Una pregunta que muchos se hicieron es por qué no hubo saqueos durante el terremoto en Japón. Diferentes percepciones del individuo en Occidente y en Oriente.Cuando yo era niño, pasaba frecuentemente las vacaciones de verano en la casa de mi abuela, en el interior de Japón. Ella era una persona pequeña pero de gran corazón. Su rostro estaba quemado por el sol porque salía diariamente a trabajar en los arrozales. Era una persona muy genuina que seguramente había viajado muy pocas veces fuera de su pueblo. Para mí, educado en la ciudad, no había nada más entretenido que jugar hasta el anochecer con mi hermano y mis primos, corriendo por todos lados en medio de una naturaleza salvaje. Creo que tenía seis años cuando, jugando apasionado me arranqué, sin darme cuenta, la uña del dedo índice. De haber estado mis padres, primero me hubieran reprendido por mi descuido y luego habrían tratado mi herida con cuidado.
La actitud de mi abuela fue en cambio totalmente sorprendente, lejos de lo que yo, apenas un niño, podía prever. Muchos años después aún lo recuerdo vivamente.
Antes de mirar mi dedo, me abrazó diciendo: “Ay, cómo duele, cómo duele”. Compartió conmigo el dolor como si ella misma se hubiera herido. Como esperando esta señal, el dolor de mi dedo se extendió a todo mi cuerpo como una dulce sensación y, ya sin poder resistir, rompí a llorar. Fue esa la primera vez que percibí que el dolor se torna más tenue con el llanto. A raíz del cataclismo natural que experimentó recientemente Japón, los medios extranjeros se colmaron de muestras de admiración y de elogios indiscriminados para el pueblo japonés. Asombrados por el orden con que la gente esperaba pacientemente en filas para recibir ayuda o de la ausencia de saqueos en las ciudades afectadas. La conclusión de la mayoría fue destacar la firmeza del “civismo” japonés. Para mí, la desgracia que sufrimos me trajo a la memoria no un concepto tan grandilocuente sino las sencillas palabras de mi abuela: “Ay, cómo duele, cómo duele”.
En todas las sociedades, las personas colaboran ayudándose mutuamente o viven teniendo consideración por el otro. De otra manera, no podrían existir como sociedad. He escuchado comentarios despectivos de argentinos diciendo que si acá hubiera ocurrido una desgracia natural similar a la de Japón, la gente, con la típica “viveza criolla”, hubiera tratado de aprovecharse de la situación, saqueando los comercios o comportándose con total egoísmo.
Pero yo no pienso lo mismo. Vivo en la Argentina hace más de diez años en Argentina y sé que en este país la gente se preocupa mutuamente por el otro o que, muchas veces, los argentinos voluntariamente tratan de ayudar a los que han sufrido una adversidad.
Creo, sin embargo, que en Occidente y en Japón la forma en que interactúan y se articulan las personas es diferente; y esta diferencia ha surgido inesperadamente a la superficie con este desastre sin precedentes en la historia de Japón. La manera en que las personas se relacionan en Occidente es a través de lazos entre individuos. Si buscamos en los orígenes de la palabra ‘sociedad’, el concepto se torna más claro. La palabra sociedad implica un agregado de individuos, de “socios”. Al ser individuo, el hombre occidental no puede sentir –aunque sí puede intuir– el dolor de la otra persona, y al comprenderlo se necesitan el uno al otro. Es a partir de esta premisa de lo individual como se forma la sociedad occidental. Por otro lado, en la sociedad tradicional japonesa existía el concepto de “seken”. Etimológicamente la palabra seken hace referencia al espacio que existe entre los individuos, es decir, tiene que ver con el concepto de “relacionamiento”. Lo que prevalece en la sociedad japonesa no es el individuo sino la relación que se crea entre los individuos. Es por esto que cuando alguien se relaciona con otra persona, su carácter como individuo es ambiguo. En uno se disuelve el yo y el otro admite esa inclusión. Es así que en la sociedad japonesa dentro del individuo está “la mirada del otro”. Si está la mirada del otro, naturalmente no se produce el saqueo. Nadie se roba a sí mismo. De igual manera, si no existe la mirada del otro, por más cámaras de seguridad que existan surgirá violencia. Cuando se produjo el terremoto en Chile el año pasado, se pudieron ver escenas de saqueo. A mi entender, quienes actuaron en los saqueos no estaban esperando esta oportunidad para actuar sino que originalmente eran personas “de afuera”, personas que no se consideraban incluidas dentro de la sociedad. Al carecer de “la mirada del otro”, sus acciones fueron un reflejo de su rabia y de su desesperación, de su no inclusión como personas dentro de la sociedad.
La sociedad japonesa está basada en esta “mirada del otro” y si no entendemos este concepto es imposible interpretar sus manifestaciones culturales, que van desde la literatura de Kawabata hasta la ceremonia del té, los grabados del Ukiyoe o la poesía Haiku. Toda la vida del japonés palpita acompañando la vibración de los sentimientos del otro. Cuando nos vaciamos de nosotros mismos podemos llenarnos del otro. El otro, para nuestra sociedad es, además del hombre, las cosas, los animales, la naturaleza o nuestros ancestros. Dentro de nuestra cultura está este sentimiento que viene de lo profundo de nuestro corazón y que dice “Ay, cómo duele, cómo duele”.
Sin embargo, esta actitud también tiene un aspecto negativo. Por un lado, el “cómo duele, cómo duele” se puede sentir únicamente dentro de un grupo reducido. Dicho de otra manera, con las desagracias de aquellas comunidades o grupos alejados, el sentimiento es de lejanía o de frialdad. En cambio, para las sociedades occidentales, estructuradas a través de la relación entre individuos, el sentimiento de solidaridad es más amplio, más sólido. Un ejemplo es la afectividad que han mostrado los argentinos ante las desgracias sufridas en Japón, un país situado en el otro extremo del mundo. A la vez, en una sociedad basada en “la mirada del otro”, no se sabe con precisión quién es el que tiene la responsabilidad o la decisión de actuar y dirigir. Si todos estamos juntos, nadie asume la responsabilidad. En este terremoto, la carencia de manejo de la crisis por parte del gobierno o por la empresa Tokyo Electric Power Company y la ambivalencia en la toma de responsabilidades tuvo una directa relación con nuestras vidas y fueron claramente desventajosas.
La década de los años 90 fue de severas críticas a las costumbres del Japón tradicional. Los ataques a este sentimiento de identificación con “el otro” fueron innumerables. En medio de los reclamos para que Japón adopte una actitud más globalizada y cercana a la filosofía occidental, desintegró la sociedad igualitaria de los 100 millones de clase media de la que estábamos orgullosos, para crear una sociedad dividida entre ganadores y perdedores.
A partir del año 2000 el viento que soplaba contra los perdedores (los jóvenes, las mujeres, las pequeñas y medianas empresas, el interior de Japón) se volvió más fuerte. La sociedad japonesa, además de ser una sociedad desigual, se transformó en una sociedad sin esperanzas, donde sólo importaba lo que le pasaba a uno, donde se perdió el sentimiento del dolor del otro. Fue entonces cuando se produjo este terremoto. En él, la mayoría de los japoneses parecieron volver a ser lo que eran, se dieron cuenta del dolor casi insoportable de los otros, sintieron la tristeza palpitante del otro.
¿No será que en medio del orden de las colas que hace la gente, en medio de los intentos por ayudar al otro, no habremos vuelto al “Ay, cómo duele, cómo duele”? ¿No estaremos desesperadamente tratando de volver a aquel lugar que habíamos perdido?
El autor es licenciado en Estudios Extranjeros por la Universidad de Tokio, investigador sobre culturas comparadas y profesor de Arte y Pensamiento Japonés.