La teóloga María Clara Bingemer presenta un recorrido por la vida y las ideas de la reconocida filósofa francesa en su reciente libro Simone Weil. Una mística en los límites, publicado por la editorial Ciudad Nueva.La bibliografía sobre la vida y la obra de Simone Weil (1909-1943) es a esta altura tan extensa que puede resultar inabarcable. Tan inabarcable como su experiencia de vida como mujer, filósofa, militante y creyente. Pocas vidas como la de Simone fueron a la vez tan breves, tan prolíficas, tan densas y tan trascendentes. Nacida en el seno de una familia de la alta burguesía judía francesa, se dedicó desde muy joven a los estudios filosóficos, a los que dejaría a su muerte un legado de extrema complejidad y riqueza. Desde su niñez, además, demostró una particular sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, el dolor, la pobreza, la exclusión. Por eso secundó sus estudios filosóficos con una activa militancia que la condujo a ingresar como obrera en varias fábricas, entre ellas la Renault de París, y a comprometerse con causas como la de la guerra de España, en la que tomó parte como miembro de una formación anarquista. Para Simone hacer filosofía significaba asumir el compromiso con los desdichados, con los últimos, con los “esclavos” que la modernidad seguía multiplicando a manos llenas, si bien con modalidades novedosas. De allí que dos de las materias más extensas de cualquier índice temático de su obra sean el sufrimiento y la desventura. Esa preocupación la inclinó, por ejemplo, a donar casi enteramente cada uno de sus sueldos como docente a los desocupados y mendigos, que la seguían por la calle en constante procesión; a la necesidad de compartir la vida de los obreros en la Renault –sus vivencias y tribulaciones pueden seguirse en las páginas luminosas de La condition ouvrière–, a inscribirse como combatiente en la guerra civil española, a proponerse luchar junto a los resistentes contra el nazismo. Pero también la condujo al cristianismo, tradición que consideraba “religión de los esclavos”. Su primer contacto con esa religión fue durante una fiesta patronal en un pueblo de pescadores portugueses que visitó luego de su frustrada experiencia como combatiente en España. El encuentro con el cristianismo no se tradujo, como habría cabido esperarse, en un compromiso con las corrientes entonces tan en boga del “catolicismo social”. La reflexión de Simone, en éste como en otros temas, se orientó más bien a la búsqueda de las raíces de los problemas de la cultura contemporánea. Enamorada de los griegos –no así de los romanos, a los que consideraba los nazis del mundo antiguo– y a la vez de los teólogos y místicos cristianos, Simone pensaba que el origen de los males del mundo que le tocaba vivir residía en la incapacidad del cristianismo para permear y asumir la cultura “pagana” de la antigüedad, desencuentro que se había traducido en un divorcio nefasto entre la fe y la vida, entre la cultura y la religión.
Por otra parte, la experiencia religiosa de Simone alcanzó niveles de altísimo voltaje místico. En 1937 visitó Asís, tras las huellas de san Francisco, y en 1938 pasó la Pascua en Solesmes, a la sombra de la espiritualidad benedictina, y se enamoró de la liturgia monástica cristiana, del gregoriano y de la vida contemplativa. Llegó incluso a vivir experiencias de Dios poco frecuentes, como el conmovedor, onírico relato de un encuentro con el Cristo durante el cual le fueron ofrecidos el pan y el vino, la palabra y la escucha, la contemplación y el reposo. En 1940 Simone perdió su cargo como docente a raíz de las leyes antisemitas impuestas por los nazis y se vio obligada a dejar Francia y a refugiarse en Nueva York. Su intención era incorporarse a la resistencia contra el nazismo, en el que veía una expresión no sólo política y militar, sino también espiritual, de las mayores consecuencias para la civilización.
En sus últimos años concibió la idea de formar un cuerpo de enfermeras para la asistencia de los combatientes en el frente y se trasladó a Londres para proponerle la iniciativa al general Charles De Gaulle, pero en Londres enfermó y falleció de tuberculosis y por su negativa a ingerir los alimentos que sus compatriotas de la Francia ocupada no podían consumir. Por varios motivos la experiencia de vida y el pensamiento de Simone Weil son particularmente significativos para el hombre y la mujer de hoy. Uno radica en que su testimonio nos ofrece el ejemplo de una vida mística vivida no en claustro ni en la soledad anacorética de los antiguos padres y monjes, sino en el compromiso activo con los problemas del mundo y en especial con la desdicha de los últimos. Otro reside en la capacidad de Simone para pensar la religión por encima de las fronteras de las religiones instituidas que siguen separando a los hombres y a los pueblos, como vemos en los conflictos entre cristianos e islámicos que siguen vivos –más que antaño– en algunas regiones del globo, incluida Europa. Simone no podía pensar el cristianismo sino como una de las muchas revelaciones de Dios a lo largo de la historia. Cada civilización había sido bendecida por la premura, por la atención –la atención es otra preocupación constante del pensamiento weileano– de un Dios que se habría encarnado en cada una de ellas de manera diferente de acuerdo con su idiosincrasia y sus condiciones históricas. Así, la Encarnación del Verbo no era para ella patrimonio exclusivo de la tradición cristiana, sino de todas las religiones “verdaderas”: aquellas que reunían la fe en un Dios infinitamente bueno y la gratuidad de la experiencia religiosa. Muchos hombres y mujeres de hoy consideran válido conjugar en un mismo universo de creencias las que proporciona el cristianismo en sus diferentes declinaciones espirituales y elementos de otras de muy diverso origen cultural y formalmente ajenas a él, del hinduismo a las religiones afroamericanas, del taoísmo a las mitologías germánicas. Por último, el testimonio de Simone puede ser sumamente significativo para los tantos “cristianos sin Iglesia” que habitan nuestro mundo actual. Tantos, que según todas las estadísticas disponibles constituyen la inmensa mayoría. Una mayoría no compuesta sólo por quienes suelen definirse “sociológicamente cristianos” –aquellos que frente a la pregunta del encuestador acerca de su fe contestan aludiendo a una tradición familiar que poco dice de sus convicciones personales–, sino también por muchísimos creyentes que no encuentran en la vida y en las enseñanzas de la Iglesia las respuestas que requieren sus inquietudes espirituales. La secularización, proceso complejo, multidimensional, de vastísimos alcances, no ha desembocado en la pérdida de la fe, pero sí en la crisis de las instituciones religiosas históricas y de la autoridad normativa de las religiones. Si bien se trata en parte de una crisis más amplia –la crisis de las instituciones religiosas es parte de una más general que afecta a casi todas–, en el plano religioso el fenómeno es particularmente acentuado. Weil decidió no traspasar el umbral de la Iglesia a través del bautismo, convencida de que su vocación cristiana debía ser vivida fuera de ella, pero a la vez vivió abrasada por el anhelo de ser parte de una Iglesia que fuese católica en el sentido de albergar en su seno a todas las fes verdaderas. Sus reflexiones y su vida pueden nutrir profundamente las experiencias de los muchos cristianos sin Iglesia de nuestro tiempo.
El libro de Maria Clara Bingemer es una nueva contribución a los estudios weileanos y merece nuestra bienvenida. Escrito con prosa llana por una teóloga que siendo además mujer de fe sabe bien de qué habla, el libro abarca diferentes aspectos de esa vida y de esa reflexión, desde su experiencia vital –un rápido recorrido biográfico en el que la autora rastrea las vicisitudes y vivencias que conformaron su compleja personalidad–, pasando por su pasión por los últimos, por la experiencia mística –un tema poco abordado por los muchos estudios disponibles– y por las grandes paradojas de su vida como judía, como intelectual y como creyente. Sin dudas, una muy buena vía para aproximarse por primera vez a la vida y a la reflexión de Simone Weil, sin dejar de ser de utilidad para quienes estén ya familiarizados con su obra.
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Join discussionDoy la bienvenida al autor de la nota, el historiador Roberto Di Stefano, cuyas notas me resultan de particular interés, por acercarnos el libro de la teóloga María Clara Bingemer sobre la vida y obra de Simone Weil. No conozco el libro, por lo que mi comentario estará referido a la nota. La primera impresión que se desprende de su lectura, es que se trata de un comentario muy bien logrado, porque no se agota en el primer contacto que uno tiene con el texto; sino que, aún habiendo extraído algunas ideas que tocan hondamente a quien lo lee, uno se queda deseando gustar de ellas. También volver más detenidamente a los aspectos más destacados de Simone Weil, como a la posibilidad que ofrece de insertarlos en la experiencia y las búsquedas de nuestro tiempo.
Como fruto de un primer contacto con el texto me parece de valor que, no obstante la envergadura de los estudios de Simone Weil, no se apartara nunca de la relación con el mundo. Y en él, con los sufrientes, los últimos, que me recuerdan las predilecciones de Jesús en la predicación y construcción del Reino. Lo cual es de significación para lo que podríamos llamar el «mundo culto», que se distancia de la condición humana doliente, y se refugia en una especie de círculo supuestamente selecto.
Otro aspecto para pensar y gustar es su experiencia mística no en el apartamiento; sino en la escucha y la contemplación del pulso del mundo. El autor dice que Simone Weil «vivió abrasada por el anhelo de ser parte de una Iglesia que fuese católica en el sentido de albergar en su seno a todas las fes verdaderas.» Podría analizarse cuidadosamente la ortodoxia o no de ese anhelo. Pero lo que no se puede, me parece, es desconocer que esa sed de encuentro y de albergar late también en muchos corazones de nuestro tiempo, que no reducen la Iglesia a lo institucional, que me parece un aspecto necesario, sino que motiva y mueve a vivir el cristianismo en el corazón de la ciudad terrena.
Es tan claro de entender el por qué de estar en los «umbrales» de la Iglesia, que para algunos que somos bautizados se da en la experiencia de vivir la fe en nuestro ancho mundo, en cierta «lejanía» de lo institucional, sin menoscabo alguno de la comunión.
Por cierto, la nota da para seguir reflexionando. Y viviendo la alegría que, por su intermedio, nos proporciona la revista de entrar en cercanía con esta mujer excepcional en sus vivencias y en su amor por los últimos.
Gracias por esta tan grata lectura. Por la alegría que me brinda.
María Teresa Rearte
Deseo extraer de esta nota, a medida que vuelvo a ella, una frase en la que se alude a la incapacidad del cristianismo para permear y asumir la cultura pagana de la antigüedad. (es transcripción textual) Me pregunto si no tendríamos que asumirlo en el presente, en el que la vida creyente se encierra en el dogma y rechaza la cultura. Está bien que para entrar en el diálogo se requiere libertad espiritual, esfuerzo (porque no hay que quedarse en la repetición literal de la doctrina), pero por qué no interpelar e interpelarnos, en contacto con el mundo, que después de todo es para nosotros los laicos el espacio en el que vivimos. Hay que evitar hacer de la Iglesia un ghetto.
Cuando se lee sobre su preocupación y decisión de alistarse para asistir a los combatientes, a uno le recuerda la experiencia de otra gran pensadora, Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz. ¿No estaríamos psicológica y espiritualmente mejor, con más equilibrio y paz, si de algún modo nos interesáramos, según nuestras posibilidades, por la situación de los que sufren? Pienso que sí. Por lo menos esa es la experiencia de algunas personas que conozco y la propia.
Sin terminar de reflexionar sobre los aportes de esta nota, quiero poner el acento en su libertad espiritual, que hace mucha falta al trasponer los umbrales hacia el interior de la Iglesia. Y es la causa de que algunos vivamos nuestro cristianismo en y desde el corazón de nuestras ciudades. A veces con una gran lejanía no de la fe, ni de la sacramentalidad, ni de la gracia. Sino de lo institucional, que por fuerza «fija», establece rutina, letra, etc. y se pierde en dinamismo y espiritualidad. Gracias. Un saludo.
Prof. María Teresa Rearte
Discrepo con Roberto Di Stefano cuando dice que hay muchísimos cristianos que no encuentran en la Iglesia respuesta a sus inquietudes espirituales. Siempre he sostenido que hay que buscarlas. La religión, la fe, o como se la quiera llamar, no es un menú de ofertas. Se trata también de qué busca uno, que esfuerzo hace no sólo para encontrar respuestas, sino para «aportar» alguna experiencia, interrogante, para vincular la propia vida con la fe. Esas personas tan desencantadas a las que alude, tal vez necesiten una terapia.
Otro punto, «cristianos sin Iglesia». La condición de cristiano se adquiere por el bautismo, para lo cual es necesaria la Iglesia. Una cuestión es la dificultad que a veces se da en la relación con la Iglesia institución. Y otra muy diferente es la prescindencia de considerarse o ser miembro de la comunidad creyente instituida por Jesús. Ocurre que se «fabrican» ideas muy particulares, o individuales, de lo que cada uno quiere. Y el tema fe no es así.
Como no he leído el libro, sino que opino sobre la nota, me pregunto si el autor de ésta no vuelca en su comentario del libro su experiencia personal en materia de fe, porque he leído otras notas de él, que a veces son aportes para una clarificación de ideas. Pero en otras ocasiones hay una insistencia en el ciuestionamiento de la institución Iglesia que resulta casi obsesiva. La vida de fe es un esfuerzo. La Iglesia es obra de Dios, pero también la conformamos seres humanos con nuestras propias limitaciones. De modo que me quedo con las ideas que he podido ir extractando como propias de la autora. Y la satisfacción de haber entrado en contacto con ella.
María Teresa Rearte
Celebro que haya teólogas como María Clara Bingemer que nos permitan acercar, mediante su estudio e investigación, a una figura tan singular como lo fue Simone Weil.
La coherencia entre pensamiento y acción en la filósofa francesa, la convierten en un paradigma de mujer creyente en pleno siglo XXI, en una «existencia teológica», según expresión de Hans Urs von Balthasar cuando se refería a los santos que han pasado por el mundo hablándonos de Dios, muchas veces sin palabras, con el testimonio de su vida, escritos y acciones a favor de los otros.
La existencia de Weil fue, toda ella, una parábola viviente de la compasión de Dios en Jesucristo, a quien amó hasta los últimos instantes de su vida. La Iglesia institución le causaba «temor». Pero ella pertenecía completamente a Jesús, y en Él podía comprender sin dificultades lo que significa la inmensidad de la Gracia, que abarca a todos los hombres, de todos los credos y culturas, en los cuales habitan como principios fundamentales la Verdad, el Bien y la Belleza.
El artículo de Roberto Di Stéfano nos ayuda a acceder a la obra de María Clara abriéndonos un panorama general y completo de lo que fue la vida de Simone. Sólo voy a disentir en un puntito con él, dado que las últimas investigaciones sobre nuestra filósofa dan cuenta de que efectivamente fue bautizada hacia los últimos meses de su vida por su amiga y compañera de trabajo Simone Dietz quien, luego de años de silencio, y tal vez por respeto hacia la familia Weil, finalmente dio a conocer este detalle, que consideró no debía guardar ya más en su corazón.
Saludos cordiales,
Graciela Moranchel
Profesora y Licenciada en Teología Dogmática
Weil decidió no traspasar el umbral de la Iglesia a través del bautismo, convencida de que su vocación cristiana debía ser vivida fuera de ella, pero a la vez vivió abrasada por el anhelo de ser parte de una Iglesia que fuese católica en el sentido de albergar en su seno a todas las fes verdaderas. Sus reflexiones y su vida pueden nutrir profundamente las experiencias de los muchos cristianos sin Iglesia de nuestro tiempo.