El malestar de los movimientos sociales requiere profundas medidas de transformación. La revista de los jesuitas chilenos, Mensaje, se refiere a ello en un editorial.Desde hace algún tiempo nos están sorprendiendo diversos movimientos sociales que han hecho de la calle –en Santiago y en regiones– su lugar de acción. Las masivas protestas por el proyecto Barrancones en agosto pasado (y la rápida reacción del Presidente, anunciando que se modificaría el proyecto) fueron un hito. Antes, en 2006, otros “pingüinos”, no los amenazados por la hipotética central de Punta de Choros, sino los estudiantes secundarios, habían hecho historia como movimiento social. Y, en el último tiempo, se ha recurrido al mismo tipo de movilización por distintos motivos: las elecciones de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP), las alzas de combustible en Punta Arenas, la central hidroeléctrica de HidroAysén, la educación pública y superior, las demandas de reconocimiento del pueblo mapuche, los alimentos transgénicos, etc. También en grupos más pequeños se ha protestado contra los abusos de las farmacias y del comercio (retail). Ciertamente, cada una de estas causas requiere una discusión profunda; no son homologables. Sin embargo, nos parece que este tipo de movimientos –ocurridos en Chile y en otras latitudes– nos obligan a reflexionar.
Sensación de estar siendo abusados
Hay molestia en mucha gente. ¿Cómo se explica tal malestar en un país que entra a la OCDE, que tiene un ingreso per cápita creciente y cuyas cifras macroeconómicas indican que se aleja de la pobreza? La causa del reclamo no es el hambre ni el desempleo. Tampoco el vivir en un sistema político dictatorial. En cambio, la sensación de estar siendo abusados por otros que tienen más poder parece una constante en estos movimientos sociales. Las manifestaciones contra HidroAysén son la protesta de una ciudadanía no escuchada, que piensa que se toman decisiones relevantes sin importar su parecer. Los manifestantes se experimentan poco considerados y, más aún, violentados por el desmedido poder de decisión que otros tienen.
Una desigualdad que hiere más que la pobreza
Si no son primordialmente el hambre, la desocupación o la dictadura las causas de la protesta, sí lo es la desigualdad de fuerzas. La sensación de que otros (“los poderosos”) abusan de nosotros (“los débiles”) se arraiga en un país consciente de que sus diferencias económicas son, como bien dijo el obispo Alejandro Goic, “escandalosas”. El sentido común juzga que una llamada telefónica de un rico empresario no es indiferente a un fiscal nacional.
En el fondo, la desigualdad económica da fundamento a la sensación de desigualdad de poder respecto a decisiones de país. Se podría pensar que la llegada al poder político de la derecha –ya ligada al poder económico y dueña de los medios de comunicación social más relevantes– exacerba esta sensación de indefensión.
Sistema político no representativo
Las críticas al sistema electoral binomial son antiguas. Sus defensores valoraron la estabilidad que éste aseguró al término de la dictadura. Pero hoy, cuando nuestra sociedad es crecientemente diversa y ha aceptado la democracia como su modo de vida, el Parlamento no está representando a la ciudadanía. El rechazo a los partidos políticos y a los dos grandes bloques es un síntoma muy preocupante.
En este contexto, es comprensible que la ciudadanía busque otras maneras de expresarse. Y ha probado su fuerza con las movilizaciones y protestas. ¿Qué pasará cuando se aplique el voto voluntario? Si se cumple el pronóstico de una abstención significativa, esto solo acentuará la distancia entre dos tipos de participación política: uno “formal” (los representantes políticos) y otro “ciudadano” (las manifestaciones y la calle). ¿Será la clase política actual capaz de dar pasos de renuncia a las cuotas de poder que hoy tiene y pasar a un sistema que admita mayor diversidad y refleje mejor la realidad chilena?
De hecho, nuestro actual sistema binominal ha ido desprestigiando la democracia, porque no es suficientemente representativo. Esta carencia es más evidente en un mundo que exalta el valor de la libertad individual y la autonomía. Tal vez, un síntoma de esto es la simpatía que experimentan los jóvenes por sistemas llamados de democracia directa.
En ellos no hay necesidad de representantes, sino que se participa directamente. Sin embargo, estos sistemas pueden ser muy peligrosos cuando reina la manipulación subrepticia por parte de grupos radicalizados ideológicamente o populistas. Se deriva entonces a argumentos que no resisten racionalidad alguna. Se destruye así toda posibilidad de diálogo al caricaturizar la discusión, descalificar al oponente o lanzar proclamas demagógicas. En definitiva, sólo se podrá hacer frente al descrédito de nuestra democracia con medidas que efectivamente permitan una más fiel representación de la diversidad de nuestro país.
Clientes o ciudadanos
No obstante reconocer una sensación de abuso e indefensión en la ciudadanía, fundada en la desigualdad económica y en la no representatividad del sistema político, es necesario cuestionar también el tono de algunas de las demandas que se escuchan. Hace algunas semanas, una columna en un diario alertaba sobre la irracionalidad de protestar en defensa del medio ambiente contra el proyecto HidroAysén y no contra el acopio de arsénico en Arica o el humo de la refinería de Ventanas. En ese sentido, estos movimientos sociales no responden a una racionalidad estricta. En ocasiones, pareciera que están sostenidos en el modelo el cliente siempre tiene la razón, donde el ciudadano es el cliente y el Estado chileno el que presta el servicio. Por ejemplo, los estudiantes de colegios particulares pagados (8% de la educación secundaria, correlacionada con los sectores socioeconómicos más altos) piden al Estado el pase escolar gratuito para todos. Parece sorprendente pedir subsidios igualitarios: no se trata de un supermercado que hace ofertas. Es obvio que el sistema público tiene que focalizar los recursos siempre escasos en quienes más los necesitan.
Este modelo de mercado, que invade todas nuestras relaciones, se ha ido colando desde mucho antes de la asunción del presidente Piñera. No podemos culpar de ello al actual Gobierno. Si admitimos o propiciamos una relación de cliente con el Estado, los motivos de protesta pueden ser bastante antojadizos. Esta es tierra fértil para el populismo y la demagogia. Se requiere más y mejor política para diferenciar más claramente un Gobierno del retail.
El país no estará bien si la política está mal. El malestar que se ha expresado requiere profundas medidas de transformación. No habrá paz social si no se reduce la actual desigualdad económica. Tampoco será posible esa paz si los canales políticos de representación siguen excluyendo a parte importante de la diversidad nacional. Pero se requiere también una formación cívica y democrática de calidad, que nos ayude a asumir derechos y deberes propios de los ciudadanos y no exigencias típicas de clientes. Debemos entender que la prioridad está en el bien común y que este implica una focalización en los menos privilegiados. Y dicho bien común lo debemos construir entre todos, sabiendo que algo deberemos sacrificar para vivir en una sociedad más cohesionada, justa, segura y fraternal.
2 Readers Commented
Join discussionMuy buena nota,para reflexionar.
Felicitaciones…!!
Pocas veces he leído un diagnóstico tan claro y objetivo, de las razones de fondo del descontento social chileno: un pais de la OCDE que crece a tasas por sobre toda la región, ¿ por qué ha de estar descontento ? Tal como el autor señala: crisis de representatividad, pocos actores sociales se sienten interpretados por un modelo social y económico heredado, es decir, impuesto y decisiones tecnócratas. La cuestión es más de fondo de lo que los políticos piensan, es cuestión de ver a los «indignados».