Desde el primer día de este año 2011, Brasil vive una experiencia diferente: la de tener por primera vez a una mujer en el cargo de primera mandataria.La presidente Dilma Roussef inaugura el linaje de presidentes brasileños en femenino. Y eso comporta esperanzas y desafíos para este pueblo, que después de ocho años de Lula no puede dejar de temer lo que viene a su encuentro.
Ya no se trata de futurología, sino de realidad concreto y presente. Se esperaba que la elección se definiera en el primer turno. Dilma ganó en el segundo, pero con un margen de ventaja nada despreciable sobre José Serra, político experimentado e inteligente. Después de vencer un cáncer al inicio de su campaña y enfrentar una dura batalla con los más diversos intentos difamatorios, Roussef ganó en las urnas la presidencia de Brasil. Y tomó posesión el 1° de enero, afirmando con voz emocionada y con lágrimas: “A partir de este momento, soy la presidente de todos los brasileños”.
De todos, pero sobre todo de todas, agregaríamos. Si Dilma Roussef transmite a la mayoría de la nación la esperanza de que un gobierno orientado hacia los más pobres va a seguir adelante, sin duda para las mujeres esa esperanza significa más.
Si consideramos el mapa elaborado por los institutos de investigación y divulgado por la prensa, es muy evidente de dónde partió la mayoría de los votos que eligieron a Roussef. No es de los estados más ricos, como San Pablo. Allí la alianza Dilma-Lula perdió estrepitosamente. Salió precisamente de los estados más pobres del país. O sea, quienes eligieron a Dilma fueron los que esperan que ella no los olvide, ya que viven olvidados. Son los que siguen esperando que el mañana sea mejor que el presente, y que la vida no termine antes de tiempo por falta de recursos para alcanzar las necesidades básicas de supervivencia. Se trata de los pobres, en síntesis.
Entre esos pobres, hay muchas, muchísimas mujeres. Todo un ejército para el cual la pobreza es apenas un fardo más que deben cargar sobre sus cansados hombros. Sus cuerpos sufren por todos lados: el vientre (donde engendran sus numerosos hijos), los brazos, los hombros, la espalda, la cabeza, y sus pechos al dar de mamar. Son testimonio de la tremenda realidad de la lucha diaria por sobrevivir.
Las mujeres pobres en nuestro país son mayoría. Doblemente pobres, por no tener con qué vivir y por ser mujeres, despreciadas y confinadas a un lugar secundario en la sociedad, sin prestigio ni recursos para hacer valer sus derechos, víctimas de la violencia diaria, muchas veces por parte del mismo compañero con quien eligieron compartir la vida.
Esas mujeres son valientes guerreras que consiguen transformar la desgracia en gracia y en vida; el hambre en esperanza, y la desnudez en el hilo con el cual se teje la alegría y se bordan la fiesta y la celebración. Su misma existencia es un milagro que el Creador reafirma cotidianamente. Deberían estar muertas y sin embargo siguen vivas. Deberían haber abandonado todo: al hombre traicionero y mujeriego, a los hijos hambrientos que no llegan a alimentar, la falta de respeto de los hombres que creen que toda mujer sola no tiene dueño, la desconfianza de las demás mujeres, la ausencia de oportunidades…
Y sin embargo, están allí. No flaquean y comienzan de nuevo día tras día la lucha interminable que tiene un solo sentido: la primacía de la vida. Vida que generan en sus cuerpos, paren con dolor y falta de asistencia, alimentan con sus pechos magros y ayudan a crecer y a desarrollarse en un mundo hostil e injusto. A lo largo de años, y aun de siglos, las muje res –y muy especialmente estas mujeres– escuchan que son volubles, inestables, enamoradizas. Sufren violencia y oyen decir que deberían saber por qué les pegan. Trabajan tanto o más que los hombres y ganan menos, y son despedidas del trabajo al quedar embarazadas.
Esa masa de luchadoras merece que la primera mujer presidente de Brasil haga de ellas la prioridad número uno. Merecen que el nuevo gobierno tenga oídos abiertos y atentos para con sus necesidades, sus sueños tanto tiempo soñados y tan poco realizados, sus angustias y miedos. Merecen, sobre todo, que la primera mujer presidente de Brasil proceda como aliada y cómplice. Que vea en ellas la responsabilidad por el futuro del país y de la nación. Ellas y sus vientres maltratados pero libres, que como dice el poeta y compositor Chico Buarque de Hollanda, son artesanas que tejen en las entrañas al brasileño y a la brasileña del mañana.
Mientras en las altas esferas se piensa en grande y se planea a lo “macro”, las mujeres pobres triunfan por la vía de lo micro, la tarea cotidiana, el cuidado generoso e incansable de las vidas que constituyen su directa responsabilidad. Mientras los hombres hicieron las guerras, ellas hicieron amor e hijos. Mientras los hombres descubrieron o inventaron cosas deslumbrantes, ellas crearon recursos para que la vida no se extinga y, por el contrario, se desarrolle muchas veces a partir de la precariedad y de la escasez, y algunas veces incluso de la nada.
Es cierto que la experiencia de mujeres en lugares de poder en Brasil no fue muy feliz. Con honrosas excepciones, en la política hasta ahora ha sido un tanto exiguo el buen desempeño de las pocas mujeres que accedieron a los cargos más altos. Está todavía muy presente en la memoria del pueblo brasileño la ex ministra Zélia Cardoso de Melo y la confiscación de los ahorros del pueblo brasileño al comienzo del gobierno del presidente Fernando Collor de Mello.
Muchas mujeres brasileñas esperan desde el fondo del alma que el gobierno de Dilma Roussef no se sume a esa lista de fracasos. Ya son demasiados los prejuicios que la mujer tiene que enfrentar. Es realmente una lástima que cuando consigue vencerlos, acabe muchas veces por legitimarlos. El pasado de Dilma, guerrillera y luchadora audaz por los derechos humanos durante la dictadura militar, tranquiliza por un lado e inquieta por otro. Habla bien de su compromiso con la justicia hasta arriesgar la propia vida. Pero, por otra parte, refuerza su imagen de mujer dura, “dama de hierro” en versión tropical, sin flexibilidad ni sensibilidad.
Se espera que Dilma gobierne con alma, con desvelo. Que muestre en el ejercicio de la presidencia a la madre y a la abuela que es en la vida privada. Que deje que sus sentimientos maternales emerjan cuando ejerce el poder. Que no les tenga miedo, ya que ellos serán muchas veces sus mejores consejeros, sobre todo cuando impliquen decisiones que podrán tener impacto directo sobre la vida de las personas.
Sabemos que no es fácil gobernar un país grande como Brasil, donde todavía el machismo es una ideología peligrosa. Sabemos que no es fácil sobre todo ser esa mujer que sucede a Luiz Inácio Lula da Silva y su carismática personalidad que conquistó a los brasileños y puso al país en la vidriera del mundo. Es de esperar que Dilma Roussef encuentre su originalidad en el modo de gobernar. Que baje las actitudes defensivas y flexibilize la dureza.
Que asuma su identidad de mujer que siente, sufre y cede ante el llanto de un niño. Que no tenga pudor de eso, ya que es lo mejor que Dios le ha dado. Todo el país y el continente, pero especialmente las mujeres brasileñas y latinoamericanas se lo agradecerán.
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Join discussionUna visión sobre pasado, presente y futuro de la primera mujer presidente del Brasil, que nos pone en conocimiento de quién va a gobernar un país y de las características del mismo. Felicitaciones.