Seguramente, muchos de nuestros lectores de mediana edad o ya mayores recordarán, por experiencia directa o por relatos de familia, historias acerca de cómo vivían nuestros abuelos, y habrán suspirado ante esas escenas de una Buenos Aires casi pueblerina en comparación con la actual, donde el trabajo y el descanso se alternaban con mayor armonía, y los atardeceres eran todavía momentos de serenidad y de reencuentro en la intimidad del hogar. “Estar en familia” ocupaba entonces un lugar central en la vida, manifestado en largos tiempos compartidos, constituyendo una especie de cantus firmus que desde la profundidad animaba el quehacer cotidiano. No había irrumpido todavía la televisión en nuestras comidas familiares silenciándonos con la prepotencia de sus imágenes, ni los celulares constantemente encendidos entrecortaban los diálogos hasta volverlos insostenibles, ni el Internet y las redes sociales difuminaban la diferencia entre estar solo y estar acompañado. Tampoco era usual esa multiplicación incontrolada de actividades y compromisos que hoy abruma no sólo a los adultos y a los jóvenes, sino incluso, como por contagio, a los niños, convirtiendo muchas casas en imágenes de la dispersión, poco más que albergues para comer y dormir.
Resulta entonces comprensible que en aquellos tiempos lejanos, “salir de vacaciones” no fuera experimentado como una necesidad colectiva de primer orden, y se viera más bien como un lujo de sectores sociales acomodados. En la actualidad, por el contrario, esto ha cambiado de modo dramático.
Basta observar lo que sucede durante los fines de semana largos, cuando verdaderas multitudes se lanzan a las rutas, desafiando pronósticos meteorológicos adversos, cortes de vecinos que aprovechan la ocasión para ventilar sus protestas, y exasperantes congestiones de tránsito, sólo para encontrar en el mar o en el campo un paréntesis, por breve que sea, a una vida que se ha vuelto en muchos sentidos asfixiante y humanamente no sustentable.
Las vacaciones hoy no son para nosotros un lujo, sino una imperiosa necesidad. Nos hace falta un tiempo y un ámbito propicios para liberarnos del estrés, recuperar la calma, volver a ser capaces de estar juntos sólo por el gusto de hacerlo y reencontrarnos, o incluso redescubrirnos, poniendo en palabras los pensamientos y sentimientos que durante el año han permanecido ocultos o inexpresados. En esos breves días, afrontamos el desafío de recuperar ese sustrato de afecto y cercanía que sostienen y dan sentido a toda nuestra actividad.
Aunque materialmente las posibilidades de vacacionar se han extendido en la actualidad a amplios sectores sociales, no es fácil tomar conciencia de su sentido y su importancia, evitando convertirlas en meras prolongaciones de nuestro modo de vivir durante el año. A veces simplemente se traslada a otro escenario la misma agitación, la misma ansiedad, los mismos desencuentros de todos los días. Otras veces el ocio, vivido sin imaginación o sin el deseo o la posibilidad de comunicarse, desemboca en tedio y frustración. No es de extrañar que mucha gente regrese de sus vacaciones malhumorada, deprimida, o incluso aliviada de retomar la rutina de la cual pocos días antes quería escapar.
Sin embargo, esto no tiene por qué ser así. El tiempo de descanso puede ser algo más que un simple paréntesis, fugaz e ilusorio, en una existencia opresiva y sin alma. Aun cuando sea breve, puede ser una ocasión para volver a encontrarse consigo mismo y con los demás, para fortalecer los lazos de afecto y experimentar la alegría de estar juntos, y sobre todo para levantar la mirada hacia Dios y recuperar la conciencia de que la vida es, ante todo, un inmenso don para ser compartido, celebrado y agradecido.
2 Readers Commented
Join discussionEl tiempo de vacaciones fue un duro tiempo de aprendizaje, con mi esposo llevamos 36 años de casados, tenemos 6 hijos, y nos costó mucho encontrar el punto de encuentro en la época que no tenemos nada que hacer- Todos juntos en casa, qué maravilloso pero que difícil, cada año debíamos esforzarnos para que las vacaciones sean fructíferas y no un motivo de desencuentro. Con el transcurso del tiempo aprendimos que vacaciones no es sinónimo de apretujarnos todos junto y que es bueno que en ese tiempo cada uno se guarde un tiempito para hacer lo que le gusta. Unión si, fusión no.
Sí, tal cual… especialmente el primer largo párrafo. El punto es cómo encontrar el dificil equilibrio entre mundo/vida modernos y los valores familiares. Con cuatro hijos de 11 a 16, es difícil retornar a la añorada mesa de domingo, con mantel a cuadros, pastas caseras, tuco y vino tinto.. y la presencia de todos!!
Es una lucha interna cotidiana el «aggiornamiento» que debemos intentar personas, incluso, de mi edad!!
ACEPTAR creo que es la salida…
Y buscar la unidad en las poquitas cosas ESENCIALES..»en lo esencial, unidad; en la duda, libertad; en todo…CARIDAD!!!
Atte