El no a la violencia debe arraigar más profundamente en el corazón humano para que el compromiso con la paz se exprese en el mundo.Hace 25 años Criterio editorializó sobre el primer encuentro interreligioso de Asís convocado por Juan Pablo II. Lo tituló “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”, la oración de Francisco que a partir de entonces año tras año resuena desde Asís al mundo entero. Había sido “un acontecimiento único en la historia de las religiones”: “una peregrinación a las fuentes de la paz, un ayuno para pedir perdón, una oración para implorar ayuda”.
Que hombres y mujeres de distintas religiones, desde cristianos hasta animistas, compartieran un mismo espacio de oración suscitó sorpresa, entusiasmo y también disgusto. Otras dos celebraciones en Asís, en 1993 y 2002, respondieron a graves momentos que atravesaba el mundo (Balkanes y Torres Gemelas), pero carecieron de la repercusión de la primera. Año a año, la Comunidad de San Egidio en los Encuentros Hombres y Religiones ha seguido aquel surco, de los que en más de una oportunidad nos hemos hecho eco.
No era un secreto la resistencia del entonces cardenal Ratzinger al modelo de oración de Asís. Pero el papa Benedicto XVI no quiso que los veinticinco años pasaran en silencio. Las formas cambiarían, el espíritu no, ya que en el marco de una peregrinación se llevaría a cabo el encuentro.
Se privilegió así uno de los pasos de aquella vez: la peregrinación, común a todas las religiones, es uno de los mandamientos fundamentales. Solemos peregrinar a lugares y a santuarios: Roma, Asís, Jerusalén, Santiago de Compostela, Lourdes, Guadalupe, Itatí, Luján, a la Meca y Medina, a Lumbini en Nepal, donde nació Buda, o a Bodh Gaya, donde encontró el Nirvana, o a Benarés. Somos peregrinos junto con otros, al menos con los que encontramos en el camino, y con ellos confrontamos nuestra fe o volcamos nuestras peticiones en esos lugares que creemos marcados por una especial presencia religiosa. La vida entera es peregrinaje, homo viator.
En esta oportunidad, la novedad fue aportada por una mujer, la última oradora, la psicoanalista, semióloga y filósofa francesa, aunque búlgara de origen. Julia Kristeva fue una voz de los no creyentes. Enunció diez principios del humanismo de nuestro tiempo en que tras la Shoah y los gulags, ya no existe el Hombre con mayúscula ni hace la historia “sino que la historia somos nosotros”. Pero es un tiempo en que, por vez primera, el homo sapiens es capaz de destruirse en nombre de religiones, creencias e ideologías. Invitó a retomar los códigos morales inscriptos en los libros de las grandes religiones y señaló algo sumamente original: el humanismo es un feminismo en el que falta una nueva reflexión sobre la elección y la responsabilidad de la maternidad. En efecto, agregamos, en las conferencias internacionales sobre la mujer, la maternidad es vista casi como un obstáculo y no una plenitud vital. Invitó a que religión y humanismo hallen “complicidades” para aportar a la renovación de las capacidades de los hombres y las mujeres a crecer y a conocer juntos. Y concluyó con el augurio de que “en el multiverso rodeado de vacío, la humanidad pueda por mucho tiempo proseguir su destino creativo”.
Las palabras de Benedicto XVI se publican en otro lugar de este número, por lo que nos limitaremos a señalar, en coherencia con lo anterior, la mención específica de que entre la religión y la antirreligión están quienes buscan la verdad, que no se contentan con afirmar: “No hay Dios”. Por el contrario, ellos “despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios –el verdadero Dios– se haga accesible”.
Estamos llamados a un discernimiento y a un examen de conciencia. Discernir, porque a menudo englobamos todo “secularismo” en uno solo y lo hacemos responsable indiscriminadamente de nuestros males. Olvidamos que hay un diálogo y un encuentro necesarios con quienes, agnósticos, comparten nuestras familias, amistades, círculos culturales e intelectuales, buscan la verdad, practican el bien, aman la justicia y construyen la paz. Un examen de conciencia, porque también los cristianos hemos impuesto al Dios del amor y de la paz por medio de la violencia, “lo que reconocemos llenos de vergüenza” y porque tantas veces, como personas y como comunidades, no somos transmisores de la buena noticia de Cristo, Señor y Redentor, que nos amó “hasta el extremo”. El Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización recientemente creado es un instrumento que debiera multiplicarse en las iglesias particulares según las condiciones y realidades de cada una.
La jornada concluyó ante las Basílicas, y nuevamente allí se escuchó la voz de otro de los no creyentes invitados, el filósofo mexicano Guillermo Hurtado, que en la lectura de un párrafo del mensaje final hizo resonar por única vez ese día la lengua de Cervantes. Luego, todos, sin distinciones religiosas, se detuvieron ante la tumba del Poverello, cuyo Cántico de las criaturas se elevó como una oración, la que, por otra parte, tuvo sus momentos pero en soledad y en silencio (en el acto conclusivo, con el agregado para los no creyentes de “desear la paz”, si no se rezaba por ella).
En todo el mundo, también en Buenos Aires, en dos celebraciones, el espíritu de Asís fue convocante. Ya no es, como lo fue hace veinticinco años, algo novedoso que las religiones se reúnan para dar testimonio de que “la paz es el nombre de Dios”, como ocurrió hace una década en ocasión de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, en el mundo (pensamos en Medio Oriente y en las incertidumbres de la “primavera árabe”, pero también en la India, Paquistán, Nigeria e Indonesia y otros lugares) donde los cristianos sufren violencia a causa de su fe y por obra de quienes entienden que ejercerla es una exigencia.
El “Nunca más la guerra”, que Pablo VI pronunciara ante las Naciones Unidas, reiterado en las más dramáticas circunstancias por sus sucesores, y el “Nunca más la violencia en nombre de Dios” de Benedicto XVI, deben latir en la comunidad internacional, ser humano.
8 Readers Commented
Join discussionEn el mismo sentido del contenido del editorial es importante resaltar que la paz «a cualquier precio» no es verdadera paz. Es decir, una paz que sea «estar tranquilo» o fruto del aislarme del resto en un sentido inmanente no trascendente, no es paz. La paz compromete el perdón – como aquí se plantea – y el hacer con el otro en cuanto otro.
Jamás existirá paz verdadera sin corazones pacificados. Ello no podrá darse nunca sin el respeto absoluto por las diferencias de criterios y de opinión, sin una sana resignación al conocer que nadie puede considerarse el «poseedor de la verdad total», aceptando que con «mis» verdades coexisten «otras» verdades, tan valiosas y verdaderas como las propias.
No podrá darse la paz sin una disposición permanente para el encuentro fraterno y para el diálogo con el opositor, aún con el que se considera un enemigo. Tampoco sin una sincera valoración por las tradiciones espirituales de toda la humanidad, no sólo por considerarlas «semillas del Verbo», sino reconociendo que por medio de ellas Dios mismo ha hablado en diferentes épocas históricas de la humanidad, y donde por ello, no hay lugar para considerar a unas más valiosas que otras. De ese pensamiento reductivo y errado surge la violencia y la persecución religiosa.
Si no se produce un «cambio de mentalidad» serio que tenga en cuenta estos ítems, creo que difícilmente reuniones para rezar por la paz puedan ser efectivas para apaciguar este mundo convulsionado.
Esta apertura de criterios está muy lejos de producirse, al menos en la Iglesia Católica, mientras continuemos hablando de «relativismos» y de «secularismos» varios, presentándolos como los enemigos más acérrimos de la sociedad y de la fe. Cuando dejemos de considerar al que piensa diferente como un potencial enemigo, recién podremos plantearnos la posibilidad de trabajar por la paz.
La paz tiene su morada en el interior del corazón. Es un regalo del Espíritu.
He tenido la experiencia de tener momentos de oración ecuménica e interreligiosa «desde la oración de silencio». El silencio respeta todos los credos y crea un lenguaje y un entendimiento común. Es una excelente herramienta para pacificar los corazones y crear ámbitos de encuentro en medio de la diversidad. Deberíamos practicar mucho más estas formas de oración porque ello nos permite abrir la conciencia a los cambios necesarios que se tendrán que producir para lograr una convivencia pacífica en el seno de nuestras comunidades.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
Profesora y Licenciada en Teología Dogmática
Totalmente de acuerdo con ambos comentarios, especialmente con el de Graciela.-
Cordiales saludos,
Mario Padrón
Muy interesante y clarificador.
PEREGRINANDO……….juntos, hasta llegar a la plena posesión de la Jerusalén Celestial
CONOCIENDO…………..juntos, los misterios humanos y divinos.
HACIENDO HISTORIA…juntos, hasta el desarrollo pleno de todas las potencialidades humanas.
Amor y paz.
La belenización
Desde aquel lejano día de Belén hasta hoy han transcurrido dos milenios en los que el cristianismo urdió un gobelino arduo y complejo. En este extenso telar muchos tejedores se ocuparon de la urdimbre, algunos perdieron los hilos de la madeja y emparcharon mal la tela. Hoy arrastramos aquellos parches y nos enredamos en las viejas madejas, por ello debemos belenizar la Iglesia, volver a los hilos originales y repasar el entramado para levantar los hilos malos y defectuosos, renovando el tapiz volviendo a la frescura original que nunca debió perder.
En estos días presenciamos la elevación a ídolo absoluto del Sr. Messi, futbolista. Sin dejar de reconocer lo positivo de los deportes como actividades distractivas, cuando las cifras abonadas y los méritos exhibidos exceden los límites de lo que razonablemente debería dedicarse a los deportes, estamos frente a una disfunción valorativa. Es evidente que la sociedad se está tornando cada vez más infantil, no valora el pensamiento, la discusión de ideas, la moral, todo se reduce a un permanente , aburrido y recurrente discurso sobre los valores de la juventud: fútbol, sexo y alcohol. Sin que esto deba entenderse como una demonización a los placeres de la vida, tampoco podemos caer en el infantilismo de un discurso vacuo, que no propende al desarrollo espiritual y humano.
La paz es como el horizonte, siempre a la misma distancia de nosotros..
Creo que no se puede decir «Nunca más a la guerra…» o nunca más a la violencia… son una expresión de deseos, de buenos deseos, pero no olvidemos que el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones..
Diría que lo que tenemos que abordar y admitir es el «conflicto» y también recordar que la violencia está en nuestra naturaleza. En cierto modo la violencia sería una fuerza mal usada y esto es inevitable.
Siempre habrá «causas nobles» para justificar la violencia, podrá ser la religión, la libertad…Nadie recurre a la violencia en nombre de «causas innobles».
La mejor arma para la paz es la búsqueda de la verdad, la fortaleza, la autoridad, la ejemplaridad, atributo de la autoridad, y lo paradójico es que la defensa de estos atributos nos puede llevar a la guerra….para no caer en la sumisión…!
Así es la vida por lo menos desde que el hombre pecó…