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El libro Los hombres del juicio de Pepe Eliaschev, que acaba de editar Sudamericana, implica un viaje en el tiempo para rescatar la memoria de los tiempos más trágicos de nuestra historia reciente.Leer Los hombres del juicio me hizo viajar en el tiempo hacia 1983. Año que abrigó una esperanza gigantesca: retomar el estado de derecho y la plena vigencia de la democracia. A Raúl Alfonsín le tocó encarnar esa aspiración. El juicio a las Juntas se ubicó en ese contexto. Juicio que fuera prometido por Alfonsín en su campaña, y negado por el entonces candidato del Partido Justicialista, Ítalo A. Luder.

Eliaschev aclara que el libro lo escribe a pedido de los propios actores. No obstante, fija varios propósitos al trazar este testimonio. Entre ellos, reparar la injusticia que considera existió cuando el entonces presidente Néstor Kirchner dijo en la ex ESMA que durante veinte años la democracia argentina había hecho “silencio” en materia de derechos humanos y él venía a pedir perdón por esa omisión. También se propone presentar a los “hombres del juicio” como lo que realmente fueron y son: personas con sus matrices culturales, sus creencias y sus circunstancias que, ante un acontecimiento histórico único, actuaron de la manera en que la conciencia le indicaba que debían hacerlo.

El autor estructura el texto desde dos ángulos: por una parte, información y opinión sobre el contexto nacional e internacional previo y contemporáneo a los hechos, datos y descripción comparativa respecto de otros acontecimientos internacionales similares, y análisis de la legislación involucrada así como de la sentencia dictada por la Cámara Federal. Por la otra, el testimonio de los protagonistas. Todos los actores –excepto León Arslanian (Eliaschev realiza la crónica de sus conversaciones con el ex juez) y Andrés J. D’Alessio, ya fallecido– escriben su relato en primera persona, cuentan sus orígenes, su formación y la manera en que vivieron el juicio. Julio Strassera, Fiscal ante la Cámara, también habla en primera persona.

Rico en anécdotas que demuestran que la justicia no es otra cosa que una construcción humana, con sus limitaciones, pero que denota que ante el trabajo intenso, con objetivos políticos claros y sin interferencias de otros poderes, puede resultar una poderosa (sino la única) arma de defensa del ser humano frente a su propia y salvaje brutalidad.

El texto destaca descarnadamente la manera en que los jueces y el fiscal desarrollaron su trabajo, y el razonamiento jurídico y lógico aplicado en pos de la sentencia a la que arribaron. Breves transcripciones de la sentencia, del famoso alegato de Strassera, o de las defensas esgrimidas por los acusados, permiten percibir el horror en que se sumió la república durante la década del ‘70 y parte del ‘80. Se recorre la manera en que las fuerzas armadas incrementaron salvajemente el terror para luchar contra la subversión, y cómo se orquestó el “plan sistemático” que comenzó a vislumbrarse en el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) presentado por Ernesto Sabato ante el presidente Alfonsín en 1984. La Comisión recogió casi 9000 testimonios sobre desaparición de personas, y el fiscal Strassera dio por probados alrededor de 700 casos, suficientes para condenar a los acusados. El libro tiene la virtud de allanar términos y conceptos jurídicos a veces complejos, facilitando un mejor entendimiento del fondo de las cuestiones debatidas.

La lectura de Los hombres del juicio también permite redescubrir que el juicio a las Juntas fue una empresa colosal, llevada adelante por ciudadanos que decidieron cumplir con sus respectivos roles de jueces y de fiscal. Se juzgó con las leyes vigentes en el momento de los hechos, y dentro de los plazos de prescripción previstos. Los planteos de los acusados relativos a la falta de juez natural –entre otros–, fueron debidamente considerados en la sentencia, y ratificados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Por otra parte, el fallo no escatima comentarios hacia la lucha subversiva que diera lugar al terror de 1976, dejando sentado que la brutalidad de los militares no oculta ni morigera la de la guerrilla que dominó la escena en la primera mitad de la década del setenta. En paralelo con la descripción del juicio y el testimonio de los protagonistas, el autor abunda en datos, fechas, normas, amnistías, autoamnistías, indultos, leyes de facto y legítimas, que describen la tan argentina pendularidad en materia de derechos humanos y terrorismo, que existió en el lapso de tan sólo 20 años: entre 1970 y los indultos de Carlos Menem.

En este libro Eliaschev reseña de manera rigurosa un acontecimiento histórico que no debe ser olvidado ni soslayado. Entender lo que aconteció en la República Argentina requiere una mirada desapasionada y completa. Textos como los de Ceferino Reato (Operación Traviata y Operación Primicia), el de Horacio Jaunarena (La casa está en orden), y el que comentamos, permiten incorporar información sobre nuestro pasado reciente, para lograr una visión desde todas las ópticas posibles, sin pretender reescribir la historia, sino queriendo acercarse a ella con un objetivo más modesto: entender para construir.

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