De visita para recibir el Doctorado Honoris Causa que le confirió la Universidad Católica Argentina, el doctor Guzmán Carriquiry Lecour compartió una charla descontracturada y cordial sobre de temas de especial interés para los latinoamericanos.El profesor doctor Guzmán Carriquiry Lecour, subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos de la Santa Sede, se define como “como uruguayo-argentino, inmediatamente rioplatense, mercosureño, sudamericano, latinoamericano”. Ante dos disyuntivas capitales, fue contundente: “El mate es amargo, soy de Nacional y, en Italia, de la Roma”. Y asegura que, “por desmesuradas e imprevisibles desproporciones de la providencia de Dios, trabaja desde hace muchísimos años en el centro de la catolicidad en el Vaticano”.

 

–Rescatamos una frase de su conferencia magistral que provocó la risa de muchos: “Según la agencia Latinobarómetro, después de los bomberos, la Iglesia es la institución más creíble en América latina”.

–Sí, el dato de la agencia me sorprendió. Es una empresa de encuestas que no tiene ningún tipo de vinculación con la Iglesia, y decidieron hacer un estudio sobre las instituciones que suscitaban más prestigio, confianza y credibilidad en los pueblos latinoamericanos. En primer lugar quedaron los bomberos, muy simpático, pero después está la Iglesia, con una confianza y credibilidad muy superior a las instituciones políticas, empresariales o militares. Es decir que, no obstante todas nuestras miserias, la Iglesia mantiene un alto nivel de credibilidad y de consenso en la consideración de los pueblos de la región.

 

–¿Se conversa sobre temas como éste en la Comisión Pontificia para América latina?

–Por cierto que sí. En América latina vive el 45% de los católicos de todo el mundo, a los que les sumamos los hispanos. ¿Se tiene conciencia en la Iglesia católica de que, al menos para las próximas décadas, lo que suceda en la misión de la Iglesia en la región va a ser determinante para toda la catolicidad? ¿Cómo no seguir con particular atención lo que sucede aquí?

 

–¿Y qué tanto interesa el tema en la jerarquía romana?

–Hay una preocupación muy grande. En Europa se da lo que el cardenal Antonio María Rouco, que fue relator del Sínodo europeo, llamó “una silenciosa apostasía de masas”, unida a una cierta “cristianofobia”: ese fenómeno que es casi misterioso en un lugar que se revela muy críticamente respecto de sus raíces y su tradición cristiana. Para la Iglesia y el Vaticano, esta situación es dramática y hay que enfrentarla a fondo. Los viajes del Papa a Inglaterra y Alemania fueron recibidos con fuego de artillería pesada contra el Papa y la Iglesia. Después, la presencia de Benedicto XVI fue sorprendente porque despertó enorme adhesión, incluso en los mismos que lo criticaban. Es lógico que haya preocupación frente a esta extrema secularización crítica a nivel fundamentalmente de Europa occidental. Quizás por deformaciones profesionales, por ser secretario de la Comisión Pontificia para América latina, a mí me toca destacar la importancia de la solicitud apostólica universal manifestada hacia América latina, por ejemplo, en el reciente viaje a México y a Cuba.

 

–Hasta Fidel Castro pareció muy impactado por la figura de Benedicto XVI.

–Ese encuentro tuvo un alto contenido simbólico y mediático, en el que el mismo Fidel dejó entrever con cuánto interés recibió al Papa: fue más allá de los discursos ideológicos, que quedaron atrás, y se transformó en un encuentro personal. El Papa le habla de su misión, que es comunicar la presencia de Dios en la experiencia del hombre y de los pueblos. Y me llamó la atención que Castro le preguntara sobre los cambios litúrgicos. Él se ha quedado en otro tiempo, el Concilio culminó, se abrió con la revolución cubana, y la formación cristiana de Fidel fue previa al Concilio Vaticano II. “¿Me explica estos cambios?”, dijo Castro, sin tener mayor referencia.

 

–¿Puede decirse que son dos figuras más del siglo XX que del XXI que se reencuentran, que logran ir más allá de las contraposiciones para dialogar?

–Creo que Fidel es una figura de la segunda mitad del siglo XX porque, de hecho, la revolución cubana ha perdido su fuerza propulsora, vive un momento de crisis y de descomposición. ¿En qué han quedado los estímulos morales de memoria guevariana? Hoy, la sociedad cubana vive un fenómeno de disgregación y no es casualidad que el régimen político cubano confíe en la Iglesia como esa institución capaz de darle al pueblo cubano un nuevo vigor, una nueva esperanza. En cambio, el papa Benedicto XVI ha sabido ir a fondo ante los grandes desafíos y tareas que emergen en esta etapa postmoderna, postideológica. Fidel Castro vive todavía de la contraposición del mundo de Yalta y de las ideologías, del capitalismo, del comunismo. Ese mundo sí que ha muerto y que perdura simplemente por residuos anacrónicos y enrarecidos. El Papa está más allá y por eso no le interesa la discusión ideológica. Ahora hay que pensar cómo refundar la vida de las personas y de las naciones, qué sentido darles. Antes, las ideologías servían para dar una cierta mística, un cierto sentido a la vida; hoy se han derrumbado. ¿Qué queda? Un mundo sin sentido en el que la persona es un haz de sensaciones y pulsiones emotivas instantáneas, que vive una vida fragmentada. El Papa se plantea la posibilidad de una nueva ilustración en la continuidad del Concilio Vaticano II. Por eso es un personaje de pleno siglo XXI.

 

–Ante el colapso de su raíz religiosa, ¿Europa no corre el riesgo de ponerse en una actitud defensiva y menos propositiva respecto de la construcción de otro tipo de convivencia entre las personas? ¿Corresponde hablar de relativismo o de pluralismo?

–Europa está dentro de un gran pantano cultural que se detecta en la base de la crisis económica. La referencia al pluralismo es genérica y real, pero identificar eso como una deriva relativista expresa cabalmente esta situación de pantano cultural. La Iglesia tiene un dinámica propositiva a través de la invitación a una nueva evangelización, de grandes signos de primavera, de esperanza y de dinamismo evangelizador en la misma Europa, como son movimientos eclesiales y nuevas comunidades.

 

¿Es lo mismo el concepto que se tenía de evangelizar 50 años atrás, en los años 60, incluso en la época del Concilio?

–El Concilio fue una gran gracia cuyo propósito era la nueva evangelización del mundo contemporáneo. Si hablamos de nueva evangelización tenemos que partir del Concilio Vaticano II, pasar a través de aquel testamento maravilloso de Pablo VI que fue la Evangelii Nuntiandi y llegar a los llamamientos surgidos de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Obviamente, mirando hacia la nueva evangelización –me acuerdo de la expresión de Juan Pablo II en Haití en 1984, “nueva en su ardor, nueva en sus expresiones, nueva en sus métodos” –, Benedicto XVI dijo una cosa muy importante: “el cristianismo no se comunica por proselitismo sino por su capacidad de atracción”. Si es verdadero encuentro con Cristo, ese encuentro te va cambiando la vida no obstante todos tus pecados y miserias, te llena de gratitud, de esperanza, de alegría, de humanidad, de capacidad de amor, de capacidad de abrazar a todos los prójimos más allá de todos los confines y también de apreciar todas las semillas del evangelio que están presentes en la aventura humana, en las más diversas experiencias y tradiciones culturales y religiosas. Pero no podemos dejar de dar ese testimonio del Señor que nos constituye, nos regenera, y no podemos no acompañar ese testimonio con un anuncio explícito, a tiempo, dar razones de la esperanza que nos sostiene. El fulcro de esta nueva evangelización es un redescubrir la dignidad, la gratitud y la belleza y la alegría de ser cristianos.

 

–¿Algo de lo que dice puede estar presente en el Sínodo de octubre, mirando hacia el Año de la Fe que se inicia ese mes?

–Son dos acontecimientos capitales de la Iglesia porque las experiencias vivas de la nueva evangelización van a tener que intercambiarse, precisarse y profundizarse durante el Sínodo de octubre: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe”, y que esto vaya seguido del Año de la Fe. El problema de base es siempre la fe de los cristianos y no las acechanzas de la secularización, de las sectas, de los hostigamientos, de las persecuciones. Lo fundamental es cómo los cristianos vivimos, adherimos, confesamos, celebramos y comunicamos la fe: rehacer la fe de los cristianos con entusiasmo, razonabilidad y convicción.

 

–¿Cómo está madurando el laicado de la Iglesia?

–En América latina conviven una multitud de bautizados –80 por ciento– que tiene que ir convirtiéndose en un pueblo de discípulos, testigos y misioneros del Señor. Hay una obra desde la iniciación cristiana hasta la formación de personalidades cristianas adultas. Por eso la centralidad en Aparecida fue fundamental: la formación de discípulos y misioneros para que nuestros pueblos tengan vida. Dentro de ese camino, sabemos que en la mayoría de nuestros pueblos hay muchos que han visto su bautismo sepultado bajo una capa de olvido e indiferencia, pero muchos también en nuestros pueblos han mantenido la fe a través del tesoro de la piedad popular que tiene que ayudar a conducir a los bautizados hacia la sacramentalidad de la Iglesia, promoviendo una fe madura y adulta. Entre los grandes signos de esperanza que se han vivido a nivel del laicado en los últimos años está el surgimiento y desarrollo de lo que llamamos movimientos eclesiales y nuevas comunidades que el papa Juan Pablo II y también Benedicto XVI no sólo han alentado y reconocido sino que consideran grandes frutos. Cada movimiento con su propio carisma, talante, método educativo y estilo misionero compone y está gestando una nueva generación de cristianos laicos adultos en los más diversos ámbitos de la vida social, cultural y eclesial.

 

–¿Cómo percibe la evolución de las democracias jóvenes en América latina y su relación con la Iglesia?

–Es importante regocijarse con los 40 años de democratización en América latina, no obstante todos los límites de nuestras democracias y los bolsones negros que todavía existen. Hemos dejado atrás políticas de muerte que eran la muerte de toda política y de toda democracia. Sin embargo, las democracias no se miden sólo por procesos electorales, tienen que tener muchos otros elementos que las tornan maduras y participativas. Por eso hay mucho que hacer para que nuestras democracias sean más serias y más maduras en la gestión de las instituciones civiles y en la participación de los pueblos. La Iglesia jugó un papel muy importante por doquier para la gestación de esas democracias y, obviamente, un clima de mayor libertad favorece la misión de la Iglesia al servicio de los pueblos. Aquí y allá hay dificultades evidentes, pero en la actualidad la Iglesia mantiene relaciones serias y serenas en el seno de las democracias latinoamericanas.

 

–En su momento de intimidad de oración con Dios, ¿qué nombre aparece antes Dios Padre, Jesús, María, y qué peso tienen esos momentos en su vida?

–A veces nos damos cuenta de que pasamos una semana trabajando intensamente por la Iglesia y en la Iglesia sin tener momentos de relación cara a cara con el Señor. Y eso sorprende y golpea. Si no se mantiene una disciplina de oración es muy fácil transformarnos en funcionarios o activistas eclesiásticos. Y qué fea es esa imagen.  Nosotros tenemos que tener la plena conciencia de esa verdad del Evangelio cuando Jesús dice “Sin mí no podéis hacer nada”. La oración sostiene no sólo la vida de trabajo por la Iglesia sino también la vida entera. La oración, como personal coloquio con el Señor, tiene que traducirse en la oración fundamental de la Iglesia, que es la mayor participación posible en la eucaristía. Tengo en mi oficina –siempre la he tenido– una enorme imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Cuando llegué a Roma tenía 26 años, era sorprendente viniendo del Uruguay… Siempre cuento,  sin tomarme demasiado en serio, que hice un pacto con Nuestra Señora de Guadalupe y le dije: “Estoy aquí para servirte como el indio Juan Diego pero tú protégeme y consuélame en todo el trabajo que tengo que hacer en este ambiente que es difícil, que llego con 26 años, con mi familia recién formada”. De alguna manera vivo como viven los pueblos latinoamericanos ese aforismo tradicional “A Cristo por María”. Ese es un camino seguro.

7 Readers Commented

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  1. María Luisa on 4 mayo, 2012

    La oración es mi «coloquio» por excelencia con el Señor y su Madre María, a quien adopté como Madre del Corazón ! muy interesante la entrevista y muy actual ! debería difundirse en todas las iglesias, para unificar el Amor a Dios, muchas gracias

  2. María Teresa Rearte on 20 mayo, 2012

    Estoy de acuerdo con el entrevistado en algunas respuestas, como la que dice que el problema de base es la fe de los cristianos, no el secularismo, las sectas, etc.

    También cuando afirma que el cristianismo no es para hacer proselitismo. Pero lamentablemente algunos cristianos tienen todavía esa actitud.

    Me parece interesante su respuesta sobre la oración, a la que adhiero, porque también la experimento.

    No conozco la situación europea, salvo muy superficialmente, de modo que no puedo opinar.

    Coincido en que las ideologías están desgastadas. Pero no en que Benedicto XVI sea un líder del siglo XXI. Lamentablemente no es así. Y lo digo con todo respeto por su erudición intelectual. Otro era el caso de Juan Pablo II, de su evidente carisma y su sobresaliente vocación pastoral, ejercida hasta el sacrificio. Por la cual Dios sea glorificado. Y él, Juan Pablo II, será recordado como un ejemplo enaltecedor.

    Disiento totalmente con la afirmación acerca del rol de la Iglesia en el surgimiento de las democracias latinoamericanas, con algunas excepciones, que honran al episcopado argentino, como la persona de quien fue nuestro obispo, hace poco tiempo recordado en esta revista, Mons. Vicente Zazpe. Y otros obispos como Mons. Hesayne, Mons. Devoto, Mons. de Nevares…

    La entrevista, sí, ágil, fresca, de agradable lectura, aunque en algunos aspectos haya incurrido en apreciaciones que, a mi juicio, no se corresponden con la realidad. Y que, aunque el entrevistado diga que el cristianismo no es para hacer proselitismo, actitudes como esa son francamente proselitistas. Y lamentablemente están enquistadas en algunos miembros de la Iglesia. Por la salud eclesial, de sus miembros, deberían ser progresivamente desterradas.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  3. Graciela Moranchel on 21 mayo, 2012

    «Rehacer la fe de los cristianos» en Latinoamérica, como afirma el doctor Guzmán Carriquiry Lecour ,no es tarea fácil, y no me parece que sea cuestión de probar nuevos métodos pastorales, o de insistir en contenidos catequéticos que, después de varios siglos, se han mostrado totalmente infructuosos para entusiasmar a los cristianos y afirmar su identidad. La crisis de credibilidad que atraviesa la Iglesia hoy nos da sobrada cuenta de ello.

    Los frutos de la encarnación de la fe en Cristo se ven en las relaciones humanas. En este caso, en la cultura de un pueblo, ya que los valores o disvalores asumidos se van plasmando y convirtiendo en el humus de donde se alimenta una comunidad. Si nuestros pueblos fueran auténticamente cristianos, si el Evangelio hubiera calado hondo en la vida y en los sentimientos de la gente, nuestra sociedad sería evidentemente otra.

    Creo que la renovación de la fe pasa por una vuelta a las fuentes, por un contacto más directo con la Palabra de Dios más allá de lo estrictamente cultual, sacramental, y por una revalorización de la oración en la vida personal, como dice el entrevistado, sobre todo de la «oración de silencio».

    Creo a la vez que la renovación espiritual del Pueblo de Dios requiere de una vuelta decidida al «cristocentrismo» de la fe. Tengo muchas dudas de que la figura de María, la Madre de Jesús, a quien la piedad popular le rinde un culto «mariolátrico», contribuya a forjar un cristianismo maduro y a aumentar la fe en Dios, sencillamente porque no responde a la predicación del kerygma primitivo, punto focal donde tendrían que poner su atención los agentes pastorales.

    Hay mucho para pensar, mucho para hacer, siempre que no se utilicen esquemas de pensamientos y moldes antiguos que se pretendan aplicar a las nuevas situaciones eclesiales que se van presentando, porque con este criterio sólo se logrará ahondar más la crisis.

    Todas estos problemas son un verdadero desafío para la Iglesia, que deberá responder con sabiduría.

  4. María Teresa Rearte on 23 mayo, 2012

    Las notas a veces invitan a repensarlas. El relativimo que se menciona, con relación a Europa, prefiero pensarlo con relación a nosotros, que pertenecemos a la Iglesia Latinoamericana.

    A los legalistas les gusta encerrarse en sus fortalezas, con sus discursos, pero sobre todo con sus cargos y honores.

    Sin ser relativista, a mí me atrae otro «relativismo», al que podría llamar profético, porque libera del estancamiento y conduce a la superación. Por supuesto que con prudencia. Y guarda relación con aquéllo de Jesús, de que «no he venido a destruir sino a perfeccionar». A dar cumplimiento. Y eso es todo un programa de vida y de acción, si es que estamos pensando en el futuro.

    Lo otro que quiero decir es que a veces se da la tentación de querer edificar una ciudad, o una Iglesia de arqueología. Arqueológica. Por eso la exaltación de la ley, que no niego que cumpla una función importante y rectora. Pero tiene que llevarnos a Cristo. A la re-generación por la gracia, de tal modo que llegue a lo hondo de nosotros aquéllo de «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.» Que encuentre sentido la sufrida e interminable espera de tantos: «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos encontrarán misericordia». Etc.

    Y no una fe «cosificada». Tampoco una fe de «cruzado», que a veces uno advierte en algunos comentarios. La Iglesia se renueva con pequeños signos, que es grato comprobarlos. A mí me emociona, por ejemplo, encontrar en un colegio de mi ciudad una cruz con una inscripción conmemorativa donde se destacan estas palabras «cruz liberadora». Y yo creo que por estas latitudes, y en el contexto histórico en el que vivimos, la cruz redentora se hizo liberadora. Y no hay que tener miedo de verlo así. Tampoco hay que ser indiferentes frente a esta intuición de una comunidad religiosa y educativa. Personalmente me solidarizo con ellas. Y con ellas me alegro.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  5. María Teresa Rearte on 24 mayo, 2012

    Para darle al mundo una nueva visión o ilustración, como dice el entrevistado, el mensaje cristiano necesita un Pastor más apasionado. Que viva y exprese con énfasis la Encarnación del Verbo. Y tenemos en cambio un Papa muy ilustrado. Demasiado pulcro, intelectualmente me refiero. Éste es el Pastor que tenemos, no lo rechazo; lo recibo como quien es, el Obispo de Roma, que preside la Iglesia. Y a quien estamos unidos por la fe y la caridad.

    Pero pienso que debiéramos, debiera, el entrevistado ser abierto para aceptar la realidad humilde del Papa con relación a la envergadura de las cuestiones que sacuden al mundo contemporáneo. Y en cambio se lo advierte demasiado preocupado por «adornar» la figura papal con cualidades extraordinarias. A veces habría, o tendrían que recordar nuestros pastores, que son sucesores de aquéllos rudos pescadores que eligió Jesús. No para ser rudos ellos también. Sino para no sentirse, en algunos casos, tan acicalados por el status y el poder. Digo en algunos casos, porque uno tiene en la retina la imagen de Mons. Zazpe, o del Card. Karlic, o de Mons. Uriona, etc. etc. y estoy nombrando distintas latitudes., que son reconfortantes.

    La presencia de Benedicto XVI, aún para la sensibilidad cristiana, católica, es distante, demasiado tibia. Y vuelvo al comienzo, se necesita más pasión. No la tiene. Bueno, aceptémoslo con humildad, una virtud cristiana que falta en la Iglesia. Y más aún en determinados estamentos.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  6. María Teresa Rearte on 27 mayo, 2012

    Introducir algo de la figura femenina en la Iglesia latinoamericana podría ser mostrar la otra cara de la humanidad. El rostro que le falta a la comunidad cristiana, de rasgos predominantemente masculinos.

    No estoy reivindicando el sacerdocio femenino, ni el poder jerárquico, que supongo sería causa de escándalo. Y quizás algo más, por «desobedientes», como dice Benedicto XVI.

    Tan sólo estoy diciendo, introducir siquiera un poco de femineidad, que renueve una institución tan masculina, en la cual -sin embargo- la mujeres tienen tantas formas de presencia. Han prestado y prestan tantos servicios.

    ¿Por qué de eso no se habla? ¿Podemos hablar realmente de esperanza? ¿O se trata de estar diciendo siempre lo mismo y que todo siga igual?

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

  7. Graciela Moranchel on 7 junio, 2012

    Se habla tímidamente de introducir «algo» de la figura femenina en la Iglesia latinoamericana, de poner «un poco» de femineidad» a fin de renovar una institución tan «masculina». Y se hacen las correspondientes reservas, a fin de que estas sugerencias no se vayan a entender como reivindicaciones, ni de la ordenación sacerdotal ni del asunto del poder en la Iglesia relacionados con la participación de la mujer, no sea cosa que al que se atreve a plantear este tipo de cuestiones se lo tilde también de «desobediente». ¿Por qué tanto prurito…?

    Me pregunto qué puede hacer que un cristiano piense de este modo, dentro de un marco tan estrecho de pensamiento que no le permite ir más allá de lo que marca la situacion actual que ha sido mantenida durante siglos por la Iglesia y que impide que las mujeres cumplan en sus comunidades cristianas un rol que las ponga en igualdad de condiciones con respecto a los varones.

    Da verdadera vergüenza que en pleno siglo XXI, cuando en las sociedades «civilizadas» las mujeres han alcanzado altísimos grados de relevancia y valoración en un pie de absoluta igualdad con respecto al hombre, en la Iglesia en cambio, sigamos «pidiendo permiso», sigamos «discutiendo» sobre el espacio que nos corresponde como personas y como cristianas.

    También causa perplejidad que el rol que debe ocupar la mujer en la Iglesia sea circunscripto por el «clero masculino», cuando esta tarea debería ser ante todo pensada y llevada a cabo por las mismas mujeres, poniendo sus diversos carismas al servicio de todo el Cuerpo de Cristo y del mundo.

    Es hora de sentarnos todos los cristianos, mujeres y hombres, religiosos y clero, a fin de escuchar con un corazón y una mente abiertos la Palabra de Dios, dejando de lado antiguas tradiciones que se han mantenido hasta el presente pero que hoy se presentan como absolutamente extemporáneas, y que justamente tienen que ver con la estructura eclesiástica, con su gobierno, y por supuesto, con el papel que deben desempeñar las mujeres dentro de sus comunidades.

    Es hora de realizar gestos concretos en momentos de una profunda crisis de credibilidad que está atravesando la Iglesia a fin de disponernos a dar el salto cualitativo debido, con el objetivo de renovar nuestras iglesias de acuerdo con el mandato de Jesús de formar una Iglesia de «hermanos», de «iguales», donde el papel de «Maestro y Señor» sólo lo debe ocupar uno: el Cristo.

    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

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