Publicamos un reciente editorial de la revista inglesa The Tablet a raíz de losdisturbios sociales que sacudieron Londres, Birmingham, Nottingham, Liverpool, Manchester y Bristol.Inglaterra ha sufrido un profundo shock. Los disturbios en Londres y otros lugares han revelado la presencia de males sociales que plantean serias amenazas al bien común de una sociedad totalmente vulnerable.
Políticos y comentaristas de política social conocían la existencia de pandillas juveniles en los suburbios, de familias disfuncionales en los márgenes de la sociedad y de cientos de miles de adolescentes sin educación ni empleo, que hasta tienen su propio acrónimo: “ni-ni” (ni estudian ni trabajan). Pero se asumía que los problemas eran manejables y estaban bajo control por medio de las agencias de asistencia comunitaria para jóvenes y trabajadores, la acción policial e incluso la justicia. Hasta se esperaba que las cosas mejoraran. Por cierto, no habían advertido el enorme potencial de violencia callejera acumulada a la espera de un disparador que la liberara.
En el pasado casi todos los disturbios tenían una obvia dimensión política: una causa por la cual los activistas pensaban, equivocados o no, que valía la pena luchar. Los desórdenes por los impuestos fueron un ejemplo. En los ‘80 las revueltas en los suburbios eran protagonizadas principalmente por jóvenes negros que protestaban contra el hostigamiento policial.
Hoy, aquella protesta se considera ampliamente justificada –no así la violencia que la acompañaba– y un buen aprendizaje para la policía. Algo de eso hubo en Tottenham el sábado 6 de agosto, cuando la guardia del destacamento policial se vio desbordada por la protesta en respuesta al asesinato de un joven negro dos días antes en manos de la policía.
Sin embargo, lo que sucedió después tuvo cada vez menos que ver con el problema inicial. Se cometieron delitos porque sí, al igual que incendios y desmanes. El disparador en Birmingham, Nottingham, Liverpool, Manchester, Bristol y otras ciudades fue similar. La respuesta de la policía, inicialmente ineficaz en Londres, mostró que el robo, el saqueo y el asalto podían llevarse a cabo impunemente cuando se los cometía a una escala suficientemente amplia. Los negocios saqueados y en algunos casos incendiados no fueron elegidos por ser el símbolo de una clase o de una situación opresiva sino porque los productos que exhibían eran altamente valorados por el grupo: artículos electrónicos como consolas de juegos o teléfonos móviles, prendas de vestir de marca, televisores de pantalla plana, etcétera.
Muchos intentaron explicar la situación, incluso sacar rédito político. Pero los manifestantes no pedían que se revisara el recorte de horarios de las bibliotecas. Una voz convincente es la de Camila Batmanghelidjh, fundadora de Kids Company, asociación que trabaja con jóvenes excluidos y en situación de vulnerabilidad, quien señaló la existencia de una “clase marginada y totalmente ignorada” que ha desarrollado una “moral perversa”. Dijo que no se sienten incluidos en la sociedad en general y que toman como modelo a los traficantes de droga, “que son su referente de gente poderosa; cuando buscan héroes en su comunidad no encuentran los modelos que necesitan: encuentran gente que ha llegado a ser buena atravesando la delincuencia”.
Camila Batmanghelidjh se refiere con dolor a una realidad casi imposible de abordar. La cultura de la pandilla atrae a jóvenes negros criados en barrios pobres que buscan un ámbito de pertenencia. Al carecer de contacto con sus propios padres, necesitan una imagen masculina adulta. Y las pandillas, con su “moral perversa”, satisfacen esa necesidad.
Hay políticas públicas diseñadas para romper el ciclo de privación, y el laborismo merece más crédito que el que los partidos de la Coalición están dispuestos a darle. Las iniciativas en los primeros años mostraron resultados promisorios, y cualquier recorte gubernamental en esos programas sería peligrosamente miope. No hay panaceas ni soluciones rápidas.
Las bandas, tal como se mostraron en algunos focos de violencia, produjeron la impresión de actuar de manera coordinada y planificada. Pero su acción fue oportunista y azarosa. Muchos de los que se unieron a los saqueos –blancos y negros, de mediana edad y jóvenes– en apariencia no tenían ninguna relación con el núcleo duro de los revoltosos.
En muchas áreas el potencial conflicto fue controlado por medio de buenas tácticas policiales. En otras, fracasaron. La práctica tradicional de la policía británica –un mínimo de fuerza como último recurso– parecía ser eficaz para inhibir las reacciones más fuertes así como los disturbios de este tipo en todas partes del mundo, incluyendo Irlanda del Norte.
Una cuestión pendiente, por lo tanto, es si el precio a pagar significa el riesgo de una escalada de desorden, o si la prioridad es la represión de los disturbios, sobre todo cuando se trata de robo a mano armada e incendio. La doctrina británica de mantener el orden mediante el consentimiento está destinada a quebrarse cuando se trata de amotinados cuya anuencia no es negociable. El Estado, que posee el monopolio del uso de la fuerza, debe mostrar enfáticamente que está dispuesto a usarla para restaurar el orden en las calles por los medios que sean necesarios.
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Join discussionLa insistencia de David Cameron en negar el rol de la pobreza en los motines de agosto es “francamente extraña”, afirmaba el muy liberal The Economist. Frases como “..se asumía que los problemas eran manejables y estaban bajo control por medio de las agencias de asistencia comunitaria” y “Hay políticas públicas diseñadas para romper el ciclo de privación” sugieren que realmente existían salidas disponibles para que los jóvenes no terminaran siendo los “ni-ni”, cuando los datos muestran con claridad que la exclusión y la inequidad en Inglaterra han crecido en forma constante desde los tiempos de M. Thatcher.
Efectivamente existe una “clase marginada y totalmente ignorada”. Son los excluidos que mucho más que bienes materiales necesitan reconocimiento social. Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de “abandonar una mentalidad que considera a los pobres – personas y pueblos – como un fardo, o como molestos e inoportunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido”. Los pobres “exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo creando así un mundo más justo y más próspero para todos”.
Este es un mensaje frontalmente opuesto al que llega desde algunos sectores de la sociedad y de la política en Inglaterra, cargados de xenofobia y desprecio por quienes Cristo llamó sus preferidos.
Un adjetivo, “salvaje” (feral), vuelve incesantemente a propósito de los amotinados, de buena gana descriptos como “ratas”. Richard Littlejohn, periodista de The Daily Mail, incluso propuso una solución para desembarazarse de “la jauría de huérfanos salvajes que atormentan a los barrios desheredados”: “matarlos a palos, como a focas bebé”. Littlejohn no está preso por incitar a la violencia pero en cambio se aplicó a dos jóvenes una pena de cuatro años por haber tratado de organizar, en Facebook, un motín que nunca tuvo lugar.
Desde hace años, los comentaristas se dedican a documentar la estupidez del “underclass” británico. Se los caricaturiza como “chavs”, algo así como “escoria”. Se los culpa, como si realmente su situación fuera su responsabilidad, una elección personal, sin ver que son vidas sin esperanza, sin ilusiones ni sueños, condenados de antemano por la sociedad. No tienen nada que perder.
La inequidad del trato social es patente. Nicholas Robinson, un hombre de 23 años sin antecedentes penales, pasará seis meses en la cárcel porque durante un motín robó agua mineral por un valor de 3,50 libras (alrededor de 3,70 euros). Pero todo depende de que uno sea poderoso o miserable… un año antes, reconocido culpable de haberse hecho reembolsar alrededor de 10.000 euros por un televisor Bang and Olufsen, el diputado laborista Gerald Kaufman simplemente debió devolver el dinero y continuó su carrera política.
Se puede tener una visión diferente de lo ocurrido en Inglaterra en el número de Septiembre de “Le monde diplomatique”, en el artículo “El orden británico contra la ‘escoria’”, de Owen Jones, de donde he tomado algunos de los datos mencionados en este comentario.
La crisis del capitalismo:
El neoliberalismo no solo ha puesto en crisis al sistema financiero sino que ha dañado la economía real. En EEUU las sumas de las riquezas de las 500 personas más adineradas es igual a las los 150.000.000 más pobres.
El propio Adam Smith no quería esta disparidad porque, para que los mercados funcionen es necesario que haya demanda y una distribución armónica de los recursos.
La crisis económica produce siempre crisis social.
Arnaud Iribarne
Diria que estamos viviendo una crisis cultural y dentro de ella una crisis de la política que en los últimos años se ha visto desbordada por la economía, que ocupó su lugar.
Una de las consecuencias de esta crisis es que la gente no se siente representada a tal punto que en la nota se afirma que»…. Muchos de los que se unieron a los saqueos –blancos y negros, de mediana edad y jóvenes– en apariencia no tenían ninguna relación con el núcleo duro de los revoltosos…»
Solo una concepción arquitectónica de la política nos podrá sacar de esta «sima»
Me atrevo a afirmar es la cultura del sistgema la que esta en estado de shock
Si esos países siguen aplicando las mismas recetas económicas, van a terminar peor de lo que creen. El tema es que todavía parece que no se dan cuenta, o tienen un desinterés total y absoluto de la realidad. Además eso de que los chicos toman como ejemplo a los traficantes de drogas, es culpas de esas mismas recetas. Es como ocurrió hace un tiempo en Brasil. Los ejecutivos excluyeron y después andaban con miedos porque los asaltaban en las avenidas, las autopistas y las calles, cuando venían de sus barrios privados, entonces, qué ocurrió, ellos generaron con su economía ese tremendo descalabro y luego para zafar de la situación alquilaban helitaxis, entonces empezaron diez, veinte hasta que en el año 2006 transitaban desde los barrios privados hasta el centro de Sao Pulo 6 mil helitaxis, para evitar robos de aquellos desamparados y marginados que fueron generando sus propias economías. Eso ocurre también en Europa. El tráfico de drogas, tan común, tan amparado por la corrupción política, qué se puede esperar sino, chicos enfermos, totalmente inútiles para todo servicio a sus comunidades….?
Coincido con Luis A Rizzi que el problema es cultural. Es innegable que son tiempos de cambios estructurales, pero lo realmente grave no son los desmanes que ocurren, sino que las demandas de los «ni-ni», underclass o marginados están centradas en poseer lo que otros tienen, y por más que aspiren a una justa distribución no deja de ser más de lo mismo: consumo, poder adquisitivo, reconocimiento por medio de la economía. Objetivos que a otros los llevaron a acumular. De esta forma no habrá ningún cambio profundo, quizás más impuestos a los ricos, aumento de subvenciones y silencio de otros valores.
El problema está en que, los gobiernos y sociedades del primer mundo, al amparo de un discurso liberal y/o neoliberal y/o análogo, se dedicaron a emitir moneda y/o títulos y/o instrumentos representativos, SIN EL CONDIGNO RESPALDO.- Ese es el origen de todo mal.- Todo comenzó con «LAS BURBUJAS» (punto com, inmobiliarias, etc.).- Las burbujas fueron producidas por «LOS APALANCAMIENTOS» (estos, básicamente a cargo de las instituciones financieras).- Los apalancamientos no pueden producirse cuando, desde los Estados o Bancos Centrales, se impulsan políticas monetarias severas y/o restrictivas, en resguardo del valor de las monedas, P.Ej.: bajo nivel de circulante o M1, altas tasas de interés, etcétera.- Todo al revés de lo que sucedió.- El análisis dá para mucho mas, lo que ocurre es que estoy utilizando un lenguaje periodístico para no abrumar al lector.- Y ahora, ignorando el apotegma de la economía clásica que enuncia: «en economía lo único que no se puede evitar es pagar las consecuencias», los gobiernos y nuestra presidente pretenden ,ejecutan y ésta última aconseja fervorosamente, apagar el incendio, arrojando mas nafta aún sobre los rescoldos.- Que no se pare la actividad económica !! dicen.- Y entonces emiten BILLONES DE DÓLARES… y no alcanza; ahora hablan de TRILLONES y no va a alcanzar.- Se dedicaron a salvar instituciones que, en el menor de los supuestos, PRACTICARON DELITOS y no alcanza.- Antes temblaban las instituciones financieras.- Las salvaron.- Ahora tiemblan LOS ESTADOS, y a estos quien o quienes los salvarán ?.- Y al final, temblarán las sociedades, sumidas en la anarquía, la desesperación, el desorden social, la falta de valores (los tangibles y los intangibles).- Nada bueno augura «la modernidad».- Si quieren saber como la inflación y sus hijos dilectos: los apalancamientos y las burbujas, destruyen un país y finalmente una sociedad, vengan a la Argentina y allí lo comprobarán IN SITU y DE VISU.-
¡Cómo se parece ¿el primer mundo? al 2001 en Argentina cada vez más por endiosar a la USURA, el robo «legal» de los banqueros,tenedores de bonos de usura.El neoliberalismo para mí sinteticamente es :ganar dinero sin trabajar o sea ROBANDO.
Creo que, como dice el Sr. Rizzi, hay una crisis de la cultura muy importante. Estamos en un momento en que las ideas dominantes desde la década del 70 son, finalmente, cuestionadas. Hasta ahora, el consenso sobre el funcionamiento de la sociedad y la economía parecía unánime e incluso en el ámbito académico dominaban los paradigmas neoliberales. Quienes sostuvieron, por ejemplo, durante los últimos 35 años teorías neokeynesianas no encontraron medios que las publicaran y eran solo una subcultura en el mundo universitario, totalmente alejados de la política.
Los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial eran los paladines de estas ideas y buscaban activamente que se aplicaran, a menudo a través de los “Chicago boys” formados en la escuela de Hayek y Friedman. Es interesante leer “La doctrina del shock” de Naomi Klein para conocer detalles de la forma en que esto se hizo en algunos países.
Los políticos que advertían las consecuencias sociales, solo podían alegar que “era imposible” evitar los sucesivos “ajustes”. Esto no es una forma de decir, frente a medidas de costo social terrible el comentario que se escuchaba con más frecuencia era, literalmente, “¿Y qué otra cosa se puede hacer?”, no se podía imaginar nada fuera de la ortodoxia dominante.
Los medios de comunicación eran el canal de transmisión directo de la ideología neoliberal y de este “imposibilismo”. Si se revisan las tapas de Clarín del mes de Marzo de 2001 se puede seguir la increíble secuencia de presiones que llevan a López Murphy al Ministerio de Economía donde, en una gestión relámpago, reduce un 13% las jubilaciones y adopta una serie de medidas de ajuste que incluyen despidos de personal, reducción de asignaciones familiares, un achique importante del presupuesto educativo y la transferencia a las provincias de obligaciones del estado nacional que terminan en reducciones de sueldo de los empleados provinciales. El 15 de Marzo de 2001 el título de tapa dice “Fuerte presión del FMI a favor del plan Murphy”, el 16 “De la Rua decidió sacar el ajuste por decreto”, el 18 “Fuerte apoyo empresario al programa de Murphy” y la serie termina el 30 de ese mes con “Darán subsidios a jefes de familia desocupados”. Todo un símbolo.
Quién no haya vivido esos momentos tiene la sensación de estar leyendo los diarios de un país en guerra. Para los que los sufrimos, recordarlos es renovar la angustia de vivir sin esperanza, sin ver una salida para el país. Las colas en los consulados mostraron crudamente esta realidad. No había trabajo, no había plata, no había futuro en Argentina.
Lo que se siguió transmitiendo desde entonces es que la Argentina entera sufrió una crisis y esto no es verdad. La inmensa mayoría de los argentinos padecimos las consecuencias, con desocupación, ingresos recortados, desatención en la educación, la salud y la seguridad. Los índices de mortalidad lo muestran con claridad meridiana.
Pero hubo una minoría que ganó fortunas en ese momento, no hay que olvidarlo. La especulación financiera aspiró la riqueza de los argentinos y la sacó del país, de ahí la defensa del ajuste de López Murphy que hicieron el FMI y los “empresarios” que se beneficiaron con estas medidas. Los dólares salieron del país en los bolsillos de unos pocos y acá quedó la miseria de la mayoría.
Tiene razón el Sr. Iribarne al decir que el neoliberalismo destruyó la economía real. La desregulación del sistema financiero iniciada por Reagan y Thatcher es la responsable directa de los problemas que hoy sufrimos en el mundo. Esto lo dice Paul Krugman: “Wall Street es una fuerza destructiva, económica y políticamente”. (http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4486)
La pregunta es como y porqué los resultados de las políticas neoliberales son miseria para la mayoría y en cambio ganancias de miles de millones para los que ya son hipermillonarios.
En el origen del neoliberalismo está la idea de libertad irrestricta de cada individuo. Todos tendríamos derecho a hacer cualquier cosa que nos permita satisfacer nuestro deseo, que es la ley suprema, y no tenemos obligaciones para con nadie más. Esto no es una forma exagerada de describir la actitud moral que subyace al neoliberalismo. Basta leer las novelas “El manantial” o “Júpiter encadenado” de Ayn Rand para ver con toda transparencia esta exaltación del egoísmo en aras de la realización personal. Y no son libros desconocidos, en una encuesta de la Biblioteca del Congreso de EEUU, “El manantial” fue considerado “El libro que más influyó en mi vida” después de la Biblia. Hoy está en ediciones lujosas en las librerías de Buenos Aires. Personajes como Alan Greenspan, durante 30 años presidente de la Reserva Federal, se consideraron discípulos de la novelista y varios políticos argentinos declararon haber leído sus libros. Esta concepción nietzscheana del hombre solo tolera un Estado mínimo, cuya función es nada más que garantizar el derecho de propiedad.
El correlato inmediato de esta visión es considerar que cada uno es dueño de su propio destino, por lo cual si alguien no tiene la vida que quiere es por su exclusiva decisión y, lo más importante, que no es responsabilidad de la sociedad ayudar a sus miembros a alcanzar sus fines, por más difíciles e injustas que sean las situaciones. Yo recuerdo a un intendente del conurbano que luego de cerrar las guarderías de su partido en la década del 90, dijo textualmente que “a mi no me eligieron para limpiarles la cola a esos negritos”. Hace muy poco, en un programa organizado por el Tea Party, el candidato a presidente de EEUU Ron Paul respondió a la pregunta del moderador de la CNN sobre “si el gobierno debía tratar a un hombre en coma, de 30 años, que no tiene seguro de salud”. La respuesta “Uno puede hacer lo que quiera y asumir la responsabilidad de sí mismo. De esto se trata la libertad, de tomar los propios riesgos” fue muy aplaudida por la audiencia. El moderador insistió “¿Ud. está diciendo que la sociedad debe dejarlo morir?” ante lo cual parte del público grita “!Si¡” y el candidato esquiva una respuesta directa sugiriendo que “vecinos, amigos o miembros de su iglesia” “seguramente se ocuparán de él”. (http://abcnews.go.com/blogs/politics/2011/09/tea-party-debate-audience-cheered-idea-of-letting-uninsured-patients-die/) De lo que yo estoy seguro es que todos los que gritaron ¡Si! podían pagar y tenían un buen seguro de salud.
A fuerza de insistir y volcando todo su poder, la cultura dominante naturalizó la idea de que no existe un derecho a la salud, a la educación o a la vivienda. Hoy vivimos en un sistema que solo reconoce los derechos que uno se puede pagar. Esto es absolutamente contrario al mensaje evangélico.
Como me han dicho alguna vez “desigualdades siempre habrá, porque hay gente más inteligente, más trabajadora y también menos…”. Pero en este análisis tan groseramente elemental no juegan ni el punto de partida ni la ruta y obstáculos que aparecen a lo largo de la vida. Es insostenible decir que mis hijos tuvieron las mismas posibilidades de alcanzar sus sueños que otras personas nacidas en condiciones más desfavorables en ese mismo momento. En “La idea de la justicia” Amartya Sen, en busca de un modelo de justicia concreto, enfrenta estos lugares comunes y cuando se pregunta ¿quién es nuestro vecino? analiza la parábola del buen samaritano (p. 201, Ed. Taurus, 2011).
Estoy en desacuerdo con las opiniones de la jerarquía de la Iglesia que sostienen que la desigualdad y la injusticia provienen solo de “excesos” del sistema económico. En mi opinión, se gestan en la esencia misma de un pensamiento que solo reconoce el impulso egoísta del hombre como factor de progreso.
Creo que este es un buen momento para analizar cómo debería funcionar el sistema social y económico, que cambios son necesarios para garantizar que la justicia, la equidad y la solidaridad puedan mejorar concretamente en nuestro país. Hace falta generar una nueva cultura y por eso hay que dejar espacio para las ideas distintas y buscar con un diálogo amplio todos los caminos posibles.
¿No es hora de despertar del sueño de una gran civilización, de las finanzas y los negocios, y caer en la
cuenta de que el hombre, las sociedades, los pueblos, necesitan una visión humanista de la realidad?
Lo digo porque el fenémeno analizado se ha desatado en un contexto político, en el que encarna una
notable propensión al colonialismo. Y con una morarquía de las más cuestionadas de Europa.
Prof. María Teresa Rearte