña que, a semejanza de la naturaleza donde caambiar de su ámbito original determinadas especies y trasplantarlas a otros ecosistemas puede generar una catástrofe ambiental, la democracia cuantitativa y sin suficientes mecanismos de control de calidad no es el sistema de gobierno más idóneo para ciertos ambientes. ¿Acaso alguien imagina que un quirófano de neurocirugía podría ser un ámbito democrático en donde el tipo de incisión a practicar o el instrumental a elegir fuera decidido por mayoría de los presentes, desde el sabio cirujano jefe al humilde camillero? Imagino que nadie aceptaría ser operado en tal lugar e intuyo las razones. La democracia, en su estado de evolución actual, presenta todavía mucha debilidad ante la demagogia y los intereses individuales por sobre el bien común, en particular en el ámbito universitario. Es un «ecosistema social» muy sensible al desequilibrio de las ecuaciones libertad-responsabilidad y poder-idoneidad.
El ámbito universitario sería ideal para proponer una democracia mucho más evolucionada, en cuyo gobierno las mencionadas ecuaciones fueran mucho más estrictas.
Mientras tanto, las universidades privadas debieran levantar un gran monumento a las autordades tripartitas de la Universidad Pública, que tan exitosamente han contribuido a la destrucción de su nivel académico y favorecido la inusitada migración a ámbitos privados.
Cuando nuestra presidente debió operarse, no recurrió al Hospital de Clinicas. ¿Porqué?. Quizá porque allí tenemos un claro ejemplo de la democracia de quirófano.
Muchas gracias por este espacio de opinón.
Sr. DOMENICONE
COMPLETAMENTE DE ACUERDO CON SU COMENTARIO.- Excelencia y Democracia Popular son incompatibles.- Es un punto que me olvidé tratar.-
COROLARIO DE LA REFORMA 1918/1920:
«De vez en cuando es bueno abrir una ventana para que entre aire fresco, pero hay que cerrarla enseguida, por que si no, nos resfriamos todos».-
Y hoy tenemos neumonía.-
Sr Domenicone, comparto plenamente su comentario y no pude dejar de referir una experiencia personal, en mi formación médica un maestro admirado fue el Prof Burucúa, en las revistas de sala en el hoy desaparecido Hospital de Clinicas y frente a la duda diagnóstica y aunque muchos , incluso todos se inclinaban por un diagnóstico, siempre dudaba y nos decía, …»la verdad no es democrática» y hoy podemos proyectar este concepto a muchos ámbitos. Saludos
Opino que el problema de la democracia en la universidad es el mismo que en la sociedad en su conjunto. Creo que los males señalados por Romero deben ser combatidos y superados, pero que esto no debería llevarnos a eliminar el ejercicio democrático dentro de la comunidad educativa universitaria, como tampoco deberíamos anhelar un régimen no democrático dentro de nuestra sociedad. Hace casi cuarenta años, cuando estudié en la Universidad de Costa Rica, tuve el privilegio de ser elegido por mis compañeros primero como vicepresidente y luego como presidente de la Asociación de Estudiantes de Filología. Tiempo después cuando gané el concurso correspondiente y ejercí la docencia en la misma institución, fui elegido por mis pares de nuestra unidad académica como representante ante la Asamblea Colegiada Representativa, el máximo órgano directivo de la Universidad. En ambos casos observé experiencias tanto positivas como negativas, pero creo que cuando se produce una participación como la que menciono todos nos sentimos más involucrados y sentimos que formamos parte del desafío educativo. Antes fui cuidadano costarricense y disfruté la experiencia de vivir, tanto en la universidad como en la sociedad en su conjunto, en una democracia consolidada. Ahora soy ciudadano argentino y anhelo que se consolide la democracia no sólo en las universidades, sino en nuestra querida sociedad. Para terminar, quisiera hacer una aclaración: las palabras que Romero adjudica a su padre se encuentran en 2 Corintios 3:6. Se nota que el mensaje de las Escrituras en este sentido influyó notablemente en él.
Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
Doctor en Teología (SITB).
Magíster en Ciencias Sociales (UNLaM.
Licenciado y Profesor en Letras (UBA).