En La casa está en orden. Memoria de la transición (Taeda Editora, 2011), Horacio Jaunarena recupera tramos dramáticos de las últimas décadas del siglo XX en materia de fuerzas armadas y derechos humanos.“La casa está en orden”, las palabras que dan título a este libro, fueron pronunciadas por Raúl Alfonsín desde el balcón de la Casa Rosada la Pascua de 1987. Horacio Jaunarena, que estuvo cara a cara con los alzados en Campo de Mayo, solo y con el presidente, pone en claro que la decisión de distinguir niveles de responsabilidad, entre los cuales la exención de “quienes debían cumplir órdenes en circunstancias tales que prácticamente constituían una coerción”, fue anterior y no resultado de los hechos. Las memorias parten de “una historia que empezó en Pergamino”, a través de su amistad con Raúl Borrás, que lo convoca a acompañarlo como subsecretario de Defensa. La muerte se cobró dos víctimas en esa cartera: Borrás primero, Roque Carranza después. Tras la renuncia de Germán López, que falleció al poco tiempo, Jaunarena lo sucedió como ministro. Desde el final de la presidencia de Jorge Videla los militares intentaron que la sociedad aprobase “todo lo actuado en lucha contra la subversión”, y Reynaldo Bignone dictó, poco antes de dejar el poder, una “autoamnistía” que el candidato justicialista, Ítalo Luder, aceptó, no así el candidato radical.
Uno de los primeros actos del presidente Alfonsín fue el procesamiento de los ex comandantes y de los principales líderes de la subversión. El prólogo de Nunca más (si se recurre al salido de la pluma de Ernesto Sabato, no a la versión acondicionada de ahora) y los considerandos del fallo que condenó a las Juntas Militares son lapidarios para con las responsabilidades de unos y otros.
Había mucho dolor acumulado. A ello se refiere Graciela Fernández Meijide en La historia íntima de los derechos humanos en la Argentina, donde con serenidad pero vívidamente describe las tensiones del momento: la negativa del Consejo Supremo a juzgar a los ex comandantes –finalmente remitidos a la Cámara Federal–, y los jueces de distintas partes del país que citaban a oficiales con mando de tropa de distinta graduación por su participación en la represión. El gobierno lidiaba con sectores que justificaban la metodología utilizada para combatir la subversión, con el justicialismo que asumía las banderas más reivindicativas de los derechos humanos, y con miembros de su propio partido no dispuestos a ser menos, con incomprensión hacia todo lo que arriesgaba el gobierno para afianzar la democracia débil aún. Es muy elocuente la imagen de Germán López observando desde su despacho una manifestación radical contra decisiones clave del Presidente. En medio de estas dificultades mayúsculas, había que reorganizar las Fuerzas Armadas, elegir mandos competentes y respetados, adecuar el gasto militar a tiempos sin hipótesis de conflicto y a duras restricciones presupuestarias.
Tras la Semana Santa del ’87, vendría aún el alzamiento del coronel Mohamed A. Seineldin, episodio que se cerró con su derrota y sin víctimas fatales. Que sí hubo en la siguiente rebelión de este militar, ya con Menem presidente, quien, según el recuerdo de Carlos Corach (18.885 días de política, 2011) planteó incluso aplicarle la pena de muerte, sin olvidar que allegados suyos habían respaldado.
En cuanto a Villa Martelli, Jaunarena señala que para Alfonsín “esto fue hecho por encargo”, apuntando al nicaragüense Tomás Borge, con quien E. Gorriarán Merlo, dirigente del ERP y del MTP, había estado en contacto. Fue la expresión enloquecida de “una izquierda violenta que ya creíamos inexistente”, en la que oficiales y soldados combatieron y cayeron en la defensa del cuartel.
Producido el triunfo de Menem, éste visitó al ministro en su casa: “Me llamó la atención la sobriedad y la modestia con las que el futuro presidente atendía la información que yo le transmitía”. El autor permite conocer y valorar más plenamente al primer Presidente de la democracia, que en los momentos más críticos y durante seis años, le dio aliento, respaldo y confianza. Fue ministro aún de dos presidentes, ya en tiempos más tranquilos para el área (en tal sentido, elogia al primer ministro de Defensa de la Alianza, R. López Murphy). Su mirada es reticente con Fernando de la Rúa y reconocido al justicialista E. Duhalde por la confianza que le demostró.
El libro ofrece un material muy rico sobre el arte de gobernar en general en particular, lo que se extiende en anexos documentales y material fotográfico. Horacio Jaunarena ofrece un apasionante testimonio que respira autenticidad, necesario para comprender la historia reciente y aun el presente.
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Join discussionDice el autor de la nota que Horacio Jaunarena ofrece «un apasionante testimonio que respira autenticidad». Pienso que aún se respira mucha pasión, lo cual es inherente a la naturaleza humana y al desenvolvimiento de estos momentos de nuestro pasado, que alcanzan también el presente.
Personalmente abrigo el anhelo de que todo lo que vivió el país, tanto dolor y horror en vidas humanas, tantas fatigas, colaboren para encontrar un camino de inclusión de los más postergados. De solidaridad y de paz. Todo lo cual, me parece que tiene un nombre: contruir la justicia, para poder así edificar una Nación en paz.
Con respeto.
Gracias.
Prof. María Teresa Rearte
Leí el libro y coincido con la apreciación que hace «Criterio». Es un relato vívido, hecho por un proagonista capaz de mirar la historia con más de un ojo. Su lectura debería ser obligatoria.
M.Lagos