El mundo árabe –sin experiencia democrática– expulsa a quienes no practican la alternancia en el poder. La Argentina –con años de democracia– avanza en la dirección contraria, lentamente, como una mancha de humedad sobre las instituciones.¿De dónde proviene el lema que titula este artículo? Se podrá decir que de algún régimen árabe, jaqueado por ciudadanos cansados de gobiernos vitalicios, cuasi hereditarios. En Egipto, Hosni Mubarak, de 82 años y 30 en el poder, quería como sucesor a su hijo. En Túnez, Zine el-Abidine Ben Alí, de 74 años y 23 en el poder, propulsaba como sucesora a su esposa. En Libia, Muammar Khadafy, de 68 años y 41 en el poder, eliminó rivales políticos para que un hijo lo sucediera. En Yemen, el delfín de Alí Abdullah Saleh, que gobierna hace 33 años, es también su hijo. Y en Siria, Bashar Al-Assad sucedió a su padre que gobernó 30 años. La situación es similar en Arabia Saudita, Argelia, Jordania, Marruecos.

¿A qué país pertenece el lema de nuestro título? Aunque duela decirlo, a la Argentina. Un año antes que Fidel Castro en Cuba, en 1958 el intendente Melchor Posse iniciaba el primero de cinco períodos de gestión, que hoy recuerda su hijo en su lema de campaña para su cuarta reelección consecutiva: “San Isidro 2011 / Hace 52 años que gobernamos. Ahora vamos por 56. Gustavo Posse.”

La propensión a extender los mandatos crece: 24 de lo 30 principales intendentes del Gran Buenos Aires –el 80% de una región con 6,5 millones de electores– preparan su reelección; los 6 restantes lo están evaluando. El ranking lo encabeza Juan José Mussi (Berazategui), con 24 años en el poder; lo siguen Raúl Othacehé (Merlo) y Hugo Curto (Tres de Febrero), con 20 años continuos de gestión; cerca de ellos, Julio Pereyra (Florencio Varela), y a continuación los intendentes de Almirante Brown, Escobar, Esteban Echeverría, Hurlingham, José C.Paz, Lanús, Malvinas Argentinas, Pilar, Quilmes, San Fernando, San Miguel, San Vicente, etc.

Todos siguen al que llamaban “eterno intendente”, Manuel Quindimil, que gobernó Lanús durante 8 períodos consecutivos (28 años). Y varios desean, como en Medio Oriente, la sucesión dinástica: Mussi evalúa dar paso a su hijo; Ricardo Ivoskus (San Martín) al suyo; Sergio Massa (Tigre) a su esposa.

En las provincias, generalizadas las reformas constitucionales para admitir la reelección de gobernadores, se va por más: la re-reelección. En San Juan, José Luis Gioja avanza en otra reforma que le permita un tercer mandato consecutivo. En marzo último, el gobernador radical de Catamarca, Eduardo Brizuela del Moral, perdió cuando aspiraba a un tercer período.

Nuestro interior, como los árabes, también conoce de “familias gobernantes”: los Saadi, los Sapag, los Romero Feris, los Juárez, los Rodríguez Saá… Los Kirchner fueron distintos. Con carreras políticas propias, Néstor llegó a la presidencia y digitó a Cristina como su sucesora.

Luego habían previsto que él siguiera la rotación familiar, cuando su muerte lo impidió. La Constitución de Guatemala inhibe la propensión al nepotismo, al prohibir sucederlo a los familiares del presidente, aunque nadie previó que la actual primera dama guatemalteca se divorciara para suceder a su marido.

Al respecto, un comentarista indicaba que tras la presidencia de Bill Clinton, Hillary debió esperar dos turnos (los ocho años de George W. Bush) para presentarse en las primarias demócratas. Lo hizo y perdió. Ella transitó la única vía para legitimar su candidatura. Con un ardid a la guatemalteca, el electorado le hubiera dado el adiós. Y con una elección a la argentina, de marido a mujer, con mayor razón.

En las democracias se practica la alternancia en el poder. Quien no pueda ejercerla debería canalizar su vocación por la cosa pública desde una fundación, por ejemplo, institución que admite la conducción vitalicia o la sucesión familiar para preservar la voluntad del fundador o fundadores. Las fundaciones no necesitan estructuras democráticas; la política, en cambio, se degrada sin ellas. Ambas persiguen el bien público. Los totalitarismos encubiertos son más peligrosos que los francos pues perduran inadvertidamente, como las humedades, que terminan por afectarlo todo.

 

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  1. Coincido con lo expresado por el Sr. Prins. Creo incluso que en alguna medida este deseo de perpetuación puede deberse a motivaciones valorables, como es la de brindarse al servicio público. Sin embargo, como dice el artículo, la democracia se degrada sin alternancia, pero esa degradación alcanza a los propios políticos, que ven limitarse y decrecer su capacidad de contribución positiva a causa del desgaste por el ejercicio continuado del poder. Claro está que me refiero a cargos ejecutivos. Por la salud de la política y de los políticos, instauraría la limitación en las reelecciones como un principio básico de la democracia. Es una pena que un excelente documento como la Carta Democrática Interamericana -que si mal no entiendo forma parte de nuestro derecho positivo- no incluya claramente un límite a los reeleccionismos y a la creación de dinastías familiares. Tal prohibición forzaría el cumplimiento del principio elemental de la alternancia. ¿Se podrá avanzar alguna vez en reformar la Carta Democrática? Significaría un gran avance para las américas.

  2. Roberto O'Connor on 12 mayo, 2011

    Me parece interesante esta mirada, sin embargo, me quedan preguntas que, lo admito, puede surgir de la ignorancia o de opinar en este asunto sólo a la luz de (algunos) medios de comunicación.
    Creo que un problema con los que están en el poder tienden a enviciarse con él, por características que tiene el poder en sí, y que se relacionan con la naturaleza humana y su propia miseria.
    Asumido o presupuesto eso, me pregunto si en EEUU, que es el espejo donde nos miramos en esta nota, ¿hay realmente cambios en el poder? O cambian los gobiernos, pero los poderes siguen igual, con estructuras económicas que permanecen inmutables, a las cuales les sirven los gobiernos, como se vio, por ejemplo, con la crisis de las hipotecas, que todos los gobiernos «democráticos» salieron a salvar, con los impuestos de los ciudadanos que esos mismos bancos habían estafado. ¿No son los gobiernos norteamericanos estructuras al servicio de los mismos grupos poderosos de siempre, más allá de la alternancia de partidos y gobiernos? Por supuesto, esto no pretende ser defensa de nuestros errores en base a los errores de los demás. Pero me resisto a valorarnos como «los peores».
    Por otra parte, más allá de la alternancia de las figuras y partidos en EEUU (aunque tenemos a Bush padre e hijo, y a los 3 Kennedy como clan político, y a Bill y Hilary Clinton como sociedad política más allá de lo matrimonial que no andaba…), el «espíritu democrático» de EEUU (vuelvo a decir, el espejo que veo en esta nota) es bastante totalitario en su variante de exportación: derrocar gobiernos con mentiras, previo a haberlos armado (política y militarmente), usarlos…

  3. Juan Carlos Lafosse on 14 mayo, 2011

    Indudablemente en un sistema de gobierno democrático la renovación de las dirigencias es necesaria y conveniente. Es la forma natural de introducir nuevas ideas y también una herramienta útil para combatir la corrupción. Por eso, al menos en el poder ejecutivo, deben existir reglas que impidan la eternización en el poder de una misma persona. El actual sistema presidencial que limita la reelección a dos periodos consecutivos de cuatro años, es razonable y similar al de muchos países democráticos.

    Más complejo es manejar el nepotismo, diría que casi imposible. Hay esposos que son ambos políticos, cada uno con su propia carrera y experiencias, que tienen derecho como cualquiera a aspirar a cargos ejecutivos. El caso del matrimonio Kirchner es un ejemplo de esto y quienes sugieren que son “lo mismo” no parecen tomar en cuenta las fuertes personalidades y capacidad política de ambos. Ellos evidentemente compartían ideales y formaban un equipo de trabajo sólido, pero no pretendo descubrir la pólvora afirmando que en cualquier matrimonio las diferencias de forma y fondo son a menudo tan importantes como las coincidencias y, en mi opinión, esto se reflejó en estilos diferentes de liderazgo. Así como Néstor no fue el Chirolita de Duhalde, sin ninguna duda Cristina no lo fue de su marido.

    Como bien señala el comentario de Roberto O´Connor, un aspecto vital del problema del poder es que este no es solamente el gobierno y mucho menos aún el poder ejecutivo. Cuando un presidente asume el poder, no encuentra tierra arada, lista para que plante sus ideas, sino montes espinosos y llenos de piedras. Son los “aparatos” y las “corporaciones” con los cuales debe coexistir, una tarea que está llena de tensiones.

    Este no es un problema solo de nuestro país, pasa en todo el mundo. En EEUU, en 1960 en su discurso de despedida, el presidente Eisenhower alertó a sus conciudadanos sobre la existencia del que llamó “complejo militar-industrial”, reflejando su grave preocupación por la creciente influencia de este sobre los representantes políticos y sobre los propios militares. En estos días precisamente se hizo patente con toda crudeza el predominio de este complejo en la política exterior e interior de ese país. Y recientemente la Corte Suprema produjo un fallo donde legaliza que cualquier persona u organización pueda donar sumas ilimitadas a campañas políticas. Obama lo calificó como el peor ataque de la historia de la democracia.

    En Argentina, la reelección de gobernadores y la prácticamente indefinida de intendentes es una de las causas importantes de la existencia de “aparatos” políticos poderosos que se manejan a través de punteros. El conurbano bonaerense es un ejemplo mayúsculo de estos vicios de la estructura política, tal como señala el artículo. Somos un país federal y las constituciones provinciales admiten estos vicios, que los aparatos protegen fuertemente.

    Las estructuras sindicales también constituyen un factor de poder importantísimo y a menudo han generado aparatos que posibilitaron la presencia de dirigentes durante décadas. Sería también sumamente difícil pretender regular las reglas de sucesión con eficacia.

    Las corporaciones económicas, empresariales y mediáticas, después de décadas de promover el desguace del Estado, adquirieron un poder inmenso y controlan directa o indirectamente instituciones estatales y personajes de la política. En ellas, la permanencia de los dirigentes y el nepotismo son la regla y no la excepción, los cargos son prácticamente vitalicios y hereditarios. Tenemos en estos sectores figuras y familias que detentan un gran poder real durante muchas décadas, inmunes a los cambios de gobiernos. Nadie consideraría razonable estipular que los directores de las empresas no puedan ser reelegidos.

    Otras corporaciones que también son factores de poder, como la militar o la misma Iglesia, se caracterizan por tener dirigentes que duran mucho tiempo en sus funciones y tienen influencia importante en la elección de sus sucesores.

    Aunque pocos suelen mencionarlo, la política también es un trabajo, como ser músico o ingeniero. Tener dirigentes que trabajen con, digamos, dedicación parcial no es lo mejor. Igual que otras actividades puede ser también una pasión, pero hay que vivir y esto requiere continuidad y permanencia en los cargos. La alternancia, por deseable que sea, impide de hecho la participación política de muchas personas, que no pueden abandonar sus carreras y trabajos para ocupar cargos por periodos breves.

    Y este análisis debería extenderse a los poderes legislativo y judicial, donde también hay casos asombrosos de longevidad y nepotismo, no siempre deseables.

    Todo esto es parte del problema y la solución no es tanto a partir de elaborar leyes complejas, que pueden sortearse, sino de estimular la participación de todos en la política, especialmente de los jóvenes. No solo tendría la ventaja de promover la alternancia y renovación sino de aportar visiones nuevas y discusiones enriquecedoras para toda la sociedad.

  4. Osvaldo on 24 mayo, 2011

    Comparto el comentario de Lafosse, en gran medida. Escribe claro y bien. Las cosas no son perfectas en ningún país. Podría haber excepciones. La cuestión es que siempre entran a jugar «hombres» y sus intereses, individuales, corporativos, ideológicos, religiosos, etc.

  5. Horacio Bolaños on 30 mayo, 2011

    Afortunadamente hay pensadores como Luis Alberto Romero que nos ayudan con su claridad y rigor a reflexionar sobre la dinámica de la decadencia institucional en la que venimos enredándonos como sociedad.
    En cambio, me cuesta entender la lógica de Lafosse, quien apela al cristianismo y sus valores morales, para describir casi como idílico un proceso social de apropiación del Estado por parte de un grupo a-moral, basado en la coacción, la arbitrariedad y la utilización de todos los medios para acumular poder. Lamentablemente ese poder acumulado no nos está haciendo crecer como sociedad plural, dialoguista y con visión de futuro. Cualidades imprescindibles para encontrar respuestas superadoras a los desafíos de la compleja sociedad global.

  6. Juan Carlos Lafosse on 31 mayo, 2011

    En mi comentario no se hace ninguna referencia al cristianismo y sus valores morales, por lo que supongo que el Sr. Bolaños se refiere a otro artículo. De todas formas, no me parece que invocar palabras de encíclicas papales y del evangelio o dar testimonio de mis propias convicciones religiosas esté fuera de lugar en una revista como Criterio.

    Mi comentario en este artículo abunda en precisiones – para nada idílicas – sobre la realidad del poder en nuestro país y el mundo. Más que idílico me parecería ingenuo ignorar las realidades políticas.

    Yo le pediría que analice la “vocación de sociedad plural, dialoguista y con visión de futuro” que han demostrado tantos personajes de nuestra sociedad. Sin alejarnos demasiado recuerdo el diálogo de Biolcatti con Grondona sobre lo que imaginaban como un proceso – muy poco democrático – de apropiación del Estado por parte de un grupo que no tiene sentido calificar de moral o amoral.

    La carga de agresión que tiene el comentario me llama la atención, francamente no ayuda a comprender su punto de vista.

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