El devastador efecto del tsunami replantea interrogantes económicos y sociales en Japón y también en el resto del mundo.El tsunami y su impacto en la central nuclear de Fukushima Daiichi ocasionaron una de las mayores catástrofes humanitarias de los últimos tiempos, con cerca de 12.000 muertos confirmados y 15.000 desaparecidos, tragedia particularmente dolorosa para un país que es el único que sufrió un ataque con bombas atómicas. Los hechos también reabrieron viejos interrogantes sobre las perspectivas del uso de la energía en nuestro planeta –azuzados por la inestabilidad política y social de muchos países de Medio Oriente– y sobre el futuro de la economía y la sociedad japonesas. Es casi increíble el contraste entre los problemas del Japón de hoy y su situación hace treinta años, cuando era un país temido por los Estados Unidos y se pensaba que podía desplazarlo del centro del poder económico mundial. Entonces los Estados Unidos, en contradicción con su paradigma liberal, pusieron cuotas a la importación de automóviles japoneses y fomentaron activamente desde el Estado la investigación y el desarrollo científico y tecnológico.
Bien diferente de lo que ocurre hoy, cuando la esperanza de Japón para reactivar su economía es el programa de reconstrucción cuyo monto puede llegar a los 300.000 millones de dólares, nada menos que un 5,5% de su PIB. Esto abre la posibilidad de dejar atrás, al menos por un tiempo, el anémico crecimiento del 0,8% de los últimos veinte años y acompañar el ritmo de los países desarrollados, alrededor del 2% anual.
La reconstrucción también ayudaría a superar otro mal de la economía japonesa, la deflación, muchas veces peor que la inflación en tanto desalienta la inversión y el consumo y aumenta el endeudamiento público y privado. En la década terminada en 2007 los precios al consumidor en Japón bajaron 0,2% por año. En 2011 podrían aumentar 2%, contribuyendo a alentar la inversión y pedidos de aumentos salariales que incrementen también el consumo. Es probable que esto reduzca en parte la competitividad japonesa. Pero no es un gran problema para un país en el que el ahorro abunda y el gasto de consumo e inversión escasea.
Una de las claves del estancamiento japonés es, sin dudas, la demografía. Japón marcha hace ya tiempo a la vanguardia de los países que han optado por atravesar un incierto invierno demográfico, que también podría llamarse menos piadosamente un suicidio demográfico. Durante los cuarenta años que siguieron a la Segunda Guerra las claves del justamente llamado milagro japonés fueron los incesantes aumentos de la productividad, sí, pero también de la población, con un crecimiento de 37 millones de personas en edad de trabajar. Para el año 2040 se estima que la población de Japón habrá disminuido a 107 millones, partiendo de los casi 130 millones del año 2000. Para 2050 el total de la población en edad de trabajar será menor que un siglo atrás. Las causas de esta caída no son fáciles de establecer, pero una de ellas es sin dudas el hecho de que Japón es un país muy cerrado a la inmigración, y favorecido en tal sentido por su insularidad. Para compensar esta caída de la población en edad de trabajar la productividad debería crecer a un ritmo que luce imposible, y por eso lo más probable es que el PIB japonés, que llegaba al 8% del total mundial en 2000, caiga al 1,7% en 2040. El invierno demográfico impregna pues la economía y la propia imagen externa e interna de Japón como sociedad y de su lugar en el mundo.
Japón está a la vanguardia, pero no solo, en su invierno demográfico. Europa lo sigue de cerca porque también allí se persigue un imposible: no a los chicos, no a los inmigrantes, sí a las buenas jubilaciones y pensiones. El estancamiento japonés y los problemas fiscales de muchos países de Europa están unidos por el no tan visible hilo conductor de la demografía. En el caso de Japón la deuda pública es ya de un 220% del PIB y, aunque descontando las reservas del Banco Central la deuda neta es de 120% del PIB, se llega de todos modos a una cifra que pesará duramente sobre las generaciones futuras.
Como si esto fuera poco, Japón deberá afrontar ahora un futuro energético complejo, en el que la energía nuclear será probablemente rechazada por buena parte de la sociedad. A ello se une el mayor costo que tendrá el petróleo, por la tragedia de Japón y por las crisis de Medio Oriente. Por cierto, este complejo futuro en materia de energía será compartido por todo el mundo, provocando una por ahora modesta desaceleración del crecimiento. Aun así puede verse con esperanzas el rol que pueda jugar de aquí en más la conocida inventiva japonesa, desarrollando o abaratando energías alternativas como la geotérmica, la solar y aun la eólica, de las que potencialmente dispone. Mientras tanto, Japón –pero también Europa y en menor medida los otros países desarrollados y algunos de los emergentes– debería reflexionar sobre el complejo futuro que se presenta de no encontrar nuevos y vitales caminos para hacer compatibles las ventajas del desarrollo con profundos replanteos respecto de su demografía y del uso de la energía.
3 Readers Commented
Join discussion«Excelente artículo»»»
Gracias
Es factible tomar la tragedia del Japón como un signo de advertencia ante la omnipotencia de algunos economistas visionarios que no aprecian el estudio de técnicas distintas a las que están en boga a fin de procurar de fuentes de energía y progreso.
Muy bueno y esclarecedor el análisis.